En el momento preciso

Se considera a quienes visitan los sitios pornos en Internet, a quienes leen relatos eróticos y sobre todo a quienes chatean en esos términos como unos reprimidos. De ese tipo de personas que tienen que escudarse tras una pantalla para dejar salir la verdadera personalidad, generalmente mucho más desinhibida y cachonda que la que se muestra en la vida real. Lo que ocultamos a los demás y dejamos salir en ocasiones en que nadie nos observa a veces está protegido por una barrera tan delgada que desborda nuestra capacidad de sentir vergüenza, nos deja a merced de esa fantasía tan privada que creíamos que a nadie se la contaríamos y a veces -sólo a veces- se llega a un extremo en que no se puede volver atrás. Cuando ese sentimiento oculto lo compartimos con otros, se pueden crear relaciones que cambian vidas.

María era de esas secretarias que te hacen sentir feliz por ser heterosexual. De esas hembras que uno las mira y piensa «Ya sé por qué me gustan las mujeres». Morena, alta-y-delgada-pero-voluptuosa -ah, sobre todo voluptuosa-, con unos pechos que se adivinaban firmes y duros bajo la tela de su (siempre escotada) blusa. Estoy seguro que María hizo aumentar la productividad del Banco donde trabajábamos disminuyendo los atrasos, porque todos los hombres llegábamos temprano en la mañana sólo para verla atravesar, cimbreando las caderas, el corredor que va de los box desde donde nosotros la espiábamos hasta las oficinas de sub-gerencia donde ella trabajaba. Era un caminar orgulloso, pero natural. ¿Cómo puedo explicarles lo que era verla dar cada paso firme uno delante del otro y cada vez que un pie tocaba el piso, sus pechos temblaban ligeramente por el impacto -así de grandes eran-? Y siguiendo el camino de esos pies, unas piernas torneadas y musculosas, que eran visibles hasta bastante más arriba de la rodilla debido a las minifaldas de tela delgada, de las que María era fanática. Todo esto rematado por un culo que hacía pensar en que al parecer la sodomía era requisito fundamental para contratar las secretarias en el banco en que trabajábamos. Además, ese culo permitía apreciar perfectamente los gustos en cuanto a lencería de María, porque al ser turgente y redondeado comprimía su ropa interior contra la falda demostrándonos que los calzones metidos entre las nalgas son un aporte a la humanidad tan importante como la cerveza y el fútbol. Debería parar acá y dejar que cada lector se imagine a María a su gusto, pero no, me tengo que alargar en describirla porque si no lo hago, no se valorará completamente mi suerte por haber conseguido un polvo con tamaña mujer. Porque de eso va todo esto, yo me serví a María, esa tremenda mina. Le daba hasta que me pedía «¡Para, por favor… que ya me duele!», pero pronto llegaremos a eso, calma, calma. Guarde el aparato en el pantalón, caballero, o deje ese dedo tranquilo, dama, que más adelante podrán dar rienda suelta a sus placeres unipersonales de mejor manera. Bien, lindos senos, linda figura, escote incluso en invierno porque le gusta que la miren, eso está claro sobre María ¿No? Lo que la hacía tan especial eran sus movimientos al caminar y -sobre todo- su cara. Ah, su cara era simplemente «bella», así, sin más adjetivos. Rasgos finos, mentón puntiagudo, nariz respingona, ojos grandes, cabello largo y ondulado. Así, imagino que al verla dormir debe haber parecido un ángel, pero el problema era su mirada. Ella te miraba y ya estabas condenado al Infierno. Esos ojos entrecerrados con unas pestañas tan largas hacían perfecto juego con una boca que recordabas cada vez que pensabas en las palabras «placer oral». En cuanto a mí, cada vez que necesitaba de una erección rápida -generalmente para impresionar a alguna amiga en la primera encamada demostrándole mi rápido poder de recuperación tras cada polvo- me bastaba con imaginar esa boca envolviendo mi pene para que de inmediato mi compañero se entusiasmara con la idea.

