Esta es la historia de un amigo, que no se anima a publicar él mismo sus andanzas con distintas mujeres casadas…
Siempre le gustaron mucho las mujeres casadas, lo atraen mucho más que las solteras, según lo que él mismo me contó alguna vez, eso es algo que lo puede… que es más fuerte que él…
A veces conoce a mujeres solteras y le llaman la atención, pero el solo hecho de saber que la mujer que conoce es casada, eso atrae mucho más su atención, le salen los colmillos y enseguida quiere ganarse esa presa, para cogérsela una o varias veces, y después cada uno seguir su camino.
Mientras él me contaba todas las situaciones vividas, yo lo fui grabando para poder volcar acá todo lo que me iba contando, sin perder detalles, ni perder esa forma tan suya de contarlo.
Así que espero que disfruten de los cuentos que acá les dejo, son cortos, pero potentes, o más bien intensos, como diría él.
“Cerca del 2000, yo era profe en la facultad de La Plata, tenía unos 30 años y daba clases a chicos de primer año. Como todo profe, lo primero que haces es mirar si hay chicas lindas.
Siempre se sentaba adelante una que al principio no registré. Pero con el tiempo empecé a notar su mirada: seria, intensa, oscura, de esas que te desarman. Me empezó a atraer de a poco. Petisa, vestía simple, pelo oscuro, ojos profundos, boca chica pero tentadora. No era simpática, más bien irónica, pero se le notaba algo pícaro detrás.
Al poco tiempo yo estaba en una fiesta que organizaba la facultad. Estaba tomando algo al borde de la pista, cuando alguien me dice al oído: “¿Qué hace acá mi profe favorito?”. Era mi alumna, pero era otra mujer: short apretado, mínimo, y arriba una remerita que le dejaba la espalda al aire. Toda de negro. Pintada hermosa, la boca chiquita bien roja. Los ojos más profundos, medio rojos de la previa.
Me agarró de sorpresa, pero no la iba a dejar pasar. “Perdón, pero yo no tengo ninguna alumna tan diosa”, le respondí. “Ay profe no me digas así que soy una chica comprometida”. “Yo también, le dije, ¿Qué lástima no? Pero esta noche me encantaría irme con vos a otro lado, capaz necesitas alguna clase de refuerzo”. “Profe qué me querés explicar? ¡Me gusta el plan! Pero tengo que quedarme que más tarde va a venir mi novio”, me tiró.
La onda era clarísima. Yo ya estaba enceguecido, necesitaba por lo menos darle unos besos a ese bombón esa misma noche, y si se daba algo más mucho mejor, no podía esperar la próxima oportunidad. Como conocía el boliche al detalle (años antes había organizado algunas fiestas ahí), sabía de un lugar donde no nos iban a ver.
Y se lo propuse: “Acompañame que te quiero mostrar un lugar que esta re bueno”, le dije. “Subí vos x acá, atrás de la taquilla, y metete en la primera puerta de la izquierda. Si te encontrás con alguien, decís que estabas buscando el baño y bajás. Si no bajás en 1 minuto, voy yo”.
La mandé a un lugarcito donde guardaban cosas de mantenimiento, y tenía cierre desde adentro. Subió, al minuto subí yo, nadie nos vio.
Me metí y me esperaba contra la pared. Me le abalancé y nos empezamos a besar con violencia, mientras la tenía apretada y le frotaba la pija contra ella, todavía con ropa. Ella me agarraba la cara y me besaba con una pasión que tenía muy contenida. La pendeja volaba. Me dio vuelta, quedé de espaldas a la pared, quería tomar el control.
Me agarró la pija por sobre el pantalón mientras me besaba, yo le apretaba ese culito que me volvía loco. Ella sabía lo que tenía atrás. Se dio vuelta para mostrármelo bien, yo me agaché para que me frote todo su ojete en mi pija. Con las manos le entré a su remera y le acaricié sus tetas, chiquitas, pero megafirmes, con pezones durísimos. Me sacó el cinturón mientras yo le volaba la remera, y le metía la otra mano adentro del short, x atrás, tocando cola, tanga, metiendo dedo, entrando a la concha por atrás. Estaba mojadísima.
