Capítulo 3
- Diario de Florencia I: Buenos amigos
- Diario de Florencia II: Mi buena amiga
- Diario de Florencia III: Un padre ejemplar
- Diario de Florencia IV: Un novio prodigioso
Florencia y yo estamos muy felices de ver la recepción que han comenzado a tener nuestras publicaciones.
Nos sentimos muy a gusto y estamos satisfechos de difundir nuestra vida sexual, ya sea para impulsar a que otras personas pierdan sus inhibiciones y logren disfrutar sin ningún tipos de reparos una vida sexual plena o ya sea, simplemente, para que nuestros lectores y lectoras nos hagan partícipes de sus fantasías.
Hemos recibido muchas adhesiones de las personas que nos conocen, y debemos aclararlo : no nos molesta en nada que se masturben mientras leen nuestras aventuras.
Muy al contrario, escribimos para deleitaros.
Hemos habilitado una dirección de mail para recibir correspondencia.
Debemos advertiros que no contestaremos ninguna proposición hecha por hombres solos, puesto que tenemos contactos en abundancia.
Si quieren hacernos comentarios, mientras sean positivos no hay problema alguno. Pero que quede claro: no nos escriban con el fin de encontrarse con nosotros.
Sí, en cambio, dentro de las posibilidades de nuestros cuerpos (no podemos acostarnos con todos), lo haremos con las parejas y con las mujeres que lo deseen.
También nos gustaría que nos enviaran fotografías, para poder conocerlos (y cuanto más escandalosas sean, tanto mejor).
El siguiente episodio transcurrió tan sólo hace algunos meses. Yo solamente soy un testigo circunstancial. En verdad, la participante fue mi esposa, quien me ha pedido que sea yo quien les escriba. Espero contentaros.
Volvíamos a casa después de haber tenido una cena agradable, cuando Florencia me tocó el brazo y como es su costumbre, mesuró el tono de su voz.
Entendí que una nueva fantasía acababa surcar su mente tan imaginativa y que, como era su costumbre, le daba un poco de pudor comentármela.
Así era. Luego de pasar por una etapa de orgías con mis amigos y nuestra criada, ella había encontrado un nuevo objetivo.
Días atrás, cuando salía de nuestro apartamento, se había topado con una de nuestras vecinas, Lucía. La mujer estaba preocupada.
Su hijo, Hernán, tenía problemas en la escuela, porque muchos de sus amigos opinaban que era un pelmazo.
Su padre consideraba que era el momento de que el niño se hiciera hombre y que sus desdichas se acabarían cuando se despabilara un poco con las mujeres. Más de una vez, le había sugerido acompañarlo con una prostituta, pero el niño se había negado.
Florencia quería tomar las riendas del asunto. Asentí, no tenía ningún problema en compartir mi mujer con el adolescente.
Sin embargo, ella fue cauta.
Me pidió permiso para encargarse del crío en soledad.
Me parecía conveniente y no me opuse. Sólo le pedí que filmara el acto con nuestra cámara hogareña, para poder verlo a posteriori con ella y también disfrutarlo. La idea le pareció estupenda y ella puso manos a la obra.
Mi mujer sabía encontrar el momento oportuno. No tardó demasiado tiempo en generar un encuentro ficticiamente casual, con Hernán. Lo cruzó en la acera, a la salida del liceo.
Comenzó a dialogar con él. Hablaron de sus problemas de adolescente. Él le comentó de los miedos que le daban las chicas. También le habló de los comentarios maliciosos de sus compañeros, quienes se burlaban de su timidez.
Ella le preguntó por qué no iba con una prostituta, así cobraría coraje con sus compañeras, luego. La respuesta fue entendible.
Debutar con una mujer profesional lo ponía demasiado nervioso. Cuando se despidieron, ella le dijo que iba a estar sola toda la tarde, mientras yo trabajaba. En caso, que el tuviera ganas de tener sexo, ella lo ayudaría y complacería.
Cerca de las tres de las tarde, Florencia escuchó la campanilla.
En parte, como sabía de que se trataba, encendió la cámara. Revisó su blusa. Se desabrochó los dos primeros botones, de manera tal de que sus pechos contundentes sobresalieran un tanto y fue hacia la puerta, mientras se recogía el cabello.
No era lo que esperaba. Florencia se asustó. Efectivamente, estaba el chico, parado tímidamente en el umbral. Pero su padre lo acompañaba.
A pesar que Hernán ya era mayor de edad, mi mujer temió verse en vuelta en algún problema mayúsculo y lo primero en que pensó fue negar que ella había formulado una propuesta indecorosa.
Pero nuestro vecino, Jaime, no venía para quejarse, al contrario, llegaba a mi hogar en señal de gratitud. Le dijo a mi esposa que apreciaba el favor que le hacía a su niño. Ella dijo, que no se hiciera problema. « Sabré como tratarlo, no tiene nada que temer ». « No lo pongo en dudas, pero me gustaría estar presente ». La petición le pareció descomunal a Florencia, pero los hizo pasar y colocó una silla al pie de la cama para que el padre de Hernán tomara asiento.
