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Diario de Florencia II: Mi buena amiga

Diario de Florencia II: Mi buena amiga

En el relato anterior, mi marido les había contado, de nuestra muy apetecible fiesta con sus amigos.

Muchas cosas sucedieron a continuación.

Se podría decir que nuestra relación vario en todo sentido.

A pesar que solamente volvimos a repetir los encuentros con Manolo y Enrique una sola vez más, nuestros encuentros amorosos después de dos años de casamientos se reavivaron.

La pasión que nos había unido, se había rejuvenecido. Nos amábamos profunda y ardientemente.

Durante aquellas jornadas, yo apenas podía aguardar a que él llegara de su trabajo y me follara.

No veía la hora de sentir su verga en mi interior.

Tal era mi excitación, que muchas veces me podía contener y me acariciaba en soledad, ayudada por el chorro de bidet.

Como era previsible, nuestra relación con Enrique y Manolo tocó su término.

Sobre todo porque todos pronto comenzamos a sentirnos incómodos. Yo sabía que Enrique me deseaba, pero yo nada quería saber con él, ya que su esposa era mi amiga. Manolo, en cambio, le tomó afición al rabo de Gastón. Al comienzo no trajo problemas. Venía los domingos, como siempre y se sentaba a mirar el partido.

Cuando llegaba el entretiempo, no tenía pudor en abalanzar una mano hacia la entrepierna de mi esposo.

Gastón, en verdad, prefiere las chicas. Pero poco se puede hacer cuando se recibe una caricia semejante. A continuación, venía una buena mamada. Manolo se arrodillaba y comenzaba a comerse la polla, despacio.

Giraba el glande en su boca, y pellizcaba los testículos con suavidad, hasta que la pija de Gastón enrojecía y se inflamaba. Ahí, se desnudaba y le decía a mi marido si tenía ganas de hacer un 69. No me molestaba ver a los dos machos besándose. Al contrario, me volvía loca. Manolo iba y venía por el grueso falo y mientras Gastón hacía lo mismo.

A Manolo le gustaba que lo penetraran (era su nuevo descubrimiento). Y rogaba, hasta que lo complacían y le metían aquel monumento tieso en el ojo del culo. Solían acabar juntos. Gastón en el interior de su amigo.

Pero más allá de aquel pequeño deleite, Gastón no se veía muy convencido, y luego de sacarse la curiosidad y conocer el amor entre hombres comenzó a fastidiarse.

La idea de tener que montarse a Manolo todos los domingos no lo satisfacía. Pronto comenzaron las excusas y dejamos de abrirle la puerta.

Mi esposo me había apoyado. No sólo no se había ofendido cuando se había enterado de mi infidelidad, sino que había ayudado a satisfacerme. Así es que cuando tuve una nueva fantasía, esta vez no dudé en comunicárselo de inmediato.

Hacía tiempo que tenía ganas de acostarme con otra mujer. La idea no era para nada nueva. Tal vez la pensé por primera vez al ver una sesión de lesbianismo en un film porno.

Quizás, la ver cambiarse a una compañera mía, en la época de la escuela.

De lo que estoy segura es que al ver a mi marido con otros hombres se había reavivado. No podía quitarme una cosa de la cabeza.

Existen ciertas zonas del cuerpo, que solamente una mujer sabría tocar con propiedad. La idea de cambiar mis hábitos y hacer algo que parecía prohibido me calentaba aún más. Besar a otra mujer, lamer sus pechos, sentir su jugo. Lo hablamos.

Mi esposo no me defraudó. La situación le pareció estupenda. Me preguntó si quería hacerlo sola. Le respondí que prefería que el estuviera presente.

Luego, quiso saber si ya tenía decidido con quien lo haría. Era un problema que me angustiaba. Yo tenía amigas atractivas, pero la mayoría de ellas eran mojigatas.

Si mencionaba lo que quería, corría el riesgo de sufrir enormes represalias.

Recurrir a una prostituta no me interesaba. Estar con una mujer que fingiera, no me parecía del todo agradable.

Quedaban tres opciones. La primera poner una aviso en internet. La segunda ir a bailar a un boliche gay. La tercera intentar seducir a Roxana.

Elegimos la tercera, porque nos parecía más conveniente, para mi primera vez, puesto que a Roxana hacía tiempo que la conocíamos y tanto mi marido como yo envidiábamos sus tetas redondas.

Roxana es nuestra criada. Es una joven delgada pero bien formada.

Es mucha veces impulsiva, pero su relación con nosotros es buena. Tiene diez y ocho años y muchas veces a mi me mira como si fuese su tía. Me pide consejos y me pregunta que hacer con los tantos muchachos que la persiguen.

