Dos Mujeres
En una ciudad universitaria casi todo puede acontecer. Como yo, muchos éramos los jóvenes que veníamos del interior a estudiar en La Plata (Argentina), ciudad que aún hoy sigue siendo centro de atención para los chicos y muchachas con ganas de estudiar y, principalmente, salir de sus casas con una excusa justa para vivir su propia vida. No sé cuándo las conocí, vivían en un departamento a la vuelta de mi pensión. Uno acaba encontrándose en algún bar y después de algún tiempo siempre hay aquel amigo común que te presenta.
Carolina y Sandra habían venido de un pueblo del interior de Buenos Aires a estudiar periodismo o letras, no sé. Carolina era rubia, con muy buenas curvas, pero con esa intención en engordar que te hace imaginarla con algunos kilos de más cuando casada. En ese momento, y espero que todavía ahora, tenía unos muy buenos pechos, una cinturita bien trabajada y un culo de esos que te hacen dar vuelta por la calle. Sandra era morena, de cabellos largos y lacios y un poco más alta, con pechos firmes y una actitud de sensualidad tan evidente que llamaba la atención siempre que llegaba. Y eran lesbianas.
A veces, cuando no había ningún programa a la vista, me gustaba conversar con ellas. Disfrutaba de esas charlas, quién sabe si porque no convertían su sexualidad en su mundo (como acontece con los gays) o por la atracción que todo hombre tiene por una pareja lesbiana. Uno quiere en parte explicarse por qué no precisan de los hombres como las otras mujeres, y en parte hacerlas gozar de forma que nos necesiten y nos pidan que no las dejemos.
Ellas se querian, de eso no hay duda. Uno podía ver en algunas de sus miradas, o en algún contacto casi casual, que una electricidad corría por sus cuerpos a cada contacto. En el bar, la mano de Carolina sobre la de Sandra quedaba en paz, como si hubiese nacido para estar en ese lugar.
Lo que les voy a contar aconteció después de un recital en el anfiteatro del Bosque. Los grupos que tocaban en el escenário, el clima templado, las estrellas formando los muros del anfiteatro y el excelente vino que vendían en la entrada nos había puesto en un estado casi mágico. Los tres bailamos, escuchamos y disfrutamos, con un placer casi sexual.
Cuando el recital acabó (quién sabe, a las 4 o 5) nos fuimos al departamento de ellas. Las dos de la mano, y yo hablando de lo lindo que lo habíamos pasado. Ellas sacaron un poco de vino de la heladera y continuamos bebiendo, lentamente, disfutando de la sensacion de la bebida alcohólica y el hielo en nuestras bocas, de la satisfacción de una noche perfecta.
No sé cómo comenzó, Carolina y Sandra estaban sentadas en el sillón enfrente al mio cuando comenzaron a besarse. Nunca las habia visto así, tan enamoradas, y al principio me sentí un poco incómodo, como en un lugar que no era mío. Después empezaron a acariciarse los pechos, despacio, con una pasion sin apuros, de pareja que conoce dónde las caricias son más queridas. Mi pene comenzó a dar señales, y quise estar alli, en medio de ellas dos, compartiendo su amor. Carolina, con una mano entre la blusa de Sandra, me miró, y sentí que no estaba de más, que formaba parte de ese juego erótico. Sin palabras, las dos se pararon y, mirandome y sin mirarme, se quitaron la ropa. Carolina quedó con una bombachita rosa, mostrándome sus pechos grandes y firmes. Sandra me apuntaba con sus pezones erectos, como estudiando la excitación que me dominaba, con una bombachita blanca que ya comezaba a mostrarse oscura en su pubis. Luego sus lenguas se encontraron. De pie, sus manos recorrían los cuerpos, descendían por la espalda hasta acariciarse el culo, se metían dentro de la bombachita y recorrían las vaginas, juntando en los dedos toda humedad y todo calor. Yo seguía sentado, mirando y disfrutando, con mi pene dolorido buscando atravesar el pantalón y perforar esa carne tibia.
