Capítulo 3
- Historias picantes nº 1: «Rompiendo cadenas»
- Historias picantes nº 2: La hora de la merienda
- Historias picantes n°1.1 “Marimar”
- Historias picantes nº3: El harem familiar
Charo. Tan modosita, tan recatada, con esa cara de “ay, Marimar, qué putón estás hecha”. Me encanta.
Desde que crucé la puerta del supermercado, sentí las miradas pegándose a mí como moscas en la miel. Es lo que pasa cuando tienes un buen par y sabes cómo lucirlos. Mi vestido negro, pegadito, escote bien abierto… Un crimen no aprovechar lo que la naturaleza me ha dado. La oscura tela contrastaba con mi piel pálida y mi cabello rojo. Caminé con calma, disfrutando de la atención. Había un viajecito en la caja de Charo, temblando más que una hoja al viento. Sus monedas tintineaban en su mano como si anunciaran la entrada de una reina, y su mirada se quedó atrapada en mis tetas sin disimulo. No lo culpo. Se notaba que hacía años que no veía unas así de cerca. Charo tuvo que repetirle el importe, y yo tuve que aguantarme la risa. Me pareció tan enternecedor que si me lo pedía con educación, hasta le enseñaba una. Cuando el pobre hombre terminó de pagar (y de procesar el momento), saludé con un gesto a Charo y fui directo a lo mío: loción hidratante y aceite corporal. Para lo que se venia esta noche serian importantes. Me puse en la caja de mi amiga, que me miró con esa mezcla de resignación y diversión.
—¿Tienes la piel seca? —me preguntó con ironía.
Le sostuve la mirada con descaro.
—No, al contrario —dije con una sonrisa traviesa—. La tengo más hidratada que nunca.
Se mordió el labio para no reír, pero yo sí me reí. Nos entendimos sin necesidad de decir más. Como no había nadie en la fila, le dijo a su compañera que se tomaría cinco minutos.
Apenas cruzamos la puerta, encendí un cigarro y fui al grano.
—¿Cómo va lo del anuncio? ¿Alguna respuesta?
Hizo una mueca, levantó las manos como diciendo “no me hables de eso”.
—Déjame ver. —Extendí la mano.
Dudó un poco, pero al final me pasó el móvil.
—¿Solo mujeres? ¡Eres una sosa! —le recriminé entre risas—. Quita eso.
—No… —dijo, casi volviendo su cara—. No quiero compartir apartamento con un joven. No sé, no me sentiría cómoda.
Ay, mi Charo… Pobrecita. No sabía lo que era vivir. Con una sonrisa maliciosa, saqué mi teléfono y busqué una foto. Cuando la encontré, la giré hacia ella con satisfacción y orgullo.
—¿Y este?
Su boca se abrió como si le hubiera dado una cachetada de traviesa.
—Se llama Roberto. Tiene 23 años.
Sus ojitos se agrandaron.
—¡Pero si casi le doblas la edad!
Sonreí con orgullo. Aquí venía la mejor parte.
—Cariño, con él fue mi despertar esta mañana. ¡Todavía me tiemblan las piernas!
Charo soltó una risita nerviosa, sin saber si reírse o escandalizarse.
—Estás loca…
—¡Bendita locura! —dije con una carcajada.
Miré mi reloj y le di una última calada al cigarro. Hora de irme. Guardé el móvil y le di un último consejo antes de marcharme.
—Me voy. Pero, Charo, de verdad, cambia ese anuncio. ¡No sabes lo que te estás perdiendo!
Le lancé un beso al aire y me alejé, moviendo las caderas con la misma seguridad con la que respiro. Algún día Charo iba a entenderlo: los hombres jóvenes pueden ser un peligro, pero qué delicia de peligro.
Tal como llegué a casa dejé las bolsas de la compra en el baño, respirando hondo mientras intentaba calmarme. Hoy no sería una noche cualquiera. Roberto, ese joven de 23 años que había conocido hace unas semanas, vendría de nuevo. Pero esta vez no estaría solo. Traería a un amigo. La idea me excitaba tanto que sentía cómo mi coño ya empezaba a humedecerse de solo pensarlo.
Tomé mi móvil y le escribí:
«Hola, cariño. ¿Sigue en pie el plan de esta noche?»
Dejé el móvil sobre la mesa y me dispuse a preparar todo. Subí a un altillo del armario y saqué una sábana bonita para cubrir el sofá. No quería que se manchara, aunque algo me decía que, sin importar lo que hiciera, esa noche todo acabaría empapado. Estaba colocándola cuando el móvil vibró.
