Capítulo 4
- Historias picantes nº 1: «Rompiendo cadenas»
- Historias picantes nº 2: La hora de la merienda
- Historias picantes n°1.1 “Marimar”
- Historias picantes nº3: El harem familiar
CAPÍTULO 3.1
La casa era pequeña, un espacio modesto que Isabel había convertido en su refugio. Cada rincón tenía su toque: los cojines perfectamente alineados, la cálida luz de una lámpara en la esquina, y un ramo de flores frescas en la mesa del comedor. Pero desde que Gabriel, su hijo, había cumplido los 18 hacía más de un año, ese refugio comenzó a llenarse de algo distinto. Una energía que Isabel no sabía si describir como perturbadora o inevitablemente atractiva. A sus 48 años, Isabel se había divorciado hacia ya algunos años. Había sido duro recomponerse, pero había conseguido pasar página y llevar una vida tranquila y estructurada trabajando en su mercería. El día a día transcurría sin sobresaltos, hasta que Gabriel, a partir de sus 18 años, comenzó a poner patas arriba su mundo. Desde hacia tiempo, algo en él la inquietaba. Su sonrisa enigmática, la manera en que llenaba cada rincón del apartamento con su presencia. Y luego estaban esos momentos en los que Gabriel parecía buscar más que un simple amor de madre. Una tarde, Isabel llegó de la mercería agotada. Apenas había dejado el bolso sobre la mesa cuando sintió la presencia de su hijo a sus espaldas.
—¿Qué tal el día, mamá? —preguntó él con su tono despreocupado, pero con ese deje burlón que ella empezaba a reconocer.
—Bien, gracias. Algo largo —respondió sin girarse, sacando unas facturas del bolso y esforzándose por no mirarlo.
Gabriel no se movió. Permaneció detrás de ella, tan cerca que Isabel sintió el calor de su aliento en la nuca. Luego, un roce, leve pero intencionado, de su paquete contra su culo.
—Creo que trabajas demasiado —murmuró Gabriel, inclinándose lo suficiente como para que su aliento rozara el cuello de Isabel.
Ella se giró bruscamente, buscando imponer algo de distancia. Lo miró con firmeza, pero él solo sonrió, esa sonrisa juguetona que desarmaba cualquier intento de autoridad.
—Eso no es asunto tuyo, Gabriel.
—¿No? —replicó él, arqueando una ceja con picardía—. Solo digo que deberías relajarte más. Podrías disfrutar un poco más las cosas.
—No todos podemos permitirnos ser tan despreocupados como tú —respondió Isabel, intentando sonar fría.
Gabriel rio suavemente —Es una pena. Creo que te sentaría bien.
Esos momentos empezaron a repetirse con frecuencia. Mientras cenaban en la pequeña mesa de la cocina, Isabel notaba cómo Gabriel la observaba. Sus ojos recorrían su cuerpo con detenimiento, deteniéndose un segundo más de lo necesario en sus tetas antes de regresar a su plato.
Una noche, mientras ella doblaba ropa en el sofá, Gabriel se dejó caer a su lado. Sus piernas se rozaron, y él no hizo el menor esfuerzo por apartarse.
—¿Siempre eres tan seria, mamá? —preguntó con su sonrisa ladeada.
—Tengo que serlo. Alguien tiene que mantener el orden.
—El orden es aburrido. Deberías probar soltarte de vez en cuando.
Su tono y como la camiseta se ajustaba a los músculos del pecho de su hijo hicieron que Isabel sintiera cómo un calor subía desde su coño hasta sus mejillas. Intentó ignorarlo, pero Gabriel parecía disfrutar incomodándola. Esa noche, tumbada en su cama, Isabel no podía dejar de pensar en la actitud de su hijo. En su sonrisa, en la manera en que la miraba, en el frotamiento casual pero intencionado de su entrepierna por su culo cada vez que tenía ocasión. Por más que intentara negarlo, algo en ella comenzaba a entender las intenciones de su hijo.
Era sábado por la noche. Isabel había pasado el día limpiando el apartamento y preparando la cena, algo sencillo, como siempre. Gabriel llegó poco después de las nueve, se dejó caer en el sofá, encendiendo la televisión sin siquiera preguntar. Isabel lo observó de reojo mientras servía los platos.
—Ya está la cena —anunció con tono neutro, pero no pudo evitar notar cómo la polla de su hijo se podía notar ligeramente, y su camiseta subida marcando cada músculo y ese suave camino de bello que se perdía hacia su pubis.
Gabriel apagó la televisión y se acercó a la mesa. No se sentó de inmediato. En cambio, se quedó parado detrás de ella, observándola mientras disponía los cubiertos.
—Hueles bien, mamá — dijo de repente, inclinándose apenas lo suficiente para que su voz resonara cerca de su oído.
Ella se tensó.
—¿Qué dices? —preguntó, girándose para mirarlo con el ceño fruncido.
Gabriel no retrocedió. Al contrario, su rostro quedó peligrosamente cerca del de ella, y una sonrisa lenta, casi provocadora, se dibujó en sus labios.
—Eso, que hueles bien. Siempre hueles bien.
Isabel apartó la mirada, incómoda, y se movió hacia su silla.
—Siéntate a cenar, Gabriel.
Él obedeció, pero su sonrisa no desapareció. Durante toda la comida, Isabel sintió sus ojos sobre ella. No era una mirada cualquiera. Había algo en ella que parecía desvestirla capa por capa, desnudando más que su ropa, desnudando sus pensamientos, sus deseos. Después de la cena, Isabel recogía los platos cuando Gabriel volvió a acercarse. Esta vez, sin ninguna excusa.
—Déjame ayudarte —dijo, pero en lugar de recoger algo, simplemente se posicionó detrás de ella.
—No hace falta. Ve a descansar.
—¿Por qué siempre intentas mantenerme lejos? —preguntó, apoyando una mano en el borde de la encimera mientras la otra, con descaro, rozaba la curva de su cintura.
—No lo hago —respondió ella rápidamente, aunque su tono la traicionó.
—Claro que lo haces —replicó Gabriel, bajando la voz. Su mano se deslizó un poco más, apenas unos centímetros, pero suficiente para hacer que Isabel se congelara en al sentir las yemas de sus dedos en su culo.
— Hijo… basta.
—¿Basta? —murmuró él, inclinándose hasta que sus labios quedaron cerca de su cuello. Isabel podía sentir el calor de su aliento, cómo cada palabra parecía acariciarla directamente en la piel—. ¿O quieres que siga?
Isabel cerró los ojos un momento, intentando recuperar el control. Pero su cuerpo tenía otras ideas. A pesar de sus intentos de resistir, un escalofrío recorrió su columna, y cuando Gabriel rozó de una manera apenas perceptible en la base de su cuello, ella no pudo evitar un leve suspiro.
—No deberías jugar así conmigo —dijo finalmente, su voz era un susurro tembloroso de tensión.
—¿Quién está jugando? —replicó él, y con un movimiento suave, pero decidido, la giró para enfrentarla. Sus manos quedaron en su cintura, y sus ojos, llenos de algo oscuro y siniestro, se encontraron con los de ella—. No soy yo quien se queda quieta cada vez que me acerco.
Isabel lo miró con una mezcla de enojo y algo que no quería reconocer. Pero Gabriel no le dio tiempo para replicar. Antes de que pudiera hablar, él se puso más cerca, lo suficiente como para sentir su polla presionar su pubis, apenas un roce que la hizo estremecer.
Ella retrocedió un paso, pero él avanzó, acortando la distancia con una lentitud intencionada.
—¿Te asusta lo que sientes? —preguntó, y esta vez, sus movimientos eran claros. Gabriel restregaba su polla contra su coño.
— Hijo… esto no está bien —dijo, pero incluso mientras hablaba, sus manos temblaban, y no hizo nada por apartarse.
—¿Y por qué no? —preguntó él, inclinando la cabeza mientras sus dedos se deslizaban suavemente por la curva de su cintura hasta atrapar su culo —. Nadie tiene que saberlo.
Isabel quiso decir algo, detenerlo, pero en lugar de palabras, lo único que salió fue un leve gemido cuando Gabriel dejó un beso lento, deliberado, en su cuello. Sus piernas parecían traicionarla, y cuando él la sujetó con firmeza, sintió la erección de su hijo provocándole un calor que se extendía por todo su cuerpo. Por primera vez, Isabel no se apartó. No lo empujó. En cambio, cerró los ojos y dejó que sus manos se aferraran a los bordes de la encimera, como si necesitara un ancla para no perderse por completo en lo que estaba sucediendo.
—Esto es… una locura —dijo finalmente, pero sus palabras carecían de fuerza.
—Quizá sí —murmuró Gabriel, deslizando una mano por su espalda con una delicadeza que contrastaba con la intensidad de su mirada—. Pero dime, mamá, ¿realmente quieres que me detenga?
Ella no respondió. No podía. En el silencio que siguió, la tensión entre ellos se volvió palpable, como un hilo a punto de romperse. Y en ese momento, Isabel supo que, si seguía, cruzaría un límite del que ya no podía regresar. Así repentinamente, apartó a Gabriel y salió casi corriendo hacia su dormitorio. Gabriel aún tenía una traviesa, pero siniestra sonrisa cuando la puerta del dormitorio de su madre sonó con fuerza al cerrarse.
Los días siguientes fueron un juego del ratón y el gato. Isabel intentaba evitar a su hijo a toda costa, pero a veces como esa noche era inevitable estar junto a él. El salón estaba en penumbra, iluminada únicamente por la luz azulada del televisor. Isabel y Gabriel estaban sentados en el sofá, separados por un espacio que parecía insuficiente para contener la tensión que se había acumulado entre ellos en los últimos días. La película que emitían, un drama romántico, avanzaba con ciertas escenas subidas de tono. Isabel intentaba concentrarse en la trama, pero sus pensamientos se desviaban constantemente hacia su hijo. Podía sentirlo allí, su siempre lascivas intenciones tan palpable como el aire que respiraba. Él estaba relajado, con un brazo apoyado sobre el respaldo del sofá, mientras sus ojos seguían la pantalla con una tranquilidad que contrastaba con su nerviosismo. De repente, una escena apareció en pantalla: una mujer madura y un joven se dejaban llevar por una pasión ardiente, sus cuerpos entrelazados en un deseo irrefrenable. Isabel tragó saliva, sus ojos fijos en la escena mientras una oleada de calor subía desde su pecho hasta sus mejillas. No podía evitarlo. La imagen evocaba algo que había intentado negar desde hacía semanas: la posibilidad de que fuera ella la mujer en esa escena, y su hijo…
—¿Te incomoda? —preguntó él de pronto, rompiendo el silencio.
