Carta íntima VI
Aquello era maravilloso de verdad, la sensación de mi amada rodeándome con sus brazos después de hacerme llegar al increíble orgasmo del que aún me recuperaba.
Me sentí tan bien con ella, tan protegida, tan segura, tan amada y deseada que nada podía hacerme sentir más feliz que estar junto a ella.
Era tan dulce y tierna, delicada pero apasionada y alegre mientras hacíamos el amor, me hacía sentirme importante, especial y hasta bonita, cosa que yo no creía cierto.
Sabía ser tan romántica y amable y al mismo tiempo tan enérgica y algo salvaje como ya dije que a mi me encantaba.
Era mi diosa, mi dueña, yo su esclava fiel, su siervo y cuanto quisiera, me tenía a sus pies y yo haría cualquier cosa por ella.
Era maravilloso poder respirar tranquila y feliz a su lado, la achuchaba, la besaba más y más y pronto empezábamos a desearnos otra vez, yo solía estar aún cansada y ella retomaba las riendas haciéndome de nuevo el amor, seguía con sus besos y caricias, levantando mi cuerpo, erizando mi piel a su antojo y rapidamente volvía a excitarme, a hacer que mi cuerpo ardiera de pasión, sentía que la sangre que corría por mis venas era fuego y sin decir palabras le suplicaba que lo apagara, que saciara su sed con mi cuerpo que ya era suyo.
Ella adivinaba mis deseos y los cumplía, y antes de que pudiera reaccionar ya la sentía en mí, notaba su lengua moviéndose por todo mi sexo, explorándolo y recreándose en mis zonas más sensibles, conocía a la perfección donde darme placer y lo hacía.
Con ella allí yo me sumía en un estado que no podría explicar, en un éxtasis continuo mientras la sentía en aquel lugar, saboreandolo, cuidándolo, acariciándolo con deseo y cariño, amándolo y por ello amándome a mí entera.
La miraba y me encantaba verla, le apartaba el pelo que le caía en la cara no dejándome observala bien, me gustaban aquellos rizos con mechas que tenía y adoraba esos ojillos y esos ruiditos que hacía con la boca:
-mmmmm
A veces me encontraba tan débil mientras me tenía en su poder que no podía cogerle las manos y apretarlas lo fuertemente que yo quería, pero solo el hecho de que ella las acercara para que yo las rozara e intentara coger me llenaba por dentro, la sentía tierna y detallista y me volvía loca todo de mi niña.
Conseguía sacar de mí los gemidos más profundos y desgarradores que sentía y me hacía el amor dejándome extasiada al llegar donde más alto podía; aquella era mi amante y su amada era yo.
Fin
Cada minuto que recuerdo haber pasado contigo, mi amor, es el más feliz que siento y que he tenido en mi vida.
Te quiero y te querré siempre