Capítulo 2
- Hailey: La enfermera de vampiros
- Hailey: La enfermera de vampiros II
Hailey se despertó con un sobresalto, sentía el cuerpo débil y tenía la mente nublada. La habitación estaba en completo silencio, y la joven permaneció inmóvil por largo rato, escuchando solamente su propia respiración; no había sido un mal sueño, había pasado la noche en ese tétrico lugar. Aquellos eventos volvieron a ella en un torrente de imágenes confusas y sensaciones abrumadoras.
Se levantó con cuidado, y caminó lentamente hacia la puerta, con una mano en el vientre. Cada paso era un dolor, no físico, sino en su ser; estaba a punto de quebrarse, pero se obligó a avanzar para salir de su habitación: le habían permitido desplazarse con libertad por todo el primer piso, en caso de querer acceder la biblioteca o a otros sitios controlados. Se dirigió al baño y cerró la puerta suavemente detrás de ella. Cuando vio su rostro en el espejo, se sintió horrorizada: su piel estaba marcada por los golpes, sus labios enrojecidos y cortados. Le dolía la sola expresión en sus ojos: una mezcla de miedo, confusión y tal vez algo más.
Se lavó la cara, intentando eliminar las evidencias de la noche anterior, aunque sabía que las marcas en lo íntimo de su cuerpo y su alma serían imborrables.
Cuando salió del baño, Owen ya estaba despierto, él ya había escuchado sus pasos y subió a verla. La saludó mirándola de arriba a abajo.
—Buenos días, señorita Hailey —dijo con tono amable—. Espero que haya descansado.
Hailey asintió, incapaz de formar palabras. Owen se acercó a ella, y Hailey dio un paso atrás, sintiendo su corazón latir con fuerza.
»No tenga miedo —dijo Owen, llevando su mano a su mejilla—, ya le dije que está a salvo conmigo.
Hailey cerró los ojos y agachó la cabeza con temor, y sintió cómo Owen la tomaba de la mano:
»Venga, le mostraré su nuevo hogar.
La guió hasta bajar las escaleras y pasar a través de un pasillo largo y oscuro, hasta una puerta al final. La abrió, revelando una habitación amplia y luminosa, llena de libros, mapas y equipos de comunicación.
»Este es el cuarto de estrategias, el lugar más importante de mi cuartel —explicó Owen—. Aquí es donde planeo nuestras misiones, donde tomo decisiones que afectan a toda nuestra familia.
Hailey miró a su alrededor, impresionada, pese a todo.
—¿Y para qué me necesitas aquí? —preguntó en un tímido murmullo.
—Tú, Hailey, eres mi nueva aliada —respondió él, inclinándose para estar de frente a su chica—. Con tu sangre especial, tus contactos y tus habilidades, podremos encontrar a nuestros enemigos y eliminarlos. ¡Podremos curar a nuestros heridos con facilidad! Juntos, seremos imparables.
Hailey estaba aterrada y muy agotada, sentía que en cualquier momento iba a desvanecerse. Sabía que no podía simplemente ceder, que tenía que encontrar una manera de resistir y sobrevivir; pero también sabía que, por ahora, no tenía elección. Estaba atrapada, y lo único que podía hacer era jugar al juego de Owen, esperando el momento adecuado para hacer su movimiento.
—Haré lo que pueda… —dijo, sin mirarlo a los ojos.
Owen sonrió, satisfecho:
—Esa es mi chica… mi dulce y bella Hailey.
Se inclinó más cerca, de modo que Hailey podía sentir el aliento cálido contra sus labios. Owen no se contuvo y la besó de forma profunda y exigente. Lleno de deseo, metió la lengua para explorar su boca. Hailey intentó mantenerse impasible, pero la intensidad de Owen era abrumadora; podía sentir su fuerte respiración y oír los ruidos que hacían sus labios al separarse momentáneamente. El vampiro llevó una mano al cabello de la joven, tirando suavemente, mientras su otra mano se posaba en la parte baja de su espalda, atrayéndola más cerca.