Isabel se sobresaltó y negó con la cabeza, pero su voz la traicionó cuando intentó responder.
—N-no… Estoy bien.
Gabriel la miró con una sonrisa apenas perceptible. Esa sonrisa que siempre parecía decir más de lo que dejaban sus palabras. Lentamente, se inclinó un poco hacia ella, lo suficiente para que Isabel sintiera su proximidad como un latido más fuerte en su pecho.
—Parece que te gustó la escena —comentó en un tono bajo, casi un susurro, mientras sus ojos viajaban desde los de Isabel hasta sus labios.
—No seas ridículo, Gabriel —dijo ella, intentando sonar firme. Pero su respiración, acelerada, la delataba.
Él no respondió. En cambio, su mano, con movimientos deliberados, se posó sobre el borde del camisón de su madre. Al principio, fue un simple roce, como tanteando su reacción. Isabel se quedó inmóvil, con los músculos tensos, incapaz de articular palabra.
—Relájate —murmuró Gabriel mientras sus dedos comenzaban a deslizarse suavemente por la abertura del camisón.
Isabel cerró los ojos, buscando las fuerzas para recuperar el control. Pero cuando sintió el calor de sus manos acariciando la curva de su pecho, el aire abandonó sus pulmones en un suspiro involuntario.
—Hijo… Esto no está bien… —susurró, pero sus palabras carecían de convicción.
—¿No? —replicó él, inclinándose para susurrar cerca de su oído—. No parece que quieras detenerme.
Mientras hablaba, sus manos exploraban sus tetas con una suavidad que contrastaba con la intensidad de la situación. Isabel intentaba encontrar las palabras para detenerlo, para decirle que se detuviera, pero lo único que consiguió fue un leve gemido cuando sus dedos comenzaron a deslizarse por su vientre, bajando cada vez más. Sin darse cuenta, sus piernas se separaron, un movimiento involuntario que dejaba claro que su cuerpo había tomado una decisión antes que su mente. Gabriel lo notó, y su sonrisa se ensanchó.
—Eres preciosa, mamá—susurró mientras su mano se adentraba entre sus piernas, acariciando su coño por encima de sus bragas, encontrándolo cálido y ligeramente húmedo. Sus dedos comenzaron a jugar, trazando círculos que arrancaron pequeños gemidos a su madre.
Isabel se mordió el labio, luchando contra el torrente de sensaciones que la invadían. Pero cuando Gabriel inclinó su rostro hacia el suyo, atrapando sus gemidos con un beso profundo, algo en ella se rompió. Dejó de resistirse. Sus manos, como si tuvieran voluntad propia, se movieron hacia él, aferrándose a su cintura antes de deslizarse hacia su polla. Cuando la agarro entre sus dedos, un jadeo de sorpresa escapó de sus labios. El tamaño, la firmeza… Todo en su hijo la perturbaba y la atraía al mismo tiempo. Sin poder resistirse más, Isabel se apartó ligeramente y se arrodilló frente a él. Sus manos temblaban mientras bajaba los pantalones de Gabriel, dejando al descubierto la dura polla que había sentido segundos antes. Sus ojos se encontraron con los de él por un breve instante, antes de que su boca se acercara, dispuesta a explorar y saborear cada centímetro de su falo. Gabriel dejó caer la cabeza hacia atrás, dejando escapar un leve gemido cuando los labios de su madre envolvieron la cabeza de su polla. Sus movimientos eran inseguros al principio, pero poco a poco, guiada por los suspiros y gemidos de Gabriel, encontró un ritmo que lo hacía temblar.
— Eso es… sigue así, mamá… — susurraba Gabriel, animando a su madre mientras le recogía el pelo.
Isabel sentía como la mano de su hijo la empujaba cada vez más abajo, sintiendo como el glande chocaba su garganta. Intentaba controlar las arcadas, pero no podía evitar babear toda la polla cuando él la forzaba a tragársela toda. En ese momento, el mundo exterior dejó de existir. Solo estaban ellos dos, enredados en una vorágine de incesto prohibido que Isabel había intentado evitar durante demasiado tiempo. Gabriel soltó el cabello de su madre, permitiéndole recobrar la respiración mientras una mezcla de saliva y de sus fluidos caían por su barbilla. Con una urgencia y ternura, tomó la mano de su madre y la guio hacia su dormitorio. Sus pasos eran lentos, cargados de una sensación de miedo y tensión sobre lo que le esperaba en aquella habitación. Ella, aun temblando, incapaz de resistirse a la impetuosidad de su joven hijo, lo siguió sin decir una palabra. El dormitorio estaba a oscuras, iluminado solo por la tenue luz arrojaba el pasillo. Gabriel cerró la puerta detrás de ellos, sellando el destino de madre e hijo. Isabel estaba de pie junto a la cama, sus manos apretadas en un gesto nervioso, mientras su respiración permanecía acelerada. Su camisón apenas cubría su cuerpo, y con cada latido de su corazón, sentía cómo el deseo crecía dentro de ella. Gabriel se acercó con pasos firmes pero silenciosos, y encendió la lámpara de la mesita de noche mientras miraba a su madre como un depredador que acecha a su presa. Sus ojos, llenos de una mezcla de pasión y lascivia, recorrían su cuerpo con una intensidad que la hizo estremecer.
—Mamá —susurró — Eres tan hermosa.
Isabel tragó saliva, incapaz de sostenerle la mirada por mucho tiempo.
—Gabriel, esto está bien… —murmuró, pero incluso mientras lo decía, no hizo ningún intento por alejarse.
—No pienses en lo que está bien o mal —respondió él, dando un paso más hacia ella, acortando la distancia entre sus cuerpos—. Solo siente.
Y con esas palabras, Gabriel levantó una mano, acariciando suavemente el rostro de Isabel antes de deslizarla hacia su cuello. Sus dedos eran cálidos, firmes pero delicados, y cada roce enviaba una corriente eléctrica en el coño a su madre. Con una lentitud que parecía diseñada para prolongar su desesperación, Gabriel comenzó a desabotonar el camisón. Cada botón que se deshacía era como una barrera que se rompía, dejando al descubierto no solo su piel, sino también sus fantasías y deseos más ocultos. Isabel no se movió, dejando que él tomara el control mientras su respiración se volvía más irregular con cada botón que dejaba al descubierto partes de su cuerpo desnudo. Cuando finalmente el camisón quedó abierto, Gabriel lo deslizó por sus hombros, permitiendo que cayera al suelo en un suave susurro de la tela. Isabel estaba ahora frente a él, vulnerable y expuesta, pero también más viva de lo que se había sentido en años.
—Eres perfecta —dijo Gabriel, sus ojos recorriendo cada rincón de su cuerpo con admiración.
Isabel sintió que sus mejillas se encendían, pero no era solo vergüenza lo que sentía. Había algo profundamente excitante en ser observada de esa manera por su hijo, en ser el objeto del deseo de un hombre tan joven y apasionado. Gabriel no perdió tiempo. Se inclinó hacia adelante, capturando los labios de Isabel en un beso que era a la vez tierno y posesivo. Sus bocas se encontraron con una intensidad que hizo que Isabel se aferrara a su cuello para no perder el equilibrio. Sus lenguas se entrelazaron, explorándose con una urgencia que dejaba claro cuánto habían anhelado ese momento, aunque Isabel no se hubiera percatado de ese sentimiento que había crecido en su inconsciente.
Las manos de Gabriel comenzaron a moverse, explorando el cuerpo de su madre con una mezcla de curiosidad y reverencia. Sus dedos se deslizaron por la curva de sus caderas, subieron por su cintura y se detuvieron en sus pechos, acariciándolos con una delicadeza que la hizo gemir. Isabel sintió que el suelo desaparecía bajo sus pies cuando Gabriel la empujó suavemente hacia la cama. Se dejó caer sobre las sábanas, observándolo mientras él se desvestía lentamente. Cada prenda que Gabriel retiraba revelaba un cuerpo joven y atlético, un cuerpo que parecía tallado a mano. Cuando estuvo completamente desnudo, Gabriel se acercó a ella, inclinándose para besarla de nuevo. Sus cuerpos se encontraron, piel contra piel, y Isabel sintió que una ola de calor la envolvía al sentir su polla rozar su coño. Gabriel era capaz todo lo que había imaginado, y más. Sus labios dejaron su boca y comenzaron a descender, trazando un camino de besos ardientes por su cuello, su clavícula, hasta llegar a sus tetas. Allí se detuvo, dedicándose a explorar sus pezones con su boca y sus manos las amasaban, arrancando gemidos que Isabel no pudo contener.
—Hijo… —murmuró ella, pero no pudo decir nada más. Sus pensamientos estaban difusos, con su cuerpo completamente entregado al placer que él le proporcionaba.
Gabriel continuó su descenso, sus labios dejando un rastro de besos que quemaban su piel. Cuando llegó a su vientre, Isabel sintió que su respiración se detenía. Él la miró a los ojos, una sonrisa pícara jugando en sus labios.
—Eres increíble, mamá —susurró, antes de continuar su camino hacia el coño de donde hacia algo más de 18 años había salido al mundo.
El primer contacto de sus labios con su mojado coño fue suficiente para hacer que Isabel arquease la espalda y un gemido escapara de su boca. Gabriel parecía experto, sus movimientos precisos y llenos de intención. Isabel se aferró a las sábanas, incapaz de contener las oleadas de placer que recorrían su cuerpo. Cuando sintió que estaba al borde, Gabriel se detuvo, levantando la cabeza para mirarla con una sonrisa traviesa.
—Aún no, mamá—dijo en un susurro.
—Por favor… —murmuró ella, su voz cargada de necesidad.
Gabriel subió nuevamente, posicionándose sobre ella. Sus ojos se encontraron, y en ese momento, Isabel supo que no había vuelta atrás.