La puse mirando a la pared. Sacó cola instantáneamente. Le bajé el short y la tanga, casi me voy en seco de lo maravilloso de esa cola. Me fui sin dudarlo a meter toda la cara y la chupé desenfrenado, y con la mano la pajeaba. “Cogeme ya profe”, me dijo, y armamos un polvo que empezó parados, después la subí arriba mío, después me acosté en el piso y me cabalgó, y terminamos conmigo apoyado en la pared y ella arriba, besándonos sin parar ni un segundo. Fue infernal. Salimos al ratito, nos separamos, y después la vi bailando con el novio. Se movía bien perra y me miraba de lejos. Fue la primera de varias veces con ella.”
“En otra oportunidad me paso algo con mi peluquera, hacía más de 5 años que me corto el pelo con la misma peluquera. Yo cerca de 45, ella tipo 30. Flaquita, tatuada, moderna. Siempre la mejor onda, pero amistosa. Hasta una semana en que todo cambió. La charla venía como siempre: ella me corta, nos charlamos, yo la miro a través del espejo y ahí hacemos contacto visual. Pero en un momento está a mi derecha, muy cerca, cortándome adelante, y la miro directo. Se cruzan los ojos durante unos segundos, y se prende alguna chispa.
Ella bien profesional, sigue, pero puedo ver al espejo cómo abajo de su musculosa (nunca usa corpiño) tiene los pezones parados de sus tetas chiquitas. Caliente, pero cuidadoso, le llevo la charla hacia un lugar mejor: viajes del verano.
– Te vas en pareja? – No, ando sola, me peleé con mi chica hace poco y estamos dándonos un tiempo, para ver qué pasa.
– Ah te conozco hace tanto y ni sabía que te gustaban las chicas. – En realidad soy bastante abierta con eso, cuando me gusta alguien, no importa si es hombre o mujer, soy directa y voy directo a hablar. Y me mira de nuevo profundo.
Está pegada, siento su calor. Me doy cuenta que está apoyada contra mi costado, sus piernas en mi antebrazo, sus tetas rozando mi hombro. Levanto más la cabeza. Me acerco para su lado y nos pegamos más. Se besa un dedo y me lo pasa por la boca. Se rescata un segundo, cierra la puerta y la cortina que deja ver todo a la calle. Vuelve y se me sienta encima, yo siempre en el sillón de peluquería.
Vuela la musculosa, le como las tetas, no podemos dejar de besarnos mientras nos frotamos desesperados. Se baja, se mete x abajo del piloto ese que te ponen para los pelos que van cayendo cuando te los van cortando, y siento cómo saca la pija y la empieza a chupar divino.
Estoy que exploto. Me voy sacando todo mientras me la sigue chupando. Ahora yo la arrodillo sobre el sillón, le bajo el jean, y aparece un culo increíble y redondo, el secreto mejor guardado. Me hago fan al instante, le corro la tanguita y meto la cara entre esos cachetes fabulosos. Olor picante, riquísimo, excitación extrema más un poco del día de trabajo.
Está empapadísima, meto manos, lengua, nariz, chupo la colita también un poco, no me puedo ir. Me agarra del pelo, me hace sentarme de nuevo, se me sienta encima de espaldas, le veo un enorme tatuaje en la espalda, y por el espejo su cara hermosa, transpirada, sufriendo un orgasmo violento mientras se me sienta con más y más fuerza. Yo veo el culo perfecto comiendo mi pija, a ella gozando por el espejo, sus tetas que agarro y pellizco, la cintura que se arquea, y le doy un montón de leche toda adentro, los dos gimiendo muy profundo, y abrazados entre jadeos. La secuencia entera no dura más de 15 minutos, y lo único que quiero es tenerla toda una tarde para cogernos de mil maneras posibles.”
