Capítulo 1

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  • El hilo dental

EL HILO, GATACOLORADA Y CHARLINES

GATACOLORADA Y CHARLINES

El hilo dental

Pedazo de zorra ha dejado esta bombacha en la lavadora para que sepa que es una puta – murmuró con el hilo dental en la mano.

Y lo miró, apenas unas tiras y una mini tela negra transparente que le tapará el coño. Me la imagino delante de él. Morena, las tetas tiesas con los pezones duros, y las tiras que rodean la cintura estrecha dejando las caderas y los muslos y las patas de yegua libres, el chochito tapado por esa telita fina que deja entrever la rajita. Porque tiene la concha depilada. Me he dado cuenta cuando la espío en la pileta. Con esos bikinis de una solo color, negro, rojo o blanco. Está buena y lo sabe. Pedazo de zorra.

Vive en el piso de arriba. Tienen dinero, mi departamento tiene dormitorio con baño incorporado, cocina y un salón comedor con una terraza maravillosa que permite ver el río de la Plata. Ella y el cabrón de su marido con sus dos hijos, disfruta de dos departamentos unidos. Pero sé que duerme y folla encima mía, a veces los oigo cuando se vuelven locos de vicio, porque chilla cuando coge y está sola con el cerdo de su hombre.

Alquilé la vivienda justo antes del COVID y me vino bien. Trabajar en casa con buenas vistas, jardín, piscina se convirtió en un pulmón de calidad. Y la vi cuando salía a correr, con el barbijo, los ojazos negros, el cuerpito enfundado en las mallas negras que le modelaban el culo con esas nalgas que le bailan al andar y esas tetas, muchas veces no lleva sujetador, para que se le muevan para que se vea que pedazo de puta es.

Y como me sonríe cuando nos encontramos en el ascensor, como invitándome a follarla, juguetona y amable. Rezuma sexo por cada poro de piel. Creo que sabe que la escucho cuando suelta esos AAAAHHHHH y esos AAA SII, o sus DAME, DAME, porque la oigo, y me la meneo mientras la coge bien cogida el cabrón de su marido.

Desde el balcón la he fotografiado en la piscina, y cuando me pajeo la miró casi desnuda, una puta casada burguesa viciosa que sabe que paga lo que tiene follando con ese cuerpo de zorra que tiene.

Desnudo con un vídeo que la saqué mientras corría, como una yegua que busca un semental que la cubra, agarró mi polla. Tiro para dejar el cipote libre, y lo tapo con la tira que ha tocado su chocho. Me la meneo, no tengo prisa, recuerdo las veces que hemos estado juntos, como se mueve, como respira, como huele a sexo. Sigo…sigo…sigo… La imagino comiéndome la pija, arrodillada, con toda dentro, y mirándome sumisa con esos ojos negros. Paso fotos, las tetas apenas cubiertas por el top, el culo, con esas nalgas que han tenido entre ellas esta tela.

Vuelvo a mirar cómo se mueve y no puedo más, suelto mi leche en su hilo dental.

No sé dónde he perdido el hilo dental negro, o me lo dejé en Mar del Plata cuando fuimos mi marido y yo a reservar la casa y la carpa o sin darme cuenta no la saqué del canasto de la ropa sucia y cuando Marina lo llevó al cuarto de lavado de la casa, lo olvidó o en la lavadora o en la secadora.

Si es así seguro que la dan buen uso, es un hilo dental de zorrita, me encanta usarlo. Tendré que comprar otro de ese color, da morbo el negro y hace juego con las medias. Si se lo ha quedado una vecina dará una alegría a su pareja, y si es un hombre seguro que lo imagina puesto en una mujer que le pone.

GATACOLORADA Y CHARLINES

ME ENCONTRÉ EL HILO DENTAL

Aquel día al ir a hacer mi colada, me la encontré, ahí, en ese cesto estaba. Una tanguita de encaje negra, que apenas podría tapar una minúscula parte del sexo de su poseedora.

Pedazo de zorra ha dejado esta tanga en la lavadora para que sepa que es una puta, murmuré con el hilo dental en la mano. Esta zorrita tiene ganas de sexo y yo se lo voy a dar. Solo puede ser de mi vecina esa que me cruzo en el ascensor y me pone esa cara de zorra que parece que me pide me la follé ahí mismo.