—Te deseo, mamá—dijo él, su voz ronca de deseo—. Quiero que me sientas, que me tengas dentro de ti.
Isabel asintió, incapaz de hablar. Gabriel se acomodó entre sus piernas, guio la punta de su polla entre los labios de su coño y cuando finalmente sintió la barra de carne abrirse paso por sus paredes interiores, Isabel sintió que el dormitorio daba vueltas. Sus cuerpos se movieron juntos, al principio con lentitud, como aprendiendo el ritmo del otro, y luego Gabriel se incorporó, levantó sus piernas para comenzar a follarla con una intensidad que la dejó sin aliento. Cada embestida, cada vez que sentía la polla de su hijo totalmente dentro, los ojos de Isabel se ponían en blanco.
— Hijo… — susurraba Isabel.
— Dime, mamá… — respondía Gabriel, intentando controlar su respiración y no perder el ritmo.
— Hijo… hijo… me corro… me corro… — gemía Isabel una y otra vez.
— Eso es mamá… córrete… libérate… — la animaba el mientras cambiaba de rápidas metidas por enérgicas estocadas salpicándose con los fluidos de su madre.
Gabriel con su polla totalmente enterrada, le dio un respiro a su madre, sintiendo como palpitaba su coño.
— Por favor… Gabriel termina ya… por favor…— suplicó Isabel quitándose los pelos de la cara.
— Tranquila mamá… — dijo él sacando su polla — no seas impaciente — le decía dándole golpes con la punta en su encharcado coño — Date la vuelta.
Más que una petición, Isabel la sintió como una orden y con algo de miedo empezó a moverse. Sin embargo su hijo no le dio tiempo y tomándola con firmeza, la giró, inclinándola la coloco en cuatro.
— Así, levanta bien el culo — dijo él dándole una sonora cachetada que lo hizo temblar como gelatina — que pedazo de culo tienes mamá — dijo antes de separarle los cachetes y comerle el coño de nuevo.
Isabel se dejo caer al sentir su lengua y como la punta de su nariz rozaba su ojete. La idea de que su hijo quisiera meterla en su culo comenzó a atemorizarla. Felipe, el padre de Gabriel, había querido sexo anal en algunas ocasiones y ella siempre había aceptado, pero ni por asomo su polla era comparable a la de su hijo. Ni en tamaño, ni en dureza. No estaba preparada para eso ahora mismo. Para su alivio, Gabriel volvió a posicionarse en la entrada de su coño con su polla y con facilidad volvió a estar completamente dentro de ella. La suavidad quedó atrás, Gabriel volvió a follarla con fuerza. Abría su culo para ver cómo el coño de su madre se tragaba su tranca hasta la empuñadura. Isabel estaba fuera de sí, de nuevo al borde del orgasmo se incorporó para sincronizarse con las embestidas de su hijo.
— Dame Gabriel… fóllame… voy a correrme otra vez… — suplicó Isabel, sorprendiéndose a sí misma de decir esa frase a su propio hijo.
— Y yo mamá… y yo… — gritó él, aferrándose más fuerte a sus caderas para follarla con más fuerza.
— Hazlo… hazlo cariño… lléname… — decía Isabel entre gemidos, sabiendo que su orgasmo estaba a punto de explotar.
Bastó con el primer chorro de esperma de su hijo para que un temblor incontrolable se apoderara totalmente de su cuerpo. Su hijo metía su polla hasta el fondo, regando su interior con su espesa leche.
— Ah… Ah… — gemía Isabel cada vez que sentía una palpitación de su hijo.
Gabriel tras unos segundos disfrutando de los últimos escalofríos de su orgasmo se salió de su madre, provocándole un gemido, mezcla de alivio y satisfacción. Isabel, aun escurriendo el semen de su hijo, se quedó acostada sobre su pecho, su respiración aún acelerada. Él la abrazó con fuerza, acariciando su cabello mientras un silencio se asentaba entre ellos.
—Esto es solo el principio, mamá —dijo él finalmente.
Ella no respondió, pero en su interior sabía que Gabriel tenía razón. Esto cambiará sus vidas para siempre, y el semen que seguía fluyendo por su coño le recordaba que ya no había marcha atrás.
CAPÍTULO 3.2
Desde aquella primera noche que empezó en el sofá y había terminado en la cama, Isabel se había rendido completamente a las perversiones de su hijo. Gabriel se había convertido en su amante insaciable, y ella, en una madre más que complaciente incapaz de negarle nada. No había rincón de la casa que no hubiese sido testigo de sus folladas apasionadas, ni momento del día en que Isabel no sintiera la mirada devoradora de Gabriel, haciéndola estremecer con palpitaciones en su coño. Una tarde, mientras Gabriel estaba sentado en el coche, revisando algo en el reglaje de la pantalla, Isabel bajó a buscarlo. Llevaba un vestido ligero, sin nada debajo, como su hijo le había pedido que fuera por la casa, dejaba al descubierto sus piernas torneadas, ajustándose a sus tetas y sus pezones. Su cabello recogido en un moño despeinado hacía que pareciera inocente, aunque la chispa en su mirada traicionaba sus verdaderas intenciones.
—¿Qué haces aquí tan solo? —preguntó, apoyándose contra la puerta del coche y observándolo con una sonrisa juguetona.
Gabriel alzó la vista, dejando a un lado lo que estaba haciendo.
—Esperaba a que bajaras —respondió, recorriéndola con la mirada como si quisiera memorizar cada detalle.
Isabel rio suavemente, pero su sonrisa desapareció cuando Gabriel extendió una mano, tomando la suya y atrayéndola hacia él.
—Mamá —susurró, en un tono seductor—, ¿necesito que hagas algo por mí aquí mismo?
—¿Qué cosa? —preguntó ella, inclinándose hacia él, fingiendo inocencia.
Gabriel sonrió, deslizando su mano por el interior de su muslo hasta detenerse justo bajo el borde de sus bragas.
—Quiero me saques la leche con tu boca, aquí y ahora.
Isabel lo miró con una mezcla de sorpresa y picardía. Sus labios se curvaron en una sonrisa mientras se arrodillaba lentamente frente a él, colocándose entre el asiento y la puerta del auto.
—Eres un depravado —murmuró, comenzando a desabrochar su pantalón con movimientos lentos y deliberados — mira que pedirle eso a tu madre.
Cuando libero su polla, Gabriel dejó escapar un gemido ahogado al sentir la primera caricia de su madre. Isabel lo tomó con ambas manos, explorando cada centímetro con dedicación.
— Uff hijo mío… no dejo de asombrarme cada vez que la veo — es lo único que dijo Isabel antes de comenzar a recorrerla con sus labios y su lengua.
Solo hizo falta que su hijo la tomara por el moño para saber lo que quería. Isabel fue subiendo hasta el glande y abrió su boca todo lo que pudo, esperando que él la guiara.
— Eso es, mama. Traga mi polla… — decía entre gemidos Gabriel al sentir deslizarse por su garganta.
— Agg… agg… — era el único sonido que podía emitir Isabel.
— Vamos, mamá, haz que me corra — dijo soltando su cabeza y poniéndose de pie, aún agarrándola por el pelo, la arrastro hacia un lado.
— Aaaah — aspiro Isabel sintiéndose liberada mientras caminaba arrodillada.
Mientras Isabel se refregaba por la cara la polla de su hijo, lo que ninguno de los dos sabía era que no estaban solos. María, la hermana de Isabel, había llegado al garaje y se había detenido en seco al ver la escena. Oculta en las sombras, observaba con los ojos abiertos de par en par, pero en lugar de apartarse, se quedó allí, fascinada.
Los movimientos de Isabel, la forma en que miraba a su hijo mientras le comía la polla, hicieron que María sintiera un calor inesperado recorrer su cuerpo. Incapaz de resistirse, dejó que sus manos comenzaran a deslizarse por su vientre, buscando aliviar la excitación que crecía dentro de ella empezó a acariciarse el coño por encima de la ropa. Fue Isabel quien se percató María primero. Levantó la mirada y sus ojos se encontraron con los de su hermana. Por un momento, pensó en detenerse, pero al ver como María se acariciaba el coño ya con la falda subida, le dedicó una sonrisa traviesa y siguió con lo suyo, redoblando sus esfuerzos.
—Mamá —murmuró Gabriel, abriendo los ojos de par en par al escuchar un gemido tras él—. Creo que tenemos compañía.
María, lejos de esconderse, dio un paso adelante, aun acariciándose.
—No quería interrumpir… —dijo con un tono de voz cargado de deseo.
Isabel se levantó ligeramente, limpiándose la boca con la mano.
—¿Cuánto tiempo llevas ahí, María?
—El suficiente —respondió, mirando descaradamente la erecta polla de Gabriel—. Y debo decir que estoy impresionada.
Gabriel sonrió, acariciándose su miembro al darse cuenta de que María no estaba escandalizada.
—¿Y ahora qué hacemos con nuestra inesperada espectadora? —preguntó, mientras golpeaba la cara de su madre con polla.
María se mordió el labio, dudando por un instante. Isabel, con una sonrisa, se acercó y tomó su mano.
—¿Quieres unirte? —preguntó.
—No sé si debería… —susurró María, aunque sus ojos delataban su curiosidad.
Isabel tiró de su mano, haciéndola arrodillarse junto a ella.
—No te preocupes, hermanita. Esto no saldrá de aquí.
Gabriel observaba la escena con fascinación mientras Isabel comenzaba a dirigir la cabeza de su hermana hasta su polla.
—Empieza despacio —le indicó Isabel.
Gabriel cerró los ojos, dejando escapar un suspiro de placer mientras ambas mujeres lo atendían con dedicación.
—¿Así? —preguntó María, fingiendo inseguridad, siguiendo las indicaciones de Isabel.
—Exacto —respondió Isabel, animándola con una sonrisa. Luego, con un gesto pícaro, añadió— Pero puedes esforzarte un poco más. A él le gusta que seas un poco más atrevida. Gabriel abrió los ojos, encontrándose con la mirada de su madre mientras su mano se deslizaba por el cabello de María.
—Lo estás haciendo bien, tía —dijo con un tono grave—. Muy bien.