Pues bien, una mujer así ¿con un tipo como yo? «Sí, claro. En esos días, era difícil de creer, lo sé, pero se dio toda una combinación de circunstancias que lo hicieron posible por una única vez, al principio y que luego hicieron posible repetir la experiencia otras veces. Es que el follar con esta mujer diría que es lo más afortunado que me ha sucedido hasta ahora en la vida. Y aunque las circunstancias no hayan sido de lo más románticas en un principio, los sucesivos encuentros se fueron manteniendo en una forma más «normal», si por normal entendemos que ella me llamaba cuando quería sexo salvaje y sin complicaciones (me refiero a la relación, que los juegos que hacíamos en la cama tenían de todo menos sencillez). Y aunque ella tenía novio -un tipo que era el complemento físicamente perfecto de hombre para María- estoy seguro de que el tipo con toda su apariencia de galán nunca fue capaz de satisfacer plenamente a esta mujer. Simplemente no la conocía, no sabía con quién se estaba acostando. Y yo sí. Porque la cosa desde un principio estuvo clara: Yo descubrí a María, la verdadera María, presentándome en el lugar preciso en el momento correcto.

Toda una tarde en el sótano de los archivos, buscando información sobre un cliente que a mí me importaba menos que la lista de espectáculos culturales de esa semana, me tenían con un humor de perros. Lo único que quería era irme a casa a ver el fútbol por la tele y luego, no sé, tal vez llamar a alguna de mis amigas para invitarla a «tertuliar» bajo las sábanas en mi departamento de soltero. Pero no, ahí estaba yo, pensando en los polvos que quería dar esa noche y en cambio llenándome de ídem en el estrecho sótano de la sección de archivos en compañía de la encargada de ese departamento, una vieja que si no fuera por el -horrible- vestido que usaba, no habría tenido ningún reparo en llamar «señor». De hecho, creo que así lo hice un par de veces. Cuando por fin terminé, hacía rato que había pasado la hora oficial de salida. Cansado, me dirigí a oscuras hacia mi box a buscar mis cosas para poder retirarme. Pero cuando me acerqué a mi cubículo, me llamó la atención un sonido de «tecleo». Silenciosamente (¡Gracias, piso alfombrado!), me acerqué enfadado a ver quien estaba utilizando mi computador, dispuesto a darle un sermón en que me descargaría de toda la frustración acumulada en el día. Pero se me cayó la baba cuando, al mirar por sobre la pared del box, veo a María sentada en la silla frente a mi PC, tecleando con una mano, e introduciéndose la otra en los oscuros pliegues de su falda con un suave meneo. Al instante comprendí que ella estaba utilizando un chat, conversando con alguien de temas nada de santos, eso era obvio. Y yo no podía despegar la vista de esa mujer, que sin saberme detrás de ella, abría las piernas para facilitarle el camino a su mano y tecleaba, respirando furiosamente. Entorné los ojos para leer que decía la pantalla y lo que vi no hizo sino acelerarme aún más el pulso:

LlaneroSolitario> AORA LINDA TE LO METO FUERTE Y TUME DICES QUE TE LO META ASTA EL FONDO

Pily> ¿Y qué más haces? Dimeeeeeeeeee…

LlaneroSolitario> AORA TE PESCO Y TE DOY BUELTA Y TE LO METO POR DITROY

Pily> ¿Y eso te gusta, mi troglodita? Anda, no pares ¡No pares de escribir!

LlaneroSolitario> SI ME GUSTA Y A TI TE GUTA TAMBIEN LO SE LO SIENTO A TRABES DE EL COMPUTADOR LO TENGO PARADO Y ME LO ESTOY PAJEANDO AORA

Pily> ¿En serio que estás haciendo eso? Eres impulsivo, eso me gusta… ojalá no te demoraras tanto en escribir cada frase.

