Capítulo 1
Todavía faltaba un poco más para esa escena fabulosa que tanto me impresionó. La escena en que le dieron dos copas de cristal a Melina para llenarlas con los chorros de squirt de sus amantes. También faltaba aún que Esperanza, Mónica y yo decidiéramos hacer la fila para tener la oportunidad de jugar con la cumpleañera.
La cumpleañera siguió gozándose a cada una de las mujeres que se acercaban. Con todas compartía besos apasionados mientras se manoseaban. El toqueteo en las partes íntimas también era una constante. El estado de excitación que vivía Melina era igual de intenso al de los demás. Estábamos transgrediendo los límites del sexo. Aquella orgía, con Melina como protagonista, significaba para todas, una experiencia única. ¿O acaso, era su cumpleaños la excusa perfecta para desatar todos nuestros deseos?
Durante mucho tiempo, no hubo mayor novedad. Las mujeres iban pasando frente a Melina para deleitarse de sus dieciocho años. Le ofrecían sexo oral, la recostaban en el sofá, colocaban su vagina frente a su cara. Algunas la obligaban a estar en posición 69, tratándola con una violencia tierna. Cada una intentaba darle algo nuevo, para que le sobraran razones para no olvidar esa noche. Pero entonces, la DJ anunció a todas que había llegado su turno.
—MUY BIEN, CHICAS—dijo suavemente por el micrófono—. Ha llegado mi turno. Prepárate Melina porque te llevo una sorpresa.
Entonces la desnuda DJ se aproximó llevando un paquete de regalo. Parecía uno de esos regalos de Navidad, con cintas de colores y papel luminoso. Con gran facilidad, la mujer abrió el regalo y lanzó la caja al suelo. La DJ levantó su mano al cielo, para exhibir el doble consolador sexual. El consolador estaba envuelto en plástico, denotando que era del todo nuevo.
Era un consolador de color rosa fucsia, que describía una forma de U. Y cada extremo de esa U, estaba rematado por la forma de un pene. El ruido, los aplausos y los chiflidos animaron por completo a toda la discoteca, a ese ardiente entorno de club de masturbación.
Todas vimos entonces cómo la DJ utilizó uno de los extremos para penetrar a Melina. Vimos el rostro de satisfacción y emoción de la cumpleañera. Un momento después, la DJ se subió al mueble, introduciéndose el otro extremo del consolador. Viendo eso, pensé por un instante en el tema del sexo seguro. Pero el pensamiento no tuvo mayor efecto en mí.
—No demoran en empezar a repartir otros consoladores—dijo Mónica.
—Sí—afirmó Esperanza—. Dejemos que pasen las camareras con las bandejas.
—¿Nos van a dar consoladores como ese?
Mónica me explicó que los consoladores que repartirían serían individuales. Es decir, consoladores de uso personal. Pero a la vez me indicaron que era muy normal que dichos consoladores se usaran para la homenajeada. Imaginé en mi mente a todas usando esos juguetes y sentí una deliciosa ansiedad. Una ansiedad que violaba los límites del sexo seguro, despejando todos los miedos.
En efecto, unos minutos después se acercó una camarera desnuda, con una bandeja de cocteles. Y en medio de los cócteles, los consoladores nuevos, empaquetados en bolsas plásticas. Esperanza, Mónica y yo elegimos nuestro respectivo consolador. Pero a la vez nuestros cócteles. Necesitábamos licor para seguir armonizándonos con el ambiente.
Les gemidos de Melina, que hasta entonces eran bastante discretos, se intensificaron. La DJ la estaba haciendo gozar con ese consolador. Cada movimiento la estimulaba a ella y a la cumpleañera. Ambas estuvieron gozando durante un largo periodo, hasta que fue notable que Melina alcanzó un delicioso orgasmo.
—Bueno chicas, yo voy a hacer fila—dijo Esperanza—. Ya va siendo hora de mi turno.
—Estoy de acuerdo, voy contigo—agregó Mónica.
—Y yo con ustedes.
El reparto de los consoladores había cambiado un poco la atmósfera. La fila para gozar con Melina se había disminuido a solo unas cinco personas. Pero incluso esperando su turno, algunas mujeres usaron el consolador para masturbarse, acostándose en el suelo. Esperanza y Mónica no dudaron en imitarlas. Yo me quedé de pie durante unos segundos.
Y es que me sentí tan tímida haciendo la fila, a la espera de mi turno, que no tuve otra opción. Me senté en el suelo y comencé a darme cariño con mi consolador. Sabía que el consolador era nuevo, pero incluso si era usado no me importaba.
Hasta ese momento, masturbándome y gimiendo, me di cuenta de lo pasiva que había sido hasta entonces. Reconocer esa pasividad, disparó en mí un deseo intenso. Cerré mis ojos y tirada en el suelo me hundí el consolador a profundidad.
—¡VAMOS, MIS CHICAS!—dijo la DJ que había vuelto su mesa de trabajo—. La noche es larga. ¿Le subimos un poquito al volumen de la música?
