La liberación de Marta

Forman una familia de tres. Ella, Marta, una mujer divorciada de unos treinta y ocho años y dos hijos, Lucía de diecinueve y Juanca de diecisiete.

Los hijos la llamaban simplemente Ma; quedaba medio enigmático si ese Ma es una abreviación de Mamá o de Marta.

Lucía siempre fue Lucy. Ma se había separado del marido.

Se había casado muy joven, apenas dieciocho años y con su primer novio de la secundaria, Juan Carlos, que le llevaba dos años.

Tuvieron dos criaturas en rápida sucesión.

Fue ahí que Marta decidió no tener más hijos.

Cuando los dos empezaron a ir al colegio, ella se dio cuenta que aún era muy joven, pero que Juan Carlos ya tomaba aires de hombre de una mediana edad.

Mantenía una rutina casi matemática.

Volvía de la oficina, prendía la tele y se quedaba mirando hasta la hora de la cena.

Durante la cena tenía una conversación rutinaria. Intervenía muy poco en la educación de los hijos, porque artísticas de las que iban a ver hasta ahora.

Juan Carlos le enfadaban esas películas.

A él le interesaban los partidos de fútbol, y eso más por convención que por pasión, y en cuestiones de películas le gustaban las de acción y mujeres mostrando tetas y culo.

A veces traía una película porno que la ponía en el vídeo cuando los chicos estaban dormidos.

A veces, después de mirar una de ellas, la cogía a Marta, pero ella tenía la sospecha de que se masturbaba más de lo que la cogía a ella.

A medida que se hacía más amiga de Gloria, Marta le empezó a contar veladamente sobre sus frustraciones. Una de esas veces Gloria le dijo directamente:

– Juan Carlos no te hace acabar, y tenéis que recurrir a la paja para eso, ¿no es cierto?
– Sí, tenéis razón. Y no solo eso. Cogemos a lo sumo una vez a la semana y a mi no me alcanza.

– Entonces, ¿porqué no te buscas un amante? Eres muy joven, tenéis un lindo cuerpito y seguro que no te resultaría difícil conseguir alguno que te satisfaga sexualmente.

– Es que no me gusta la idea de andar a las escondidas solo para poder coger.

– Por lo menos, en vez de hacerte la paja con la mano, usa un consolador.

– Me da calor ir a comprarme uno.

Gloria se rió. – Bueno, te podría ofrecer uno usado, pero te lo voy a conseguir.

– ¿Vos usas uno? – Preguntó Marta.

– Claro que sí, cuando estoy sola y cuando estoy acompañada. Siempre vienen bien.

– ¿Cuándo estás acompañada también? En las películas porno que trae Juan Carlos, las mujeres usan consoladores son las mujeres que están solas, o cuando son mujeres solamente, lesbianas.

– Se pueden usar consoladores en toda situación, mujeres solas o parejas mixtas.

Gloria dejó en el aire cuándo usaba consolador, y Marta decidió no preguntar más.

A los tres o cuatro días, Gloria le trajo el aparato. – Me costó sesenta pesos, pero es de maravilla.

Marta abrió la caja y se encontró con una reproducción de una pija medianamente grande.

– Éste es manual. Lo tenéis que meter y sacar con la mano, como si fuera una cogida. No vibra.

– Ya sé, los vi cuando los usan en las películas porno.

Y así fue que Marta empezó a usar un consolador.

Por esa época Juan Carlos un día le comentó que lo habían transferido de sección, y de que tenía que empezar a viajar cada tanto al interior del país, a ver algunas sucursales.

Y que sí, significaba un aumento de salario, si bien no era muy trascendente.

Estarían un poco más desahogados en el futuro.

El resultado fue que Marta se quedaba aún más sola de lo que lo estuvo antes, y de que tuvo que usar más seguido el consolador.

Cuando estaba sola y se calentaba, que era bastante frecuente, esperaba hasta la noche, de que los chicos estuvieran durmiendo, se acostaba desnuda en la cama, empezaba a acariciarse la concha suavemente con una mano y las tetas con la otra.

Cuando empezaba a humedecerse, a lubricarse su vagina, agarraba el consolador, lo embadurnaba con lubricante y lentamente se lo introducía ! en la concha, después empezó a

Así pasó como un año. Ella seguía visitando a Gloria, y Gloria cada tanto venía a verla a ella, especialmente cuando Juan Carlos no estaba. Entre él y Gloria no se aguantaban.