“Esto otra historia empieza más grasa que una canción de Arjona, pero realmente pasó así. Me la encontré en un supermercado que está adentro de un shopping, en Neuquén, un día a la mañana. Cerca de 30 años, tremenda morocha, calzas, top para gimnasia con animal print.
Compraba cosméticos, agachada, y se le marcaba una tanga que la asesinaba. Su chango tapaba el pasillo. Se lo corro, para no molestarla, mientras le miraba un poco el culo. Me escucha, me ve interesado, y me tira “es mío ese chango”. “Buen día, señorita, discúlpeme”, le digo muy amable. “Señora”, me dice, mostrándome un anillo muy pero muy grandote y dorado. Miro para todos lados: “yo te veo bastante sola… ¿El petrolero está de diagrama?” (Esto es muy neuquino: diagrama es cuando los petroleros se van a trabajar muchos días al campo, tipo unos 20 días, y después vuelven y descansan 10 días más).
La quise picantear y di en el clavo: “viejo pajero qué sabes vos de trabajo, tenés pinta que nunca te ensuciaste las manos”. Entonces me le acerco para hablarle bajito. Raro en mí, soy muy respetuoso de los espacios, pero sin pensar algo bien animal en ella me atrae.
Me agacho hasta su oído, tiene un perfume fuerte y penetrante, le digo: “viejo puede ser, pajero también, y no te imaginas las cosas que saben hacer estas manos que nunca agarraron fierros”. Se pone roja, china, malísima, pero algo más: “pero si ni se te para a vos, rajá de acá, no te habrás cruzado nunca con alguna mujer picante como yo, viejo cheto”.
En ese momento pasa un guardia del super caminando cerca de donde estábamos los dos, la situación se disipa, y no me la cruzo más. Minutos después estoy en el estacionamiento guardando la compra, cuando escucho que se abre la camioneta Amarok V6 que está estacionada, pegada a mi auto. Polarizada, con mucho accesorio cromado. Y aparece la mujer del petrolero con su carro del super. “Ahhh no me equivoqué, sos esposa de un petrolero”, le digo. Se sorprende y me reconoce: “yo tampoco, viejo cheto”, me dice x mi auto. “Si querés te ayudo a cargar cosas”, le digo y me acerco. “Dale, vos que sos bueno con las manos”, me busca. “Y vos qué tan picante sos?”, le pregunto mientras le cargo unos packs de birra. “No te querés ni enterar”, me retruca.
“Eso dejamelo averiguar a mí”, le digo suave en su oído, mientras me la juego apoyándole la pija que ya está dura, en ese hermoso culo gordo mientras ella está subiendo lo último que queda en el asiento de atrás. Ella saca culo y me lo refriega. Es una perra, me arranca el animal, le empiezo a bajar la calza para cogerla ahí mismo, pero pasan autos, así que la empujo a la parte de atrás de la Amarok.
Caen cosas al piso mientras nos revolcamos con toda la calentura y violencia contenidas. Es fuego lo que hay entre nosotros, pero también es una lucha. Con los cuerpos y con las palabras:
“Vení puta tragate esta pija mientras el petrolero está en el campo”. “Viejo cheto por fin vas a comer carne joven”. “Te voy a abrir el culo mientras tu marido coge travestis en un trailer”. “Viejo pajero te vas a hacer mil pajas recordando esto”, y mucho más.
Nos cogemos a lo bruto, sin amor. La agarro y la tumbo boca abajo sobre el asiento de cuero y le como la cola, le muerdo los cachetes gordos, le doy chirlos, meto mi cara entera ahí adentro, ella me agarra de los pelos y me empuja más adentro todavía. Hay un olor picante hermoso, y muchos, pero muchos jugos.
Me siento y le agarro su cabeza y la acerco a mi pija, de los pelos. Le empujo para que se la trague toda hasta hacer arcadas. Con la otra mano le meto un dedo en el culo. Ella me agarra la pija y los huevos bien fuerte, la saco porque estoy por acabar.
