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Raquel

Raquel

El sexo con Raquel, la hermana mayor de Silvia, era naturalmente muy distinto de las relaciones con la pequeña.

Raquel y yo teníamos mucho en común: delgadas, buena cintura, pechos 36B, un gusto por hombres y mujeres… yo tenía más experiencia que ella, pero estaba más que entrenada.

Podría decirse que nuestras caricias y juegos eran entre iguales.

Raquel tenía novio y a veces, después de coger, me contaba las cosas que hacía con él:

-¿Sabes, Nina? Desde que estoy contigo no me gusta que Pepe me haga sexo oral, no es lo mismo… lo dejo hacerlo, para que no sospeche.

-No seas boba, un día deberías contarle de nosotras. Te apuesto a que te va a pedir conocerme, va a querer estar con las dos.

Así que un día lo invitamos… pero hoy quiero contarles algunos de los mejores ratos que llegué a pasar a solas con ella.

En efecto, a Raquel le encantaba mi boca, se sentaba en mi cara como aquel primer día, se colocaba a la orilla de una silla para ver cómo la devoraba o se ponía de perrito y me ofrecía su trasero.

Esta última posición era mi favorita, porque así podía recrear mi vista en ese ano peludito y rosado.

En aquella época el culo de Raquel todavía era virgen y por supuesto yo deseaba atravesarlo, pero no tenía prisa en hacerlo.

Cuando la chupaba le daba lengüetazos en ese hoyito pero como si fuera inevitable por la cercanía con su vulva, jugueteaba y la hacía desearlo: quería que un día me lo pidiera ella misma.

Mientras el momento llegaba, gozaba mamando su clítoris, recorriéndolo con mis labios y metiéndole uno, dos, tres dedos en una vagina que ya había sido visitada por varios penes.

Raquel no tenía inhibiciones y se abandonaba al placer, decía qué le gustaba y cómo, y yo me imaginaba lo mucho que el tal Pepe disfrutaría de una mujer como ella, capaz de masturbarse mientras él la penetraba y así provocarse un orgasmo intenso que le permitía ordeñar aquella verga (“no muy grande, pero sabrosa”, según ella) con espasmos involuntarios.

Yo misma sentía cómo su coño se apretaba alrededor de mis dedos cuando separaba sus labios vaginales cubiertos de vello oscuro, descubría su capuchón, lamía como gatito un rato para después introducir mis dedos en aquel agujero desbordante de jugo, succionar su clítoris con fuerza hasta que jadeaba y se contorsionaba entre mis brazos.

A veces llegaba a mi casa y yo ya estaba desnuda, sólo con una bata.

Se quitaba la ropa enseguida y empezábamos a besarnos.

Uno de nuestros juegos predilectos consistía en sentarnos en cuclillas sobre la cama, entregarnos las lenguas, recorrer con ellas los cuellos y los senos y poco a poco bajar las caricias al pubis.

Nos masturbábamos mutuamente hasta venirnos.

Era delicioso escuchar sus gemiditos entrecortados y ver su rostro cuando alcanzaba el clímax, un poco más moreno que el de Silvia y también más bello, más de mujer adulta, de hembra que sabe cómo le gusta el sexo y cómo encontrar lo que hace vibrar a la pareja en turno.

Raquel sabía complacerme. En días especiales llegaba con poca ropa y un cierto aire mandón.

-Quítate la bata –decía.

-¿Para qué? –respondía yo invariablemente.

-Para cogerte como la puta que eres. Ahora te voy a enseñar lo que traje para ti –diciendo esto sacaba un dildo con arnés de su bolso.

Me fascinaba mirar cómo se desnudaba y se lo colocaba.

-Raquel, dime cómo le gusta a Pepe que se la mames, voy a seguir tus instrucciones.

-¿Ah, sí? Híncate, puta. Chúpamela completa… ahora lámeme los huevos… así, muy bien… te estás ganando un premio… ¿te gusta? Dime que te gusta, dime que quieres que te la meta…

-Sí, me encanta, está gorda y dura… métemela, por favor, empálame con ella…

Entonces me ponía sobre codos y rodillas mientras sentía cómo entraba en mí. Raquel me torturaba y sólo introducía la punta del consolador.

Instintivamente giraba las caderas para sentirlo más profundo, pero ella me daba una nalgada y me reprochaba:

-Despacio, putita mía, no comas ansias.

-Me calientas mucho, quiero tenerla adentro.

Entonces me penetraba hasta que sentía el arnés y sus muslos contra mis nalgas.

Así se quedaba mientras su mano derecha bajaba a mi clítoris y se movía a gran velocidad.

Conforme mi respiración se agitaba Raquel reaccionaba y depositaba besos sobre mi espalda:

-Quiero sentir cómo te vienes, dámela, dámela…

-¡Muévete, mamita, bombéame, bombéame!

Se incorporaba un poco, tomaba mis largos cabellos como si fueran las riendas de un caballo y empezaba el mete-saca del consolador hasta que me tenía al borde del orgasmo.