Ellas me fueron quitando la ropa, besándome y besandose en cada pedazo de piel descubierta. Mi pene saltó a la libertad, con fuerza de presidiario y calidez de hombre. Sandra me besaba el tronco, lo lamía y acariciaba con la lengua, y yo sentía la delicadeza de sus labios rodeándolo y besándolo. Carolina se dedicaba a los testículos, como despertando al semen de su cuna y acariciándolo a través de la piel dura de las bolas. Yo soñaba, sintiendo mi masculinidad acariciada, besada y contenida en todas sus partes, cuatro manos y dos bocas que me hacían vivir sólo a través de mi pene, con mi futuro sólo en mis testículos.
Carolina se acostó en la alfombra, abierta, mostrándome su interior sonrosado, llamándome con sus ojos y su concha tiritante. Y yo fuí, como un caballero con su lanza o un ariete pulsante sostenido por un hombre. Su vagina era suave y calida cuando la penetré, a cada movimiento mi pene entraba más profundo, generando más jugos y más calor. Sandra le daba de mamar como a una niña, mientras me besaba como una amante. Los dos le dabamos placer, un placer sexual y onírico, mientras Carolina gemía bajito entre las tetas de Sandra. Mis testículos querían liberar su carga, explotar en el interior de esa cuevita caliente y dejar la leche toda en su interior, pero un resquicio de pensamiento los frenaba, presintiendo que aún podía gozar más. Y fué Carolina la que explotó con largos gemidos, rasguñando el culo de Sandra y apretando el mío más hacia su concha.
Ahí tomamos un descanso, un poquito más de vino, unos besos. Mi pene era acariciado despacio en toda su longitud, por Carolina con cariño y agradecimiento, por Sandra con placer.
Ellas se besaban, y yo las acariciaba en todo el cuerpo, recorriendo las curvas y buscando profundidades. Sandra me dió la espalda, arrodillada en el suelo acostó sus tetas sobre el asiento del sofá, los brazos abiertos, la carne morena, ofreciendome todo su hermoso culo. Besé su espalda, deteniéndome en cada vértebra, con la lengua dura marcando los huesitos de su columna. Después acaricié una y otra vez con el vaso frio, todavía con hielo, entre sus muslos, haciéndole sentir el frio en su conchita caliente. Su piel se erizó, pero continuaba reclinada sobre el sofá, aceptándome y gozando. Cuando asenté la cabeza de mi pene en los labios de su concha, todavía pude sentir un poco del frío en el exterior, en contraposición del interior tibio. Comencé a penetrarla despacio, haciéndole sentir cada centímetro, para que en su mente pida más. Carolina apoyaba sus tetas en mi espalda, sus cabellos caían sobre mi hombro mirando cuando introducía mi pene en su amante. De repente, Carolina con sus caderas me empuja, haciendo penetrar a Sandra hasta el fondo, sacando un gemido del interior de su cuerpo. Una mano de Carolina entre mis piernas acariciaba mis testículos, y a cada empujón mis bolas caminaban sobre su palma abierta. Mis manos sostenían los hombros de Sandra, y a veces acariciaban los bordes de pecho que escapaban debajo de su cuerpo. Carolina tomó las nalgas de Sandra, acercándolas hasta mí, y con su pubis empujaba mi pene entrando y saliendo de esa conchita abierta. Sandra gemía, -Cógeme, dame duro, cógeme Quiero sentir tu pene, Carolina, quiero sentirte en mi interior. Dale, dame más, mi amor Cógeme bien, con ganas
Carolina gemía y empujaba, yo sentía sus jugos corriendo por mi culo, sus tetas sudadas mojando mi espalda, sus manos apretando y tocando y apretando.
No daba más, saqué mi pene de Sandra cuando una sensación cálida comenzaba a correr por el tronco rojo y duro. Acostado en la alfombra, alcancé a ver como ellas se besaban en mi pene antes de explotar toda mi fuerza en un chorro blanco y lechoso, saliendo en esa fuente todo el placer y el gozo de ser hombre y fornicar. Cuando me recuperé un poco, vi como compartían mi leche, con la sonrisa y la satisfacción de quien ha dado un regalo a su amor.