María se sonrió de forma traviesa ante las palabras de Gabriel, y dejando claro que no era ninguna mosquita muerta comenzó a tragarse cada vez más profundo la polla de su sobrino. Isabel, mientras tanto, aprovechó el momento para besar el cuello de Gabriel, dejando un rastro de besos hasta su oído.
—¿Te gusta cómo te come la polla tu tía? —le susurró.
—Me encanta —respondió Gabriel, su voz entrecortada.
Isabel se arrodilló junto a su hermana y comenzaron a trabajar en perfecta sincronía, sus bocas se turnaban para succionar la dura polla del muchacho. En un momento, sus labios se encontraron en un beso breve pero cargado de electricidad. María, sorprendida, sonrió tímidamente, pero Isabel la tranquilizó con una mirada cálida.
—Relájate, hermanita. Esto es solo el comienzo.
Oír eso de su madre y la combinación de ambas bocas era demasiado para Gabriel, quien se inclinó hacia adelante, aferrándose a sus hombros mientras su cuerpo se tensaba. Cuando finalmente alcanzó el clímax, ambas mujeres juntaron sus caras y recibieron su carga con una mezcla de sorpresa y deleite, pugnando por ser quien reciba la leche de Gabriel. Ambas reían compartiendo una mirada cómplice mientras se limpiaban mutuamente con su lengua. Después de vestirse y acomodarse, María los miró con curiosidad.
— Yo solo vine a buscar una herramienta, al ver que no había nadie vine a buscarla yo misma, pero no imaginé encontrarme con… semejante herramienta — dijo María riendo —¿Cuánto llevan haciendo esto?— preguntó.
—Un mes, más o menos —respondió Isabel con naturalidad.
—¿Y no pensaron en decírmelo? —bromeó María, todavía ruborizada.
Gabriel rio suavemente, acercándose a ambas.
—¿Te habrías unido si lo hubiéramos hecho?
María lo miró a los ojos antes de sonreír.
—Creo que la respuesta es obvia.
Isabel tomó la mano de su hermana, entrelazando sus dedos.
—¿Entonces, estás con nosotros?
María asintió sin dudar, dejando atrás cualquier rastro de vergüenza.
—Definitivamente.
Así, entre risas y miradas cómplices, sellaron un pacto que los uniría en una nueva etapa de su lascivia, llena de pasión y posibilidades. Aquella tarde en el garaje marcó un antes y un después, pero aún quedaban más sorpresas por descubrir.
CAPÍTULO 3.3
Gabriel estaba en casa, disfrutando del merecido descanso tras dos días de excesos. Había decidido ausentarse de las clases para dedicarse por completo a las atenciones de su madre y su tía, quienes lo mantenían en un estado de excitación constante. Estaba tumbado en el sofá, repasando mentalmente los momentos recientes, cuando el sonido del timbre lo sacó de su ensoñación. Con algo de pereza, se levantó y abrió la puerta. Allí estaba María, con una sonrisa que mezclaba descaro y dulzura.
—Tía —dijo Gabriel, arqueando una ceja—. ¿Qué te trae por aquí?
—Vine a hablar con tu madre —respondió ella con una naturalidad que no engañaba a Gabriel.
Él sonrió, apoyándose en el marco de la puerta. —Sabes perfectamente que mi madre está trabajando a esta hora.
—Lo sé —admitió María con un destello pícaro en los ojos, pero no dijo nada más.
Gabriel entendió al instante el verdadero motivo de su visita. Cerró la puerta detrás de ella y, sin mediar más palabras, la rodeó con sus brazos desde atrás, dejando que sus manos recorrieran con descaro su cintura y su abdomen.
—No creo que hayas venido solo para hablar con Isabel —murmuró al oído de María.
María dejó escapar un leve suspiro y se giró en sus brazos, sus manos bajando hasta el cinturón de Gabriel. Sin vacilar, desabrochó sus pantalones y se arrodilló frente a él.
—Sabes muy bien a lo que he venido —dijo ella con voz sugerente, antes de comenzar a demostrarlo.
Gabriel dejó escapar un gemido al sentir sus labios atrapar su polla, bajando con su lengua hasta sus huevos, moviéndose con maestría. Sus manos se hundieron en el cabello de su tía mientras ella chupaba con devoción, arrancándole suspiros de placer.
—Así… tía, sigue así —susurró Gabriel, cerrando los ojos para disfrutar de cada sensación.
Justo tenía sus huevos dando con la barbilla de su tía, provocándole arcadas, cuando el timbre volvió a sonar, interrumpiéndolos abruptamente. Gabriel frunció el ceño, molesto por la interrupción.
—¿Quién diablos será ahora? —dijo con un suspiro frustrado.
María se levantó lentamente, limpiándose la barbilla con una sonrisa divertida.
—Supongo que tendrás que abrir y averiguarlo —dijo mientras se acomodaba el cabello.
Gabriel se ajustó los pantalones rápidamente y caminó hacia la puerta. Al abrirla, su sorpresa fue evidente al encontrarse cara a cara con Laura, su prima.
—Laura… —dijo, tratando de disimular su desconcierto.
—Hola, primo. Perdona que venga sin avisar, pero hace días que no te veo en por la universidad y… bueno, estaba por el barrio y pensé en pasar a ver cómo estabas.
Gabriel trató de componerse y le dedicó una sonrisa forzada. —Ah, sí… Es que me he sentido algo cansado, pero estoy bien.
Antes de que Laura pudiera responder, María apareció detrás de él, apoyándose con naturalidad en el marco de la puerta
.
—¿Hija, que haces aquí? —preguntó María con tono curioso, mirando a Laura con una intensidad que descolocó a la joven.
—He venido a ver cómo estaba Gabriel, llevo unos días sin verlo por la universidad —respondió — ¿ Y tú? — preguntó Laura algo extrañada.
— Eh… pues estoy esperando a tu tía Isabel — dijo aclarándose la voz al no esperarse la pregunta — ¿ Te quedas y luego nos vamos juntas?
María sonrió, pero había algo en su expresión que resultaba tanto fascinante como perturbador. Sus ojos estudiaron a su hija, deteniéndose en su postura nerviosa y sus mejillas ligeramente sonrojadas.
— No puedo, mamá. He quedado con papá, ya sabes lo pesado que está con comprarme un coche. Solo vine a ver cómo estaba Gabriel — dijo Laura mirando a su primo.
—Es bueno saber que tienes una prima tan atenta, Gabriel —comentó María, sin dejar de mirar a su hija.
Laura balbuceó algo incomprensible mientras su mirada se deslizaba hacia su primo, rehuyendo de la mirada de su madre. Había algo en la forma en que María se dirigía a ella que la hacía sentir fuera de lugar, como si estuviera siendo evaluada.
—Bueno, hija, haces bien por preocuparte. Estoy seguro de que os veréis pronto en la universidad —dijo María, tratando de cortar la conversación.
Laura asintió rápidamente, claramente deseando escapar de la incómoda situación.
—Sí, claro… Solo quería saber si estabas bien. Hasta luego, primo. Hasta luego mamá —dijo antes de darse la vuelta y apresurarse a doblar la esquina.
Gabriel cerró la puerta con un suspiro, apoyándose en ella por un momento antes de volverse hacia María.
—¿Qué fue eso? Casi estabas echando a tu hija —preguntó él, alzando una ceja.
María sonrió con picardía, acercándose a él y colocando una mano en su pecho.
—Nada… Solo quiero retomar lo que estaba haciendo.
Gabriel rio suavemente antes de inclinarse hacia ella, atrapándola en un beso que rápidamente se volvió más intenso.
—No tienes remedio —murmuró contra sus labios, antes de llevarla al dormitorio para continuar lo que habían dejado pendiente.
Una vez dentro, Gabriel se tumbó en la cama, acomodándose con una confianza desenfadada. María no perdió tiempo; se subió sobre él, deslizándose por su cuerpo con movimientos felinos antes de colocarse entre sus piernas.
—¿Dónde estábamos? —preguntó ella con una sonrisa pícaramente maliciosa, mientras desabrochaba sus pantalones y retomaba la tarea que Laura había interrumpido.
Los labios y la lengua de María volvieron a su labor con una dedicación que dejó a Gabriel sin aliento. Él cerró los ojos y dejó escapar un gemido mientras sus manos se enredaban en el cabello de María, empujando ligeramente su cabeza.
—Más profundo… así, tía —murmuró él con una voz ronca, disfrutando de cada movimiento de su boca.
Las babas de María se deslizaban por los huevos de Gabriel, humedeciendo sus muslos y haciendo el momento aún más sucio. Gabriel disfrutaba del espectáculo, fascinado por la manera en que ella lo miraba mientras devoraba su polla casi por completo creyendo que se correría en cualquier momento. Sin embargo, María se detuvo de repente, levantando la mirada hacia él con una chispa de desafío en sus ojos.
—Hoy quiero probar algo diferente —dijo con una sonrisa provocativa, mientras se levantaba y comenzaba a desvestirse lentamente.
Gabriel la observó con interés, apoyándose en el cabecero de la cama mientras María se despojaba de su ropa prenda por prenda. Finalmente, completamente desnuda, se arrodilló en el suelo frente a la cama, apoyando sus brazos en el colchón y ofreciendo su culo.
—Quiero que me la metas por el culo, sobrino —dijo con voz suave, pero cargada de deseo. Luego, giró la cabeza hacia él y añadió—: Solo te pido que seas gentil.
Gabriel se levantó de la cama y se colocó detrás de ella. Sus manos recorrieron la espalda y las caderas de María, tomándose un momento para apreciar su culo.
—Confía en mí —susurró antes de abrir su culo y pasar su lengua por el ojete.
— Mmm… lubricalo bien, sobrino — gimió María.
Gabriel escupía en aquel estrecho agujero, metía ligeramente su lengua y lo abría con sus dedos.
— Así está bien… vamos méteme esa rica polla en mi culo — suplicó a su sobrino.
El joven se incorporó y sacudiéndose la polla la lubricaba con su propia saliva. Con una paciencia poco común para alguien de su edad, Gabriel comenzó a introducir lentamente la cabeza de su tranca en el culo de su tía. María apretó los puños y los dientes, dejando escapar un pequeño quejido al sentir como su sobrino se abría paso por su recto.
