Educando a Rita
Educando a Rita (las tres partes que anteceden a este relato también están en la categoría lésbicos: «Mi primer trío«, «Silvia» y «Raquel«).
Escuché una voz nerviosa al otro lado de la línea:
-¿Nina?
-Sí.
-Hola, soy Rita, Silvia me dio tu número…
Rita era una chica un año menor que Silvia, sus padres eran alemanes y llevaban cinco años viviendo en el país gracias al cargo diplomático de la madre.
Rita hablaba español perfectamente y había sido educada con una libertad mucho más saludable en comparación con lo que suele ocurrir en los países latinos.
Silvia me había hablado de ella en varias ocasiones; Rita le gustaba mucho y estaba segura de que también era lesbiana, pero le daba un poco de miedo acercarse a ella.
En algún momento le sugerí que nos presentara para «allanarle el camino».
La verdad es que mi mayor deseo era iniciar a otra chica joven y me atraía bastante la idea de que fuera extranjera.
Cuando por fin escuché su acento por teléfono me sentí húmeda de inmediato, ella vivía en mis fantasías aunque todavía no nos conociéramos.
La invité a la casa y me sorprendió su confianza y su seguridad. Intuí que su sagacidad la había llevado a suponer por qué Silvia quería que nos encontráramos.
Le sugerí que viniera un viernes por la tarde y, si todo iba bien, se quedara conmigo hasta el domingo por la mañana.
Se rió un poco y accedió. Ella misma propuso decirle a sus padres que pasaría el fin de semana con Silvia y con otras amigas para que no hubiera problemas. Me encantó que fuera independiente y se encargara de arreglar toda la situación.
Por supuesto que aquel viernes estuve emocionada desde temprano, hasta que Rita tocó el timbre y me regaló la mejor primera impresión posible: con el uniforme del colegio, falda tableada, blusa blanca con corpiño (sus pechos eran pequeños) y calcetas blancas.
Llevaba el cabello corto, teñido con mechones rubios y castaños («manchado») y era muy bonita. No era bella ni atractiva, era bonita. Quizá su rasgo más notable era una nariz pequeña y respingada, en perfecta armonía con los labios delgados y los enormes ojos azules. Su piel parecía bronceada, aunque después descubrí que ése era su tono natural, precioso.
¾ ¡Hola, Rita! Pues Silvia no mintió, estás muy linda ¾ la saludé con una sonrisa de aprobación.
¾ Gracias, Nina, hola… pues, aquí estoy.
¾ Pasa, deja tus cosas donde quieras, no hay problema. ¿Quieres comer algo?
¾ Ahora no, pero sí te acepto un café, ¿se puede?
¾ Claro que sí, aquí se puede casi cualquier cosa.
Nos sentamos a conversar un rato y disfruté mucho la naturalidad de sus movimientos, aunque revelaba cierta intimidación ante una mujer que le sacaba diez años también dejaba ver una seguridad de la que Silvia carecía y que la hacía parecer mayor.
Me contó de Alemania, de otros viajes y de sus padres, de lo difícil que era crecer en un país tan conservador como le parecía el mío… hasta que saqué a colación el tema de los novios.
¾ Y, ¿tendrás novio, no?
¾ Pues ahora no, tuve uno, pero me aburrió, era muy tosco. ¾ Soltó una carcajada pícara.
¾ Cuéntame…
¾ Mira, yo lo que quería era dejar de ser virgen, así que empecé a salir con él porque sabía que le gustaba mucho y que en cuanto se lo sugiriera acabaríamos en la cama. Es guapo, pero muy torpe. Total, nos acostamos y no me gustó mucho… seguimos cogiendo varios meses, esperé que mejorara, pero nunca logré sentirme bien con él y terminamos.
¾ Uy, Rita, ¿eso ha sido todo?
¾ Pues sí y no. Antes de conocerlo, hace un par de años, estuve con una amiga de la escuela… bueno, me invitó a dormir a su casa y durante la noche nos besamos, nos tocamos y eso sí que me gustó. De hecho cuando me acostaba con mi novio esperaba sentirme así, pero nunca pasó. Tampoco creo que me gusten sólo las mujeres, ¿tú qué opinas? A veces pienso que lo que pasa es que soy muy caliente y lo que me gusta es el sexo, sin importar con quién esté.
