Estoy buscando a esta mujer

Eran aproximadamente las once de la mañana de un caluroso día de abril cuando alguien abrió la puerta trasera de mi taxi y me indicó una dirección.

El espejo retrovisor me confirmó lo que ya había adivinado por la voz.

Mi nuevo cliente era una mujer, cuyo rostro quedaba oculto tras un gran sombrero que solo mostraba sus regordetes labios y el inicio de una puntiaguda nariz.

Por la voz y los gestos deduje que se trataba de una mujer con clase, de entre treinta y cuarenta años.

Vestía con sobriedad y elegancia, una falda no muy larga y una chaqueta, ambos de color gris, con unas medias de rejilla negras que contorneaban sus largas piernas y hacían perderse la vista en la caverna que ocultaba la falda.

Comencé con mi charla habitual para entretener al pasaje mientras ajustaba el espejo para obtener una mejor visión del punto en que comienza el camino sin retorno: el minúsculo triangulo de tela blanca que dejaba entrever la escueta falda.

Como se había situado en el centro del asiento esperaba disfrutar de un espectáculo sensual que mi profesión deparaba a veces, haciéndola una de las más atrayentes para todo voyeur que se precie de serlo, y yo era uno en potencia.

Oscilando temerariamente la vista entre el tráfico y el trozo de tela blanca, note como la falda perdía por momentos su compostura e iba subiendo poco a poco, debido a unos cuantos frenazos y curvas mal tomadas.

Probablemente ella se había dado cuenta de mi propósito, dada mi insistencia en las miradas y el inminente bulto que provocaba la erección en mis ajustados jeans.

Dispuesta a seguirme el juego, se acomodó hacia atrás, dejando a la luz de la mañana el triangulo de encaje que cubría una mata de pelos abundante que parecía querer escapar de aquel encierro de algodón.

Mientras nuestra charla sobre el tiempo o la ciudad, nos mantenía en un juego de exhibicionismo disimulado que nunca antes había experimentado.

Una mujer desconocida, a la que no veía la cara, excitándose por momentos en el asiento de atrás de mi taxi. Al poco una mancha de humedad apareció en sus escuetas braguitas.

Parece que ella también estaba disfrutando de la situación…

Tanto que casi atropello a un anciano que cruzaba por un paso de cebra.

Después de increparme y aceptar mis disculpas proseguí con la carrera.

Cuando volví a mirar al retrovisor comprobé que la misteriosa mujer había cambiado de posición en el asiento por lo que quedaba fuera de mi ángulo de visión.

» Vaya – pensé – parece que se cansó de jugar. Se acabó el espectáculo…»

Nada más lejos de la realidad.

Al poco volvió a acomodarse en el centro del asiento trasero para cruzar las piernas.

En un momento dado las abrió de par en par, mostrándome su coño en todo su esplendor.

Se había despojado de las braguitas y ahora podía ver un sonrosado coñito, rezumante de flujo, que chorreante, permitía contemplar un precioso clítoris y unos labios rodeados de una espesa mata de pelo púbico que acaban de conseguir que me corriera al momento.

Hacía años que no tenía una eyaculación así, sin tocarme. La situación era súper excitante y no pude controlarme.

Dejé escapar un tímido gemido y seguí observando las evoluciones de aquel maravilloso espectáculo.

Los jugos vaginales fluían hasta el asiento de cuero del coche mientras un dedo inquieto bajó hasta la profundidad de aquella caverna misteriosa.

Mi interlocutora seguía hablando de banalidades mientras todo esto sucedía unos centímetros más abajo.

Al poco noté como aumentaba la intensidad fricción y un ligero temblor en su voz y en su cuerpo me indicó que había llegado al orgasmo.

Mientras mi pene volvía a retomar su vigor.

En esto llegamos a un semáforo cerca de donde me había dicho que la llevara.

Un vendedor de pañuelos se acercó a mi ventanilla y comenzó con su estrategia de venta mientras yo le daba largas y le decía que no me interesaba… Un portazo sonó detrás.

La mujer misteriosa abandonó el vehículo y en pocos segundos había desaparecido sin que yo pudiera hacer nada por evitarlo.

No sabía ni su nombre, ni su cara ni donde vivía. ¡Nada!

Sorprendido y excitado aparqué el coche en un descampado cercano.

Pasé al asiento de atrás y me senté en el asiento de atrás, todavía caliente.

La zona que había estado en contacto con su coñito estaba mojada.

Restos de sus flujos descansaban allí.

Me agache y los lamí con delectación mientras con la otra mano me masturbaba lentamente.

El sabor cálido y salado de su vagina unido al del cuero de los asientos componían una fantástica escena porno de la que yo me sentía protagonista absoluto.

Al agacharme para lamer aquel néctar, descubrí sus bragas en el suelo.

Ese era su regalo de despedida todavía caliente.

Las acerqué a mi cara y aspire el aroma impregnado de su coño mientras pasaba la lengua por las braguitas.

Al poco me corrí de nuevo, soltando abundante semen que fue a mezclarse con los jugos que momentos antes ella me había dejado allí.

Ahora me dedico a buscar a esa mujer misteriosa.

Lo único que conozco de ella es el sabor de su entrepierna y el aroma de su coño.

Si eres tú esa mujer o te pareces a ella, por favor, dímelo, tengo tus bragas y me gustaría devolvértelas… y tal vez podamos jugar a algo tan excitante como lo que sucedió en el taxi.