Recogí la tanga como quien recoge un guante para un futuro duelo, la guardé en mi bolsillo y puse mi colada a lavar. Al llegar a mi apartamento miré por la ventana y ahí estaba ella en su ventana. Ese día yo vestía una camiseta y unos pantaloncitos de tenis muy ajustados, no me había puesto ropa interior. La miré y saludé con la cabeza, ella levantó la mano.

Ya estaba, ya tenía su atención. Saqué lentamente la tanguita de mi bolsillo y se la enseñé. La estiré para que la viera bien, mientras pasaba la lengua por mis labios Ella se señaló diciendo que era suya. Yo le llamé puta y ella se echó las manos a la cabeza. Bajé mi pantalón y saqué mi polla ya erecta, se la enseñé, mi polla gorda y poderosa. Subí la tanga a mi nariz y la olí, la olí como si fuera el mejor de los perfumes. Ella abrió su boca en señal de sorpresa y sonrió ladinamente. Mientras, mi otra mano seguía su lento devaneo sobre mi polla. Bajé la tanga hasta mi polla, rodeé está con la tanga y mirándola fijamente empecé a subir y bajar la piel que cubre mi polla, con la tanga rodeándola. Ella se tapó la boca con una mano, pero no apartó la mirada. A través del cristal, yo le decía.

  • Mira puta, mira tú tanga, mira cómo me doy gusto con ella, mira cómo me pone de cachondo.

Ella me miraba con lujuria, con fuego en los ojos y no pudo más y llevó sus manos, primero una a sus pezones, los que apretó, haciendo muecas de gusto con su boca y la otra a su sexo. Me miró y yo podía ver como su mano subía y bajaba, enseñándome como entraba y salía de su sexo. Se veía como su mano iba más rápido que la mía. Para que me viese mejor, me acerqué al gran ventanal de la terraza, desde ahí le ofrecía mi gruesa polla descaradamente a su vista, en una vista inmejorable.

Mi mano seguía incansable y la suya también, la vi retorcerse, como se doblaba con la boca abierta, como cerraba sus piernas y decía cabrón, cabrón.

Eso me calentó, y aceleré mi ritmo, mi orgasmo bañó esa escasa tela. La levanté y se la enseñé, se relamió y se mordió el labio. Lentamente extendí por la escasa tela mi semen hasta cubrirla entera. Ella apretaba sus pezones y miraba con lujuria cada pequeño movimiento de mis dedos sobre la tela. Cuando la tuve entera cubierta, se la enseñé y le dije.

  • Si la quieres, ven a por ella.

Ella miró sorprendida y sin darle tiempo a reaccionar me separé de la ventana. Dejé la tanga sobre el aparador de la entrada, aun eran las diez y media de la mañana. A los pocos minutos, sonó el timbre, la putita venía por su ración de verga, pero tendría que ganársela.

Fui a la puerta y abrí con gran parsimonia.

  • Hola vecina, ¿Qué te trae por aquí?
  • Serás cabrón, bien que lo sabes, vengo por mi tanga.
  • ¿Solo eso? No quieres nada más

Me miró con una lascivia que jamás había visto en unos ojos.

  • Si la quieres, tendrás que desnudarte y ponértela, luego te la podrás llevar, siempre que esté entre tus piernas.
  • ¿No serás tan cabrón?, ¿verdad?

La miré fijamente sin decir nada, mi rictus era más bien duro, ella entendió.

  • Eres un cerdo, un cabrón

Se despojó de la camiseta que llevaba. Ante mí aparecieron esas bonitas y redondas tetas y lo que más me gustaba, esos pezones como tetina de biberón que llamaban a mi boca a cubrirlos para absorberlos y lamerlos. Me miró y los acarició, como ofreciéndomelos. Se despojó también de su corto pantalón y ante mi apareció su sexo totalmente depilado, ese sexo lampiño que pronto me comería sin dejar nada para la merienda. Me miró con asombro, con lujuria, yo diría hasta con obscenidad. Sin quitar los ojos de mí, recogió su tanga, aun algo húmeda de mi esperma y lentamente se la puso. Me miró y la ajustó a los labios de su sexo, que se la comieron sin remisión. Yo estaba ya completamente excitado y tenía prisa por tener esos pezones en mi boca.

  • Ven aquí putita, ven aquí.

Se acercó a mí y al llegar a un par de pasos, acerqué mis manos y apreté esos largos pezones, los acaricié suave y los volví a apretar. Tiré de ellos hacia mi apretándolos y cuando la tuve a tiro, bajé mi boca para lamerlos. Los chupé tirando de ellos con mis dientes.