Aquel día mi marido presentó en el trabajo parte de enfermo y se quedó en la cama, leyendo el diario.

Al mediodía Roxana preparaba la comida y yo me acerqué, semidesnuda, con mi bata abierta y mi ropa interior de encaje. Comenzamos a hablar de hombres.

Nos sentamos. Le pregunté si tenía ganas de fumar marihuana. Ella sonrío y aceptó. No sabía que a mí también me gustaba la yerba.

Nuestra charla prosiguió y el tema fue el sexo. Yo ya estaba algo mareada cuando le comencé a narrar cómo habían sido mis fiestas negras.

Ella había quedado cautivada. Nunca había estado en escenas semejantes, aunque se notaba que no tenía demasiados reparos. Le pregunté como había sido su primera vez.

Lentamente, mientras ella me contaba. Yo abrí mis piernas y sin que se diera cuenta comencé a acariciarme. Al rato dije “comencé a ponerme cachonda”.

“Si, yo también, Florencia. Creo que necesitamos unas buenas pijas”. “Tal vez podemos arreglarnos con lo que tenemos”. “¿Cómo dice?”. Recién en ese momento ella descubrió mi mano, mi tanga corrida, mi bello púbico descubierto, mis labios vaginales a un costado de la tela.

Me levanté y me puse de rodillas contra el suelo.

Ella quiso pararse pero la hierba había hecho lo suyo y yo ya estaba cara a cara frente a ella. Corrió el rostro. Sentí su aliento a chicle, el perfume de sus cabellos ensortijados y largos. “No, señora”. Le tomé el rostro con ambas manos y la besé.

Ella se resistió unos segundos más, pero finalmente abrió su boca, aflojó sus brazos y comenzó a buscarme con su lengua.

Yo descubría como era la boca de una mujer, más pequeña y delicada que la de un hombre. Me estaba mojando como nunca antes lo había estado en mi vida.

Busqué los pechos de mi criada debajo de su remera. La calidad de los besos iba en aumento. La chica estaba realmente caliente. En poco tiempo, descubrí sus manos jugando con mis pezones.

Ella se deshizo de su pantalón con un par de patadas. Yo llevé un dedo a mis labios, para que no se quejara, ya que todo estaba bajo mi control, y llamé a Gastón.

“Quédate tranquila, vas a tener la polla por la que estabas rogando hace unos minutos”.

Mi esposo apareció con su miembro ya empalmado. Yo volví a sentar a Roxana y acudí a su vagina.

Era la primera vez que lamía una mujer y era realmente sabroso. Mi esposo comenzó a acariciarme el culo y afrotarme con su miembro, en forma superficial. Roxana respiraba de manera agitada y decía. “Siga señora, no pare”.

El coño de Roxana era hermoso. Tenía el pelo rapado. Sus labios eran tiernos, sutiles, rosados. Sus fluidos eran abundantes.

El clítoris era pequeño y me encantaba morderlo y retorcerlo con mi boca, mientras con un dedo la penetraba.

Gastón le pidió a Roxana que me ayudara. La niña no se sorprendió y se deslizó boca a bajo y comenzó a comerme la vagina. Acabé inmediatamente. Pero, seguía ardiendo y le pedí a Gastón que por favor me la metiera. Él dijo que era una mala costumbre. Primero había que atender a los invitados.

Vi su grueso pene cerca de mi lengua que se introducía en el coño de Roxana. La criada comenzó a gemir.

Sus alaridos me enloquecían. Yo tomé a mi marido de la cintura y, al tiempo que sentía la lengua de la chica que bailaba en mi ano, marcaba la frecuencia y el ritmo de sus movimientos, llevándolos al paroxismo. Roxana finalmente acabó.

Gastón me dijo: “ahora te voy a romper el culo amor”. Su pija entró en mi ano. Roxana salió debajo mío y se arrodilló enfrente de mi cara. Después de haber acabado, había ganado en confianza. Por lo menos, había dejado de llamarme señora.

“Chúpala, perra”, me dijo. Tomó mi nuca con su mano derecha y me llevó a su clítoris, mientras con la izquierda me apretaba las tetas con furia. Mi esposo me taladraba violentamente. Era el frenesí absoluto y yo volvía a acabar.

Gastón se paró y fue a la boca de nuestra criada. Ella sacó su lengua. “Mira, puta, así se debe mamar un rabo”, me dijo. Mi esposo se corrió en su rostro y ella se corrió en mi lengua.

Así terminó nuestra orgía. Roxana recibió un aumento de sueldo y quedó incorporada a nuestra familia. Pronto, ella nos traería novedades en materia sexual. Este será el tema de nuestra próxima entrega.

Continúa la serie << Diario de Florencia I: Buenos amigos Diario de Florencia III: Un padre ejemplar >>

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