—Relájate… —murmuró Gabriel, moviéndose con delicadeza y pausas, dejando que su culo se acostumbrara a la anchura de su polla.
María respiraba profundamente, dejando que el dolor inicial se transformara en una ligera molestia y, finalmente, en oleadas de placer.
—Eso es… sigue así, Gabriel —jadeó ella mientras comenzaba a moverse, empujando contra él con más confianza.
Cuando su abdomen chocó con el culo de su tía, el joven incrementó gradualmente la intensidad de sus embestidas, provocando que María arqueara la espalda y murmurara entre dientes cada vez que notaba los huevos de su sobrino chocar contra su empapado coño.
—¡Más…! ¡No pares!… ¡Rómpeme el culo, sobrino! —gritó ella con los ojos cerrados y el rostro descompuesto.
En medio de esa follada intensa, la puerta de la casa se abrió. Isabel había regresado del trabajo y, al pasar por el pasillo, escuchó los gemidos provenientes del dormitorio. Intrigada y un tanto celosa, pues sabía perfectamente a qué se debian, se acercó y abrió la puerta apenas lo suficiente para observar la escena que se desarrollaba ante ella. El rostro de Isabel pasó de la sorpresa al deseo en cuestión de segundos al ver cómo Gabriel tenía ensartada a su hermana por el culo con una intensidad casi animal. La celosa punzada inicial se desvaneció, dejando lugar a un calor ardiente que se extendió por su cuerpo.
—¿No iban a esperarme? —dijo Isabel con tono juguetón, mientras se despojaba de su ropa y entraba en la habitación.
Gabriel y María se detuvieron al escucharla. Isabel, ya desnuda, se acercó y se arrodilló al lado de María, adoptando la misma posición.
— Creo que ahora es mi turno, hijo —dijo Isabel con una sonrisa de complicidad, mientras se arrodillaba en el suelo junto a María.
Gabriel iba a abalanzarse sobre su madre, cuando María lo detuvo.
— Espera déjame esto a mí — dijo ella volviéndose hacia su hermana.
Al igual que había hecho Gabriel con su culo, lo hizo María con el de su hermana. Escupía y hurgaba en él con su lengua. Gabriel no puso evitar fijarse en como había quedado de dilatado el año de su tía y ni corto ni perezoso se la volvió a envainar hasta los huevos.
— ¡Ahhh! ¡Diossss! Serás cabrón— gritó María al sentir que su culo no podía dar más de si.
— Calla y sigue comiéndole el culo a mi madre — dijo con autoridad girando la cabeza de su tía y dándole otra fuerte estocada.
María en un primer instante quiso revelarse, pero la forma en que su sobrino empezó a martillearle el culo de nuevo la obligó a resignarse, a rendirse a su sumisión y volver a comerle el ojete a su hermana.
— Así me gusta, obediente — dijo Gabriel con satisfacción.
Isabel por su parte disfrutaba de cada lengüetazo de su hermana en su estrecho culo, pero necesitaba ya la polla de su hijo en su interior — Oye creo que ya me toca a mí — dijo mirando a su hijo por encima del hombro. Gabriel no perdió tiempo. Apartó a María y se colocó detrás de su madre. Le ofreció su polla a su tía, quien sin dudarlo ni un segundo empezó a mamarla.
— Así, muy bien. Babéala bien, tía — le decía a María mientras metía dos dedos en el culo de Isabel.
— Vamos, no me hagas esperar más, hijo…— suplicó Isabel.
Con movimientos suaves fue empujando la cabeza de su polla por el culo de su madre y con un movimiento preciso se adentró en ella completamente. Isabel dejó escapar un gemido prolongado, su experiencia se hizo evidente en la manera en que recibió a Gabriel con más facilidad comparado con su hermana. Gabriel se movía lentamente, ayudado por María que le abría los cachetes. Su polla recorría el recto de su madre una y otra vez, golpeando cada vez con más fuerza su culo.
—Sabía que lo harías bien, como todo —dijo Isabel entre jadeos, mientras empujaba hacia atrás para encontrarse con el vientre de su hijo.
Mientras tanto, María, que había soltado el culo de su hermana, se arrodilló junto a Isabel y comenzó a besarla, sus lenguas jugaban en una danza apasionada. Las dos mujeres compartían la polla de Gabriel, quien alternaba entre ambos culos, llevándolas al límite del placer.
—Gabriel… no pares… más fuerte —pidió Isabel mientras enterraba las uñas en las sábanas.
—No sabes cuánto me gusta esto —decía María, entre gemidos, mientras su sobrino metía y sacaba su polla observando cómo le dejaba de dilatado el culo.
El ritmo se intensificó, ambas mujeres temblaban bajo las embestidas de Gabriel y los gemidos de los tres llenando la habitación. Finalmente, Gabriel dejó escapar un gemido profundo, anunciando que no podía contenerse más.
—Hazlo dentro… lléname en el culo—le susurró Isabel, mirándolo sobre su hombro.
Con un último empujón, Gabriel alcanzó el orgasmo, derramándose dentro de Isabel mientras ella también llegaba al suyo, estremeciéndose al sentir la calidez de su semen. María, extasiada, no desperdicio la oportunidad de mamar la polla de su sobrino en cuanto la saco del culo de Isabel, en busca de su ración de leche. Isabel mientras recuperaba el aliento expulsaba la corrida de su hijo sintiendo como le escurría hasta el coño. Los tres se dejaron caer exhaustos en el suelo, riendo suavemente mientras sus cuerpos se enfriaban y sus respiraciones se normalizaban.
—Creo que esto se está convirtiendo en una costumbre peligrosa —bromeó Isabel, mirando a María y luego a Gabriel.
—Peligrosa, pero demasiado placentera como para detenernos —respondió María, guiñándole un ojo.
Gabriel solo sonrió, satisfecho, mientras los tres se quedaban en un cómodo silencio, habiendo compartido un momento que sabía que ninguno olvidaría.
CAPÍTULO 3.4
El sol de la mañana iluminaba suavemente la habitación, filtrándose a través de las cortinas y iluminando los cuerpos desnudos María e Isabel con un resplandor casi dorada. Ambas retozaban sobre la cama, riendo entre susurros, envueltas en una atmósfera de intimidad absoluta. María se había quedado a dormir la noche anterior dándole una excusa barata a su marido, quien jamás podría sospechar lo que ocurría entre esas paredes, y Gabriel había salido temprano hacia la universidad, y ellas se habían quedado solas, con el día entero para disfrutar sin interrupciones. María, acostada de lado, miraba a su hermana con una sonrisa traviesa mientras acariciaba el borde de su camisón.
—¿Sabes? El otro día, cuando fui a ver a Gabriel, vino mi hija poco antes que nos sorprendieras en la cama —María bajó la voz, dándole un toque conspirador a su relato.
Isabel arqueó una ceja, interesada, mientras sus dedos jugueteaban por las de María.
—¿Y qué pasó? —preguntó con curiosidad, acercándose un poco más, dejando que su pierna rozara la de María.
María sonrió. —Nada… bueno, casi nada. Llegó diciendo que quería saber por qué Gabriel había faltado a clase. Pero, Isabel, no pude evitar notarlo… en su mirada, en cómo lo veía. Mi hija desea a Gabriel. Se le notaba en cada gesto.
Isabel ladeó la cabeza, pensativa, mientras su mano subía lentamente por el brazo de María, dejando un rastro de calor.
—¿Y qué estás pensando? —preguntó Isabel, aunque ya intuía la respuesta.
—Estaba pensando que podríamos darle una pequeña sorpresa a Gabriel. Seducir a Laura, mostrarle lo que se está perdiendo… y, si todo va bien, invitarla a unirse a nuestro pequeño juego.
Isabel sonrió, fascinada tanto por la audacia de la idea como por el tono sensual en la voz de María. Mientras María hablaba, Isabel dejó caer la tiranta del camisón de su hombro, dejando sus pechos desnudos.
—¿Siempre tienes estas ideas tan perversas? —preguntó Isabel en tono de broma, mientras se inclinaba para besarla.
María rio entre dientes, pero el sonido fue acallado rápidamente por los labios de Isabel, que buscaban los suyos con hambre. Sus lenguas se encontraron en un beso profundo, cargado de deseo. Isabel se colocó sobre María, sujetándola suavemente por las muñecas mientras el beso se intensificaba. Isabel comenzó a bajar lentamente, dejando un rastro de besos por el cuello de María. Sus labios se detuvieron en los pechos de María, donde su lengua jugó con sus pezones, recorriéndolos con movimientos circulares antes de succionarlos con delicadeza.
—Siempre sabes cómo volverme loca… —jadeó María, arqueando la espalda mientras los labios de Isabel descendían aún más.
Isabel levantó el camisón de María, revelando su cuerpo completamente desnudo. Con una sonrisa pícara, metió la cabeza entre las piernas de su hermana, comenzando a explorarla con su lengua. María dejó escapar un gemido mientras sentía cómo Isabel jugaba en su coño, alternando entre movimientos suaves y precisos.
—Mmm… quiero verte —dijo María, levantando ligeramente el camisón para observar la cara de su hermana mientras trabajaba con su lengua. La visión solo aumentó su placer, y comenzó a mover las caderas en un ritmo que Isabel siguió perfectamente.
La habitación se llenó de gemidos y susurros. María no pudo contenerse mucho más y, con un grito ahogado, alcanzó el orgasmo, dejando su cuerpo temblando bajo la experta atención de Isabel.
—Tu turno —murmuró María, incorporándose con una sonrisa de satisfacción.
Isabel obedeció sin dudar, colocándose arrodillada en la cama. María se situó detrás de ella, recorriendo con las manos el culo de Isabel antes de inclinarse para besarlo suavemente. Sus labios y lengua comenzaron a recorrer su raja subiendo hasta el agujero de su culo, arrancándole gemidos que crecían en intensidad. María alternaba entre el uso de sus dedos y su boca, de un agujero a otro adentrándose en Isabel con fluidos movimientos que la hacían estremecer.
—Más… no te detengas… —pidió Isabel entre jadeos, aferrándose a las sábanas mientras su cuerpo se movía en respuesta a las lamidas de María.
Cuando Isabel alcanzó su orgasmo, ambas mujeres se dejaron caer sobre la cama, exhaustas pero insaciables. Sus miradas se cruzaron, y sin necesidad de palabras, se entendieron.