¾ Pues yo creo que podrías ser bisexual, pero mientras descubres de qué se trata, ¿qué hay de Silvia? ¿Te imaginas por qué quería que vinieras a verme?
¾ Silvia es muy guapa, sé que le gusto pero es muy tímida conmigo. Una vez me habló de ti, me dijo que eras su mejor amiga y que le habías enseñado muchas cosas sobre sexo. Ella me gusta, pero me da miedo que espere demasiado de mí.
Preferí desviar un poco la conversación:
¾ Oye, ¿Qué tanto hiciste con la amiga de la escuela cuando estuviste en su casa?
¾ Me da pena decirte, Nina, porque en realidad casi nada. Ya te dije que nos besamos y nos acariciamos, nada más.
¾ Bésame como la besaste.
Era una orden y Rita la acató sin reparo, con disciplina alemana. Dejó su taza de café en la mesa, caminó hacia mí, se sentó en mi regazo y me besó. Sentí su lengua indecisa entre mis labios, saqué la mía y succioné su labio inferior. Nos mordisqueamos y nos separamos riéndonos. Rita era juguetona y tenía poca experiencia, pero era audaz y tenía ganas de aprender. No se andaba por las ramas. Acerqué su rostro al mío y entreabrí sus labios con ese gesto, volví a besarla y la sentí mucho más confiada, fue un beso largo y jugoso.
¾ Rita, quédate conmigo hasta el domingo, llama a Silvia y dile que el plan sigue adelante.
Sus ojos me dieron la respuesta. Volvió a besarme y yo aproveché para levantar su falda de escolar y acariciarla desde la rodilla hasta el principio de las bragas. Se estremeció y me besó con más fuerza.
Mientras ella hablaba con Silvia recogí la mesa y me fui a la habitación. Me quedé en ropa interior (un juego azul marino, bonito sin ser escandalosamente erótico) y puse una película de porno lésbico suave.
La pantalla mostraba a dos rubias de pelo largo, una de ellas se dejaba querer mientras la otra mordía y lamía sus pezones. Rita entró en el cuarto y sonrió al verme.
¾ Hola…
¾ Hola, linda, ven, siéntate aquí a mi lado. ¿Te molesta que quiera ver una película contigo?
Observó la acción en el vídeo y empezó a desabrocharse la blusa. Pronto comprendí que Rita no siempre respondía a una pregunta, prefería actuar.
El corpiño de niña me calentó aún más y, para mi sorpresa, incluso sus pequeños pechos me gustaron. Después, mirándome, se quitó las braguitas y las calcetas, quedándose sólo con la faldita escocesa puesta.
Me senté recargada contra la cabecera y abrí las piernas. Le pedí que se acomodara en ese espacio, dándome la espalda. Froté mis pezones, todavía cubiertos por el sostén, contra sus omóplatos. Suspiré sobre su nuca y mi lengua la acarició hasta alcanzar una oreja. La piel de su espalda parecía piel de gallina.
¾ Si te gusta tanto el sexo supongo que también te masturbas, ¿verdad, primor?
¾ Mmmmhhhh… sí, a veces más de una vez al día.
¾ A tu edad es lo normal… hazlo ahora, quiero empezar a conocer lo que te da placer.
Las chicas de la película ya habían cambiado de posición. Ahora la rubia devoradora había tomado a la otra mujer de la mano y la hacía sentarse en un sillón. Una vez instalada, separó sus piernas y hundió la cara en el chocho rubio empapado que se abría frente a ella.
Rita empezó a jugar con su clítoris y a concentrarse en el televisor. Yo seguí lamiendo su nuca, las orejas… y de pronto extendí las manos hacia sus pechitos. Los pezones se endurecieron y los acaricié con las palmas de mis manos.
