Mis vacaciones solitarias

Llevaba ya tres días en las islas y me mataba a pajas durantes las noches, después de haber estado todo el día en la playa contemplando los cuerpos hermosos de las lugareñas y los cuerpos definidos de sus novios, sus hombres y de todos aquellos turistas.

Me había fijado, especialmente, en una pareja que estaban en mi mismo hotel.

La manera en que las poderosas manos de él le recorrían la espalda, las piernas a ella me ponía enfermo.

En esos momentos me imaginaba que me encontraba tumbado junto a la chica y él nos ponía crema protectora a los dos, ella y yo besándonos y evocando la pasada noche de sexo desenfrenado a tres bandas.

Aquella mañana, decidí de hacer una excursión a pie por la isla.

Me habían hablado de una playa, no muy lejana, pero sin tránsito alguno de gente.

Cogí un transporte público hasta el siguiente pueblo y de allí y después de comprar algunas frutas y bebidas, seguía pie para la playa.

Quedaba un poco apartada y ahora entendía porque no iba la gente, aunque a medida que me acercaba me gustaba más y más.

Todo eran dunas, alguna palmera también, quietud y tranquilidad.

Localicé un lugar perfecto y me desnudé.

Preparé la toalla, coloqué las cosas en la sombra y procedí a untarme crema protectora por todo el cuerpo, poniendo especial énfasis en las zonas más delicadas.

Este leve masaje me puso cachondo y en ese momento deseé poder tener a la pareja de mis sueños a mi lado, disfrutando de los cuerpos de cada uno.

Pasaron un par de horas y entre baño y baño me adormecí.

De repente, algo me privaba del sol y me desperté, recuerdo ver la polla más hermosa y bien formada que haya nunca visto balanceándose frente a mi y a lo alto, una sonrisa amplía murmurando algo que no conseguí entender por no poder sacar ojo de su entrepierna.

Me levanté como pude, intentando disimular una erección monumental, pero él se percató y asiendo mi polla entre sus poderosas manos, me besó y me suspiró al oído que ya se habían percatado de mis miradas y que al verme tumbado en la playa, desnudo y a merced de sus deseos más oscuros, no habían podido resistir la tentación.

Siguió besándome y acariciándome la espalda, bajó por mi cuello hasta los pezones y me los besó, los lamió.

Tenía mucha destreza y yo estaba en la gloria.

Yo, como podía le agarraba la polla, que ya había tomado dimensiones descomunales, con ambas manos y le acariciaba los huevos, repletos de leche espesa y caliente.

Su lengua en mi ombligo y siguió bajando hasta engullir toda mi polla, pasaba su lengua por toda la circunferencia, chupaba con ganas, poniendo todo su empeño en ello.

Yo no podía más, estaba a punto de reventar y se lo dije como pude, pero no me hizo caso y siguió lamiendo, chupando, tragando, con su mano me acariciaba los huevos recién afeitados de esa mañana y con la otra, jugaba con el ojete de mi culo.

Me corrí como nunca antes había hecho, salvajemente, en su boca y no paró de tragar.

Cuando hube acabado, se levantó con una buena sonrisa y me besó, escupiendo parte de mi propio semen en mi boca.

Siempre me había parecido asqueroso, pero en ese momento fue lo más sensual y algo pareció ocurrir en mi interior.

Se giró para marcharse y yo le murmuré como pude que cómo podía devolverle el favor, pues solo había conseguido tocarle la polla y los huevos.

Sonrió y me dijo que ya encontraría la manera.

Se fue y yo me tumbé de nuevo en la arena, saboreando mi semen y oliendo su olor de hombre pegado a mi cuerpo.

De repente me di cuenta que ella no estaba allí y que eso había sido algo entre él y yo.

Recordé su cuerpo peludo, moreno, musculado, su polla erecta, potente, grande y sus huevos repletos de caliente leche.

Esa noche, después de una buena ducha, me hice una paja tumbado en la cama y con el pensamiento de la tórrida escena de sexo rápido que había vivido esa misma mañana.

Después me vestí y bajé a cenar al puerto.

Cuando entré al restaurante, les vi sentados en una mesa justo en frente de la entrada.

Me puse nervioso, pues no sabía cómo comportarme, pero vi que él me hacía una seña para que les acompañara.

Me acerqué y nos presentamos.

Pedimos la cena y todo transcurría con normalidad hasta que de repente le oí decirle a ella, mientras ponía su gran mano sobre mi ya erecta polla, que esa mañana me había corrido en su boca y que le gustaría que lo hiciera de nuevo con la presencia de ella.

Yo estaba violento, pero ella reaccionó con total normalidad y poniendo otra mano en mi paquete, dijo que también le gustaría ver a su marido ser follado por mi.

