Capítulo 1

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Esto es sexo y amor del puro. Esa era la frase que me repetía mientras nosotras gozábamos del sexo con él. Cuatro preciosas mujeres para darle gusto. A la que más le costó satisfacer fue a Mónica. Cuando ya todas habíamos gozado, estuvo clavándole su verga con gran intensidad. Eran penetradas bruscas, rápidas, frenéticas. Pero parecía ser indiferente a su pasión por tener sexo con ella.

En ese momento Mónica estaba acostada en la cama. Sus nalgas se encontraban al borde de la cama. Eso le proporcionaba a él una excelente comodidad para penetrarla. Mientras tanto, su novia y mis amigas besamos a Mónica. Éramos tres mujeres compartiendo besos apasionados con ella. Su rostro y sus labios eran besados por Stephanie, Lina y yo.

En cierto momento comenzamos a vivir un nuevo juego. Empezamos a darnos besos demasiado ensalivados. Mónica empujaba la saliva en su boca como si fuese espuma. Entonces yo chupaba esa espumaba y besaba Stephanie. Y luego Stephanie, con su boca espumosa de saliva, se besaba con Lina.

Habíamos creado un “circuito”. Quizá no pareciera muy higiénico esos besos, pero sí muy excitante. Yo seguía repitiéndome la frase instaurada en mi corazón: Esto es sexo y amor del puro. Al sentir la vibración de esa frase, nada me parecía cuestionable. Todo lo que pudiera ocurrir esa noche entre nosotros cinco no podía ser juzgado.

—Cómo que han jugado antes a ese juego—dijo Gustavo—. La verdad es que se ve muy lindo cómo comparten esa saliva.

—Esto es amor del puro, cariño—respondió Lina—. Y sí, ya en otra ocasión nosotras habíamos vivido esto.

—¿Te quieres integrar al juego?—le preguntó Stephanie.

—No todavía—advirtió Mónica—, ¡todavía no ha terminado de satisfacerme!

Su pene seguía penetrando con fuerza la vagina de Mónica. Esa forma de reivindicar que Gustavo debía cumplir con una misión lo estimuló bastante. Sus penetradas se tornaron más intensas. Incluso, con una pasión furiosa decidió darle penetradas más profundas. Y solo hasta ese momento, sus gemidos de hombre fueron más notables.

Por lo que podía interpretar, Mónica estaba muy concentrada en el juego de saliva de nosotras. Eso la tenía bastante distraída del placer de las penetradas. Pero cuando él empezó a atacar con toda su potencia sexual, ella ya no pudo contenerse. De hecho, Mónica tuvo que hacer una pausa para pedirle que continuara con suavidad. Obedeció y bajó un poco al ritmo de sus penetradas frenéticas.

Durante ese tiempo, nos vio cómo continuábamos besándonos. El juego de saliva espumosa mantenía su circuito. Yo sabía que Gustavo estaba extasiado de ser testigo de ese evento. Y una vez más, yo me repetía en mi cabeza la frase de: Esto es sexo y amor del puro. La repetía como si fuese un mantra. Y cada vez que lo hacía, mi satisfacción incrementaba.

Veía su pene en contacto con la vagina de Mónica. Y tenía la impresión de que estaba cargado con una fuerza poderosa. Su verga se mantenía erecta, firme, disponible para follar sin tregua. Ver su pene me distraía un poco de mi participación en los besos e intercambio de saliva entre nosotras. Hubo un momento en que anhelé que él fuese inmediatamente parte de ese juego. Por un instante pensé en que él ocupara el lugar de Mónica para ser acorralado por nuestros besos espumosos.

—¿Cómo se llama ese juego?—nos preguntó—. ¿Tiene algún nombre oficial?

—Pues amor, si tú no lo sabes, menos nosotras—respondió Lina—. El que se la pasa viendo pornografía eres tú.

—Tendré que investigar sobre el tema—comentó, achantado por la veracidad de la respuesta de su novia—. Se ve delicioso.