Owen saboreó cada momento, cada sensación, y entonces notó un sabor inconfundible y delicioso, pero que no esperaba en lo absoluto. Se apartó ligeramente, y vio el labio inferior de su amada, enrojecido y sangrante, con rastros secos en la comisura de su boca.
—Hailey —susurró con compasión—, lamento mucho lo de ayer. No quería hacerte daño.
Hailey lo miró, con una mezcla de confusión y dolor.
—Está bien… —murmuró, pero su voz temblaba.
Owen acarició suavemente su mejilla, y pasó su pulgar sobre el labio lastimado.
—Déjeme cuidar de usted. Haré lo que sea posible para que se sienta mejor.
Hailey asintió, no podía decir mucho más. Owen la besó de nuevo, esta vez con ternura.
—Ya sé, le traeré el equipo que necesite para curarse a sí misma y a mis camaradas. Ordenaré que cocinen lo que usted prefiera, ¿qué tal? Sólo dígame lo que necesita.
Hailey guardó silencio durante varios segundos con la cabeza baja, hasta que negó con la cabeza:
—Sólo quiero estar sola, por favor.
—Eso no está bien —respondió el vampiro—, la dejé sola por mucho tiempo y veo que eso le ha afectado. Si se queda sola con sus pensamientos, sólo recordará cosas terribles. Déjeme limpiar esos recuerdos, reemplazarlos por un sentimiento más hermoso, insisto.
Hailey no respondió, ni lo miró; cerró los ojos aferrándose a la esperanza de su victimario recapacitara, entendiera su petición y la dejara sola. Pero Owen no era ese tipo de persona, y cada vez lo comprendía mejor; sus palabras eran sólo una ilusión de amabilidad y hospitalidad, pero en el fondo era evidente que Hailey seguía atada a la voluntad del vampiro, que no iba a dar marcha atrás ante cualquier deseo que se pasara por su cabeza. No tenía elección, y cuando sintió que Owen la levantaba suavemente en sus brazos, Hailey volvió a llorar en silencio.
—Shh… tranquila —susurró Owen, mientras la acercaba a la gran mesa del cuartel.
Owen la sentó y apartó los mapas y documentos con un movimiento rápido de su mano, para que Hailey pudiera recostarse. Las lágrimas no dejaban de fluir, y el vampiro sólo insistía en que todo valdría la pena, mientras acariciaba el cabello de su chica.
Finalmente, Hailey obtuvo el valor para abrir los ojos, encontrándose con la mirada serena de Owen, que se inclinó sobre ella y la besó una vez más. Sentía su lengua moverse con suavidad mientras esas manos frías volvían a escabullirse bajo su suéter para recorrer su cuerpo, pero esta vez de frente; deslizándose por su abdomen y explorando cada sutil curva para sentir una piel que no había sufrido daños; seguía siendo perfecta para él.
—Es usted tan preciosa y delicada, Hailey —susurró contra su piel—. Por favor, no se resista.
Aquella petición sonó como una amenaza oculta, y Hailey permaneció inmóvil en su miedo.
Owen trazó un camino de besos desde el cuello hasta la clavícula, deteniéndose en cada punto sensible. Hailey interrumpió sus leves sollozos y jadeó por un instante; su cuerpo respondía y era imposible controlarlo. Owen lo notó, y esbozó una pequeña sonrisa mientras continuaba su exploración:
—Puede sentirse incluso mejor, déjeme enseñarle —murmuró, mientras se levantaba para subirle el suéter hasta el pecho.
Hailey intentó evitarlo, pero sus brazos estaban muy débiles. Así también, intentó suplicar cuando Owen levantó el brasier, pero las palabras de la joven se convirtieron en gemidos al sentir los labios y manos de Owen sobre su pecho; le masajeaba uno de sus senos con la mano y estimulaba el pezón con suaves pellizcos, mientras que chupaba el otro para luego hacer círculos con su lengua alrededor de la aréola. El vampiro tomó su tiempo, saboreando cada reacción, cada respiración entrecortada.
