La fiesta de cumpleaños
Capítulo I
Fue el gracioso de mi marido el que insistió en que la fiesta de mi cumpleaños fuera algo especial, debido a que en ese año cumplía ya los treinta.
También fue él quien decidió que la fiesta fuera de disfraces y que los nuestros, en recuerdo de una graciosa anécdota del viaje de novios por Grecia, que no viene al caso, fueran de Minerva y el minotauro.
El se encargó de organizarlo todo con la ayuda de nuestros amigos incluyendo, incluso, la elección de nuestros trajes.
La verdad es que el suyo le quedaba casi perfecto, pues parecía totalmente un toro puesto de pie, al que solo se le veía la boca, ya que hasta los ojos quedaban ocultos detrás de la graciosa mascara.
Pero yo me sentía algo incomoda con el mío, dado que este era bastante mas descocado de lo que yo me suelo poner.
Estaba confeccionado en su totalidad con unas finas gasas lilas, blancas, azules y verdes que, aunque se superponían unas sobre otras por toda mi anatomía, apenas si velaban mis rotundas formas.
Mi marido lo arreglo a su manera, como de costumbre, comprándome para la ocasión un minúsculo bikini rosa de lacitos que apenas desentonaba con el resto del conjunto, y que ocultaba, al menos en parte, mis abundantes y prominentes encantos.
Digo esto porque la parte inferior de la prenda era un minúsculo tanga, que por delante malamente cubría mi espeso y oscuro vello púbico, y que por detrás se reducía tan solo a una especie de cordelito que se introducía entre mis dos medias lunas.
Por suerte tomo frecuentes sesiones de rayos uva, y el tono moreno que lucia mi cuerpo hacia que mis doradas nalgas desnudas no destacaran demasiado bajo las tenues gasas que lo cubrían.
A diferencia de mis pletóricos y voluminosos senos, a los que los diminutos triángulos superiores del bikini no cubrían ni tan siquiera en una tercera parte, ya que mi poderosa delantera desbordaba la ridícula pieza por todos los lados.
Así que, después de discutir en vano este tema con mi marido, hube de conformarme con que la prenda cubriera mis gruesos pezones puntiagudos y muy poco más, que ya era algo. Eso si, confiando en que el estrambótico disfraz disimularía de alguna forma el resto de mi exuberante anatomía.
De todas formas ya estaba acostumbrada a ser el centro de atención en la mayoría de las fiestas a las que asistía, pues mis generosos atributos, asombrosamente firmes si tenemos en cuenta su gran tamaño, unidos a una esbelta cintura, a base de régimen y deporte, sin olvidar un trasero bastante respingón, atraen la mirada de los hombres como la miel a las moscas.
Mi marido no solo se ha resignado ya a ello, sino que parece disfrutar bastante viendo los apuros que pasan nuestros amigos para lograr apartar sus ojos de mi cuerpo. No es pues de extrañar que tenga la fama de calientapoyas, con perdón, que tengo entre nuestras amistades masculinas.
Pues nunca he permitido que ellos se apoderen de lo que tanto ansían.
Y cuando alguno, mas osado de lo que seria deseable, a puesto las zarpas en algún sitio donde no debía pronto lo he apartado, con mi mirada o con mis manos; demostrándole, lo mas claramente posible, que mi cuerpo solo le pertenece a mi esposo.
Esa noche memorable mi marido me retuvo en nuestra alcoba del piso superior, estando ya disfrazada para la ocasión, hasta que hubo reunido en el salón a todos los invitados a la fiesta.
Solo entonces me permitió bajar, dándome una sorpresa mayúscula, cuando me presento a nuestros amigos; pues todos, sin excepción, llevaban el mismo disfraz que él. Hombres y mujeres solo se diferenciaban por el grosor y la altura, y las mejor dotadas por aquellos atributos que no habían conseguido disimular.
Al principio fue una velada realmente maravillosa, en la que mi marido disfrutaba como si fuera un niño pequeño, mezclándose entre el resto de los invitados para que yo nunca estuviera segura de donde estaba él en realidad.
Todos los asistentes volcaban sus atenciones sobre mí, procurando que mi copa estuviera siempre llena, y disputándose el honor de ser mi pareja de baile.