LlaneroSolitario> YA ME FUI CORTADO PERO SE ME PARO OTRA VES

LlaneroSolitario> POR TELEFONO SERIA LO MISMO Y MAS RAPIDO ANDA DI QUE SI SE QUE BA A GUSTAR DEJA QUE LLAME DAME TU TELEFONO

Pily> Bueno, mi analfabeto. Llámame, mi celular es el 09-878 3853… apresúrate, yo también me estoy masturbando, si me llamas y consigues seguir excitándome tal vez podamos arreglar un encuentro para esta noche…

LlaneroSolitario> TE BOY A LLAMAR AHORA NENAMANTENTE EN CELO CHAO

Mientras leía esto… mi erección se hacía cada vez más que evidente bajo mi pantalón. Primero cerré la boca y seguí observando cómo María se daba placer a sí misma con los dedos. Tomé nota mental de cada uno de sus bamboleos y traté de memorizar cómo se introducía la mano y por lo que se podía apreciar de espaldas a ella, la hacía reptar suavemente por su entrepierna con movimientos circulares. Su respiración se hacía cada vez más rápida y agitada. María se relajaba y se tensaba apoyando la espalda contra mi silla. De pronto, estiró las piernas y emitió un gemido suave dejándose caer hacia atrás con una expresión de éxtasis en el rostro. Abrió los ojos mirando hacia el techo y sólo entonces vio que yo estaba casi sobre ella, cada uno observando al otro «de cabeza» en perspectiva. María ahogó un grito… e incorporándose se alisó la falda y se ordenó el cabello mientras decía, avergonzada… «¿Qué hace usted aquí?». «Acá trabajo», le respondí. «Éste es mi escritorio. Es mi PC el que te he visto utilizar hace rato». «Oh, Dios mío», me dijo, tapándose el rostro con las manos, «qué vergüenza, no sé qué decirle». «Para empezar», la alenté, «Trátame de tú. Y no te sientas mal… que de mí no esta historia no saldrá, es sólo que me parece raro encontrarte acá haciendo… eh… esto». Esa frase operó un visible cambio en ella. Se quitó las manos del rostro y sonrió. Aún respiraba agitadamente. «¿De verdad?», preguntó, «¿No dirás nada? ¿por qué?». «Es obvio», le respondí, «Todo el mundo tiene fantasías ocultas, y el encontrar una mujer masturbándose en mi cubículo es como un sueño». «Disculpa», me dijo, sin dejar de sonreír, «Yo no soy así, no sé qué me pasó, cómo enganché así con un perfecto extraño y la verdad no sé qué me pasa ahora, porque si te he de ser sincera, no me siento para nada incómoda». «¿En serio?», le pregunté, por fin decidiéndome a entrar en el box. «Ajá», me respondió «y la verdad ya voy entendiendo qué es lo que sucede aquí», agregó, observando con una expresión concentrada el bulto que se adivinaba en mis pantalones. A partir de aquí, si bien hay más diálogos, no tienen casi ninguna importancia en la historia. Son los hechos los que la hacen interesante y son los hechos los que relataré.