»No te han crecido mucho, pero tienes unas tetas encantadoras —dijo, sonriente.
Hailey se cubrió el rostro y apretó los labios con fuerza. Owen notó que su amada enrojecía de vergüenza y se regocijó en el interior, dispuesto a continuar. Sin dejar de relamerle las tetas, llevó una de sus manos más abajo, deslizándola bajo la falda, por debajo de las bragas hasta encontrar su intimidad.
El primer toque se sintió como una descarga eléctrica, y Hailey respondió con un grito ahogado. Se sentía completamente distinto al día anterior, y es que, esta vez, Owen se dedicó a acariciar el clítoris con sus dedos; roces suaves y deliberados, con una lentitud tortuosa. Hailey se arqueó, intentando contener sus gemidos. Owen saboreaba su reacción mientras continuaba las caricias, aumentando gradualmente la presión y la velocidad de sus movimientos.
—¡Dios! Te estás poniendo muy húmeda —exclamó el vampiro, en un arranque de excitación—. Me encanta.
Hailey se retorcía, sentía que su cuerpo la traicionaba, respondiendo a los roces rápidos de Owen a pesar del estado deplorable de su mente. Él lo notó, y decidió llevar las cosas al siguiente nivel: dio una última lamida al pezón y retiró su mano. No sin antes chuparse los dedos, se incorporó para bajar hasta la entrepierna de la joven. Le subió la falda y separó las piernas; Hailey ya no vestía sus calzas blancas —rotas el día anterior—, así que Owen simplemente hizo a un lado las bragas.
—Owen —susurró Hailey, con la voz quebrada—, por favor…
Pero el vampiro no escuchó, y comenzó a lamer el clítoris. Hailey se cubrió fuertemente la boca e hizo un intento inútil por cerrar las piernas, incapaz de controlarse a sí misma. Owen sólo se excitó más al sentir los muslos suaves haciendo una leve presión en su cabeza, y decidió meter los dedos en la cavidad de la chica. La penetraba en sincronía con el trabajo de su lengua, creando una sensación abrumadora de placer en su víctima.
Hailey se arqueó, sus caderas se movían al compás de los movimientos de Owen. Sus gemidos llenaron el aire, mezclándose con los sonidos húmedos de la lengua y los dedos del vampiro. Él saboreaba con orgullo su victoria, y continuó su asalto, llevando a Hailey más y más al límite, hasta que finalmente y con un grito, ella se vino a chorros, con su cuerpo temblando sobre la mesa.
Owen se levantó; toda su boca reflejaba a la luz la evidencia del placer que había provocado en la joven.
—¿Le gustó, amor mío? —dijo en su oído, con un tono seductor—. Podemos repetirlo las veces que usted quiera. Eso sí, será más cómodo en la cama. Pronto vendrán mis hombres de una misión y comenzaremos a trabajar, ¿se le apetece algo, mientras tanto?
Hailey guardó silencio, pensaba en negarse, pero sabía que de ese modo Owen nunca la dejaría sola. Desvió la mirada, mientras aún respiraba hondamente por la adrenalina; evitaba mirar los líquidos en el rostro de aquel ser, e hizo su petición con lo que le quedaba de voz:
—Manzanas… sólo tráeme manzanas, por favor.
Owen asintió satisfecho.
—Manzanas, por supuesto. Le traeré las mejores, sólo para usted. —Besó su mano y la ayudó a levantarse—. Mientras tanto, descanse un poco. Se lo ha ganado.
Con eso, se dirigió a la puerta, dejando a Hailey sola en la habitación. La joven bajó de la mesa lentamente, con sus piernas aun temblando. Cuando llegó a su habitación, se dirigió a la ventana, mirando hacia afuera, pero los guardias en la puerta del cuartel le recordaron que escapar sería imposible.