No había forma de saber con quienes, ni cuantas veces, baile aquella noche. Pero me divertía horrores cuando algunas veces descubría quien era el galán que me acompañaba, sobre todo cuando este resultaba ser una mujer que se había hecho pasar por hombre.
Conforme pasaban las horas las piezas rápidas fueron cediendo su lugar a las baladas, y las luces se fueron apagando poco a poco para que la suave penumbra que nos envolvía animará a los enamorados.
Por otra parte el alcohol también empezaba a hacer su efecto en mi, logrando que apenas pudiera distinguir ya a un solicito acompañante de otro.
Supongo que fue mi marido el que ideo la forma de acariciarme mientras bailábamos. Ya que durante una pieza larga y lenta apretó contra mi trasero una de sus manos, sujetando así la manga vacía de su otro brazo como si ambas estuvieran juntas, pues el otro brazo se encontraba oculto dentro del amplio disfraz.
Así, con solo abrir un poco la cremallera del mismo, tuvo un acceso directo hasta mi delantera, que continuaba unida a la suya.
Me halago, y sorprendió, ver como se las ingeniaba el picaron para poder acariciarme, haciéndome recordar nuestra azarosa juventud.
Devolví vehemente sus ardientes besos, permitiendo que sus manos deambularan a placer sobre mis turgentes colinas. La verdad es que no me importo demasiado que luego me tocara ambos senos por debajo del bikini, ávidamente, jugando con mi rígido pezón mientras me besaba de un modo muy lujurioso.
Yo pensaba, con bastante ingenuidad, que ningún invitado se daría cuenta de lo mucho que disfrutábamos ambos con tan insólita situación.
Pero el sujeto que yo creía que era mi marido bailaba cada vez mas piezas conmigo; besándome y manoseándome, ansioso y muy excitado, mientras duraba la pieza musical, y el alcohol me iba embotando del todo.
Pero no estaba aun tan embriagada como para no darme cuenta de que eran las largas y afiladas uñas de una mujer las que me estaban pellizcando el sensible pezón, con bastante habilidad, mientras ambas bailábamos.
Alce mi cara, reflejando en mi mirada la sorpresa que acababa de llevarme, intentando distinguir que viciosa se ocultaba tras la máscara.
La mujer, emitiendo una risita muy curiosa, aprovecho la forzada postura de mi rostro para sellar con su ardiente boca mis labios entreabiertos, dándome uno de los besos mas apasionados que yo recuerdo, al tiempo que lograba endurecer por fin mi rosado fresón.
Se me cayo el alma a los pies cuando caí en la cuenta de que esa risita tan peculiar solo podía pertenecer a una de mis jefas de la oficina, que además estaba casada con el mejor amigo de mi marido.
Cuando sus fogosos labios por fin soltaron los míos sepulte mi cara en su hombro, turbada y abochornada, pues me daba cuenta de que ella era solo una más entre todos los licenciosos que habían estado jugueteando con mis pechos mientras bailábamos, pues es seguro que fueron bastantes los invitados que imitaron a mi esposo para abusar de mí.
Y lo peor es que mi marido era el que había consentido, o al menos iniciado, la ronda de tocamientos; divirtiéndose, con ellos, a costa de mí y de mi cuerpo.
Capítulo II
No bien terminó la pieza de música me marche, disparada, hacia el cuarto de baño, pues ahora que sabía lo que estaba pasando necesitaba soltar las lagrimas antes de que algún otro libidinoso desconocido quisiera bailar conmigo.
Pero no pudo ser, pues nada mas entrar me di cuenta de que ya estaban dentro otras dos chicas, ambas con el disfraz bien abierto para poder satisfacer sus necesidades, dejando a la vista su atrevida ropa interior.
Aún no había decidido si prefería esperar a que terminaran o marcharme cuanto antes a mi dormitorio, cuando irrumpió en el aseo la que acababa de ser mi pareja de baile; y que cerro la puerta, con pestillo, nada más entrar, haciéndose cargo enseguida de la situación.
Mi jefa, sin darme siquiera tiempo a protestar, empezó a secar mis primeras lágrimas con una toalla, mientras me decía que no tenía que ser tan tonta, que un cuerpo tan soberbio como el mío estaba hecho sobre todo para disfrutar, y que justamente ahora empezaba la edad en la que tenía que sacar el mayor provecho de todos mis conocimientos sexuales. Mientras me decía estas frases, y otras similares, seguía secando mis lagrimas, hasta que estas poco a poco dejaron de brotar. Las otras dos chicas la apoyaban en sus todas sus aseveraciones, añadiendo comentarios bastante subidos de tono para confirmar sus ideas.