«Por supuesto que sigue en pie. Y no solo el plan…»
El mensaje venía acompañado de una foto. Roberto estaba tumbado, con su torso desnudo mostrando esos músculos jóvenes y firmes. Pero lo que realmente captó mi atención fue su polla, enorme y semierecta, cayendo hacia un lado. Me mordí el labio al mirarla, imaginando cómo se sentiría otra vez dentro de mí. Sin pensarlo dos veces, me saqué las tetas y le envié una foto. «Mmm… qué ganas tengo de volver a tener tu polla entre ellas», escribí. «Espero que tu amigo esté a la altura.» La respuesta no tardó en llegar. «La tendrás, y la de mi amigo también. Confía en mí.» Sonreí, sintiendo cómo mi coño palpitaba de emoción. «Eso espero. A las 9 os quiero aquí a los dos», le escribí, añadiendo un emoticón guiñando un ojo y dos berenjenas.»Allí estaremos» respondió. Si el amigo de Roberto tenía una tranca parecida a la suya, la noche prometía ser intensa. Ya me chorreaba el coño, la espera se me iba a hacer eterna.
Cuando faltaban un par de horas, decidí meterme a la ducha. El agua caliente cayó sobre mi cuerpo, y no pude evitar un gemido cuando el chorro me golpeó directamente en mi raja. Estaba tan caliente que tuve que hacer un esfuerzo sobrehumano para no meterme los dedos. No, debía reservarme para mis dos invitados. Después de secarme, cogí el bote de loción hidratante y me unté por todo el cuerpo, disfrutando de la sensación de mis manos deslizándose sobre mi piel. Caminé desnuda por el pasillo hasta mi habitación, donde había dejado preparado un conjunto de tanga y sujetador de encaje negro. Pero antes, faltaba un detalle. Abrí el cajón de la cómoda y saqué un bote de lubricante y un tapón anal. Lo embadurné bien, me coloqué a cuatro patas sobre la cama y, tras masajear mi ojete con un poco de lubricante, me lo metí lentamente. Me puse de espaldas frente al espejo y, abriéndome los cachetes del culo para ver cómo quedaba. Era bonito, terminaba en una especie de diamante rosa que contrastaba con mi piel pálida. Me reí sola, sintiéndome como una quinceañera nerviosa antes de su primera cita.
Me puse el conjunto de encaje, ajustándolo cuidadosamente sobre mi cuerpo. Abrí el armario y elegí un vestido negro, similar al que había llevado esa mañana, pero mucho más corto. Volví al baño y me peiné, dándole ondulaciones a mi pelo pelirrojo. Me maquillé ligeramente, resaltando mis ojos, y me pinté los labios de un rojo intenso. Ya estaba lista. Solo faltaban los tacones, pero me los pondría cuando faltara poco para las nueve. Fui a la alacena a elegir un vino. No me decidía entre tinto o blanco. Bueno, les preguntaría a ellos qué les apetecía cuando llegaran. Me senté en el sofá, tratando de distraerme con la tele, pero no podía concentrarme. Miraba el teléfono cada dos minutos, buscando algo con lo que entretener mi mente calenturienta. El tiempo pasaba lentamente, pero sabía que la espera tendría su recompensa.
El teléfono vibró sobre la mesa, rompiendo el silencio del salón. «Ya estamos aparcados», decía el mensaje de Roberto. Me levanté rápidamente, poniéndome los tacones que resonaron contra el suelo de madera. Justo cuando llegaba a la puerta, el telefonillo del portal sonó.
—¿Sí? — pregunté, intentando que mi voz sonara lo más tranquila posible.
—Soy yo, Roberto— respondió desde el otro lado.
—Abro— dije antes de apretar el botón.
Me coloqué junto a la puerta, arreglándome el pelo y ajustándome el vestido para que mis grandes tetas casi se salieran. Escuché los pasos acercándose por el pasillo y, cuando estuvieron lo suficientemente cerca, abrí la puerta.
—Buenas noches, pasad por favor— dije con una sonrisa.
Roberto no perdió el tiempo. En cuanto cruzó el umbral, se abalanzó sobre mí, sus labios se encontraron con los míos en un beso húmedo y voraz. Su lengua se coló en mi boca mientras su mano se apoderaba de mi culo, apretándolo con fuerza. Detrás de él, su amigo entró con más timidez, aunque sus ojos no podían evitar recorrer mi cuerpo.