María extendió una pierna, entrelazándola con la de Isabel hasta que sus coños se rozaron. Ambas comenzaron a moverse rítmicamente, buscando frotar sus húmedas rajas. Sus gemidos se mezclaron, creciendo en intensidad mientras sus cuerpos se sincronizaban perfectamente. La fricción entre sus cuerpos las volvía locas, y cuando finalmente se corrieron juntas, ambas se derrumbaron sobre la cama, con sus cuerpos cubiertos de una fina capa de sudor.
—Definitivamente, tenemos que invitar a Laura —murmuró María con una risa suave, acariciando el rostro de Isabel.
Isabel sonrió, asintiendo mientras recuperaba el aliento.
—Por ahora, prefiero disfrutar de ti sola un poco más.
Ambas rieron suavemente, relajándose en la calidez de sus suaves besos, sabiendo que aún quedaban más aventuras por venir.
María había trazado un plan meticuloso, confiando en su habilidad para atraer a su hija hacia el círculo que ella e Isabel habían construido con Gabriel. Esa mañana, después de asegurarse de que Gabriel estaba distraído con sus compañeros tras salir de la universidad, María esperó pacientemente en su coche, observando a Laura caminar por la acera. Aprovechó el momento perfecto para acercarse, frenando junto a la joven con una sonrisa cálida y fingiendo sorpresa al verla.
—¡Laura! ¿Te llevo a casa? —preguntó María con un tono amable y despreocupado.
Laura, sin sospechar nada, aceptó agradecida. Se montó en el coche, aliviada de no tener que caminar hasta el metro. Durante el trayecto, María comenzó a dirigir la conversación hacia Gabriel, tejiendo su tela con maestría.
—¿Sabes? Gabriel habla mucho de ti… —dijo María de repente, observando por el rabillo del ojo cómo Laura se ruborizaba ligeramente.
—¿De mí? —preguntó Laura, sorprendida y algo nerviosa.
—Claro, me contó que eres muy atenta con el. Aunque, si me permites, creo que le gustas más de lo que parece.
Laura bajó la mirada, avergonzada pero también intrigada. María detectó la chispa que necesitaba y fue más directa.
—¿Tú lo deseas? —preguntó María sin rodeos, su voz impregnada de una mezcla de curiosidad y seducción.
Laura dudó un momento antes de asentir tímidamente. — ¡Mamá! — dijo sorprendida por la pregunta de su madre— Bueno, a ver, el primo es guapo, pero es eso, mi primo.
María sonrió ampliamente. — Tengo una idea. ¿Qué te parece si te vienes a comer a casa de Isabel? He quedado con ella para comer.
Laura vaciló unos segundos, pero la posibilidad de pasar un rato con Gabriel era demasiado tentadora. Finalmente aceptó. María condujo hacia el apartamento, segura de que el plan avanzaba perfectamente. Aparcó en el garaje y, tras subir juntas en el ascensor, Isabel las recibió en la puerta con una actuación impecable.
—¡Sobrina! Qué sorpresa verte aquí. —Isabel fingió una expresión de asombro, aunque sus ojos brillaban con picardía.
—Laura se queda a comer. Espero que no sea un problema, Isabel —dijo María, devolviéndole la mirada con complicidad.
—Por supuesto que no. Siempre hay suficiente para una más. —Isabel sonrió lascivamente a su hermana y las invitó a pasar.
Mientras conversaban en el sofá, María le hizo una señal a Isabel. Captando al instante la intención, Isabel adoptó un tono espontáneo.
—Ah, por cierto, compré unos conjuntos de ropa interior ayer. Quiero que me den su opinión, chicas.
María y Laura esperaron mientras Isabel desaparecía en el dormitorio y volvía con una bolsa en la mano.
—Mira este, me encanta —dijo Isabel sacando un conjunto de encaje turquesa.
—Debe quedarte genial —comentó María, animándola con entusiasmo.
—Ya verás —respondió Isabel, comenzando a desnudarse sin pudor alguno.
Laura se movió incómoda en el sofá, aunque no podía evitar fijar la mirada en Isabel. El conjunto le quedaba perfecto, resaltando cada curva con elegancia.
—¿Y este? Creo que sería ideal para ti, Laura. —María sacó un conjunto rojo de la bolsa y se lo mostró.
—No sé, mamá… no estoy segura… —balbuceó Laura, claramente extrañada del comportamiento de su madre y su tía.
—Vamos, Laura, no seas tímida. Además, a los chicos le gustan las mujeres atrevidas —insistió María, su tono persuasivo y juguetón.
Tras unos segundos de duda, Laura accedió. Lentamente, comenzó a desnudarse mientras las dos mujeres maduras la observaban. Al quitarse la blusa y el sujetador, dejó al descubierto sus firmes y jóvenes tetas.
—Eres preciosa —murmuró Isabel, acercándose para ayudarla a ponerse el conjunto rojo. Las manos de Isabel y María recorrían su piel mientras la vestían, cada contacto despertaba en Laura una sensación desconocida pero embriagadora.
—¿Qué tal me queda? —preguntó Laura, un tanto insegura.
—Perfecto. Te ves irresistible —dijo María, admirándola con una sonrisa. Luego, sacó otro conjunto, esta vez negro.
—Ahora me toca a mí. —María se desnudó con naturalidad, entregándole el conjunto a Laura.
—¿Me ayudas? —pidió, colocando el conjunto en las manos temblorosas de su hija.
Laura asintió, acercándose para ayudarla a ponerse la delicada prenda. Sus dedos rozaron la piel de María, provocándole un escalofrío. La proximidad, el contacto y la atmósfera cargada de una extraña excitación hacían que Laura sintiera cómo su corazón latía con fuerza. Justo en ese momento, la puerta del apartamento se abrió. Gabriel entró, dejando su mochila en el suelo, deteniéndose en seco al ver la escena. Laura, con el conjunto rojo aún puesto, quedó petrificada, sus ojos fijos en los de Gabriel.
—Tranquila, hija —murmuró María, tomando su mano con delicadeza. Luego, se giró hacia Gabriel con una sonrisa traviesa.
Gabriel, sorprendido pero visiblemente complacido, se apoyó en el respaldo del sofá mientras dejaba caer la mochila al suelo.
—¿Qué están haciendo? —preguntó con una sonrisa ladeada, observando el inusual espectáculo.
Isabel, con sus pasos gráciles y sus tetas resaltadas por el encaje turquesa, se acercó a él, dejando que la luz acariciara su piel.
—Estamos en una pequeña sesión de moda —respondió con tono juguetón—. Justo necesitamos un jurado. Ven, siéntate.
Gabriel no dudó. Se acomodó en el sofá, sus ojos recorriendo a las tres mujeres que esperaban frente a él. Laura, visiblemente nerviosa, mantenía la mirada baja, sus mejillas sonrojadas delatando su incomodidad.
—Entonces, dime, ¿cuál de las tres está mejor? —preguntó María, cruzando los brazos bajo sus tetas, haciendo que sus pezones sobresalieran del conjunto negro que llevaba. Gabriel se levantó, inspeccionándolas detenidamente. Su mirada evaluadora paseó por cada curva, cada detalle, cada hebra de encaje que apenas ocultaba lo esencial. Se detuvo frente a Laura, que parecía querer desaparecer en ese momento. Con suavidad, tomó su barbilla y levantó su rostro hasta que sus miradas se encontraron.
—Te ves muy bien, prima —murmuró, lo suficiente cerca para que su aliento en el oído le erizara la piel.
El temblor en su cuerpo fue evidente, y Gabriel no pudo evitar disfrutar de su reacción. Pero al volverse hacia Isabel y María, levantó las manos y declaró:
—No sabría decidirme. Las tres se ven increíbles.
Acompañó sus palabras acariciando el costado de María y dejando que sus dedos se deslizasen fugazmente por los senos de Isabel.
—Pues habrá que desempatar —intervino Isabel, con una sonrisa traviesa, metiendo la mano en la bolsa para sacar un último conjunto.
Era el más atrevido de todos, con aberturas estratégicas que dejaban poco a la imaginación.
—A la que mejor le quede este, gana —anunció, mostrando la pieza.
—Seré la primera —dijo María sin dudar, despojándose del conjunto negro ante los ojos de todos, como si la desnudez fuera lo más natural.
Laura, boquiabierta, observó cómo su madre se colocaba el conjunto, moviéndose con confianza frente a su sobrino, mostrando cada ángulo de su cuerpo desnudo sin tapujos.
—Impresionante —murmuró Gabriel, pero Isabel no tardó en intervenir.
—¡Basta ya! Ahora es mi turno —exclamó con impaciencia, quitándole el conjunto a María y desnudándose con rapidez.
Laura no podía creer lo que estaba viendo. Todo era tan surrealista, y sin embargo, no podía apartar la mirada. La tensión en la habitación era casi palpable mientras Isabel se ajustaba el conjunto y comenzaba a contonearse frente a su hijo pellizcándose sus erectos pezones. María no tardó en detenerla. —Ya es suficiente, Isabel. Ahora le toca a mi hija.
—¿Qué? Yo… yo no creo que… —titubeó Laura, dando un paso hacia atrás.
Pero su madre y su tía no le dieron opción. Entre risas y miradas cargadas de intención, comenzaron a desvestirla suavemente, quitándole el conjunto rojo que llevaba puesto.
—Tranquila, sobrina —susurró Isabel, con voz seductora—. Solo es un juego.
Laura, todavía temblando, tomó el conjunto final con manos inseguras. Se giró de espaldas a ellos, intentando cubrirse lo mejor posible mientras se lo ponía, aunque las aberturas del conjunto dejaban al descubierto sus pezones y pubis que estaba adornado por un fina mata de pelo,. Al darse la vuelta, los encontró a los tres mirándola fijamente. María, sin perder el ritmo, deslizó las manos hacia el pantalón de Gabriel, desabrochándolo con destreza y liberando su polla. Laura se quedó congelada al ver a su madre agarrando la enorme polla de su primo.
—Creo que ya tenemos vencedora —comentó Isabel, acercándose a Laura.
—Sí, definitivamente —asintió María, sacando un largo lazo de la bolsa.