Él hablaba de ella de «la boluda de al lado» o «la conchuda de al lado», y Gloria, delante de Marta hablaba solamente de «él».

Una tardecita, era ya cerca del fin de semana, Juan Carlos volvió a la casa.

Llegó de mal humor, beligerante.

Se quejaba del ruido que hacían los chicos, de que no le gustaba la comida, nada le venía bien. Marta se estaba pudriendo de todo el tono y la situación, y terminó diciéndole:

– Si estás tan mal en tu casa, ¿porque no te vas a un hotel, en vez de sufrir aquí?

Cualquiera diría que de tanto vivir fuera de tu casa últimamente, te desacostumbraste a estar en tu casa.

– ¡Eso precisamente voy a hacer! ¡Me voy a un hotel, a ver si consigo la paz y tranquilidad que necesito!

– ¡Bueno ya! ¡En vez de amenazar, ándate!

Los chicos quedaron en silencio, se estaban mirando con temor. Si bien hubo varios desacuerdos entre los padres últimamente, éste era peor. Juan Carlos se fue al dormitorio, agarró su valija, al llenó de cosas y fue hacia la puerta de casa.

Marta gritó detrás de él – ¡Ya vas a volver, pero no te voy a recibir con los brazos abiertos!

– ¡Mierda voy a volver! ¡Yo estoy mucho mejor sin vos, sin tus rezongos!

Y salió dando un portazo. Medio dirigido a los niños, medio a si misma dijo, en voz baja: – Estoy segura de que va a volver.

Al día siguiente no volvió.

Llegó la noche, y no volvía.

Marta se había decidido de no llamarlo, de no preguntarle cuándo volvería.

Se sentía demasiado orgullosa como para si quiera considerarlo.

Hacia las ocho de la noche se sentía con algo de miedo; de miedo de lo que le iba a deparar el futuro.

Empezó a considerar la gran posibilidad de que Juan Carlos no iba a volver.

Por ahí había vuelto a la casa de la madre, esa perra que se la agarraba con todos pero le dejaba hacer a su único hijo lo que quería.

Llamó a Gloria por teléfono, aunque ella vivía en el departamento a tres puertas del de ellos.

– Mira Juan Carlos se fue ayer de la casa. Yo pensé que iba a volver, pero parece que no.

– Me preparé un baño. Termino de bañarme, y voy para allá.

Al rato sonó el timbre de la puerta. Marta le abrió y Gloria le decía, entrando:

– Me puse solamente una bata encima para apurarme.

Me fijé de que no había nadie en el pasillo y me vine corriendo. No haciéndole caso al tono algo jocoso con que lo decía, Marte le respondió:

– La verdad no sé para que te llamé al final. Vos no vas a poder resolver mis problemas, no… – Gloria le puso suavemente una mano sobre la boca.

– Vine porque somos amigas. No sé si puedo resolver algún problema tuyo, pero eso no va al caso. Todo se resuelve de una u otra forma. Me necesitas en este momento porque te sientes media desamparada, porque no sabes que va a pasar.

Yo lo sé, yo la pasé.

En eso Marta empezó a llorar despacito. Gloria le puso un brazo alrededor del hombro y la llevó al dormitorio, la hizo recostar y apoyar su cara en el hombro de ella. Marta sollozó un par de veces.

– Mira como estoy llorando por ese hijo de puta.

– Estás llorando por lo que te hizo, no por él. ¿Porqué no te tomas un baño bien caliente, así te relajas. Después voy a servirnos un vasito de vino, nos recostamos y hablamos.

Después de un ratito de pensarlo, Marta se levantó con la cara todavía con lágrimas. Gloria también se levantó y le dio un beso en la mejilla, abrazándola.

– Pareces una nena de lo jovencita que eres todavía, y me dan ganas de abrazarte y besarte y acurrucarte para que te sientas mejor. –

Marta se sonrió suavemente y se encaminó hacia el baño.

– Ya tengo veintisiete años. ¡Chicos! Por favor vallan a la cama que se está haciendo tarde y mañana tienen que ir al colegio. ¡Se pueden lavar los dientes mientras me baño! –
Mientras Marta se estaba bañaba, Gloria fue hacia la heladera y sacó una botella de vino blanco, buscó dos copas de talla y sirvió el vino. Al ratito apareció Marta con una bata puesta, obviamente mucho más tranquila.