Le dije al oído «Anda, cachorra, vente para mí, ten un orgasmo rico… imagínate que yo me como tu rajita como la rubia de la película, ¿te gustaría?» Sentí cómo temblaba y jadeaba suavemente. Cuando se relajó, tomé sus dedos y los saboreé, disfruté el aroma de aquellos jugos de quinceañera cachonda. Se volteó para mirarme y compartimos parte del néctar.
¾ Delicioso, mi niña. ¿Estás bien?
¾ Muy bien, Nina… nunca me había masturbado en presencia de otra persona, pero me das mucha confianza.
Apagué el televisor. Nos recostamos un rato y conversamos de tonterías, nos reímos mientras ella acariciaba mi cabello y poco a poco sus manos curioseaban mi cuerpo.
Me dijo que le gustaban mucho mis senos porque eran más grandes que los suyos. Le pedí que me quitara la ropa y le mostré cómo tocarme.
¾ Vas a ser mi bebé, mi cachorra, chupa mis pezones… succiónalos suavecito, ahora muérdelos un poco… ¿ya viste cómo se ponen duritos? Mmmmhhh, así. Ahora lámelos con la punta de tu lengua, como si fueras un gatito con su lechita, eso es, eres una gatita…
Quería venirme y me masturbé mientras ella mamaba de mis pechos y le rogaba que chupara con más fuerza. Teníamos todo el sábado por delante, así que bajé a la cocina por leche de verdad y galletas para mi pequeña. Nos dormimos abrazadas.
Me levanté temprano y me duché. Cuando Rita abrió los ojos yo estaba en camiseta y le dije que el baño estaba listo. Había preparado la tina con burbujas y quería remojarla en ella. La bañé, la sequé y la peiné. A ella le resultaba divertido el juego y después inquirió:
¾ Nina, ya me tienes bañada y perfumada, ¿ahora qué sigue?
¾ Ahora vamos a jugar más en serio. Ven.
La llevé al estudio y me desnudé. Colocamos cojines en el piso y la invité a recostarse sobre la alfombra.
¾ Dime una cosa… sé que tu novio te penetró muchas veces, pero lo que te pregunté ayer era en serio…
¾ ¿Cuándo veíamos la película?
¾ Exactamente, cuando te dije que te imaginaras que me comía tu rajita, ¿te gustaría? ¿Te lo han hecho antes?
¾ No… yo quería que mi novio lo hiciera, pero sólo pasó una vez. Nada más lo hizo para que me mojara y sin esperar más se montó sobre mí. Se sentía muy bien.
¾ Claro que se siente bien, es lo mejor del mundo, ya verás.
La recosté, separé sus piernas y contemplé el vello castaño de su pubis. Acaricié la raja con dos dedos y froté por encima de su clítoris. Soltó un «ahhhh» que me animó a seguir. Acerqué mi boca y separé los labios usando la lengua.
No tardé nada en encontrar su pepita ya erecta. Tomé un poco de sus jugos para hacer resbalar mis dedos por encima de aquel botoncito de placer.
Flexionó las rodillas y jadeó suavemente. Primero lamí muy lentamente y después de un rato empecé a pasear la punta de mi lengua con rapidez al tiempo que mis dedos levantaban el capuchón.
Sentí su orgasmo y succioné otra vez con suavidad. Rita era mucho más callada que cualquier otra mujer que conociera cuando se venía, sólo emitía suspiros cortos y sudaba profusamente. Relajó las piernas y me abrazó.
¾ Quiero que tú también lo sientas, enséñame.
¾ Otro día, mi niña, hoy es para ti, para que tú aprendas a gozar.
Mi estrategia era hacer que Rita volviera a desear a una mujer pero no quería quitarle ese gusto a Silvia. Después de todo, Rita era bonita y tenía hambre de sexo, dos cosas que me gustaban, pero no era mi tipo. Cuando volviera a buscarme me negaría y entonces Silvia entraría en acción.
Dejé sola a Rita unos minutos para preparar un desayuno abundante que nos diera energía hasta la tarde o entrada la noche.
Después de comer salimos a caminar al jardín y volvimos a conversar de otros temas. Era extraño, como si ambas supiéramos que nuestro encuentro obedecía a una especie de trámite pero que era gozoso, que quizá no volveríamos a vernos y que yo la estaba entrenando para su futuro.