Gustavo había bajado la marcha y empezó a hundir su pene suavemente en la vagina de Mónica. Unos segundos después, ella lo animó a que continuara con mayor intensidad. Entonces sus penetradas pasaron de lo suave a lo intenso. Pero fue un cambio gradual.

Al cabo de unos dos minutos, las penetradas habían vuelto a ser intensas y desesperadas. Entonces Mónica comenzó a gemir de manera sofocada. Con sus manos, empujó con suavidad los rostros de las mujeres que la besábamos. Así se alivió de la asfixia que le generaba aquel juego de intercambio de saliva.

Stephanie, Lina y yo prestamos toda la atención a la actuación de nuestro joven hombre. Le ofrecíamos miradas de admiración y orgullo. Las tres estábamos concentradas en el coito de su pene y la vagina de Mónica. Y aquella mujer mientras tanto, gemía sin control. Yo me fijaba en su rostro excitado, cuyos ojos pasaban con frecuencia al blanco total. Mónica se estaba agarrando a las sabanas, resistiéndose a llegar al orgasmo. Entonces los gemidos de Mónica se tornaron intensos e incontenibles.

Esto es sexo y amor del puro. La convicción con la que me susurraba esa frase en mi pensamiento, potenciaba mi energía.

—¿A ver qué tanto resistes, querida?—le preguntó Stephanie, desafiante—. Hace un rato estabas muy indiferente.

—Es cierto, parecía que no estuvieras gozando nada—dijo Gustavo—. ¿O es que no te estaba penetrando bien?

—No es eso, querido Gustavo—respondió ella entre gemidos—. Es solo que estaba concentrada en el otro juego.

Dijo aquellas palabras con cierta dificultad, con la misma agitación de quien está trotando. De hecho, tuvo que pagar ese esfuerzo extra, con una serie de gemidos alucinados. Comenzó a lanzar unos grititos llenos de cierta desesperación. Mientras tanto, Stephanie, Lina y yo acariciábamos sus senos y su cabello.

Todos sabíamos que pronto ella alcanzaría un tremendo orgasmo. Esto es sexo y amor del puro. La respiración de Gustavo era intensa y equilibrada. Si Mónica y él estaban trotando, sería nuestro hombre quien ganaría esa carrera. Y en efecto la ganó. Aquella mujer quedó doblegada ante su poder sexual.

Porque cuando ella alcanzó su satisfacción total, él continuó embistiendo su vagina con su pene. Los gritos de felicidad y placer de Mónica lo llenaron de orgullo, al igual que la envidia y la emoción en nosotras. Llegó un punto en que ella no tuvo otra opción que suplicar. “NO MÁS, QUERIDO, NO MÁS”, gritó.

–Sigue un poco más, Gustavo, sigue–dije–. Demuéstrale de lo que estás hecho.

–NOOOOOOOOOOO, NO MÁS, ¡¡¡NO MÁÁÁÁÁÁÁÁÁS!!!

Entonces se detuvo. Creo que aquel grito se escuchó en todo el edificio. Lina, Stephanie, Gustavo y yo comenzamos a reírnos. Mónica pasó su mano por su frente antes de abrir sus ojos. Se sintió orgullosa de ser el centro de las miradas. Luego le lanzó al hombre del momento una deliciosa mirada de cariño, antes de lanzarle un guiño.

Su respiración era intensa y casi asfixiada. Pero era notable que en ese cansancio había alcanzado una dosis estupenda de libertad. Entonces, cuando tuvo energía suficiente, decidió levantarse. Se aproximó a él y le dio un beso en la boca. Mónica usó sus brazos para estrecharlo con fuerza, como si fuese un abrazo forzado. Y luego, descargó una fuerte palmada en la nalga derecha de Gustavo.