  • Para. Me haces daño.
  • Nadie te mandó hablar, a la próxima te daré diez azotes.
  • ¿pero, tú estás loco?
  • Ya está, ya te los ganaste.

Le apoyé contra la pared mientras apretaba sus pezones que cada vez eran más grandes y estaban más duros. Mi polla se puso bien dura, al notarlos crecer. Con las palmas de mis manos acaricié esa delicia que sobresalía de sus pechos.

Bajé mi mano para acariciar tu sexo y ahí me entretuve deteniendo el tiempo. Te acariciaba sintiendo el roce de tus labios y la tela de la tanga que cada vez estaba más húmeda. Tu llevaste tu mano a mi polla, pero te la sujeté sobre la cabeza. Te di la vuelta, poniéndote de cara a la pared. Sujeté la tanga por tus caderas y te la quité, guardándola en mi bolso. Sujeté tus manos con fuerza sobre tu cabeza y te azoté la nalga derecha, con fuerza.

El azote te sorprendió y gritaste.

Te volví a azotar la misma nalga y volviste a gritar, al siguiente azote gritaste más fuerte. Llevé la mano a mi bolsillo, saqué la tanga y la metí en tu boca. Al principio sorprendida, dejaste de forcejear, después giraste la cabeza, a la vez que un nuevo azote estallaba esta vez en tu nalga izquierda. Volví a azotarte y ahora tu grito fue sordo, la tanga lo amortiguó.

Mi mano recorrió tu espalda, tu culo, abrí tus piernas con mi pierna y pude apreciar la humedad de tu coño, rezumaba líquidos.

Los azotes y sobre todo el meterte el tanga en la boca, te habían puesto muy berraca. Ahora estabas dispuesta a todo y lo que es mejor, lo querías todo.

Acaricié un largo tiempo los labios de tu coño, despacio sin prisa. Gemías y ronroneabas al ritmo de mi mano. Cada vez destilabas más líquido y retorcías tu cuerpo buscando la penetración, pero esta no llegaba, te desesperabas. Balbuceabas con la tanga en la boca, pero no podía entender tus balbuceos

Mi mano recorrió tu espalda, en un lento zigzagueo y de repente volvió a estamparse en tu culo. Una, dos, tres, cuatro, cinco veces seguidas. Tus piernas se doblaron y tuve que sujetar con fuerza tus manos. Sin apenas haberte tocado ya habías tenido tu primer orgasmo. Esto me enervó, hizo que mi polla empezara a dolerme. La apoyé contra tu culo para dejarte sentir como me habías puesto.

Te apoyé con fuerza contra la pared y ahí te penetré con toda la fuerza de mi cuerpo. Gritaste, un grito ahogado por la tanga, pero que revelaba la fuerza de mi penetración. Te di duro, muy duro, hasta que tus piernas flaquearon y saliéndote de mí, quedaste tumbada en el suelo del pasillo. Te saqué la tanga de la boca.

  • Cabrón, casi me matas, hijo de puta, que polla tan dura, que gorda, me has llenado entera. Ahora tendrás que follarme con cariño, ya me has dado lo mío.

Recogiéndola en brazos, la llevé a la cama, la postré en ella y me tumbé a su espalda. Mi polla cayó entre las nalgas de la vecina y empecé a balancearme.

  • Para cabrón, para, déjame respirar.

Le hice caso omiso y seguí, cada vez el líquido entre sus piernas, me lo ponía más fácil, mi polla resbalaba como si estuviera dentro de su coñito. Ella empezó a balancearse también. Ocurrió lo que tenía que ocurrir, levanté más sus piernas, para dejar camino libre a mi polla y esta entró como un cuchillo hasta tocar con mi pelvis su culo.

Te apreté los pezones y empecé a moverme lento, muy despacio. Tenías los pezones duros y cada vez que te apretaba, estirabas tu cuerpo y gemías.

Notaba como mi polla rozaba con las paredes de tu coño y como eso cada vez me excitaba más. Tuve la voluntad de aguantar ese ritmo varios minutos, mientras tu no parabas de gemir, de ronronear en mi oreja. De pronto, te estiraste, llevaste mi mano a tu cuello y la otra a un pezón, te volviste y mirándome fijamente con los ojos casi en blanco, gritaste.

  • Fóllame fuerte, rómpeme, destrózame.

Yo te di, te di con todas mis fuerzas, no duré más de un par de minutos. Te clavé la polla en lo más hondo, justo cuando un grito al unísono salió de nuestras gargantas.

  • Hijo de puta, mañana me dejaré otra tanga en la cesta.