—Buenas noches, señora— dijo con una voz que pretendía ser educada, pero que no lograba ocultar el brillo de deseo en sus ojos.
—Uy, qué educado— respondí, sonriéndole mientras lo analizaba de arriba abajo—. Llámame Marimar, mejor.
—Un placer, Marimar. Yo soy Fabián— dijo, acercándose para darme dos besos en las mejillas.
—Educado… y guapo— añadí, dejando caer mi mano sobre su culo y apretándolo con descaro. La sonrisa que le arranqué fue suficiente para saber que estaba jugando con fuego, y a mí me encantaba quemarme.
Los llevé al salón, invitándolos a sentarse en el sofá mientras yo me dirigía a la cocina. Volví con una botella de tinto y otra de blanco.
—¿Qué prefieren? ¿Tinto? — pregunté, deslizando el cuello de la botella entre mis tetas, sintiendo el frío del vidrio contra mi piel—. ¿O blanco? — repetí, haciendo lo mismo con la otra botella.
Ambos se miraron por un instante —Tinto— respondieron casi al unísono.
—Perfecto— dije, dejando la botella sobre la mesa baja del sofá. Me di la vuelta, contoneando mis caderas de manera exagerada, sabiendo que sus ojos estarían clavados en mí culo.
Volví con las copas y, de espaldas a ellos, las dejé sobre la mesa. Me incliné lo suficiente para que el borde de mi tanga dejara al descubierto el tapón anal que llevaba, imaginando cómo sus miradas ardían sobre mi piel.
—¿Me dejáis un sitio entre ustedes? — pregunté, posando mi culo en pompa justo frente a ellos.
—Claro— dijo Roberto, moviéndose para hacerme espacio—. Déjame a mí servir el vino.
Cogimos una copa cada uno y brindamos.
—Por nosotros— dije, y los tres tomamos un largo sorbo de vino, aunque yo sabía que lo que realmente estábamos brindando era por lo que estaba por venir.
La conversación fluyó mientras apurábamos las copas, pero no pasó mucho tiempo antes de que mis manos comenzaran a volverse traviesa. Empecé a acariciarles los muslos, sintiendo cómo se tensaban bajo mis dedos. Roberto no tardó en reaccionar, tomándome de la nuca y llevándome hacia él en un beso. Su lengua jugueteó con la mía, mientras yo deslizaba mis manos hacia sus abultados paquetes, sintiendo cómo crecían bajo sus pantalones. Cuando Roberto me soltó, me giré hacia Fabián, y nuestras lenguas se encontraron en un duelo igual de intenso. Para entonces, Roberto ya había sacado mis tetas por el escote, y sus manos las masajeaban con una mezcla de ternura y deseo que me hizo gemir. Su boca se apoderó de mi pezón izquierdo, chupando y mordiendo con una precisión que me hizo arquear la espalda. Fabián, no queriendo ser menos, se aferró al derecho. Mientras ellos se ocupaban de mis tetas, mis manos encontraron los botones de sus pantalones, desabrochándolos con una urgencia que no podía disimular. Mis dedos se cerraron alrededor de sus pollas, notando cómo crecían y se endurecían bajo mis caricias.
—Qué ricas pollas tenéis— susurré, mirándolos a ambos mientras les masturbaba—. Y qué buenos estáis.
Me incliné hacia Fabián, llevando su polla a mi boca y chupándola suavemente le arranqué un gemido. Tras unos minutos, le di un último chupón y cambié a la de Roberto, sintiendo cómo su sabor se mezclaba con el de su amigo en mi lengua.
—Necesito que hagáis algo por mí primero— dije, levantándome y caminando hacia el baño con un movimiento de caderas que sabía que los dejaría sin aliento.
Regresé con el bote de aceite corporal y el lubricante.
—Quiero que me embadurnéis bien con esto— dije dejando el lubricante en la mesa y agitando el bote de aceite corporal frente a ellos con una sonrisa lasciva y no tuve que esperar mucho para que Fabián se levantara y se acercara a mí.
Comenzó a subirme el vestido, ayudado por Roberto, que no tardó en quitarme el sujetador.
—Cómele la polla a mi amigo— me ordenó Roberto, inclinándome hacia Fabián mientras ofrecía mi culo a su vista—. Pásame ese aceite, Fabián — le pidió a su amigo.