Con movimientos suaves, envolvió el lazo alrededor del cuello de Laura, ajustándolo con delicadeza.
—Ahora, Laura, arrodíllate.
La joven, atrapada en una mezcla de sueño surrealista y excitación que no podía explicar, obedeció sin decir una palabra. María e Isabel tomaron el lazo juntas, guiándola hacia Gabriel como si ofrecieran un regalo preciado. El joven lo tomó, tirando lentamente, obligándola a gatear hasta él. Cuando llegó frente a él, la sombra de su imponente polla se proyectó sobre el rostro de Laura, que no podía apartar la mirada de lo que tenía ante ella.
—Ahora, Laura —dijo Gabriel con voz grave, una sonrisa en sus labios—. Muéstrame cuánto deseas formar parte de esto.
Laura permanecía de rodillas frente a Gabriel, con las mejillas encendidas y los labios entreabiertos, mientras su primo la observaba con una lascivia que la hacía temblar. Isabel y María, acariciándose desnudas, la miraban desde detrás con sonrisas cómplices. Gabriel acarició el rostro de Laura con sus dedos, obligándola a mirarlo. —Así me gusta, Laura. Sumisa, dispuesta… y mía —susurró, agarrándose la polla para que casi rozara sus labios.
Laura intentó apartar la mirada, pero Gabriel no lo permitió. Su voz grave la envolvió como un hechizo. —No te escondas. Quiero ver cada parte de ti.
—Hazle caso, preciosa —intervino María desde atrás, deslizando una mano por el cabello de Laura—. Aquí, todo lo que hacemos es para él. Y para nosotras, claro.
Laura tragó saliva, pero no se resistió. Sus manos temblorosas se apoyaron en los muslos de Gabriel mientras comenzaba a demostrar su disposición, llevada por el deseo y el ambiente de la habitación abrió la boca para hacerse con el glande.
—Así, pequeña, sin miedo —murmuró Gabriel, apoyando una mano firme en la nuca de Laura—. Déjame sentir cuánto me deseas.
Isabel y María se miraron y empezaron a besarse apasionadamente, sus cuerpos se rozaban en un baile de caricias. Las manos de Isabel se deslizaron por las tetas de María, pellizcando sus pezones suavemente, mientras los jadeos de ambas llenaban la habitación.
—¿Te gusta tu sorpresa, hijo? —preguntó Isabel entre susurros, apartándose apenas lo suficiente para que él pudiera contestar.
—Me encanta —respondió, sin apartar la vista de Laura, que se esforzaba cada vez más para chupar todo su falo.
Cuando Gabriel finalmente detuvo a Laura, la levantó del suelo y la besó profundamente, marcando su dominio. —Eres increíble, prima—le dijo, su aliento cálido contra sus labios—. Pero aún tienes mucho que aprender.
—Y estamos aquí para enseñarte todo —añadió María, sentándola de la mano en el sofá. —Relájate, cariño. Ahora nos toca a nosotras.
Laura apenas tuvo tiempo de reaccionar cuando Isabel la tumbó suavemente, inclinándose sobre ella para besar su cuello. María no perdió tiempo y comenzó a acariciar el coño de su joven hija, subiendo lentamente hasta sus tetas, haciéndola estremecer.
—¿Te gusta, Laura? —preguntó Isabel, su voz ronca y cargada de deseo.
—Sí… —murmuró Laura, arqueando la espalda mientras las caricias de ambas mujeres la llevaban al límite.
Gabriel se acercó, observando cómo María e Isabel exploraban cada rincón del cuerpo de Laura. La joven jadeaba, su mente nublada por el placer, mientras María se deslizaba entre sus piernas, alternando entre lengüetazos y suaves mordiscos en su mojado coño, que arrancaban gemidos de sus labios.
—Eres deliciosa —susurró María, levantando la mirada hacia Gabriel. —Creo que tenemos un diamante en bruto aquí.
—Déjame a mí ahora —dijo Isabel, apartando a María con una sonrisa. Sus labios encontraron con labios del coño de Laura mientras sus dedos se colaron en su interior.
Gabriel no pudo resistirse más. Se colocó detrás de Isabel, sujetándola por las caderas. —¿Te importa si me uno?
—Por favor, hazlo —respondió Isabel, mordiéndose el labio mientras sentía cómo su hijo comenzaba a follarla.
Laura observaba la escena con fascinación, su cuerpo temblando por la comida de coño que le estaba dando su tía que estaba siendo follada por su propio hijo. Su madre se acercó a ella, susurrándole al oído: —¿Quieres que te folle a ti así, hija? — le preguntó.
— Ssiii… — gritó Laura mientras su tía le hacía correr por primera vez.
María le dio espacio, permitiendo que Gabriel tomara a Laura por sus piernas. —Es toda tuya ahora —le dijo con una sonrisa traviesa—. Enséñale lo que significa estar aquí — dijo cogiendo la polla de su sobrino y llevándola hasta la entrada del coño de su hija.
Gabriel empezó a empujar hacia adentro, pese a las quejas de su prima que apenas podía contener semejante polla. María se separó para inclinarse hacia Laura, susurrándole al oído: —Relájate, cariño. Déjalo fluir. Quiero ver cómo te hace gritar.
—Más profundo, primo —pidió Laura, tomando a su primo por la cintura haciendo que el resto de su polla entrara completamente —. ¡Ooohh Dios! Como me llenas.
Gabriel empezó a follarla con intensidad, hipnotizado por el movimiento de las tetas de Laura. Las de su madre y su tía se movían como flanes, pero las de su prima mantenían su forma como una gelatina y eso lo animaba a clavársela con furia. abel se sentó sobre el pecho de Laura ofreciéndole su coño y la joven no dudó en empezar a lamérselo —Eso es, pequeña —murmuró— Haz que me corra.
María por su parte acariciaba el pecho de su sobrino, disfrutando de la escena — Mmm — gimió al sentir los dedos de Gabriel mojándose en su coño e introduciéndose en su ano.
— Uf María, deberías probar como come el coño tu hija — dijo Isabel levantándose dándose palmadas en su raja, disfrutando de los últimos espasmos de su orgasmo.
—¿Qué opinas, María? —preguntó Gabriel mientras besaba el cuello de su tía. —¿Crees que la aguantará por el culo?
— Pues no sé, no sé — dijo María mirando a su hija que los miraba atónita, impactada por sus intenciones —¿Qué opinas, hija?
— No se… eso debe doler ¿no, mamá?— preguntó entre jadeos.
— Tú Haz lo que él te diga, hija. Aquí no hay lugar para dudas, solo para el placer.
Gabriel se incorporó y de un tirón levantó a su prima — Será mejor que estés segura, luego no tendré compasión — dijo arrodillándola en el suelo — Mamá, haces los honores — le pidió a su madre mientras abría las nalgas de su prima, ofreciéndole su estrecho agujero.
— Será un placer — dijo ella con una sonrisa lasciva, agachándose frente al culo de su sobrina, dispuesta a lubricarlo y prepararlo para que su hijo lo perforara.
María no perdió la ocasión y se sentó en el sofá poniendo la cabeza de su hija entre sus piernas — A ver si es verdad lo que dice tu tía — le dijo a su hija agarrándola de la nuca y llevándola hasta su coño. Gabriel se acercó a María con su polla en la mano, sosteniéndola como si fuera una ofrenda. Los ojos de ella se abrieron como platos al verla, de cerca, parecía aún más grande. «Va a reventarle el culo a mí hija», pensó para sí misma, reprimiendo una sonrisa.
—¿Qué tal? —preguntó Gabriel, alzando una ceja con picardía.
— Ufff estoy a punto de correrme —respondió María, casi sin despegar los ojos del mástil de su sobrino.
Laura, que seguía enfrascada en el coño de su madre, lanzó una mirada curiosa a la polla de su primo e intentó levantarse, pero esta levantó la mano, deteniéndola como si estuviera marcando un límite.
—Tú sigue comiéndome el coño, Laurita —le dijo con una sonrisa traviesa.
María tomó la polla de Gabriel y recorrió su tronco con la lengua, trazando líneas como si lo estuviera estudiando antes de meterlo en su boca. El aroma de sus huevos era tentador ¿Por dónde empezar? Su mente dudaba. Gabriel, atento como siempre, le resolvió el dilema.
—Aquí, empieza con esto —dijo, levantando su rabo ofreciéndole sus bolas.
María dejó escapar una pequeña risa y abrió los labios. Uno de sus huevos desapareció en un instante, y ella suspiró.
— Deliciosos… —murmuró, mirando a Gabriel con un brillo en los ojos.
María sonrió mientras subía por el tronco con movimientos lentos hasta llegar a la cima y empezar a tragarse la polla de su sobrino con ansia. Mientras tanto, Laura lamia el encharcado coño de su madre, sintiendo los dedos de su tía abriendo su ojete, con la mirada fija en el vaivén de los huevos de su primo.
— Tranquila, Laura, ahora estoy contigo. Pero no seas impaciente. Primero, tienes que hacer que se corra tu madre — le dijo Gabriel.
—¿Y yo qué? —protestó Isabel sacando la cara del culo de su sobrina.
— ¡Sii!… ¡Siiiii!… ¡me corrooo! — interrumpió María con su cadera convulsionando, refregando todos sus fluidos por la cara de su hija.
Laura suspiró y tomó una ansiada bocanada de aire. Gabriel le dio una palmada ligera en el hombro y se colocó detrás de ella, con una sonrisa que hizo estremecer a su prima.
—Tranquilízate, Laura —dijo María, poniéndole una mano en el hombro a su hija —. Gabriel es un experto en estas cosas. Ya verás como te gusta.
Gabriel, siempre con esa calma, se inclinó frente a la ojete de su prima, analizando la situación como si fuera un desafío personal. Apartó las nalgas y se detuvo a observar la pequeña abertura.
—Esto es bastante estrecho… No sé si podré —murmuró, metiendo con cuidado los dedos.
—¡Cuidado! No me vayas a lastimar —exclamó Laura, dando un pequeño brinco.
—Tranquila, Laura —interrumpió María con una sonrisa—. A mí me pasó igual. Antes de que te des cuenta, el mal trago habrá pasado y el placer se dará paso.
