El amante inesperado
Capítulo I
Lo cierto es que no se muy bien como contarles esto… aunque supongo que desde el principio será lo mas fácil. Disculparan que no de nombres ni demasiados detalles acerca de nosotros, pero es que me da algo de vergüenza. Supongo que les bastara con saber que somos un matrimonio de casi treinta años; y que, aunque yo soy del montón, mi esposa es bastante llamativa, sobre todo por sus sinuosas curvas.
Aquel era un fin de semana como otro cualquiera, y decidimos (decidió ella) ir a hacerle una visita a mi suegro. El cual, desde que enviudo hace unos años, vive solo en su chalet de la sierra. No es exactamente el fin del mundo, entiéndanme, son varios dúplex adosados en una zona de esas aparceladas al final de un pueblecito con bastantes habitantes. El caso es que nos plantamos allí un viernes por la tarde, después de una interminable caravana de esas que te hacen llorar de la emoción para poder salir de la ciudad.
Nada mas abrir la vallita de la entrada (se entra por un pequeño jardín rodeado de altos setos) oí una especie de sordo gruñido a la derecha. Me quede como las estatuas del parque al ver a un par de metros a una fiera disfrazada de perro que me miraba con cara de mala leche. Creo que hasta deje de respirar del susto que me dio ver aquel gigantesco perro que parecía querer tomarme de merienda. Mi mujer se limito a decir ¡que lindo!… como si aquella mole de músculos y dientes no fuera mas que un simpático gatito.
Por suerte salió mi suegro a saludarnos y he de reconocer que tenia muy entrenado a la bestia, pues le basto un par de palabras muy raras (luego supe que era alemán) para que se quedara callado y sentadito. Eso si, sin quitarnos la vista de encima, como esperando que su amo le diera permiso para limpiarse los dientes con mis huesos. Mientras repartíamos los consabidos besos y saludos de rigor (yo siempre con los ojos puestos en el descomunal bicho por si acaso) mi esposa le pregunto acerca de «Satán» (nunca mejor puesto un nombre). Y mi suegro nos explico que lo había comprado para sentirse mas seguro, pues habían habido varios robos en la vecindad.
Luego nos dijo que nos estuviéramos quietos que lo iba a soltar de su caseta para que nos oliera y así no nos gruñera la próxima vez que nos viera. Yo, cuando le vi soltarlo, no sabia si salir corriendo de vuelta al coche o subirme al árbol limonero que tiene allí. Decidí quedarme quieto, como hacen en las películas, a ver si no me comía.
Si mientras olisqueo mis manos yo estaba pálido y sudoroso, cuando metió su hocico directamente en mi entrepierna pensé que me desmayaría del susto. Por suerte se limito a husmear y pronto pude escaparme a la seguridad de la calle, con la excusa de ir a recoger el equipaje, mientras Satán se acercaba a oler a mi esposa. Lo ultimo que vi mientras abría la vallita fue que el bicho había metido la cabeza bajo la minifalda de mi mujer para oler también su entrepierna.
Es curioso, si me voy solo de viaje un mes a algún sitio me llevo un par de bultos. Sin embargo, cuando salgo con mi esposa de fin de semana parece que nos mudamos. Por eso tarde un buen rato en sacar todos los bártulos y trastos del maletero y llevarlos hasta la entrada. Cuando me asome a la vallita vi que la imagen seguía igual que al salir.
No puedo saber si el perro estuvo todo el tiempo bajo la minifalda, pero en ese momento me dio la impresión de que había estado todo el rato con la cabeza hay metida, mientras mi esposa charlaba con mi suegro sin que al parecer le molestara la insólita situación. Al oír el ruido de la vallita el chucho saco el hocico de debajo de la minifalda de mi mujer, y casi podría jurar que el muy cochino se relamía el morro mientras me miraba con ojos asesinos.
Esa noche no paso nada. Entiéndanme, nada de nada, pues creo que mi suegro ha dejado las viejas camas sin engrasar a propósito. Estas hacen un ruido endiablado cada vez que te das la vuelta, con que imagínense lo que seria hacer el amor en ellas. Yo también lo tengo que imaginar puesto que mi esposa se niega a hacer el amor en condiciones tan ruidosas.
Me pase todo el sábado metido en la casa, hablando y discutiendo con mi suegro de mil cosas, mientras mi mujer aprovechaba el día soleado para tomar el sol en el jardín. Si no la acompañe fue tan solo, y no me duele admitirlo, por el acojone que me daba el perrazo. Al contrario que ella, que parecía encantada con su presencia, pues hasta lo había soltado para que correteara libremente por el jardín. Yo, cuando quería preguntarle algo, me asomaba a la puerta y desde el quicio de esta le preguntaba. Pues ella estaba tumbada en una esquina de la casa y desde la entrada no podía ver mas que la punta de sus pies.