En ese punto me la sacaba y me daba la vuelta para que yo pudiera chupar la verga falsa cubierta con mis propios jugos. Volvía a ocuparse de mi boca y susurraba lo mucho que le gustaba ese sabor.

Yo, todavía a punto de venirme, le pedía que me mamara los pezones.

Al talento de Raquel se sumaba su imaginación y con ella descubrí el placer máximo que pueden experimentar mis senos: los abarcaba con ambas manos hasta que los pezones quedaban muy cerca y entonces los lengüeteaba con brochazos rápidos, alternándolos con suaves mordiscos.

Me tenía tan excitada que no era raro que explotara simplemente al contacto de sus labios mientras yo misma me acariciaba furiosamente la cuevita.

Por fin un día pasó lo que tanto deseaba.

Raquel estaba sentada en una silla, o casi recargada, pues sus nalgas apenas se apoyaban en la orilla, separaba sus piernas al máximo y yo bebía de su entrepierna.

-Chúpame, Nina, cómeme, soy tuya, mi rajita es sólo tuya… ah, así, tú sabes cómo me gusta… ah, ah, ah…

Levanté los ojos para mirarla, abierta, entregada. Yo ya tenía puesto el dildo y después de dos orgasmos sobre mi lengua decidí cogerla.

-Ven, zorrita… ¿quieres verga? Te voy a coger rico, como a ti te gusta… deslízate sobre este mango delicioso, ven…

La tomé de las caderas y la ayudé a montarlo. Estaba empapada y entró sin problemas.

Empezó a moverse mientras apoyaba sus brazos en el borde de la silla y yo acariciaba un pezón con la lengua y pellizcaba el otro.

Su pezón izquierdo reaccionó de inmediato y pude sentirlo durito entre mis labios, lo mordí suavemente y succioné como si fuera un bebé.

La respiración de Raquel era entrecortada y mientras se impulsaba encima del consolador deslicé dos dedos hacia su vagina, atrapé su clítoris entre ellos y la escuché jadear:

-Ah, ah, ah, ah… ya, ya… mmmmhhhh…

Su botoncito palpitaba entre las yemas de mis dedos y yo lamía el sudor de sus pechos. Apenas hizo el gesto de levantarse la miré largamente y la besé, susurré en su oído:

-No te vayas todavía, quiero comerte otra vez, ¿me dejas hacerlo? Quiero lamerte desde atrás, preciosa, me encanta tu culo, me calientas mucho.

No respondió, sólo se desprendió del aparato que aún tenía metido y colocó sus nalgas frente a mí, se agachó hasta que sus pechos tocaron la alfombra.

Saqué de mi bolso un tubo de gel, no quería hacerle daño, deseaba que gozara al ser penetrada para después tener su hoyito para mí siempre que se me antojara.

Mi lengua recorrió la vulva, lamí todo el néctar que de ahí chorreaba hasta dejarla bien limpia, jugueteé un poco con su pepita y pasé la lengua por entre sus nalgas.

Dio un ligero salto de sorpresa, pero no se quejó. Saboreé cada uno de los pelos de aquel orificio todavía impenetrado y poco a poco dejé que la punta de mi lengua entrara.

Después la retiré y esperé. Dentro de nada escuché la voz irregular de Raquel:

-¿Qué pasa, qué me haces?

-Nada, admiro tus nalgas. Estás deliciosa, Raquel.

-Pues entonces sigue acariciándome, me gusta.

Volví a introducir mi lengua y disfruté los pequeños espasmos de su ano, relajándose y apretándose alrededor de mi punta.

Tomé las manos de Raquel y las coloqué a ambos lados de su trasero.

-Ábrete bien para mi boca, ábrete.

-¿Así? Me gusta mucho tu lengua, métemela más, dame un dedito.

Eso era lo que yo quería escuchar. Remojé mi dedo índice en su vagina, tomé un poco de gel y lo apliqué a la entrada de su culo.

-Ahí va mi dedito, preciosa, ahí va… como mantequilla va a resbalar.

Y como mantequilla fue. El gel hacía maravillas, entraría cualquier cosa incluso en un culo virgen como el que estaba trabajándole a mi querida Raquel.

Metí el dedo hasta el fondo y sentí como se distendía su esfínter para después apretarme con más fuerza.

-¿Está rico?

-Ah… sí, me gusta –respondió mientras pasaba una mano a su rajita y se masturbaba.

Conforme su excitación crecía su esfínter se contraía rítmicamente. Añadí mi dedo medio al juego y ella empezó a sudar, pero ya no paró de moverse.

-Muévete, Raquel, gózalo, aprieta mis dedos…

Se vino conmigo adentro.

Roto el turrón, la siguiente vez que nos vimos no tuvo reparo en pedirlo y yo en disfrutarla:

-Nina, quiero que me metas un dildo, quiero sentir algo más grande en mi culo…

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