Un par de horas después, Owen regresó con un canasto de manzanas frescas y jugosas.
—Aquí las tiene, mi señorita Hailey —dijo, colocando el canasto en la cama junto a ella—. Espero que le gusten.
Hailey asintió, tomando una manzana con delicadeza. La tuvo en sus manos durante un rato, realmente no tenía hambre, pero de todos modos le dio un pequeño mordisco. Él se quedó mirándola por un momento, feliz, hasta que se oyó un ruido en el pasillo. Owen frunció el ceño y bajó las escaleras; encontró a tres de sus camaradas, medio-vampiros con expresiones severas. Detrás de ellos, dos figuras encapuchadas eran empujadas hacia adelante, tenían las manos atadas con cuerdas gruesas.
—Señor —dijo uno de los medio-vampiros—, hemos traído a dos rehenes. Son vampiros puros que conocen bien a nuestros enemigos.
Owen asintió:
—Excelente. Tráiganlos aquí.
Los medio-vampiros empujaron a los rehenes hacia adelante, quitándoles las capuchas. Hailey, que había salido de su habitación, se asomó por la escalera y se llevó una mano al pecho al reconocer a los vampiros: eran dos de sus antiguos pacientes, heridos que había curado en la clínica del bosque. Sus rostros mostraban golpes y cortaduras, y Hailey sintió una punzada de preocupación y culpabilidad. Intentó bajar para acercarse a ellos, pero los guardias que estaban a su cargo se lo impidieron:
—¡Ey, tú! ¡Quédate en tu habitación!
—¡Owen! —gritó ella desde lejos— ¡No les hagan daño! ¡Ellos son… eran mis pacientes!
Owen se volvió hacia ella, notablemente sorprendido, pero luego una idea vino a su mente, y caminó en su dirección subiendo las escaleras. Cuando la tuvo de frente, le sonrió tomándole una mano, sin apartar la mirada de sus ojos:
—Señorita Hailey, necesito que haga algo por mí. —Se volteó señalando a sus camaradas—. Cura a mis hombres y dime todo lo que sabes estos vampiros puros: dónde residían, con quiénes hablaban. Nos podremos ahorrar muchos problemas gracias a ti.
Hailey negó con la cabeza, dando pasos hacia atrás, comenzaba a sentir una fuerte opresión en el pecho.
—No puedo, Owen. No puedo hacerles daño. Son inocentes, solo estaban heridos.
Owen frunció el ceño, su paciencia estaba agotándose, y caminó hacia la chica sin compadecerse por el terror en su rostro.
—Hailey, esto no es una petición. Ya se lo he dicho: esto es por un bien mayor. Hágalo ahora, o las consecuencias serán… desagradables.
Hailey seguía retrocediendo, indecisa y con el corazón latiendo con fuerza. Pudo seguirle el juego al monstruo cuando se trató de su propio bienestar, pero poner en riesgo la vida de la gente que había ayudado durante meses era algo que no podía permitirse.
En completo pánico, corrió hacia un cuadro, rompió el marco y apuntó con la madera filosa hacia Owen.
»No sabes lo que estás haciendo— dijo él, sin detener su avance.
Los otros medio-vampiros comenzaron a subir la escalera al ver la respuesta violenta de su prisionera. Hailey temblaba cada vez más, consumida por el miedo. Sentía la mirada desorientada y casi inconsciente de los rehenes posándose sobre ella, tenía la sensación de que, pese a su estado, podían reconocer quién era. Viéndose acorralada, notó que no quedaba nadie en la planta baja, y cerró los ojos para lanzarse por el barandal hasta una mesa, que se quebró con el impacto. Hailey no sintió el dolor del golpe, pero se había dislocado un hombro y cortado superficialmente la espalda. Aun así, logró levantarse y correr a la puerta de salida con la velocidad de un medio vampiro. Para su mala suerte, fue reducida en un instante por los hombres que aun aguardaban la entrada por fuera.