Cuando le pregunte que porque se había escondido tanto me dijo que era porque estaba haciendo topless y no quería que algún vecino entrara de improviso y la sorprendiera. Yo dudaba que alguien fuera tan suicida, dado que el animal estaba todo el tiempo a su lado, salvo cuando oía que yo abría la puerta y venia a gruñirme por mi insensata osadía.
Por la tarde salimos los tres a dar una vuelta por el pueblo, y a saludar de camino a algunas viejas amistades que allí teníamos. A nuestro regreso me sorprendió ver que el animal mostraba mucho mas interés en saludar a mi esposa que a su dueño, mientras que a mi ni siquiera me miraba. Mi mujer, en correspondencia a sus alegres meneos de cola, se acerco a jugar con el; y a desatarlo, por lo que me apresure a entrar en la casa en pos de mi suegro.
Desde la acogedora protección de la puerta le pregunte si quería tomar algo, y mientras me decía que no vi como el descarado chucho tenia introducida toda la cabezota en el holgado escote de su camisa. Yo sabia que esa tarde había salido sin el sujetador, como hace a menudo, por lo que no me explicaba porque estaba respondiéndome tan tranquila mientras el bicho campaba a sus anchas bajo sus ropas, haciendo vete a saber que.
Capítulo II
Bien, y ya llegamos a la noche en cuestión, cuando mi esposa vino muy melosa hasta mi cama a besarme, mientras su manita empezaba a jugar con mi virilidad. Que ya se había puesto casi rígida solo con ver como se marcaban sus abultados senos en el tenue tejido. Créanme si les digo que esa visión es capaz de ponérsela dura a cualquiera. Empece a acariciarla yo también, metiendo mis manos bajo su camisón para constatar su total desnudez, viendo que esa noche prometía haber juerga… y vaya si la hubo.
Cuando intente recostarla a mi lado se negó, diciendo que la cama hacia mucho ruido. Y cuando la mire interrogante para saber como quería hacerlo me indico, muy melosa, que se le había ocurrido hacerlo en el jardín. Como supondrán su respuesta me anonado. Yo sabia, desde hacia algún tiempo, que uno de sus sueños eróticos era hacerlo en el campo, pero ella nunca lo había hecho conmigo, a pesar de haber tenido varias oportunidades, por exceso de vergüenza y pundonor. Pues temía que alguien pudiera sorprendernos.
Así que decidí seguirle el juego, pues con el recalenton que llevaba a esas alturas no era cosa de parar ahora. Además ella estaba mucho mas excitada de lo que la había visto en años. Ella salió primero a colocar la amplia toalla en el césped, y yo la seguí tan solo unos minutos después, tras asegurarme que los tremendos ronquidos que emitía mi suegro eran de verdad, y no los efectos sonoros de una película de terror, pues cuando ronca da hasta miedo oírlo.
Nada mas llegar junto a mi esposa me obligo a tumbarme sobre la toalla, lamiéndome de arriba abajo mientras me quitaba el pijama. Era una delicia verla tan cachonda. El colmo fue cuando poco después, arrodillada entre mis piernas, le pego varios besos, largos y absorbentes, a mi pétreo aparato, dejándolo mas que listo para el inminente acople, algo que solo hace en ocasiones muy puntuales. Este fue como la seda, pues se sentó encima mío con una suavidad de lo mas elocuente, señal de que su intimidad estaba encharcada como hacia tiempo que no lo estaba.
Yo, que ya había desabrochado los lazos frontales de su fino camisón para apoderarme de sus pechos fácilmente sin tener que desnudarla del todo, empece a sobar complacido sus duros y gruesos melones, jugueteando extasiado con los sensibles pezones que tanto me gustan. Mientras ella empezaba un cabalgar, cada vez mas frenético, que me estaba derritiendo de placer.
Capítulo III
Ahí estaba yo, pegando uno de los polvos mas entusiastas de mi breve vida conyugal, cuando de repente sentí un húmedo y áspero lengüetazo en todos los huevos. Fue tan grande el sobresalto que ni siquiera grite. Me quede helado, quieto como si fuera un palo a la espera de que el despiadado y diabólico chucho (pues solo podía ser Satán el causante) decidiera comerse de un bocado mis huevos después de haberlos ya saboreado.