Yo no salía de mi asombro y sonreía por dentro a mi suerte.

Al acabar de cenar y después de una conversación subida de tono, nos dirigimos a pasear por la playa y allí fue donde ellos se besaron larga y tendidamente, de repente se quedaron mirándome y me invitaron a participar en un beso a tres.

Unimos los tres labios, tres lenguas buscando el calor del otro y Martín me acariciaba el culo mientras yo sobaba las tetas de su mujer y ella introducía su lengua en lo más profundo de mi boca.

Estuvimos así mucho tiempo, acariciándonos, besándonos, imaginando lo que iba a seguir.

Cuando de repente, Martín, se puso de rodilla y apretó su cara contra mi polla, que ya me dolía dentro de los pantalones.

Apretaba y apretaba, queriendo comérsela entera, pero no la sacó, al contrario, se levantó y agarrándonos las manos, nos susurro que deberíamos ir para el hotel y follar como salvajes, que estaba lleno de deseo por mi cuerpo y que quería ver a su mujer disfrutar tanto como él iba a hacerlo.

Al llegar a la habitación, apenas tuvimos tiempo de cerrar la puerta que ya estábamos todos desnudos, acariciándonos y besándonos, agarrada a mi polla tenía la boca de Martín y entre mis labios los pezones de Adela.

Ella, por su parte, me agarraba los míos y los apretaba con fuerza, gritando como una loca cuando yo le introducía, primero un dedo, luego dos por el coño, iniciando un ritmo frenético, un vaivén de sensaciones.

Martín me lamía los huevos, introducía un dedo por mi ano, alargaba su mano libre y me pellizcaba un pezón o lo introducía en el coño de Adela, encontrándose con el mío y acariciándomelo en las entrañas de su mujer.

Adela se arrodilló y empezó a mamar ambas vergas con deleite, con ansia mientras su marido y yo nos fundimos en un beso profundo, nuestras lenguas perdidas en la boca del otro, nuestras manos recorriendo cada centímetro del pecho del otro.

Adela introducía un dedo en cada uno de nuestros anos.

Fue pasando el rato y cada vez estábamos más excitados.

Martín me metía la lengua por el ojete del culo mientras me lo trabajaba con un dedo y yo me follaba a Adela, comiéndole las tetas con furia.

Luego cambiamos posiciones y era Martín quien se follaba a su mujer mientras yo le introducía, primero uno, después dos y hasta tres dedos por el culo.

Mientras él seguía follando a su mujer y chupando la saliva que yo había dejado en sus tetas, me levanté y empecé a penetrarle con la polla, lenta, suavemente hasta que nuestros huevos se encontraron.

Él suspiraba, gritaba de placer y sus embestidas eran cada vez más fuertes contra Adela, quien gritaba de gusto y se mordía los pezones con la rabia que precede a una enorme corrida.

Por fin nos corrimos los tres al unísono, aunque permanecimos allí estáticos un rato, reponiendo fuerzas.

Pero al momento, pude notar como Martín salía de su mujer y ella se apartaba de la escena, se sentó en un sillón y abriéndose de piernas, bañadas por la explosión de semen de su marido que le salía del coño y le bajaba hasta los tobillos, se metía un dedo, luego otro y nos instaba a follar delante de ella.

Martín y yo, nos pusimos manos a la obra.

Nos acariciábamos, nos chupábamos, lamíamos, besábamos.

Entonces, fue cuando se dio la vuelta y ofreciéndome su culo abierto me invito a penetrarle de nuevo.

Así lo hice mientras él enroscaba su lengua con la mía, lamía mis pezones y se agarraba a mi brazos y gritaba que era su hombre y que quería tener todo mi ser dentro de sí.

Me corrí como un loco por todo su vientre y pecho, sus huevos quedaron regados de semen y Adela, ni corta ni perezosa empezó a limpiarle con su lengua, para cuando acabó, darme un beso y pasarme parte de mi corrida.

Eso me excitó tanto que la compartí con Martín y en breves momentos estábamos ya otra vez uno encima del otro.

Esta vez, me penetró él a mi, mientras yo le comía el coño a su mujer.

Nos corrimos dos o tres veces más esa noche y acabamos de pasar el resto de la semana juntos.

Resulta ser que son de un pueblo muy cercano al mío y nos vemos muy a menudo para rememorar tiempos pasados y disfrutar de los nuevos.

A nuestro pequeño grupo se han unido dos parejas más y mi novia.

Ahora viajamos siempre juntos y disfrutamos del sexo en todas su vertientes unos con unos, unos con unas y unas con unas.

Así que ya podéis ver que mis vacaciones no fueron tan solitaria como se presentaban y que lo mejor de todo es disfrutar del propio cuerpo en toda manera posible.