A una la identifique rápidamente como la hija de los vecinos, bastante tímida y apocada por cierto, y la otra nunca supe quien fue.
Mi jefa, al ver que por fin me estaba calmando, procedió a quitarme la parte superior del escueto bikini, asegurándome que ya no valía la pena esconder por mas tiempo unas cosas tan bonitas.
Aunque mi imagen, reflejada en el espejo, me permitía ver lo mucho que destacaban mis oscuros y gruesos pezones, ahora bien endurecidos, sus continuas alabanzas y caricias lograron disuadirme.
Además las jovencitas, en cuanto estuvieron los fresones a la vista, se lanzaron como dos fieras hambrientas a saborearlos.
Mi jefa, condescendiente, permitió que las chicas saciaran su sed en mis grandes globos, mientras ella separaba mis muslos suavemente, con ambas manos, para que sus largos dedos pudieran introducirse con mayor facilidad en mi húmeda y acogedora hendidura.
Mi primer orgasmo fue tan intenso y violento que no me quedaron fuerzas ni para gritar.
Y es que he de reconocer que mi viciosa jefa sabia manejar sus suaves manos con una habilidad extraordinaria, introduciendo dos o más dedos hasta el fondo de mi gruta con la cadencia adecuada para que sus deliciosos masajes en el clítoris me destrozaran de gozo y placer.
Una de las chicas terminó de quitarme la parte de abajo del bikini, que ya no volví a ver mas, para que su apasionada boquita no tuviera ningún obstáculo a la hora de saborear mi empalagosa fuente privada.
Al mismo tiempo la otra jovencita seguía entusiasmada con mis apetecibles ubres, besando y mordisqueando los gruesos pezones, dulcemente, mientras amasaba toda la prieta carne que sus pequeñas manitas le permitían abarcar.
Mi jefa, amorosa, libero uno de sus pequeños, pero firmes, pechos de debajo del disfraz para que yo también tuviera un lugar donde posar mis labios, y para que mis gemidos no se oyeran por toda la casa cuando alcance el segundo orgasmo de aquella velada, aun más violento que el anterior.
Las dos chicas se turnaron entonces en la agradable tarea de limpiar mis sabrosos flujos íntimos con sus ardientes y expertas boquitas, cuidando de no provocarme un nuevo orgasmo, mientras mi amable jefa volvía a velar mis encantos con las tenues gasas, besándome, cariñosa, al tiempo que me acompañaba de nuevo al salón.
Lo último que vi antes de abandonar el cuarto de baño fue a las dos jovencitas lesbianas masturbándose la una a la otra, febrilmente, mientras se devoraban mutuamente a besos.
Capítulo III
Parecía que todos los presentes habían estado aguardando anhelantes mi regreso, pues nada más entrar en el salón hicieron que se parara la música que sonaba, y las parejas que habían estado bailando formaron un amplio circulo, dejando el centro despejado para mi.
Allí fue donde alumbró una potente luz rosada, procedente de un enorme foco que había traído mi esposo durante mi ausencia, mientras escuchaba una melodiosa música árabe.
Yo estaba ya tan encendida que sólo dude un breve instante antes de situarme bajo la luz para realizar el baile sinuoso que todos los invitados estaban esperando impacientemente.
Reconozco que no soy una gran bailarina, pero tampoco hacía falta esmerarse mucho, pues todas las miradas estaban fijas en el pesado bamboleo de mis opulentos senos, y en la oscura sombra triangular que tan consideradamente se clareaba bajo las tenues gasas.
Apenas deje caer al suelo el primer velo cuando ya las enronquecidas voces clamaban por la caída del siguiente.
Así que mientras danzaba les fui complaciendo, poco a poco.
Cuando acabó la alegre melodía solo me quedaba puesto uno de los velos más largos, de un llamativo color azul celeste.
Este velo, que tenía su origen bastante más arriba de mis rodillas, pasaba por debajo del cinturón de cascabeles y ascendía luego hasta tapar uno de mis pechos, después de rodear mi cuello por detrás bajaba para ocultar el otro pecho antes de volverse a introducir por debajo del cinturón y acabar de nuevo donde comenzó.