No fue así y, como pasaron un par de minutos sin ninguna novedad, empezó a remitir poco a poco mi pavor, hasta que volví a sentir otro húmedo lengüetazo en el mismo sitio. El pánico me invadía segundo a segundo, por lo que le dije a mi esposa, que seguía cabalgándome sin descanso, ajena a mis tormentos y sufrimientos, que el perro estaba suelto por el jardín con un angustiado hilillo de voz. Ella, entre gemido y gemido, me dijo que ya lo sabia y que no importaba, que siguiera.
No podía creer lo que me estaba pasando, así que me gire un poco y aparte el amplio camisón que obstaculizaba mi vista, hasta ver al causante de mis desgracias. Gracias a la pálida luz de la luna pude ver con bastante nitidez a Satán situado detrás de mi esposa. Fue entonces cuando repare en que sus lengüetazos habían sido solo un par de errores, porque lo que estaba lamiendo el chucho, vete a saber desde hacia cuanto rato, eran las apetitosas nalgas de mi mujer. Desnudas e indefensas ante su continuo ataque.
El perro tenia el hocico incrustado entre sus dos cachetes, degustando su estrecho canal una y otra vez, dejando ver la punta de su larguísima lengua rosada solo cuando esta asomaba por alguno de los dos extremos de sus glúteos en alguno de sus lengüetazos. No sabia como reaccionar ante lo que estaba viendo, pues aun no me había hecho a la idea de que era el apetitoso culo de mi esposa lo que estaba lamiendo el chucho con tanto afán.
Sobre todo porque es la parte de su cuerpo que me es mas prohibida. Apenas me deja acariciárselo y salta como si le picara una serpiente cada vez que, durante nuestros encuentros amorosos, le planto un besito o un mordisquito en salva sea la parte. Solo una vez pude meter el dedo en su agujerito mientras pegábamos uno de nuestros polvos mas frenéticos en el viaje de novios. Y me hizo prometer que no lo volvería a intentar mas. Por lo que sodomizarla ni siquiera había entrado en mis planes, por ahora.
Y, sin embargo, ahí estaba el perro, lamiendo la mar de feliz, sin que ella dijera ni mu. Pues no solo aceptaba gozosa sus continuos lameteos sino que estos estaban consiguiendo que su cabalgar fuera cada vez mas frenético. Tan ansiosa me poseía que logro el milagro de que mi miembro siguiera rígido, ajeno a lo mal que lo estaba pasando su dueño.
Como a pesar de todo no me fiaba, seguía mirando al bicho mientras continuábamos, y pude ver como empezaba a salirle del capuchón de abajo un cipote rojo cereza descomunal. Yo la tengo normalita, para que lo voy a negar, pero he visto, como supongo que todos ustedes, a bastantes tíos desnudos, sobre todo en mi época militar. Pues bien, muy pocos de ellos podrían competir con el exagerado chisme que empezó a descapullar ante mi atónita mirada.
Le dije a mi esposa que el bicho se estaba excitando y ella, besándome con pasión en la boca me dijo que lo dejara en paz, que era normal. Yo sabia que no era «normal» lo que estaba viendo, pero me deje llevar por sus fogosos besos y trate de no pensar en el animal, nunca mejor dicho, que estaba entre mis piernas.
Todo sucedió muy rápido. Cuando note que dos zarpas rozaban la cara interna de mis muslos, y que las otras dos arañaban mi estomago, mi esposa me mordió salvajemente un hombro, mientras chillaba quedamente ( aun hoy no se si de dolor o de placer ). Durante un instante, que se me hizo eterno, nos quedamos los tres quietos, como si fuéramos una aberrante postal navideña. Yo no podía dejar de mirar el negro hocico de la bestia por encima del hombro de mi mujer. Hasta que este inmundo bicho, a un metro escaso de mi, con la boca abierta y la lengua fuera, empezó a menear las caderas poco a poco.
Fue como si le dieran cuerda a mi esposa, pues ella empezó a seguirle enseguida el ritmo, con su cabeza todavía sobre mi hombro, gimiendo quedamente ante su primera enculada. Yo, estoico, notaba como los duros y ásperos pelos de la entrepierna del odioso animal rozaban mis propios testículos. Sobre todo ahora que la bestia, completamente alojada dentro del hats ese instante virginal culito de mi mujer, aumentaba el ritmo de su penetración, hasta hacerlo vertiginoso.
Su violento vaivén me obligaba a adoptar un ritmo inusualmente rápido, pero efectivo, pues mi lujuriosa esposa pronto encadeno no menos de tres orgasmos seguidos. Yo no estaba acostumbrado a una penetración tan acelerada, salvaje y profunda, por lo que me corrí bastante antes de lo habitual, acompañando a mi mujer en un nuevo orgasmo.