Esa noche, habíamos disfrutado el sexo a ese nivel gracias a unas pastillas de erección. Sin esas pastillas, ninguna hubiese disfrutado de él al nivel en que sucedió todo. Mónica había tenido el primer y último turno de follar con Gustavo. En esa primera ocasión estábamos todos reunidos en la sala del apartamento. Ahora que lo pienso, quizá haya sido por eso que Mónica tuvo tanta resistencia a sus penetradas durante el último asalto. Los dos tuvieron sexo en el sofá, despertando sensaciones en nosotras, las espectadoras que nos masturbábamos mientras compartíamos miradas tiernas y provocadoras.

Después de haber tenido sexo en el sofá, pude percibir lo fresco y relajado que estaba Gustavo tras conquistar su orgasmo. Había alcanzado tanto placer que por un instante intuí que se achantó. Frente a él, en los sillones, se encontraba Stephanie y Lina masturbándose. Las dos tenían sus piernas abiertas, con sus talones apoyados en los reposabrazos. Parecían estar brindándole a él un espectáculo exclusivo. Aunque yo le di un espectáculo aún más tremendo cuando me bebí y degusté en mi boca su semen, que resbaló de la vagina húmeda de Mónica.

Luego Gustavo me estuvo observando, masturbándome en el suelo mientras recostaba mi cabeza sobre el sofá. Mónica se quedó al lado de él y apoyó su codo derecho sobre su hombro. Le estuvo dando besos muy deliciosos. O mejor, robándole sus besos. Nuestro amante los contestaba, a la vez que miraba a su novia. Lina no le prestaba atención y le lanzaba guiños con sus ojos. Así, le demostraba que estaba orgullosa de lo que él estaba viviendo.

Hasta ese momento Gustavo no sospechaba nada sobre las pastillas de erección. Fue por eso que afirmó:

—Ahora habrá que esperar un buen rato. Pero si lo desean puedo ayudarles con lo que me pidan.

—¿Y a que te refieras con eso de “lo que me pidan”?—preguntó Stephanie.

—No sé, un poco de sexo oral. O ayudarlas a masturbarse.

—Es buena idea—respondió Mónica—. Pero… ¿sabes cuál es la buena noticia, querido?

—¿Cuál?

—Que no es mucho lo que vamos a tener que esperar. ¿Sabes lo que son las pastillas de erección?

—Creo que sí. Me imagino que algo así como el viagra.

—Exacto. Yo tengo varias en mi bolso.

En ese momento, Stephanie suspendió su masturbación. Se colocó de pie, diciendo que todavía no era el momento de las pastillas. Dijo que aceptaba la propuesta de Gustavo. Y tras acercarse lo levantó del sofá, tomándole de su mano derecha. Le pidió entonces que se recostara en el suelo, sobre el tapete. Nuestro hombre obedeció, pero solo sentándose en el suelo. Esto es sexo y amor del puro. La frase resonaba en mí ser como un grito lleno de satisfacción.

Gustavo la miró con ojos tiernos. Era una mirada igual de tierna a la que ella le estaba ofreciendo. La verdad se notaba bastante la emoción que lo dominaba en ese instante, fruto de la idea de continuar dándole placer. Aunque la idea de usar las pastillas también había provocado un gran orgullo en él. Tal como nos lo confesó Gustavo después, fue algo similar a quien va tomarse su primera cerveza en la vida.

—Vamos a hacer el 69, querido—dijo Stephanie.

—Muy buena idea—agregó Lina—. Pero en el suelo puede resultar muy incómodo. ¿Qué tal si lo hacen en mi cama?

—Oh, bueno, pues ya que así lo quieres—respondió Stephanie—. Entonces vámonos todas para allá.

Un minuto más tarde, él se encontraba recostado en la cama de la habitación principal. Se apropió de su lugar, colocándose en la mitad de la cama. Se estableció allí, consciente de que él era el protagonista de esa orgía. Era evidente que, como hombre, acompañado de cuatro mujeres, poseía el rol principal. Mujeres que nos hicimos cargo de darle todo el placer que deseaba, como si fuese un rey. Esto es sexo y amor del puro, me decía asombrada, llenándome de una emoción tremenda.