Con solo dar un pequeño tirón logre que los dos extremos de la gasa coincidieran en mi intimidad, con la vana esperanza de que la ocultaran un poco más.
Lo cual era del todo imposible; pues, con solo mirar hacia abajo ya me daba cuenta de que la tenue gasa lo único que lograba era dar un curioso tono azulado a mis opulentos pechos, logrando que mis pezones destacarán aún más, gracias a su nuevo y llamativo color violeta oscuro.
No me moleste siquiera en mirar cómo había quedado mi intimidad, ya que estaba segura de que mi espesa pelambrera rizada tardaría bien poco en asomar fuera de su protección.
Capítulo IV
Nada mas apagarse el foco que me iluminaba volvieron a sonar las sosegadas notas de una romántica balada.
Y antes de que lograra recuperara el control de la visión ya estaba entre los brazos de un desconocido, que me obligaba a seguir el compás de la música.
Ni siquiera habíamos dado un par de vueltas cuando el excitado minotauro volvió a recurrir al truco de antes para alcanzar mis pechos.
Esta vez, a pesar de no saber quien era el tipo que me sobaba, decidí apoyarme en su hombro, y dejar que la velada siguiera su curso.
Pero los demás minotauros no se podían quedar impasibles viendo mi desnuda grupa al aire y, casi de seguida, empece a notar como unas ansiosas manos, distintas a las de mi fogoso acompañante, amasaban mis prietas carnes indefensas.
También les deje actuar.
Viendo mi completa pasividad pronto me encontré rodeada de muchos viciosos galanes, que lo mismo besaban mis labios, que jugaban con mis senos desnudos, o acariciaban mis nalgas, explorando a fondo su oscura separación, penetrando cada vez mas en ella.
A ninguno pareció importarle que mi baile se volviera torpe y descompasado cuando los dedos de mis amantes encontraron la estrecha abertura de mis orificios, y la recorrieron a placer, profundizando en su interior impunemente.
No recuerdo ya si fueron tres o cuatro los orgasmos que alcance de esta manera, amortiguando mis grititos en las bocas que me devoraban, hasta que las piernas se me quedaron tan débiles que no me podían sostener.
Luego uno de ellos, fuerte como el toro del que iba disfrazado, me llevó en brazos hasta mi alcoba, donde le cupo el inmenso honor de ser el primero en poseerme, rudamente, como no podía ser menos.
Su grueso aparato penetraba rítmicamente en mi encharcada intimidad, como un pistón enloquecido, mientras el resto de los minotauros me terminaba de desnudar.
Sus múltiples manos me torturaban y mataban de placer por igual, al tiempo que obligaban a las mías a hurgar dentro de sus disfraces y acariciar sus aparatos.
Como ya supondrán lo que sucedió a partir de ese momento fue un desfile interminable de miembros buscando algún orificio por donde penetrarme; recurriendo, al final, a mis labios, para depositar su esperma en mi boca, como si de un preciado regalo se tratara.
Yo, como una complaciente muñeca de trapo, adoptaba las posturas más inverosímiles para que mis innumerables amantes cobijaran sus rígidos bastones en el agujero deseado, pues todos sabían ya que yo gozaba de igual manera ya fuera por delante o por detrás.
Cuando no estaba absorbiendo sus cálidas esencias vitales estaba saboreando los pechos, e incluso las grutas, de todas aquellas mujeres que querían compartir su placer conmigo.
Creo que no sabría narrarles lo llena que me sentí, con todas esas manos acariciando cada centímetro de mi suave piel, y aquellos rígidos aparatos llenándome por completo.
Ni siquiera recuerdo el final de la orgía, pues me quede dormida, de puro agotamiento, cuando tenía todavía un grueso aparato perforándome por la entrada posterior, y yo aun no había terminado de tragarme la espesa papilla que acababa de inyectarme en la boca mi anterior amante.
Al día siguiente no me pude levantar hasta mediada la tarde y, cuando lo hice, mi marido se había encargado de limpiar hasta el último resto de la fiesta.
Mi jefa también supo excusar que tardará todavía un par de días en volver a la oficina.
Y tanto ella, como mi marido, como todos aquellos amigos que fueron invitados a mi cumpleaños se comportan como si allí no hubiera pasado nada fuera de lo corriente.