En la cama hablábamos poco y su franca disposición a mis caricias era insólita.
Volvimos al estudio, nos sentamos en el piso y nos besamos. Sentí que se encendía otra vez con la rapidez y la expectativa propias de la adolescencia. Introduje dos dedos en su vagina y tomé uno de sus pezones entre mis labios.
Cuando estuvo bien húmeda le pedí que se colocara en manos y rodillas. Se ruborizó pero no objetó mi pedido. Hundió la cabeza entre los cojines como si eso la hiciera sentir menos expuesta.
Al hacerlo, levantó las nalgas y pude admirar su culo de piel tostada, libre de vellos y un hoyo que supuse era virgen.
No quería quitarle a Silvia el placer de dilatar completamente aquel esfínter, así que me resigné y mejor me limité a recorrerlo con mi lengua.
Alcancé a escuchar los jadeos entrecortados de Rita. Fui por un pene con arnés y cuando regresé ella seguía exactamente en la misma postura, como una obediente nena. Ajusté el dildo a mis caderas.
¾ Rita, mírame que no te va a pasar nada… anda, levanta tu cabeza…
Me miró con el pene artificial y no dijo nada, sólo sonrió y volvió a sumergirse entre los cojines. Me hubiera encantado saber qué pensaba en aquellos momentos.
Volví a lamer su culo, desde la cueva de su vulva hasta el borde del ano, hasta que sus jadeos delataron que estaba lista para una buena cogida. Introduje la cabeza del dildo hasta que su cuerpo se movió hacia atrás en un afán de hacerlo entrar más allá. Entonces arremetí de un tirón y volví a quedarme quieta. Jadeaba y suspiraba. La escuché decir:
¾ Por favor, por favor, muévete, dámela.
Esta vez fui yo quien no dijo nada. La forcé a darse la vuelta y quedar frente a mí. Me apoyé en sus muslos y la bombeé largo rato. Sus caderas respondían bien a cada embestida. Tomé su mano derecha y la coloqué sobre su clítoris para que se masturbara al mismo tiempo.
Cuando estaba a punto, la acerqué hacia mí para cambiar de posición.
Me acosté boca arriba y ella se sentó encima. Todo transcurría en un silencio poco habitual para mí, pero me permitía concentrarme en sus reacciones y en hacerla gozar. Mojé uno de mis pulgares para acariciar su centro de placer y dirigí sus manos hacia sus propios pechos.
Otra vez detuve el juego a tiempo antes de que se corriera. Saqué el pene y alcancé un vibrador muy pequeño con motor.
¾ ¿Qué vas a hacer con esa cosita, Nina?
¾ Ahora verás, niña mía.
No iba a traspasar aquel hoyito por completo, pero sí le enseñaría un juguetito para despertarle la curiosidad y hacerle más fácil el trabajo a mi tremenda Silvia.
La hice volver a la posición inicial y sin reparo escondió la cabeza entre los cojines una vez más.
Mi lengua trazó círculos sobre su ano, lubriqué el vibrador que tenía el tamaño de mi dedo meñique con sus flujos y lo introduje. Saltó levemente pero no dijo nada.
La ensarté con el dildo hasta lo más profundo y me moví hacia delante y hacia atrás, rítmicamente.
Una vez más sentí cómo me respondía el vaivén de todo su cuerpo. Encendí el motor vibrador del dildo anal sin detener el ritmo de la penetración.
La cabeza de Rita emergió de su escondite y la oí gritar por primera vez mientras su cuerpo temblaba y yo me aferraba a sus caderas.
No quería mirarme, se quedó ahí tendida y se durmió. Yo saqué el pene artificial de su vagina pero dejé el vibrador en su culito. Traje una frazada y dormí a su lado.
Silvia pasaría a recogerla el domingo temprano. Rita estaba lista para las ligas mayores.
Y quién sabe, tal vez tendríamos la ocasión de reunirnos si Silvia, ya segura del amor de Rita, quisiera compartirla conmigo en un trío como el que tuve con ella y con su hermana.