Hailey nunca dejó de luchar, sea con mordidas o patadas, intentaba zafarse, quería huir y buscar ayuda, buscar a su querido Christofer. Pero su visión se tornó oscura y cayó desmayada cuando recibió un fuerte golpe de uno de los guardias en la nuca.
***
Hailey despertó con un dolor sordo en la cabeza y sabor a sangre en sus colmillos. Parpadeó, tratando de enfocar la vista, y se dio cuenta de que estaba de vuelta en su habitación. Se tocó la nuca, sintiendo un bulto, y recordó vagamente el forcejeo, la huida y el golpe final que la había dejado inconsciente.
Se levantó con cuidado, aunque no podía hacer fuerza con su brazo izquierdo. Justo entonces, la puerta se abrió de golpe, y Owen entró, con una mirada de completa furia.
—¿Qué es lo que tengo que hacer contigo, maldita? Eres una malagradecida que no se merece ningún respeto. —Levantó su puño, pero se detuvo, viendo como Hailey se encogía y cerraba sus ojos con fuerza.
La chica no pudo evitar sentirse extrañada por no recibir el golpe, la fachada de Owen se había caído; esa falsa amabilidad que sólo buscaba su cooperación, y aun así, el vampiro se mantuvo fiel a sus palabras, tal vez por compasión, o porque no veía propósito en arruinarle el rostro a alguien que no iba a sentir el castigo físico.
—Owen, lo siento. Yo…
—No quiero oír tus estúpidas disculpas —interrumpió—. Has tenido todas las oportunidades del mundo para mostrar gratitud y cooperación, pero has elegido ser desobediente. ¡Te ofrecí hospitalidad, privacidad y comodidades para ti sola! ¡El mundo sería para ti! —Caminó por la habitación sin quitarle los ojos de encima a la joven, y tomó una manzana del canasto que aún permanecía a los pies de la cama—. Recorrí la región para conseguir estas malditas manzanas por ti, y mira cómo me agradeces: pensabas huir.
Owen aplastó la manzana con su mano y la dejó caer. Se mantuvo en silencio durante un tiempo y Hailey sólo mantenía su mirada baja. Fue entonces que el vampiro suspiró profundamente y apoyó una mano sobre el hombro de la chica, casi apretándolo con ira.
—Y sé muy bien que también disfrutaste nuestro juego esta mañana —continuó, con un tono amenazante, pero bajo—. Te retorcerte de placer sobre esa mesa. Pero yo no recibí nada a cambio… me parece que necesitas aprender algunos modales.
Hailey levantó la cabeza, adivinando sus intenciones, y con evidente angustia retrocedió hasta que su espalda chocó contra la pared.
—Espera, Owen, te lo suplico…
—Cállate —dijo Owen, con voz firme—. Te lo he advertido, este será tu castigo. Ahora, arrodíllate.
El miedo paralizó a Hailey, que sudaba frío acorralada contra la pared, mientras miraba al contrario con miedo y repulsión.
»¡Arrodíllate! —rugió el vampiro en una clara orden.
Hailey en un sobresalto obedeció y se arrodilló frente a él.
Con un movimiento rápido, Owen desabrochó su cinturón y se bajó los pantalones, liberando su miembro, que de a poco se hacía más erecto al sentir el cercano rostro de la joven, que evitaba mirarlo. Owen tomó su pene y se lo rozó a Hailey por la mejilla, de arriba abajo; se endurecía con el contacto suave de la piel.
—Mírame y abre la boca —ordenó.
Hailey elevó la vista hacia los exigentes ojos de ese monstruo. Una vez más, iba a ser obligada a hacer algo que no quería, pero mientras más sentía el aroma del miembro erecto cerca de su nariz, más difícil parecía escapar de su situación.