Mordiéndose los labios, me desató el cinturón y me abrió los pantalones (Di las gracias al cielo por la ducha que había tomado en la mañana). Yo extendí los brazos en las esquinas del cubículo y mientras ella todavía estaba sentada me bajó los pantalones y los bóxer y tomándome la verga con las manos, comenzó a besarla como una entendida. Se concentró en la punta, sin metérsela -todavía- a la boca, con la lengua lamiéndome el glande. Con las manos, me agitó el pene sin dejar de lamerlo, ahora por el borde del glande, recorriendo con la lengua toda la cabeza, rápidamente, con movimientos circulares. En eso sonó su teléfono. Yo contesté. Ella se metió la punta en la boca y yo sentía su lengua jugueteando dentro. «Aló», dijo una voz de hombre, «¿Pily? Soy el Llanero, mi amor». «Creo, compadre», dije, jadeando ya «…que usted se acaba de perder el polvo se su vida» y corté, apagando el teléfono. María se había sacado mi pene de la boca y ahora lo recorría con la lengua en toda su extensión, lamiéndolo como si fuera una paleta de helado, con los ojos cerrados, sin parecer haber prestado atención a la llamada. Observé que lo tenía agarrado con una mano y la otra la tenía metida -otra vez- bajo la falda moviéndola agitadamente. La puse de pie, la senté en el escritorio (no soltó mi pene eso sí) y con un hábil movimiento de dedos, le liberé un pecho, con sostén aún, que no tardó en quedar al aire. Resultó ser tal y como lo imaginaba, grande, redondeado por abajo, con la aureola rosada y el pezón erecto, apuntando hacia arriba. Se lo agarré con una mano, mientras con la otra le abría mas la blusa para poder sacarle el otro seno y jugar con ambos. Con la boca le besaba el cuello, pasándole la lengua bajo el mentón y mordisqueándole el lóbulo de la oreja. Más abajo, mi pene buscaba el acomodo que le fueron proporcionando sus muslos, que se abrieron dejándome frotar su entrepierna con la cabeza de mi verga, que aún tenía agarrada con la mano. Ella misma se pasaba mi pene por encima de la vagina, aún cubierta por su ropa interior, pero ya húmeda en exceso. Mientras le pellizcaba un pezón, bajé mi boca al otro, y con la mano libre, me abrí camino a través de sus manos para intentar bajarle los calzones. María juntó las piernas y entre ambos hicimos rodar el calzón por sus muslos hacia abajo, velozmente. La prenda quedó colgando de un pie, María lo sacudió y el calzón cayó al suelo. Volví a jugar con mis dientes con un pezón, aprisionándolo dentro de mi boca y sin soltarlo, pasándole la lengua varias veces. Con la otra mano le manoseaba sin parar el otro pecho -lo siento, me gustan- estrujándoselo con fuerza. Ella gemía y suspiraba y abrazándome con fuerza, me atrajo hacia sí y abriendo las piernas me hizo sentir como mi pene erecto palpitaba al entrar en contacto con su húmeda carne. Cuando le rocé el clítoris con la punta, María pegó un respingo y lentamente comenzó a acomodar su vagina alrededor de la cabeza de mi pene.

