Una noche con mi princesa travesti
Este es una carta que envié a mi princesa azul, travesti hermosa y ardorosa que me hizo conocer el verdadero goce sexual. Con mi princesa hice realidad la mayor fantasía que acaricié por muchos años: adorar un hombre con medias, ligueros, pantaletitas y deseoso de ser una hembra. Espero que les guste.
Mi corazón late apresuradamente. Con timidez toco la puerta del cuarto y tú me abres. Paso y quedo mudo al verte. Luces hermosísima con esa lencería de mis fantasías.
Tu cabello arreglado, maquillaje, tus labios rojos, tus manos con uñas largas y rojas, un camisón transparente y sensual, un brassiere negro con encajes, tus ligueros, medias negras, tus zapatillas altas, una pantaletita negra.
Nos abrazamos y nos besamos con pasión. Siento el sabor de tu lápiz labial y mientras mis manos te toman de la cintura, siento una de tus manos en la espalda y la otra en mi cuello. Con delicadeza, te llevo a la cama y te dispones a servir dos copas del vino que acordamos llevaría.
Nos sentamos y bebemos despacio, mientras nuestras miradas intercambian fuego. Tu conoces mi debilidad y yo tu ansiedad de ser tratada como toda una hembra. Nuevamente nos acariciamos y te acuesto.
Por horas beso tus piernas enfundadas en medias sedosas; tus manos acarician mi cabeza, mi espalda. En ratos siento tu mano fuerte y firme, pero con uñas femeninas, tocándome por todo el cuerpo, aún por encima de mi ropa, que me vas quitando poco a poco hasta dejarme en ropa interior.
Te quito con cuidado el camisón y con la boca el brassiere. Mi miembro se endurece más al observar tu pecho, sin senos grandes, como me encanta. Mis labios recorren una y otra vez tus pezones. Chupo y empiezas a gemir. Tu voz ronca y a la vez femenina me excita aún más.
Siento tu mano bajo mi trusa, ¡qué delicia!
Te volteo boca abajo beso tu espalda; con mi lengua recorro tu trasero y tus piernas hasta llegar a tus pies. Te descalzo con la boca y con mucha delicadeza. Nuevamente estás boca arriba y beso tus piernas, subo hacia tu vientre, tu pecho. Con tus manos sobre mi cabeza, me empujas hacia tu entrepierna y puedo oler un poco a través de tu pantaletita. Tienes ya un bulto y hasta más grande que el mío. Con una mano bajas tu pantaleta y con la otra acercas mi cara.
Es la primera vez que veo de cerca un miembro ajeno. Mi mano, tímida, lo toca y cierro mis dedos alrededor, mientras con la otra mano, debajo de tu cuerpo, acaricia tu trasero. Tu mano es fuerte y hace que mi cara se pegue a tu pene. Lo tomo con las dos manos y lo observo. Le doy un beso rápido y me retiro.
Estás ya desesperada y me arrancas la trusa. Observas mi pene y lo tomas con una mano, con delicadeza, pues lo ves un poco más pequeño que el tuyo, pero durísimo. De repente siento caliente, muy caliente, pues te lo has metido todo en la boca y me siento explotar.
«Tranquilízate», me dices al tiempo que te acomodas sobre tus rodillas y manos.
Es el momento. Observo tu trasero empiezo a besarlo. Tus gemidos me mantiene excitado y no pierdo la erección. Al contrario, ardo en deseos de entrar en ti. Pero es la primera vez, mi primera vez. Coloco la punta en tu nido. Siento su fuerza y me pregunto si seré capaz de vencer su resistencia.
De repente siento tu mano en mi trasero y tus uñas clavándose en mi carne. Me empujas y entra una parte de mi pene en tu trasero. ¡Estás hirviendo! Siento que me vas a fundir. Tú controlas tus músculos en tanto entro todo, pues sabes que nunca he estado en un trasero y que necesito tiempo.
Después de empezar a entrar y salir despacio, poco a poco, me voy introduciendo cada vez más. A cada arremetida siento la necesidad de poseerte con fuerza y rapidez, pero tu mano ahí está, impidiendo la penetración total.
Por un rato estamos así y luego, nos separamos. Yo me acuesto y tú te montas en mi, mirándome con lujuria. El observar tus piernas enfundadas en medias y sentirlas en mis costados mientras te introduces un poco de mi miembro en esa posición, me hace gemir.
Empiezas a subir y bajar sobre mi miembro. Una de tus manos está sobre mi pecho, clavándome con suavidad las uñas. La otra mano acaricia con las uñas mis muslos. Mis manos acarician tu torso, tu rostro, tu talle. Mis manos se van a tus piernas y siento las medias mojadas de sudor. Observo tu cuerpo, tu miembro erecto frente a mi pecho.
Tus gemidos me llegan a los oídos provocando más excitación. «Ya no puedo», te digo cuando siento que estoy a punto de estallar. La mano que acariciaba mis muslos se va hacia mis testículos y con las uñas apenas los acaricia.
«No, preciosa, no», te digo ya sin remedio.
Entonces mis manos te toman de la cintura firmemente y pierdo el control. Domino tus movimientos y con fuerza te ayudo a subir y bajar mientras empiezo a tener mi orgasmo. Es entonces cuando siento la fuerza de tu trasero; siento cómo me exprimes, siento la fuerza de tus músculos. Grito mientras me vengo.