Roberto comenzó a masajear mi culo con el aceite, con sus manos resbalando sobre mi piel mientras yo me metía los huevos de Fabián en la boca. Sentí el frío del aceite correr por mis cachetes, seguido de una fuerte cachetada que me hizo gemir.
—Mmm… Roberto…— susurré, sacándome la polla de Fabián de la boca.
Me incorporaron y terminaron por quitarme el tanga, y ellos hicieron lo mismo, fueron quitándose la ropa mientras yo los miraba expectante. Sus manos, ahora cubiertas de aceite, comenzaron a recorrer mi cuerpo, dejando una estela de calor a su paso. Sus pollas rozaban mis muslos, y yo no podía evitar sentirme extasiada con cada caricia.
—Acaríciame el coño, Fabián— susurre, agarrando su muñeca y llevándola hasta mi mojada raja. Entre mis fluidos y el aceite, sus dedos se deslizaron con facilidad, abriéndome y descubriendo mi clítoris. Las sensaciones fueron tan intensas que mis piernas temblaron, y eso que esto era solo el principio.
—Ya es suficiente, chicos— dije con voz firme, empujándolos contra el respaldo del sofá. Me arrodillé entre ellos y con mi boca fui alternando entre una polla y otra, chupando sus cabezas, lamiendo sus huevos, y volviendo a engullir sus trancas hasta que sentía cómo me entraban hasta la garganta. Ellos no tardaron en tomar el control, agarrando mi cabeza y guiándome, obligándome a tragar más y más, hasta que sentía que no podía respirar.
—¿Qué te parece la polla de mi amigo? — preguntó Roberto.
—Deliciosa— alcancé a decir, mi voz entrecortada mientras enroscaba mi lengua alrededor del glande de Fabián antes de volver a engullirla por completo. La sensación de su piel caliente y suave bajo mi lengua me hacía gemir, pero no tuve tiempo de disfrutarlo tranquilamente. Roberto se levantó de repente, apartó la mesa de un lado y se arrodilló frente a mí. Con un movimiento rápido, apartó mi tanga a un lado y hundió su lengua en mi coño, mientras yo seguía trabajando la polla de Fabián.
—Ahhh— gemí, arqueándome hacia atrás al sentir los dedos de Roberto introducirse en mi raja. Con su otra mano, jugueteaba con el tapón anal que llevaba, moviéndolo de un lado a otro, provocando oleadas de placer que me hacían temblar. —Métemela, Roberto… mmmm… necesito tu polla en mi coño ya— supliqué entre gemidos.
Roberto no se hizo de rogar. Se incorporó y, con un movimiento brusco, envainó su polla en mi coño de una sola estocada, arrancándome un fuerte alarido. Pero no tuve tiempo de protestar. Fabián me tomó del pelo y me guió de nuevo hacia su polla, intentando que me la tragara entera.
—Así, chupa, así— gruñó Fabián, sus manos apretando mi cabeza mientras yo intentaba acomodar su gruesa polla en mi boca.
—No te preocupes, cariño— dije entre chupada y chupada. —Hoy voy a darte todo lo que quieras— añadí, mientras seguía mamando con furia, sintiendo cómo Roberto me follaba como una bestia, con unas embestidas profundas y rápidas.
—Qué coño tienes, Marimar— dijo Roberto, sacando su polla por un momento y abriéndome las cachas para admirar mi coño. —Estás hecha una cerda— añadió, dándome una fuerte cachetada en el culo.
Aproveché esa pausa para levantarme y catar la polla de Fabián. Me encaramé sobre él y me la metí hasta los huevos, sintiendo cómo su gruesa tranca me llenaba por completo.
—Ah, qué rico…— gemí, moviéndome sobre él, sintiendo cómo su polla me estiraba y llenaba el coño. Pero no me dio tiempo a decir nada más. Roberto se puso frente a mí y me metió su polla en la boca, ahogando mis gemidos.
Aquello era increíble. Tenía a aquellos dos jóvenes dispuestos a complacerme en todo, y aún quedaba lo mejor. Roberto me empujó hacia Fabián, levantando mi culo y exponiéndolo por completo. Lentamente, sacó el tapón de mi ano y comenzó a pasar su lengua por mi agujero, provocando que me estremeciera de placer.