Entonces la perra me monta, ya toda desnuda, y empieza a mover el culo de una manera magistral. Me recorre con su concha, y sube un olor alucinante. Ahí nos besamos por primera vez, también con mucha baba, lengua, tirones de pelo. Me clava las uñas en la espalda, le abro el culo con mis manos. Le meto dos dedos, le muerdo los pezones de unas tetitas chiquitas pero riquísimas. Me da cachetadas, me escupe. Es tan caliente todo que en menos de 3 minutos la siento acabar a mares.
Me moja toda la pelvis y la panza. Me la saco de encima, queda acostada y me pajeo para acabarle cara, tetas, pelo, todo. Después se la meto en la boca para que me la limpie y se trague todos mis restos de leche, y ella enseguida se levanta y me da un beso donde me pasa una parte de mi leche, con una sonrisa maliciosa. “Qué linda puta que sos, cogiendo viejos en un supermercado. ¿Cuándo vuelve el petrolero?”. “Se fue ayer. Preparate viejo, a ver si te la bancas que esto recién empieza”.
Pasaron tres días y yo estaba obsesionado. No sabía su nombre, ni su teléfono, nada. Hasta que un miércoles a la tarde me llega un mensaje de un número desconocido: «Cine del shopping. 8pm. Función de las 8:15. Fila del fondo. No me hables».
Llego cinco minutos tarde a propósito. La sala está medio vacía, es una película pedorra de acción que nadie quiere ver. La veo en la última fila, contra la pared del costado. Lleva un vestido suelto, sandalias, el pelo recogido. Parece una señora más viendo cine un miércoles. Me siento al lado sin mirarla. La película arranca. A los diez minutos siento su mano en mi pierna, subiendo. «Sacala», me susurra.
Miro alrededor, hay una pareja tres filas adelante, y un tipo solo más cerca de la pantalla. Me bajo el cierre despacio. Ella se agacha como que se le cayó algo y me la empieza a chupar ahí mismo, en la oscuridad. Yo disimulo mirando la pantalla mientras esta perra me hace magia con la boca, me la chupa como una puta, hasta que acabo, largándole toda la leche en su boca. Ella se la traga toda mientras me miraba con una sonrisa de puta tremenda.
De repente se levanta y me dice. «Tu turno», y se levanta el vestido. No tiene nada abajo. Se acomoda en el asiento con las piernas abiertas hacia mí. Me arrodillo en el piso sucio y pegajoso del cine y le como la concha mientras ella muerde su remera para no gritar. Tiene un sabor intenso, está empapada. Le meto dos dedos y busco el punto G mientras le chupo el clítoris. Se corre en mi cara, temblando toda. Pero lo mejor viene después.
Salimos del cine como extraños. Ella va al baño y yo espero afuera fumando. Me hace una seña con la cabeza: seguime. Camina hacia el estacionamiento público del shopping, el grande de varios pisos. Va hasta el último piso, el que casi nadie usa. Ahí está la Amarok. «Subí atrás», me dice. Nos metemos en la caja de la camioneta, ahí donde transportan herramientas y cosas del campo. Huele a grasa, a tierra, a fierros.
Ella se da vuelta, se agarra del borde y me ofrece el culo: «Dale, hace lo que dijiste que me ibas a hacer». Le escupo en el culo, le meto saliva con los dedos. Está apretadísima. Empiezo despacio, pero ella es un animal: «Más fuerte, dale, rompeme toda que el cornudo vuelve en dos semanas y necesito acordarme de esto». La destrozo contra la caja de la camioneta. El olor a grasa y metal se mezcla con nuestro sudor. Ella grita sin importarle nada, yo le tapo la boca con una mano y con la otra le aprieto las tetas. «Así me gusta viejo hijo de puta, dame toda tu leche en el culo». Acabo adentro mientras ella se toca y acaba de nuevo también. Nos quedamos tirados ahí unos minutos, entre las cosas sucias de la camioneta del marido. Antes de irme le pregunto: «¿Cuándo nos vemos?». Se ríe mientras se limpia con un trapo sucio: «Ya vas a saber. Esta vez fue en el shopping del petrolero, la próxima quiero que sea en tu territorio, viejo cheto. A ver qué tanto te animas vos». Me pasó la dirección de un lugar que me congeló la sangre: mi gimnasio. «jueves 6am. Vestuario de hombres. Si no apareces, ya sé que sos un cagón como todos».