Así, con mucha ternura y no menos erotismo, comenzó a acariciar a Hernán y a desvestirse de manera provocativa. Tomaron lugar en la cama.
Mi esposa estaba cachonda. Se sentó sobre la boca su boca y le pidió que le lamiera la raja, que en poco tiempo, comenzó a emanar intensos fluídos. Hernán le masticaba el clítoris y le acariciaba las nalgas en forma circular.
Ella, como una buena maestra, guiaba aquella lengua con su mano. Se abría los labios, le recomendaba movimientos, los guiaba por el buen camino con suaves gemidos de placer.
Pronto, el tiempo indicó, que había llegado el turno en ella comenzara una prodigiosa felación. Sin embargo, quedó atónita al ver que el miembro del niño todavía no había cobrado vigor.
Lo llevó a su boca y lo succionó. La respuesta fue nula. Insistió con besos de lengua en la boca, besos en el ano, caricias en todo el cuerpo, sin obtener resultados.
Le mordisqueó los testículos, le metió un dedo en el culo, y tampoco ocurrió nada. Mi esposa se sentó y enmudeció, había llegado a la conclusión que había hecho todo lo que estaba a su alcance.
En ese momento el padre de Hernán se levantó y se bajó la bragueta. Tenía un pene realmente envidiable, lleno de nervios, bien empinado, casi amoratado.
«Permiso, Florencia ». Mi esposa lo dejó. Ya sea del padre o del hijo, necesitaba una pija de inmediato.
Ella comenzó a mamársela. Hernán al ver a su padre se interesó y comenzó a tocarse, hasta que por fin alcanzó una erección. Florencia le ordenó que la penetrara. «Taládrame la concha, Hernán, amor, lléname con tu pija, la deseo, ya».
La boca de mi esposa recorría el miembro del padre. Con una mano acariciaba sus testículos. Hernán la penetraba con movimientos torpes y trabajosos.
Su verga se había fortalecido. Ella se zarandeaba para acompañarlo y ayudarlo a encontrar el ritmo adecuado. Luego, cambió de posición y quedó en cuatro, tal cual fuera una perra. «Te gusta mi conchita, ¿no?. Cariño, es toda tuya. Quiero que me la rompas, que me la llenes de leche. Así amor, me estás dando mucho placer. Ahh».
El chico estaba desaforado. Se trepaba a las nalgas de mi esposa, las cacheteaba con sus manos. Le daba palmadas y se sacudía, mientras su padre le exigía a Florencia que le chupara el ano, y sacudiera su gigante instrumento con las manos.
El chico estaba por correrse. Su tutor lo notó y le pidió que sacara su polla y lo hiciera en la cara de mi esposa. Fue un perfecto alumno. Su rabo surgió brillante y palpitante. Florencia esperó la leche ansiosa y mientras se masturbaba. Al primer borbotón de leche, consiguió un orgasmo.
Pero quedaba el padre. « Ahora, vas a ver lo que es una buena pija, guarra ». Y si que lo era, porque mi mujer la recibió en su ano con gran dolor. El hombre se impulsaba con violencia.
Su hijo se había vuelto a empinar y mi esposa le ordenó que la penetrara por la vagina. Así estaba mi mujer, hamacada por dos grandes falos.
Uno enorme y vigoroso, que entraba y salía de su culo a destajo, el otro que había quedado inmóvil dentro de su vagina, deleitándose con la fricción que emitía su camarada. Mi esposa gemía como una gata en celo y pedía más.
Las manos de padre e hijo convergían en sus pechos. Ella avanzaba y retrocedía en un movimiento en vaivén fuerte, firme. Florencia acabó por segunda vez. Era un buen momento para devolver todo el placer que había recibido.
Tomó las dos pijotas y las comenzó a lamer. Primero una, después la otra. Después ambas juntas, rozándose en su boca, lo que aumentó la excitación de los señores.
Tiró de los testículos hacia abajo para postergar unas eyaculaciones, que ya eran inminentes. La dos mangueras comenzaron a escupir una leche que se confundió sobre la lengua roja.
Hacia la noche, vi las escenas en el televisor. Me calenté terriblemente y tuvimos una noche de sexo maravillosa.
Después de disfrutar aquel esfínter ya dilatado por la actividad vespertina, gozar dos veces y quedar agotado, le pregunté a Florencia si tenía pensado volver a acostarse con aquellos tíos.
Me contestó que por el momento no. Sin embargo, quedaba todavía en pie la madre.
Eso la interesaba. Pero de todos modos, no era el momento.
Por ahora quería complacerme a mi, quien había permanecido al margen.
Y ya sabía como hacerlo. Tenía un plan. Yo no veía la hora en que se pusiera en marcha. Sin embargo, nuestro próximo relato, hablará nuevamente de Roxana, nuestra criada, que ha muchos y muchas de ustedes ha enamorado.