– Me llamó la atención, dijo Gloria, ¿A vos no te importa que tus hijos te vean desnuda?

– Mucho no me ven por la cortina del baño, pero en general no, no me molesta. Yo me fui acostumbrando a eso. Es más, cuando salí de la bañadera ahora, Juanca estaba lavándose los dientes; incluso me acerqué a él para hacerle una observación de cómo se estaba cepillando los dientes.

– ¡Qué bien es eso! Así los chicos no van a tener falsos pudores en un futuro. –
Se sentaron en el sofá y empezaron sorber del vino.

– Ves, ya estamos hablando de otras cosas. Lo mejor en casos como el de hoy es hablar por un rato de boludeces; después una empieza a relajarse.

– Es que le tengo miedo al futuro. No sé que va a pasar.

– Nadie sabe que va a pasar. Pero, tu no lo necesitas a él. No te trae grandes alegrías. Te voy a ser muy sincera: pienso que todo fue un teatro, una puesta en escena para que tú te sientas mal y culpable porque se fue. Pienso que debe haber encontrado otra mina con la que quiere ir a vivir.

– ¡Que va a hacer con otra mina! Si últimamente cogíamos quizás una vez al mes! ¡Qué va a hacer con otra!

– Probablemente no tenía ganas de coger con vos porque se la había cogido varias veces a la otra. Quién sabe, por ahí tiene una concha de oro.

– Asumiendo que hay otra.

– Yo me dejo cortar los huevos que no tengo, de que tiene un fatito por ahí.

Marta cayó un rato en silencio mientras tomaba otro sorbo de vino.

– Entonces que se valla a la concha puta de su madre, y que nunca vuelva más.

– ¿Vos estás segura que la madre era puta?

– La verdad, es cualquier cosa, menos puta. Debe haber cogido una sola vez en su vida, que fue para concebirlo al energúmeno, pelotudo de mierda de su hijo. –
Gloria se arrimó a Marta y le puso el brazo alrededor del hombro.

– ¡Muy bien! Descárgate. Putea todo lo que quieras.

– ¡Hijo de una gran puta! ¡Que se le pudran la pija y los huevos y se le caigan! ¡Que alguno se la ensarte en el culo, así sin vaselina y le rompan bien el ojete! Me gustaría que ahora venga a pedirme que le chupe la pija. ¡Se la muerdo bien, bien en la punta y de paso le retuerzo los huevos!

– ¡La puta, que le tenéis bronca! –

Decía Gloria arrimándose más a Marta y abrazándola suavemente.

– Ven, recuesta la cabeza en mi hombro. – Y al rato:

– Mejor acuéstate bien en el sofá y apoya la cabeza en mi pierna.

Marta accedió sin decir una palabra.

Gloria empezó a acariciarle un hombro y la cabeza Marta cerró los ojos y se dejó acariciar.

Hacía mucho tiempo que nadie la había acariciado, que nadie la había tratado con ternura.

En ese momento se dio cuenta de cuánto extrañaba el toque suave, cariñoso de una mano y se relajó. Deseaba que Gloria siguiera con sus caricias.

– ¿Te hago sentir bien? – Le preguntó Gloria
– Muy bien, muy, muy bien – Le respondió Marta con voz suave, cerrando los ojos.

Gloria empezó a acariciarle el cuello y se acercaba con la mano al escote. Marta abrió los ojos y la miró inquisitivamente.

– Déjame hacer; te vas a sentir mucho mejor aún.

Deslizó una mano sobre una de las tetas de Marta, que debajo de la bata estaban desnudas. Marta toda endureció de repente.

– Shhhh; deja que te acaricie. Vas a ver que lindo que te vas a sentir. –

El pezón empezó a erguirse y Gloria respondió con más caricias. Ahora empezó a apretar suavemente ese pezón con dos dedos. La respiración de Marta se hizo más rápida.

Entonces Gloria se acomodó de manera que la cabeza de Marta quedó apoyada en su regazo, y le deslizó también la otra mano para acariciarle la otra teta.