Con la mano libre la abracé también y así nos estuvimos un instante, sintiendo como nuestros sexos se buscaban lentamente, pero con un placer que ya se adivinaba en el cuerpo. Recién entonces nos besamos, largo, húmedo, fuerte y fue casi como una pelea por ver quién le sometía la lengua al otro. Nos abofeteamos mutuamente con la lengua, las sacamos de la boca y las frotamos una contra otra, mientras abajo, mi pene por fin hacía su entrada en el lugar que le correspondía. Sentí como sus paredes vaginales se iban ensanchando para permitir la entrada de mi -y lo digo con modestia- grueso miembro. La cabeza entró sin problemas, casi diría que saltó dentro de su vagina, tal era la cantidad de humedad que había allí. María gimió de placer al sentir la punta dentro de su cuerpo. Y yo quise lucirme con ella, así que lo fui metiendo muy lentamente, de a poco, para sentir también como dentro de ella se iban acomodando las paredes de la vagina a medida que mi pene avanzaba en su interior. En un momento, gimiendo, me apretó contra su cuerpo y alzó las caderas de forma que mi miembro le quedó completamente introducido. María alzó la cabeza y cerrando los ojos se detuvo un momento, suspirando. Para mí, la sensación de húmeda calidez que envolvió todo mi pene fue sublime. Luego comenzó a balancearse adelante y atrás, comenzando así el clásico mete-saca. Yo la seguía en sus movimientos presionando con más fuerza cada vez que se lo introducía. A ella parecía agradarle esa presión, porque se dejaba caer con todo su peso encima de mi pene esperando la embestida. De a poco fui tomando el control de la situación. María había comenzado a emitir ligeros «oh, oh» cada vez que la empalaba, y yo apretaba los dientes y buscaba sus senos con mi boca. María arqueó aún más la espalda, dejándose caer sobre mi escritorio, con las piernas al aire, arrastrándome sobre ella en su caída, pero sin permitir que mi pene se saliera de su sitio. Seguí embistiéndola, cada vez más violentamente y los gemidos que ella daba se fueron transformando en grititos de placer. Bajé ambas manos y le agarré las nalgas, que sentí frías en comparación con la calidez de su entrepierna, se las froté y se las pellizqué mientras seguía metiéndoselo y sacándoselo, ahora deteniéndome de vez en cuando para presionar con mi pene muy dentro de su vagina, esperando que lo sintiera tan bien como yo… En una de esas «detenciones» María se corrió por primera vez. Sentí como pequeños espasmos vaginales se unían a sus gritos de «¡Sí!… ¡ah!… ¡Eso, eso!… ¡mmmmh! ¡Qué rico!» y con el ego por las nubes, seguí dándole, ahora con su ayuda, porque desde que tuvo el orgasmo me agarró por la espalda y me apretaba contra su cuerpo sin dejar de dar exclamaciones. Recordé que ella al masturbarse se pasaba los dedos en redondo y tratando de emular ese movimiento, comencé a metérselo por el costado de la vagina, llegando al centro cuando lo tenía puesto hasta el fondo y retirándole el pene empujando por el costado contrario. Este movimiento la excitó sobremanera y apretando sus piernas sobre mi espalda, se dejó llevar así, cada vez más rápido. A esas alturas se lo estaba haciendo con rabia, con fuerza, violentamente, pero ella parecía serle de absoluto agrado… en esas sentí como mi propio orgasmo se abría paso desde la base de mis testículos y avanzaba por mi pene erecto cada vez que se lo introducía. Ella presintió que mi eyaculación se acercaba y gritando más fuerte se colgó de mí al momento que mi pene explotaba en su interior, para que alcanzáramos juntos el orgasmo. Sentí cada chorro de semen que le lancé como una descarga eléctrica, que se unía a las contracciones de su vagina, que no dejaba de palpitar, lentamente. Estábamos unidos en un fuerte abrazo, sintiendo todavía los efectos del orgasmo mutuo, con la cabeza apoyada en el hombro del otro, ambos respirando agitadamente. Luego de unos segundos, me hice atrás, la observé arreglarse la ropa (increíble, me excité de nuevo sólo de verla ponerse los calzones sobre su vagina semi-depilada) y subiéndome los pantalones, me resigné a la despedida. «Nada de eso», me dijo, «Vamos a mi casa… y allá me das más cómodo todo lo que faltó acá».

En fin, para que alargar más la historia. Fuimos, lo hicimos toda la noche, y me prometió que todo se repetiría, a condición de que no le contara nunca todo esto a nadie. De eso hace ya unos años, pero recuerdo ese primer polvo como si hubiese sido ayer, así de agradable fue… Al poco tiempo, ella consiguió un trabajo mejor y se fue del país. Y yo todavía en el mismo banco, una recomendación con las personas apropiadas en un puesto que jamás habría obtenido normalmente, fue el regalo de despedida que me hizo María. Nunca supe qué fue de ella. Me dediqué a escalar velozmente en el trabajo gracias al puesto que me consiguió María. Ese fue mi punto de partida.

Ahora soy un hombre importante, con dinero y éxito, pero dejaría todo eso gustoso por volver a sentir esa piel en mis manos.

P.D.:Comparto esto con ustedes, porque creo que por ahí debe haber alguien que comprenda que clases de sentimientos, pero no busco nada más que difundirlo. No contactos, no comentarios, nada de nada. El relato está ahí y eso es todo, las opiniones sobre él son PERSONALES y espero que así se mantengan.

Ah, y mándame un privado si eres IDIOTA.

Para los españoles que lean esta historia, les digo que «calzón» en Latinoamérica es «braga». ¿OK?