Owen repetía el movimiento sobre los labios de la chica que, pese a todo, parecía rehusarse a abrir la boca. La expresión asqueada de Hailey irritó al vampiro, que tomó con fuerza a la joven del mentón:
—Escúchame bien, perra desobediente: si hubieras dado la información que te pedí no me hubiese visto obligado a torturar a esos vampiros. ¿Pudiste escucharlos gritar en tu subconsciente?, ¿suplicar cuando les arrancábamos las uñas y quebrábamos sus dedos?
Hailey abrió los ojos de par en par, sintiendo un nudo en la garganta.
—No lo hiciste…
—Oh, podría llevarte ahora mismo a ver cómo están. Ya me dieron la información que quería, así que puedo matarlos cuando termine contigo. No quieres eso, ¿verdad? ¡Entonces abre la maldita boca!
Los labios de Hailey comenzaron a temblar; estaba deshidratada y ya no le quedaban lágrimas, pero en todo momento sintió una punzada en el corazón. Trató de creer que todo era mentira, y cerró sus ojos una vez más, intentando bloquear la realidad de lo que estaba a punto de hacer. Con sus manos apoyadas en las piernas, respiró hondamente y abrió la boca.
»Eso es… —murmuró Owen, sonriendo con malicia.
Empujó su miembro con lentitud, entrando así en la boca caliente y húmeda de Hailey. Ella se esforzó por relajarse, pero cada instinto en su cuerpo le gritaba que se alejara.
Owen echó su cabeza hacia atrás, disfrutando del momento mientras empezaba a mover sus caderas a un ritmo constante:
—Mmm, sí. Buena chica, chúpalo bien…
Hailey se concentró en respirar por la nariz, tratando de no pensar en lo que estaba haciendo. Owen, notando su falta de entusiasmo, le agarró la cabeza con ambas manos, controlando el movimiento con los dedos enredados en su cabello, forzándola a ir más profundo con cada embestida.
»¡Sí! Así me gusta más —dijo en un gruñido ahogado por el placer—. Usa esa lengüita tuya para algo bueno. Te está encantando, ¿no? ¡Dímelo!
Owen le sacó el miembro de la boca para oír una respuesta, pero, tal como él esperaba, Hailey no dijo nada; su mirada parecía no tener alma, seguía con la boca abierta y un hilo de baba conectándose con el pene. Owen lo tomó para dar pequeños golpes húmedos contra la mejilla de su víctima, antes de volver a meterlo, con intención de llegar a su garganta.
Hailey sintió el sabor del líquido preseminal en su lengua, y Owen comenzó a gemir. Empujó a la chica y empezó a embestirla contra la pared, más rápido, más profundo, de modo que los testículos de Owen daban contra el mentón de Hailey con cada movimiento. Ella intentaba aguantarlo agarrándole las piernas, hasta llegando a arañarlo, pero al vampiro no le importó. El sonido de la saliva y las arcadas era muy claro.
—Aquí viene —gimió Owen—. Trágatelo Hailey, sé una buena puta y trágatelo.
Con un último empujón, Owen se vino a borbotones, y llenó con su semen la boca y garganta de Hailey. Ella no pudo evitar tragar la mayoría, pero cuando Owen por fin retiró su pene, ella dejó salir de su boca parte del esperma, que caía sobre sus muslos.
Owen respiraba pesadamente mientras miraba a Hailey, desecha y sin dejar de temblar. La tomó de la quijada para poder mirarla a los ojos; una mirada que reflejaba una mente hecha pedazos. Con una sonrisa, Owen agarró su miembro cubierto de semen y baba y lo dejó posado sobre el rostro de la joven Hailey.
—Ya estamos a mano —dijo Owen—. Los rehenes sólo morirán desangrados… Espero que esto no se vuelva a repetir, porque mañana tenemos una misión importante: vamos a buscar a cierto cazador que tú conoces.