Me estuve satisfaciendo tan a gusto, que Esperanza tuvo que obligarme a abrir mis ojos. Me tocó una de mis tetas y me la manoseó. Cuando volví a abrir mis ojos a la realidad, ella me dijo: “Es tu turno”. Con una gran emoción me levanté del suelo con rapidez. Y luego le agradecí dándole un beso en la boca.
—Muchas gracias. Ha pasado el tiempo muy rápido.
—Es porque lo estás disfrutando—afirmó Esperanza—. ¡Gózate a esa jovencita!
Con cierta timidez infantil, peinándome el cabello con mis manos me acerqué al sofá. Ese sofá que había violado por completo las leyes del sexo seguro. Estar frente a ella fue como estar frente a una diosa. Las emociones transcurridas a lo largo de la noche, la habían ascendido. Ella estaba regodeada de un aire de grandeza, como si fuera una estrella de Hollywood. Me saludó con una sonrisa muy provocadora, excitante.
—Hola Melina, un gusto—le dije—. ¡Feliz cumpleaños!
—Muchas gracias, querida, un gusto también para mí. Estás muy guapa.
Entonces sin timidez alguna comenzamos a besarnos. Me importaba un rábano si la boca de Melina había sido besada por miles de bocas antes que yo. Su boca tenía un sabor delicioso. Estaba húmeda y fresca, llena de múltiples sabores. En mi mente evocaba todos los dulces pecados que se habían derramado en esa boca. Pensaba en los fluidos vaginales, en la orina, en la saliva.
Nada de eso me parecía asqueroso. Todo lo contrario: estaba lleno de una sensación provocadora y única. Yo besaba esa boca con total pasión, dejando a un lado mis prejuicios, mis miedos. Mientras tanto, Melina me manoseaba. Agarraba mis nalgas con fuerza, empujándome hacía ella.
Era increíble y delicioso para mí que esa jovencita hiciera eso. Yo estaba siendo dominada por esa niña de dieciocho años. Me dominaba desde que acepté estar en esa fila, a la espera de mi turno.
Una poderosa química sexual brotaría entre ambas tras besarnos. Cuando acabó nuestro primer beso apasionado, yo la miré a los ojos con ternura. Nuestros ojos se sincronizaron. Vi el brillo de sus ojos negros y ella el de los míos. Fue un momento que duró unos diez segundos. Nos deleitamos como si fuésemos dos jóvenes enamoradas.
En ese instante, yo me encontraba sobre sus piernas, con nuestras vaginas frente a frente. Estábamos en la posición más natural que ella había adoptado para atendernos a todas. Después de los diez segundos de estar viendo nuestros bonitos rostros, comencé a acariciarla. Deslicé con suavidad mis manos sobre sus tetas. Masajeé sus hombros y su vientre.
Melina me siguió el juego. También ella decidió acariciarme con la misma amable suavidad. Me acarició la punta de mis pezones y pasó sus dedos sobre mi vagina. Hubo un momento en que deslizó sus dedos por mis axilas. Fue algo inesperado que me resultó excitante. Mientras nos tocábamos, no dejábamos de vernos a los ojos. Las dos sentíamos que la adrenalina que vivíamos era fruto de nuestra química sexual.
—Eres la primera que se toma el tiempo para acariciarme así—dijo Melina—. Me estás tocando como si fueras mi novia.
—Una novia de 32 años, querida—le respondí—. Seremos novias durante estos minutos que compartiremos juntas.
—Estoy de acuerdo.
Melina se inclinó un poco hacía adelante y hundió su cara entre mis senos. Se dedicó a besar mis tetas, mordiendo con cariño mis pezones. En ese momento me sentí muy contenta por su trato. El contacto de nuestras vaginas se buscaba entre los movimientos. Al cabo de un rato le sugerí que me dejará sentar en el sofá.
Ella aceptó y entonces ella quedó sobre mis piernas. Durante el cambio me di cuenta que junto a mi nalga derecha se encontraba el consolador que había traído la DJ antes de empezar a tener sexo con ella. Lo agarré con mi mano derecha mientras Melina y yo nos besábamos. Y entonces, cuando llegó un momento de tregua, se lo enseñé. No dije nada, simplemente lo coloqué a la vista.
Le presenté ese juguete con inocencia, como quien ofrece un cóctel. Melina me sonrió y me dio un beso en la mejilla. Entonces tomó el consolador y sin bajarse del sofá lo introdujo en su vagina. Luego se hizo cargo de introducir el otro extremo en mi vagina. Al instante comenzamos a ejercer movimientos para estimularlos.
La química sexual con la que nos amábamos se intensificaba más y más. Yo sentía su respiración profunda y liberadora. Mi corazón latía a una velocidad desbordada y única. A menudo veía chispitas de colores en mi campo de visión. Estar compartiendo esos movimientos penetrantes en nuestras vaginas era muy delicioso.
—¿Cuántos orgasmos has vivido esta noche, Melina?—le pregunté.
—No lo sé. Ya perdí la cuenta. Pero si estoy segura que han sido muchos. Demasiados.
—Te estamos tratando como si fueras una reina. Eres la protagonista de la noche.