—Ponme un poco de lubricante, cariño— dije, abriéndome el culo con mis manos, sabiendo lo que vendría a continuación. Roberto obedeció, untando mi agujero con lubricante antes de aplicárselo a su propia polla. La colocó en la entrada de mi culo y me miró, buscando mi aprobación.
—Adelante— le dije con una sonrisa lasciva, dejándome caer sobre el pecho de Fabián y empinando más mi culo. La polla de Roberto fue abriéndose paso por mi recto, lentamente, pero sin dejar de presionar. Cuando metió la mitad, ambos comenzaron a moverse, sincronizando sus embestidas. Mi culo fue cediendo, y pronto las embestidas de Roberto chocaban contra las cachas de mi culo, metiéndomela hasta la empuñadura. Entraban y salían de mis agujeros como los pistones de un motor bien engrasado, y yo no podía hacer más que gemir y suplicar.
—¡Más fuerte!— grité, mi voz descontrolada. —¡más, más fuerte!— añadí, sintiendo cómo el placer se acumulaba en mi interior, listo para estallar.
Roberto y Fabián no necesitaron que se lo repitiera. Sus movimientos se volvieron más rápidos, más brutales, y yo no pude evitar correrme, una y otra vez, mis gemidos llenaban la habitación.
—Vamos a cambiar— les pedí —Quiero la polla de Fabián en mi culo— añadí, moviéndome para colocarme de espaldas a él. Cuando sentí la cabeza de su polla en mi ano, me fui dejando caer, sintiendo cómo me entraba lentamente. Lo cabalgué un rato, sintiendo cómo su polla me estiraba, hasta que Roberto me la metió por el coño y de nuevo me encontré empalada por los dos.
—Así, así— gemí, con mis manos agarrando las telas del sofa y mis piernas temblorosas pero aún con fuerza para seguir. —No pareis, no pareiiiis— supliqué, sintiendo cómo el placer me consumía por completo.
Ya no podía más. Mis piernas no me respondían, pero aquellos dos jóvenes potros insaciables no habían terminado conmigo. Me pusieron a cuatro patas frente al sofá, y mientras uno se sentaba y me follaba la boca, el otro se colocaba detrás y me la metía por donde le apetecía. Mi boca, mi coño, mi culo… todo estaba a su disposición y ellos parecían tener un único objetivo, enterrar sus mástiles lo mas que podían dentro de mi. Se iban turnando, y yo, extasiada, no dejaba de correrme, una y otra vez.
—¡Marimar, eres una puta!— gritó Roberto, con sus embestidas cada vez más rápidas en mi dilatado culo.
—¡Sí soy vuestra puta, sí, follame así! — respondí, hasta que mi voz fue ahogada por la polla de Fabián en mi garganta.
Después de lo que pareció una eternidad, me arrodillaron y comenzaron a pajearse frente a mí. Yo les pasaba la lengua por las cabezas de sus pollas, apretando mis pezones, esperando con ansia mi lluvia de leche. Y no se hizo esperar. Primero, Roberto descargó todo sobre mi cara y mi boca, su semen caliente y espeso me cubrió casi toda la cara. Luego, Fabián derramó su corrida, aún más abundante si cabe, todo sobre mi rostro, mezclándose con la de su amigo. Toda impregnada de semen, chupé sus miembros y con ellos llevaba los restos de sus corridas hasta mi boca, buscando exprimir hasta la última gota, hasta dejárselos relucientes. Roberto fue a la cocina a por servilletas y me ayudó a limpiar mi cara. Luego, rendidos, nos dejamos caer sobre el sofá, riendo satisfechos. Me puse una fina bata y nos terminamos de beber la botella de vino. Ya en la puerta, me despedí de ellos.
—Espero que lo hayáis pasado bien— les dije a mis dos jóvenes amantes.
—Por supuesto— dijo Fabián —Podríamos repetir otro día.
—Claro, cariño— respondí, acariciándole el paquete con una sonrisa lasciva. —Pídele mi número a Roberto, puedes llamarme cuando quieras.
Tras comernos la boca en la puerta de mi casa, los dos se marcharon. Yo fui directa a la ducha a quitarme todo lo que tenía encima. Había sido una experiencia increíblemente placentera. Mientras me duchaba, no sé muy bien por qué, me acordé de mi amiga Charo. La pobre se estaba perdiendo estas cosas, y todo por no hacerme caso. Tenía que hacer algo con ella, ayudarla a que se suelte. Quizás la invite a una cita con Roberto y Fabián. Me reí sola imaginando la cara que pondría.
FIN
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