Una de mis manos se va a tu pene y lo rodeo con tus dedos. Un chorro de leche moja mi pecho y mi mano, tú también terminas. Quedo con el pecho y mi mano en leche mientras poco a poco mi pene pierde tamaño. Te levantas y me salgo de ti. Te acuestas a mi lado y nuestras manos esparcen por mi cuerpo tu líquido, al tiempo que, delicadamente acaricias mi ya pequeño pene. Descansamos abrazados por un rato y te levantas a abrir la regadera.
En unos minutos el agua está tibia y nos vamos a la ducha. Yo té quito las medias y el liguero y con ternura nos enjabonamos el uno al otro. Después del baño me pongo otra ropa interior y tú otras medias, otro liguero, así como otro brassiere. Bebemos otra copa y nos acostamos. Por horas nos acariciamos y platicamos
Tú te pintaste nuevamente la boca y nuestros labios se funden con pasión. El sabor de tus labios y el lápiz labial me encienden nuevamente. Me introduzco bajo la sábana y beso tus pies, tus piernas ¡me encanta la sensación de las medias!. Tú, besas mis piernas y acaricias mi entrepierna. Es nuevo para mí, pero siento la necesidad de hacerlo: acerco mi cara a tu entrepierna.
Mis besos son ahora decididos. Chupo la cabeza y con mi lengua recorro una y otra vez el tronco ¡qué dureza!. Tus manos acarician mi pene y siento el calor de tu boca en el tronco. Mis manos se van hacia tu pene para seguirte acariciando. Al contacto de tus manos en mi pene siento ardor, pues tus manos me queman y se deslizan a lo largo del tronco.
Una de mis manos está bombeando y la otra está en tu trasero, apretando. Una de tus manos, mientras con la otra me bombeas despacio, se acerca a mi trasero. Siento tus uñas clavarse en mi carne. Ya sin la sábana encima, observo tu miembro, está durísimo. Tratas de colar tus dedos en mi trasero y el susto, junto con la sensación de la dureza que tengo en mi mano, me hace imaginar que pierdo la virginidad con tu tranca.
«Soy virgen», te recuerdo y con sensualidad me dices «si quieres te arreglo ese defecto, puedo estrenarte».
Es demasiado. Ahogo un gemido y termino, mojándote las manos. Es suficiente para ti y me tomas desprevenido. Un primer chorro de leche cae en mi cuello, un segundo en mi pecho. Siento deseos de pegar mi boca y beberte, de exprimirte, y lo hago. Alcanzo a tomar la cabeza entre mis labios y sentir como erupta leche que pasa directamente a mi boca. Es un sabor desconocido para mi.
Pero no tengo tiempo de pensar porque sigues eyaculando y tengo que beber rápido. El semen pasa a mi garganta y puedo saborearlo. Te exprimo con delicadeza todo hasta que sólo me queda el sabor de tu esencia en el paladar.
Terminamos batidos en crema. Nos frotamos mutuamente y nuevamente estamos frente a frente, besándonos y acariciándonos.
«Me asustaste», te digo al recordarte de mi virginidad. «No te apures, no te voy a violar, será otro día que me des tu tesoro», me dices.
Dormimos, agotados y relajados, un rato.
Despierto más tarde con el despertador. Es hora de marcharme. Nuevamente voy bajo las sábanas y te despierto besando tu miembro y acariciando tu trasero. Hasta entonces te comprendo y entiendo por qué te gusta tanto el semen, por qué disfrutas chupando machos.
A un lado quedan mis últimos prejuicios y empiezo a chupar con fuerza. Es increíble que tu pene, con todo y lo mujercita que eres, sea tan fuerte y grande. Por la fuerza con que te estoy comiendo empiezas a gritar excitada, mientras con tus manos acaricias tus pequeños senos. Por largo rato chupo y beso tu miembro, tus testículos, tus muslos, tu vientre. ¡Mamacita!
«Ya, mi amor», me dices rogándome te haga terminar.
Pero no, el gozo es mío también. Disfruto chupando tranca y me pregunto qué dirían mis amistades si me vieran así, comiéndome la tranca de un travesti…
Es tanta mi excitación que termino sin siquiera tocarme.
De repente, cuando tengo la mitad de tu miembro en la boca, siento tu leche. Al primer disparo retiro un poco el pene para que solamente quede la cabeza dentro de mi boca, mientras con una mano bombeo el tallo y con la otra acaricio tus testículos y tu nidito.
«Ahhh», gritas en una venida deliciosa y larga.
Saboreo hasta la última gota de tu crema.
«Ay, amor, aprendiste muy rápido», me dices luego de unos minutos.
Nos entregamos a más caricias antes de despedirnos y mientras me visto me dices: «prepárate porque en nuestra siguiente cita te voy a estrenar».
«Noo, soy virgen».
«Vas a comerte ahora mi pedacito con tu trasero, te voy a entallar, mi macho», me dices con una voz ronca que hace brincar mi pene bajo la ropa interior y contraerse involuntariamente mi esfínter.
Observas mientras me visto y me acerco a besarte, con la promesa de vernos pronto, aunque tenga que entregarte mi virgo. ¡Qué hembra!.
Regreso a mis compromisos. Estoy en mi oficina y desde ahí me remojo los labios recordando el sabor de tu piel y de tu semen. Casi siento la suavidad de tus piernas y lo entallado de tu trasero. Desde ahí suspiro y te dirijo un pensamiento.
Me excito de saber que me bebí tu leche y que ya nadie puede quitármela porque la llevo muy dentro de mi.
Sin embargo estremezco de pensar en lo que me espera, pues presiento que la próxima vez tendré que darte la virginidad y comer con mi traserito tu duro miembro.