“El jueves me desperté a las 5:30 con una mezcla de calentura y pánico. Mi gimnasio es chico, de barrio, donde voy hace 10 años. Todos me conocen: el dueño, los profes, los que entrenan a esa hora. ¿Cómo mierda iba a hacer? Llego a las 6 en punto. Está el de siempre en recepción, saludo normal, paso. El vestuario de hombres está vacío. Me cambio tranquilo, guardo mis cosas. Cuando estoy por salir, entra ella.
Con calza y top deportivo, una colita alta, auriculares. Pasa al lado mío como si nada y va directo a las duchas del fondo. «¿Qué haces loca? Este es el vestuario de hombres», le digo en voz baja. «Me confundí», dice fuerte, «¿me podes indicar dónde está el de mujeres?». Pero mientras dice esto se está sacando el top. «Está del otro lado, salís y a la izquierda», le digo tratando de actuar normal, pero ya se está bajando la calza. Completamente desnuda me agarra de la remera y me mete a una ducha.
Abre el agua caliente y me dice: «Cogeme acá, ahora». «Estás loca, puede entrar cualquiera en cualquier momento». «Mejor, eso te va a hacer acabar más rápido, viejo cagón». Me saca el short de gimnasia de un tirón. Mi pija ya está dura. La levanto contra la pared de azulejos y se la meto de una. El agua caliente cae sobre nosotros mientras la embisto. Ella gime fuerte, demasiado fuerte. «Callate la boca que nos van a escuchar».
Me muerde el hombro y me clava las uñas en la espalda. Justo escuchamos que se abre la puerta del vestuario. Voces. Son dos tipos hablando de rutinas, de suplementos. Ella me mira con esos ojos de diabla y me susurra: «No pares». Sigo cogiéndola más despacio, tratando de no hacer ruido. Los tipos están a metros nuestros, se está cambiando. Uno dice «voy a mear». El baño está al lado de las duchas. Escuchamos sus pasos acercándose. Ella se muerde los labios, pero sigue moviéndose sobre mi pija. El tipo mea, tira la cadena, se lava las manos. Pasa justo por al lado de nuestra ducha. Por la rendija de abajo se ven nuestros cuatro pies. Pero el agua hace ruido y el tipo no registra nada, o no le importa. Cuando se van, ella se baja y me dice: «Ahora me vas a acabar en la boca, acá, y me voy a ir a entrenar con tu leche en la panza». Se arrodilla en el piso mojado de la ducha y me la chupa con una desesperación animal. Me agarro de los azulejos para no caerme.
Le acabo en la boca, ella se traga todo y se levanta. «Listo, ahora voy a entrenar un rato acá en tu gimnasio. Vos anda tranquilo a hacer tu rutina. Y no me mires mucho que se van a dar cuenta». Sale de la ducha, se seca con mi toalla, se viste. Antes de irse me da un beso con gusto a mi propia leche: «La próxima va a ser peor. Preparate».
Salgo cinco minutos después. Me tiemblan las piernas. Voy al sector de pesas y ahí está ella, en una máquina, entrenando como si nada. Algunos tipos ya la están mirando. El profesor se le acerca a ofrecerle ayuda. Ella me ve de reojo y sonríe. Hago mi rutina tratando de no mirarla, pero es imposible. En un momento viene y se pone en la cinta al lado mío. «Buen entrenamiento», me dice alto para que escuchen. «Gracias, igualmente», respondo formal. Y en voz baja agrega: «El sábado a la noche hay una fiesta en el Espacio Duam. Andá. Yo voy a estar con el petrolero, recién llega. Quiero que me cojas en el baño mientras él está tomando Fernet con los amigos».