Gabriel no perdió el tiempo. Con movimientos decididos pero suaves, colocó el glande sobre el ano de Laura. Justo cuando estaba a punto de empujar, Isabel lo detuvo.
—Espera un momento. Déjame a mí primero —dijo Isabel, agarrándole la polla, rociándola con un escupitajo con precisión la punta y esparciéndola con sus labios—. Así entra mejor, créeme.
Gabriel sonrió con complicidad, retomó su tarea y fue presionando lentamente en el estrecho agujero. Cada movimiento suyo parecía calculado, medido al detalle. Laura, sin embargo, temblaba con los nervios a flor de piel, mordiéndose los nudillos.
—¡Ay! ¿Y si me duele? —volvió a decir, casi temblando.
—Laura, relájate, por favor —dijo Isabel, riéndose suavemente—. Dale una oportunidad.
Tras un leve quejido, la punta de la entro completamente
—¡Ya entró, ya entró! —exclamaron María e Isabel al unísono, emocionadas.
Laura cerró los ojos y respiró profundamente, tratando de calmarse. Centímetro a centímetro, Gabriel fue avanzando, su concentración era palpable en el su cara. Sin embargo, cuando iba por la mitad, los chillidos de Laura lo obligaron a detenerse.
—No va más —murmuró Gabriel, intentando contener sus ganas de seguir.
—¡Para, por favor! Me duele demasiado —pidió Laura, llevándose las manos a la cara.
Gabriel, siempre delicado, retiró su polla con el mismo cuidado con el que la había introducido. María, sin dudarlo, intervino.
— Vamos probar otra vez —dijo, tomando polla y aplicando una generosa capa de sus babas —. Ahora sí, inténtalo de nuevo — dijo tras escupir en el ojete de Laura.
Gabriel retomó la taren, repitiendo el proceso con la misma precisión. Esta vez, consiguió meterla por completo. Laura contuvo la respiración al notar los huevos de su primo rozar su coño.
—Ahora sí… Ahora sí entró completamente —murmuró la joven con un hilo de voz.
Gabriel se tomó un par de segundos antes de sacarla un poco para volver a empujar pero Laura le detuvo colocando su mano sobre la de él.
—Con cuidado, por favor. Hazlo con cuidado.
—Déjamelo a mí —respondió Gabriel con una sonrisa lasciva, apartando su mano con suavidad.
Con movimientos lentos y seguros, fue ampliando sus movimientos mientras María e Isabel observaban expectantes. El estrecho agujero cediendo y entonces la sacó completamente haciendo que Laura soltara un largo suspiro de alivio.
—¿Ves? No tenías de qué preocuparte —dijo María, sonriendo—. Gabriel es delicado cuando hace falta.
Gabriel no se quedó conforme y volvió a escupir varias veces en su culo. Abrió y cerró su ojete repetidamente, asegurándose de que el la saliva escurriera hacia dentro
—Ahora verás como lo gozas, prima —dijo, volviendo a meterse dentro. Tras unas embestidas suaves, lo introdujo con energía, embistiéndola con firmeza mientras le abría todo lo que podía los cachetes del culo —Mira ahora. Esto ya está como me gusta.
Laura cerró los ojos, todavía debatiéndose entre el dolor y el placer mientras sentía entrar y salir aquella barra de carne por su recto. Isabel y María, que observaban la escena, intercambiaron una mirada cómplice antes de empezar a besarse de nuevo. Las manos de Isabel se deslizaron por el cuerpo de María hasta llegar a su coño, y los gemidos de ambas se mezclaron con los jadeos de Laura y el susurro constante de Gabriel diciéndole obscenidades.
—¡Me corro!…¡Me estoy corriendoooo, Diooos! —gritó al fin, con una sonrisa genuina.
Gabriel hundió todo lo que pido si polla antes de sacarla rápidamente y sin darle tiempo a que el ano de su prima se cerrase lo estiró con sus dos manos.
— Joder prima, cómo te he dejado el culo de abierto. Qué barbaridad — dijo Gabriel, gratamente sorprendido.
María, sin perder la oportunidad, se arrodilló junto a su hija con aire travieso.
— Ahora a mí, sobrino. Fóllame el culo a mí — suplicó
—¡Oye, nada de eso! —protestó Isabel arrodillándose al otro lado de su sobrina —. Ahora me toca a mí.
Gabriel rio, acariciándose la polla, poniéndola a punto para entrar en el siguiente agujero.
—Tranquilas, hay polla para todas. Os voy a follar el culo a las tres, pero primo va mi tía.
— ¡Oye! que yo soy tu madre — protestó de nuevo Isabel.
— Tranquila, mamá. No es por preferencia. Es que quiero que Laura vea como su madre se deja follar el culo por su sobrino.
Isabel con gesto torcido miró a su hermana, a lo que ella con un sonrisa traviesa simplemente apoyo su cara en el asiento del sofá y se abrió el culo con ambas manos.
— Vamos, escúpele a tu madre en el culo— dijo Gabriel agarrando a su prima del pelo — Así, eso es. Ahora chúpaselo — le iba indicando a la obediente Laura— ¿Lista, tía?
— Ujum — dijo María abriéndose más los cachetes del culo.
Laura se quedó boquiabierta, viendo cómo la polla de su primo desapareció al instante. De una estocada se la clavo hasta los huevos haciendo que María apretará los dientes. Lo que continuó, fue una serie de envites, duros, con furia. De repente la follaba a toda velocidad, que se la metía con fuerza manteniéndola dentro unos segundos.
— ¿Qué te parece, primita? — preguntó Gabriel, sacando la polla y mostrándole lo dilatado que le había dejado el culo a su madre.
— Increíble…— balbuceó Laura aún atónita de cómo su madre había soportado semejante bestialidad.
— Ahora a te toca a ti, mamá. No creas que me he olvidado — dijo el joven acercándose a Isabel.
— Espera — dijo Laura, antes de dirigirse al culo de su tía y lubricarlo con su lengua como había hecho con su madre, la cual la miró orgullosa.
— Ya está bien — dijo Gabriel apartándola — Y ponte en cuatro otra vez, no creas que he terminado contigo.
Laura obedeció mientras veía como de nuevo la polla de su primo desaparecía. Impresionada como la cogía por el pelo y se follaba a su madre sin compasión, adentrándose en lo más profundo de culo. Las tres mujeres reclamaban su atención, y Gabriel, con su energía y habilidad, demostraba ser un maestro en el arte del anal… y en mantenerlas a las tres satisfechas. Iba alternando de una a otra, teniéndose que contener con la novata de su prima.
—¿Te gusta esto, hija? —le susurró María al oído mientras ella arqueaba la espalda de placer.
—Sí, mamá… Más de lo que imaginé —jadeó ella, clavando sus uñas en el sofá.
Gabriel estaba llegando a su límite, no podía aguantar la corrida por mucho más y las fuerzas ya le flaqueaban. Así que se salió del culo de Laura y la obligó a arrodillarse. Isabel y María intercambiaron miradas emocionadas y se arrodillaron junto a la joven a esperar el torrente de leche. Pero Gabriel las apartó con una mano, sin dejar de masturbarse.
—Hoy es el día de Laura. Está corrida es solo para ella. Después podéis lamer su cara.
María frunció los labios con un leve puchero y, junto a Isabel, retrocedió con resignación. Sabían que tenía razón. Era un momento especial, y Laura se lo había ganado. Laura se quedó quieta, mirándolo con una mezcla de miedo y curiosidad. Gabriel se acercó un poco más —Abre la boca — dijo con voz baja pero firme.
Ella lo hizo con suavidad, dejando que una sonrisa apenas perceptible se dibujara en su rostro. Gabriel se tiró de la piel de su polla todo lo que pudo y dejó que los primeros chorros del espeso líquido entraran en su boca, el resto lo fue esparciendo por su cara.
—No lo tragues —le indicó con un tono que era más una petición que una orden—. Debes compartir.
Laura cerró los ojos, dejando que la sensación del sabor la envolviera. El sabor no era de su agrado, algo amargo, pero la sensación de la tibia leche en su boca y su cara le resultaron irresistibles. Un hilo de escapó por la comisura de sus labios, y Gabriel, lo subió con la punta de su polla de nuevo a su boca.
—Eso es… Perfecto —susurró, casi para sí mismo, mientras se retiraba con una sonrisa admirando su obra.
María e Isabel aprovecharon el momento para abalanzarse sobre la cara de Laura, riendo entre ellas.
—¡A nosotras nos encanta este néctar! —dijo María, lamiendo la cara de su hija.
—Pues claro, sabe a gloria —respondió Isabel antes de darle un largo beso con lengua saboreando el semen que aún permanecía ahi.
Las tres mujeres compartieron la corrida, sus risas llenaban el salón mientras lanzaban miradas cómplices a Gabriel, que aún sostenía la polla en la mano. Él las observaba con una mezcla de orgullo y satisfacción.
— Bueno ¿Qué opinas, Gabriel? —preguntó María mientras lamía aún los restos de semen de la cara de su hija. —¿Crees que pasó la prueba?
—Ya lo creo, la ha pasado con creces —respondió él, tomando a su prima de la barbilla, obligándola a mirarle a los ojos —. Pero siempre hay margen para mejorar.
Laura, con el cuerpo temblando y la mente nublada, soltó una sonrisa nerviosa. Empezó a ser consciente de la inverosímil de los sucedido, de cómo de ir andando a su casa después de la universidad a dejar que su primo la follara, entregándole su virginidad anal. Ya nada más y nada menos que junto a su propia madre y su tía.
—Creo que oficialmente has sido aceptada, Laura —dijo Isabel con una sonrisa, acariciando el cabello de la joven.
— Y vaya si se lo ha ganado —añadió María, besándola en la mejilla antes de girarse hacia Gabriel—. Creo que nuestro familiar harem está completo ahora, ¿verdad?
Gabriel sonrió, rodeando con sus brazos a las tres mujeres. —Definitivamente lo está.
Y así, el pequeño grupo selló su conexión de deseo, lascivia y lujuria, cerrando un capítulo que había comenzado con un simple juego con su madre y culminado en un desenfreno incestuoso. Gabriel había encontrado su paraíso, tres mujeres, y en su propia casa, un lugar donde podían ser libres y follar como animales.
FIN
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