Stephanie y él se ubicaron en posición 69. Aunque su pene estaba flácido, pudimos sentir lo mucho que disfrutó del momento. Mientras lamía sus labios inferiores, yo me deleitaba tratando de sentir en mi boca el sabor delicioso y excitante de la vagina de Stephanie. Ella por su parte gozaba del sexo oral mientras acariciaba su pene. Me parecía leer en el rostro de Gustavo, su gran anhelo por estar bajo los efectos de las famosas pastillas de erección. Y yo me lo imaginaba sintiéndose como todo un dios al vivir en carne propia el resultado de consumirlas.

Gracias a la posición 69, Gustavo pudo tragarse un abundante chorro de flujo vaginal que liberó Stephanie. Ese líquido entró por su boca con facilidad, mientras su cabeza estaba recostaba cómodamente en la almohada. Sé que fue algo fantástico para él por el modo en que se relamió los labios de su boca antes de proseguir con la estimulación de la mujer que estaba sobre él.

—Creo que ahora sí podemos darle una de esas pastillas—dijo Mónica—. Voy por un vaso de agua.

—¿Preparado para otro momento intenso de esta noche?—le preguntó Stephanie—. Gracias por ese 69, querido.

—Es con gusto—respondió orgulloso.

Mónica no solo volvió con el vaso de agua. También traía una de las pastillas de erección. Desnuda y hermosa se subió a la cama, aproximándose hacía él. Le pidió que se colocará de rodillas en la cama, tal como ella lo estaba. Entonces se acercaron entre ellos, como si fuéramos un par de novios. Fue algo muy romántico lo que ocurrió a continuación.

Como si le estuviese dándole de comer, introdujo la pastilla en su boca. Y luego usó el vaso de cristal para darle de beber el agua. En cuanto acabó de beberse el agua, Mónica ubicó su mano derecha tras su cabeza. Le acarició el cabello, mientras lo miraba con ojos enamorados y provocativos. Luego los dos se besaron con una pasión intensa y desbordada.

El efecto de las pastillas estuvo del todo latente tras unos diez minutos de espera. Su pene obtuvo una apariencia tensa y robusta. La punta de su pene, es decir, su glande, estaba rígido y fuerte. Mientras recobraba su erección todas estuvimos atentas a cómo se iba estirando. Lo que ocurrió fue que Mónica, sentándose sobre sus talones, se colocó a un lado suyo; su cintura estaba al lado de la de él. Entonces con sus manos comenzó a estimularle el pene.

—Esto no tardará en concretarse, querido—dijo—. Solo hay que darle un buen masaje para que se estire bien precioso.

—Me gusta mucho el cariño con que me lo masajeas—confesó Gustavo.

—Es con gusto, corazón—agregó—. Lo importante es que todos disfrutemos.

—La estamos pasando muy delicioso contigo, Gustavo—dije—. Qué noche tan fantástica.

Al cabo de los diez minutos del masaje de Mónica, su pene estaba listo. Recuerdo esas caricias con mucho cariño. Tuvo su pene entre sus manos como si fuese un juguetito de ella. A veces le regalaba esas miradas tiernas y sinceras. Miradas que le recordaban todo el amor que todas le estábamos ofreciendo.

Una vez su pene estuvo listo, Mónica lo tomó por los hombros y lo empujó. De ese modo, logró recostarlo en la cama. Le propinó unas cachetadas deliciosas y le dio un beso en la boca. En realidad, ella no estaba encima de él, sino a un lado. Gustavo pensó que ella iba a continuar teniendo sexo con él. Pero luego entendió porque no estaba ella encima suyo cuando dijo:

—Sé muy bien que acabo de culearme a Gustavo. Así que a otra le corresponde el turno. ¿Quién quiere follar con este pene delicioso?