—Lo sé. Espero que el día de tu cumpleaños también podamos darte el mismo trato.
—Sería fascinante, querida.
Las dos continuamos realizando movimientos rítmicos para sentir las penetradas del consolador. Mientras tanto no dejábamos de abrazarnos, manosearnos y besarnos. En cierto momento, Melina hizo algo que me fascinó. Algo que ocurrió de manera inesperada. Aconteció tras un beso apasionado. Ella retiró sus labios de mi boca para contemplar mis ojos con cariño.
Las dos sentimos esa química sexual que nos unificaba. Y entonces, sin previo aviso, escupió sobre mis labios. Ese gesto me acordó de la cuarentona que había escupido en su boca abierta. No me ofendí para nada. Todo lo contrario, usé mi lengua para limpiar (o mejor: consumirme) su saliva.
—Sabía que te gustaría—dijo—. Ya varias mujeres han hecho eso conmigo.
—Es muy provocador—le contesté.
Entonces también, sin previo aviso, decidí escupirla. La saliva cayó sobre sus labios y parte de su mejilla izquierda. Melina me sonrió, develando su gran fascinación. No se limpió o retiró mi saliva de su rostro. Lo que hizo fue aproximar su rostro al mío para besarme. Luego efectuó un movimiento que le permitió colocar su mejilla izquierda sobre mi boca.
De ese modo, mi lengua volvió a sentir la saliva que le había escupido. El manoseo y los besos continuaron. La química sexual nos dominaba a ambas, mientras ese consolador de doble punta nos masajeaba. Ya habían pasado al menos unos cinco minutos desde que había empezado mi turno.
—¿Has tenido algún squirt esta noche?—me preguntó.
—Aún no—le confesé—. He estado masturbándome con mis amigas, viendo tu espectáculo.
—Qué buena noticia. Esto de que haya mujeres orinando sobre mí o descargando sus squirt me excita muchísimo.
—Sé muy bien a lo que te refieres.
—Sí quieres puedes quedarte junto a mí, mientras le cedemos el turno a otra. Te sigues masturbando junto a mi cara. Si no logras tener un squirt, me conformaré con que orines sobre mí. Cómo puedes ver, estoy bañada de líquidos femeninos.
—De acuerdo, haré todo lo posible.
Melina y yo nos dimos unos cuantos besos más. Y entonces anulamos el “coito” que estábamos viviendo con aquel consolador. Por un momento reflexioné en cuantas vaginas no habrían vivido ese mismo “coito” esa noche. Entonces, tomé mi consolador individual y me hice a un lado.
Una mujer morena de cabello negro se aproximó entonces cuando Melina la llamó. La manera en que la llamó fue muy graciosa. Simplemente miró a la mujer de la fila y usó su dedo índice para llamarla. Yo me quedé sentada a un lado, contemplando cómo empezaron a amarse y besarse. A veces, aquella cumpleañera me lanzaba miradas llenas de ternura. Se deleitaba a su vez, viendo cómo me masturbaba.
Inspirada en la química sexual que se había forjado entre ambas, me masturbé frenéticamente. Y más tarde, cuando sentí que me aproximaba a un orgasmo abismal me coloqué de pie. Aproximé mi vagina a su rostro y sentí cómo se liberó mi chorro de squirt. El chorro de flujo vaginal se derramó entre la boca y el cabello humedecido de Melina.
—Muchas gracias, cariño—me dijo cuándo no pude derramar una gota más—. Ojalá haya más mujeres que puedan darme ese gusto.
—¿Qué tal si pides unas copas?—dijo la morena con la que se manoseaba—. Luego le pides a la DJ que anuncie una “Ronda de fluidos”.
—¿“Ronda de fluidos”?—preguntó Melina.
—Sí, “Ronda de fluidos”. Así es como le decimos cuando llenamos esas copas de orina y fluido vaginal.
—Me encanta la idea—respondió la cumpleañera.
Unos minutos más tarde, Melina tenía en cada una de sus manos las dos copas. Creo que en realidad eran copas de plástico. Para entonces ya me había retirado del sofá. Me despedí de Melina con un beso en su boca. Y fui a reunirme con mis amigas en otro mueble distinto al que estábamos inicialmente.
—¿Cómo te fue?—me preguntó Esperanza—. Desde aquí vi lo mucho que estabas gozando.
—Sí, fue muy emocionante—respondí—. Creo que alcancé a tener una gran química sexual con ella.
—Es normal que así sea. Es como tener una novia nueva durante unos minutos.
—Sí, así lo sentí.
—Yo también—agregó Mónica.
Las tres continuamos masturbándonos, mientras veíamos el espectáculo. Y entonces, fuimos testigos de esa hermosa escena de sexo salvaje. Vi cómo las copas que sostenía Melina se fueron llenando de flujos vaginales. Pronto estuvieron llenas hasta rebosar.
La mujer con la que estaba en ese momento le ayudó a tomarse un trago. Unos segundos después ella misma usó la otra copa para derramársela en su cabeza. Melina sonreía de felicidad. Era su noche, la noche de todas, la noche de una orgía monumental.