Mi pobre miembro, al encogerse, salió por si solo de la cálida y chorreante funda que lo albergaba, dejándome tumbado debajo de ellos dos, que continuaban cabalgando incansables. Decidí, por lo tanto, quitarme de en medio, y salí reptando de la toalla hasta colocarme a un lado de la pareja.
Ahora que podía ver mucho mejor la escena me parecía algo de lo mas aberrante. Mi dulce esposa, arrodillada, y con la carita enrojecida y perlada de sudor apoyada de cualquier forma sobre sus codos y sus brazos jadeaba, con la boca abierta, ante las enculadas del animal. Y este, aferrado sobre su espalda, babeaba satisfecho sobre su espalda, mientras incrementaba el ritmo de sus embestidas de un modo realmente despiadado.
Pensé que todo había acabado cuando el afortunado bicho por fin eyaculo, empujando de tal modo que arranco un nuevo y violento orgasmo a mi insaciable mujer, sacando del interior del trasero recién desvirgado de esta un trozo de carne roja aun mayor de lo que recordaba. Pero de nuevo me equivoque lastimosamente.
El chucho, nada mas bajarse de mi satisfecha esposa, empezó a lamer los restos de la contienda, no haciéndole ascos ni a los suyos ni a los míos, lamiendo por igual por delante y por detrás. De echo fue dedicándose cada vez mas a su intimidad, para alegría de mi esposa, que gemía y suspiraba como si la larga lengua de su amante la estuviera volviendo loca.
En vista de que seguía con todo el chisme al aire, igual de rígido que antes, si no mas, empece a temerme lo peor. Sobre todo por el ansia con que lamía ahora su conejo. Y así fue. La bestia volvió a acomodarse sobre mi sumisa esposa, aferrándola firmemente por las caderas con sus patas, para introducirse hasta el fondo en su intimidad. La pobre, acostumbrada al calibre mediano de mi arma, solo podía boquear, jadeando medio asfixiada ante el enorme cañón que acababa de alojarse violentamente en su estrecho cuartel. Y bien hasta el fondo que entro, pues con cuatro embestidas se la metió hasta el final.
De nuevo su frenético vaivén obro el milagro de convertir a mi apocada esposa en una autentica viciosa suspirando de gozo entre sus fuertes patas. Alcanzando en pocos minutos el enésimo de los incontables orgasmos que tuvo aquella memorable velada. Por lo que a mi respecta diré que algo de lo que vi cambio el asco inicial por algo parecido al deseo, pues los gemidos de mi cónyuge así como sus violentos orgasmos lograron el milagro de volver a poner mi querido aparato rígido sin que ni ella ni yo lo tocáramos.
No pude resistir la tentación de acercarme cautelosamente a su lado y poner al alcance de sus labios gordezuelos mi miembro. Ella, al sentir el roce de mi glande contra su mejilla abrió los ojos y, sonriéndome, se la metió en la boca sin dejar de suspirar. He de decirles que casi nunca me la mama, pues le da asco, pero aquella noche absorbió mi polla como si le fuera la vida en ello, logrando que me corriera con una abundancia inusual.
Si no fuera por el temor que aun me inspiraba la cercanía del odioso animal hubiera disfrutado aun mas de su espectacular felación. Sin embargo ella disfruto tanto de su amante de cuatro patas que cuando este por fin acabo, y se marcho tan tranquilo y feliz a su caseta, tuve que cogerla en brazos y llevarla a la cama, pues no se sostenía siquiera en pie.
El domingo no se pudo levantar hasta mediodía, pero paso toda la tarde tomando el sol en el jardín mientras su padre y yo veíamos la tele cerveza en mano. Aunque admito que yo no dejaba de pensar en que estaría sucediendo fuera y sin ánimos de salir a averiguar la verdad. Solo la vi una vez, cuando salí a avisarle de que ya pronto nos íbamos y la vi toda sudorosa y espatarrada sobre la toalla arrugada mientras el perro le lamía concienzudamente el sabroso conejo desnudo.
¿Qué por que les cuento todo esto? Porque desde que volvimos me esta diciendo que no ve bien que su padre pase tanto tiempo solo. Y a insistido tanto que al final se va a ir toda una semana a hacerle compañía. Y yo tengo la certeza de que solo quiere ver de nuevo a Satán. Y, posiblemente, copular con el. Por eso acudo a ustedes, por si alguien se ha visto en una situación similar y me puede aconsejar sobre como he de actuar.