Después se inclinó sobre ella y le dio un suave besito sobre los labios. Levantó la cabeza de Marta de su regazo, y la apoyó de nuevo en el sofá; se sentó al lado de ella, mirándole la cara y se agachó y la abrazó

– Si no queréis que siga, decidme le susurro en el oído, pero de paso sacó la lengua y suavemente se la pasó por la oreja, mientras metió la mano debajo de la bata y empezó a acariciarle el muslo. Al agacharse, se le abrió la bata y quedaron a la vista sus tetas. Marta no decía nada; estaba todavía atónita pero empezó a calentarse y quería que Gloria continúe. Hacía tiempo que no tuvo sexo con otra persona. Los únicos orgasmos que tuvo últimamente los tuvo pajeándose. Se rindió a Gloria y buscó con su boca la boca de Gloria para besarla. Las lenguas recorrieron mutuamente las bocas. Se calentaban más y más.

– Vamos a la cama. – dijo Marta. Abrazadas y acariciándose mutuamente se fueron al dormitorio y cerraron la puerta. Ambas se sacaron las batas que usaban y quedaron desnudas.

– Acuéstate – le dijo Gloria, arrodillándose al lado de Marta en la cama. Empezó a recorrer el cuerpo de Marta con su boca y lengua. Llegó a uno de los pezones y lo lamió primero lentamente, después más rápido y empezó a chuparlo. Mientras tanto empezó a acariciar la parte interna de los muslos, llegando a la entrepierna. Marta se puso muy caliente y su concha estaba chorreando. Ansiaba que Gloria empezara a acariciarse la. Pero Gloria se dejaba esperar. Pasó a lamerle y chuparle el otro pezón; después bajo, recorriendo con su lengua la barriga de Marta hasta llegar al ombligo. Le metió suavemente la lengua y ahora sus dedos empezaron a recorrer la concha de Marta, separándole delicadamente los labios. Marta se calentó más y empezó a menear la pelvis.

– Alcánzame el consolador.- Le pidió Gloria a Marta. Ésta se incorporó y sacó del cajón de la mesa de luz el consolador, y se lo alcanzó. Gloria lo chupó hasta dejarlo bien mojado con saliva y lo introdujo lentamente en la concha de Marta; acercó su boca a la vulva y empezó a estimular con su lengua el clítoris mientras metía y sacaba el consolador en un movimiento cada vez más rápido, a medida de que Marta meneaba la pelvis buscando más contacto con esa lengua que la volvía loca. Marta explotó en un tremendo orgasmo como nunca lo había tenido, y chorreó todo sobre la cara de Gloria.

– Te prometí que te ibas a sentir muy, muy bien… –
Marta se acercó a ella y la abrazó y le dio un beso muy profundo.

– Me gustaría sentirme muy bien también – Le susurró Gloria. Y Marta respondió empezando a acariciarla a Gloria. Primero buscó las tetas de Gloria, las acarició y empezó a chupar y lamer. Gloria, que ya estaba muy caliente, se calentó aún más. Marta empezó a pasar un dedo entre los labios de la concha de Gloria, hasta llegar hasta el clítoris. Lo estimulaba un momento con el dedo, y volvió a pasar el dedo por la raja. Lentamente bajó la cabeza besuqueando y lamiendo el cuerpo de Gloria, hasta llegar a la concha. Como Gloria le había hecho antes, empezó a chuparle los labios y el clítoris y empezó a meterle la lengua en la cajeta.

– Date vuelta; vamos a hacer un sesenta y nueve – Le dijo Gloria. Marta, tratando de no interrumpir su acción estimulante, giró y se ubicó con la cabeza de Gloria entre sus piernas. Gloria empezó a lamerle la concha y a separarle las nalgas con las manos. Su lengua ahora se corrió hasta el ojete de Marta.

– Tenéis un lindo ojetito. ¿Alguna vez cogiste por el culo?

– Mm, mm…-

Gloria siguió lamiéndola y acariciándola. Ella estaba llegando a un orgasmo con los estímulos que Marta le daba y acabó en la cara de Marta. Ésta se había calentado bastante otra vez. Gloria agarró otra vez el consolador y se lo metió y la cogió, hasta que volvió a tener un orgasmo. Las dos se abrazaron y se besaron.

– Uno de estos días te voy a desvirgar el culo…- Le Susurro Gloria en el oído.

– Traté unas veces de meterme el consolador, pero me dolía, y no seguí.

– Ya lo vamos a conseguir. Pienso que al final te va a gustar.