Se baja de la cinta y se va. Me deja ahí, transpirado, con el corazón a mil, y con una decisión que tomar: si cruzaba la última línea o si esto ya era demasiado peligroso. El sábado a la noche llega más rápido de lo que esperaba.”
“El sábado dudo mucho si ir, pero a las 11:30 ya estaba estacionado cerca del Espacio DUAM. Música a full, gente entrando y saliendo, humo de cigarrillo mezclado con el frío de la noche neuquina. Entro, me meto entre la multitud. El lugar está explotado. Luces, música ochentosa. Busco con la mirada y la veo: está en una mesa grande con como diez personas. Cerveza, fernet, bandejitas de picada. Y al lado de ella, un tipo grandote, morocho, barba tupida, remera chiquita, tatuajes. El petrolero.
Ella me ve. No cambia la expresión. Sigue hablando con una amiga. Pero a los cinco minutos se levanta y va hacia los baños. Espero un minuto. Dos. Voy hacia allá. Está afuera del baño de mujeres, esperándome. «Vení», me dice, y me agarra de la mano. Me mete al baño de mujeres. Hay dos minas retocándose el maquillaje. Nos miran raro. «Es mi primo, me siento mal», dice ella actuando mareada. Las minas se van. Me lleva al último cubículo. Me besa con desesperación.
«Está ahí afuera el cornudo, esperándome. Y yo acá con tu pija en la boca». Se arrodilla y me la empieza a chupar. Hay ruido de gente entrando al baño, hablando, riéndose. Ella sigue. Alguien entra al cubículo de al lado. Escuchamos que mea, que se arregla, que habla por teléfono. Ella me mira desde abajo y se mete mi pija entera hasta la garganta. «Dale, cogeme rápido antes que se avive», me dice. La doy vuelta, le bajo el jean ajustado. Tanga negra de encaje. Se agarra de la pared y saca el culo.
Se la meto por la concha primero, rápido, fuerte. «Dale, metémela en el culo, quiero sentirte ahí». Le escupo en el culo, le meto dos dedos para aflojarla. Está caliente y apretada. Empiezo a metérsela despacio por el culo mientras ella se muerde el brazo para no gritar. «Así, así, dale viejo hijo de puta, rompeme toda». En eso suena su celular. Vemos la pantalla: «MARIDO». «Atendé», le digo. «Estás loco», dice ella. «Atendé», le ordeno.
Ella atiende: «¿Hola? Sí, ya voy, estoy en el baño, me sentí mal… sí, ya salgo». Mientras habla con él yo la sigo cogiendo por el culo, cada vez más fuerte, a propósito, para que se escuche el ruido. Ella trata de mantener la voz normal pero casi no puede. «Dale, ya voy… te amo». Corta. «Me dijo que me ama mientras tenía tu pija en el culo», me dice. «Y vos estabas a punto de acabarme adentro, viejo depravado». Estoy por explotar. «Dale, acábame toda, llename el culo que me voy a sentar en esa mesa con tu leche adentro».
Le acabo en el culo mientras la insulto al oído, le digo lo puta que es, lo mucho que le gusta el riesgo. Ella se corre también, tiembla contra mí. Nos limpiamos rápido. Ella se sube el jean, se acomoda el pelo, se retoca el labial. Sale del baño. Yo espero cinco minutos. Cuando salgo, la veo en la mesa con su marido. Él le pasa el brazo por los hombros. Ella se ríe de algo. Me mira de reojo un segundo, sonríe, y vuelve a su mundo. Salgo del DUAM con su olor todavía en mis manos y la certeza de que acabo de vivir algo que nunca más se va a repetir.”