Camping en compañía II

Como conté en el relato anterior había ido a pasar unos días a un camping de la costa almeriense con una pareja, Miguel y Charo, y su primo, Alex, con el cual había pasado una noche bastante movidita.

Al día siguiente nos levantamos muy tarde, dado el ajetreo que tuvo lugar en las dos tiendas que ocupábamos.

Estábamos todos hechos polvo (nunca mejor dicho), con la excepción de Charo, que se había levantado antes y nos había preparado el desayuno.

A juzgar por su actitud, parecía demasiada mujer para el bueno de Miguel, que tenía unas ojeras que le llegaban al suelo.

Debía de haberlo exprimido como a un limón esa noche.

-Venga chicos, que hay que hacer muchas cosas, y el día no nos espera – decía la muy p…

A esa hora ninguno estábamos por la labor e intentábamos disimular mientras tomábamos el desayuno.

Muy en su papel de mujercita, Charo repartió las tareas de cada uno: «tú Miguel, me ayudarás a preparar la comida, Alex vendrá conmigo a fregar los platos y tú,
-dijo fijándose en mí – vendrás conmigo a hacer la colada».

Aceptamos todos a regañadientes.

Habíamos venido a divertirnos y esa era la parte que menos nos gustaba, pero bien es cierto que hay que arrimar el hombro.

La verdad es que Charo, aunque no era una belleza, era una chica muy atractiva.

De piel muy morena y unos grandes ojos verdes.

No era muy alta y dejaba entrever algún que otro kilo de más, pero tenía un culo precioso y un par de melones que a duras penas conseguía mantener dentro de la parte de arriba del bikini que llevaba puesto.

En la cama debía ser una leona, a juzgar por los sonidos que habíamos oído durante la noche y el estado lamentable en que había dejado a Miguel.

Así pasó la mañana, y después de comer y fregar nos dispusimos a hacer la colada, mientras Alex y Miguel dormían una merecida siesta.

Me adelanté hacia la parte del camping que hacía de lavadero con la ropa sucia en unas bolsas, mientras Charo terminaba de cepillarse los dientes.

En el lugar no había nadie a esa hora, y estaba bastante apartado de las tiendas.

No estoy acostumbrado a lavarme la ropa, así que no sabía ni por dónde empezar.

Comencé a sacar la ropa sucia y me encontré con una sorpresa.

En el fondo de la bolsa, arrugadas y enredadas en sí mismas, había unas braguitas blancas de Charo, que debía de haberse quitado esa misma mañana.

No me considero fetichista, pero esa prenda me pone a cien, y estas, minúsculas y de encaje, eran fabulosas.

No pude contener un impulso animal y me las llevé a la cara con la intención de aspirar su aroma a coño.

El mero hecho de rozar esas braguitas, en las que había algún pelo púbico, con mis labios produjo en mí una semierección inesperada.

Entonces llegó Charo.

Yo me puse nervioso y disimulé como pude, haciendo como que seguía sacando más cosas de la bolsa.

Pero lo de la erección si que no pude disimularlo.

-Veo que no has perdido el tiempo – me susurro Charo al oído.

Sonrió y acto seguido se agachó para revolver la ropa, quedando a la altura de mi por entonces dolorido miembro, que incluso pareció saludarla con un involuntario movimiento.

Me pareció que Charo se mojó los labios mirando directamente aquel bulto de mi entrepierna.

-Si te gustan las braguitas tengo una muy monas puestas. ¿Te apetece verlas? – me dijo.

-Veo que no has tenido suficiente con Miguel – tras lo cual acerqué mi mano a su nuca y la atraje hacía mi violentamente – te voy a enseñar algo para que juegues.

La empuje hacía unos matorrales cercanos y comencé a besarla furiosamente, mientras ella se abría camino por mi pantalón en busca de su premio gordo.

Poco a poco fue bajando por mi pecho, lamiéndome los pezones, hasta llegar a mi pene, brillante y exultante como un pavo real.

Comenzó a lamerme los testículos para poco a poco ir subiendo a lo largo de la polla, muy lentamente, se notaba que le gustaba hacerlo a la muy puta.

Se detenía largo rato en el frenillo y en la punta del capullo, como queriendo introducir su lasciva lengua por el agujero.

¡Cómo la chupaba!

Al rato noté como me llegaba el orgasmo, pero no la avisé, dejando que el semen manara a borbotones en su boca.

Ella intentó apartarse pero ya había tragado parte del mismo.

-Eres un cerdo – dijo mientras escupía el semen sobre sus manos para después volver a introducírselo en la boca.

-Y tu una zorrita de cuidado.

Mientras hablaba Charo se había tendido abierta de piernas sobre el césped.

Ahora me tocaba a mí darle placer.

Me acerqué a sus braguitas, que dejaban escapar los pelos del chocho por los laterales, y aspire de nuevo ese aroma a flujo vaginal y a otros líquidos varios.

Tras pasarle la lengua por encima de la tela, recorriendo su rajita, le quite las bragas y pude contemplar su coño en todo su esplendor.

Un felpudo bastante poblado dejaba entrever un coño rezumante de líquidos.

Estaba supermojada la muy zorra.

Devoré su almeja con ansiedad, como si nunca antes hubiera comido un coño como ese, sabroso y excitante.

Ella se dejó hacer, emitiendo pequeños gemiditos de placer, mientras estrujaba sus grandes pezones, en ese momento duros como el granito.

-Sigue, sigue, no te pares, maricón – me gritó – como a mi primo!!!

Eso no me gustó y, herido en mi hombría, dejé de comerle la almeja, y acerqué mi polla, dura de nuevo a su entrada, apuntando a lo más oculto de su coño.

Se quedó parada un instante, para acto seguido abrirse aún más de piernas si cabe, esperando ansiosa la entrada de aquel formidable ariete.

Se la introduje de un certero golpe de cadera.

Estaba muy mojada y eso facilitó la tarea.

Pegó un grito que sin duda debió oír la gente que por allí anduviera.

Al poco la cabalgaba como la yegua que era.

En un metesaca gozoso y libidinoso, mientras ella empujaba mi culo, como queriendo que la llenará más y más.

Un hilillo de saliva caía de sus labios hasta sus tetas, como muestra de lo bien que lo estaba pasando la calentona de Charo.

Lo recogí con mi lengua mientras sorbía aquellas dos preciosas tetas, que paladeaba incesantemente.

Tras varias embestidas, noté como se corría, clavándome las uñas en el culo y dando pequeñas sacudidas. «Siiiiiiiiii» , exclamó.

Al poco me corrí yo, eyaculando sobre sus pechos, mientras ella extendía el semen por su cuerpo y su cara, como si se untara con crema solar, para a continuación llevarse los dedos a la boca.

-Tía, eres la ostia!!! – le susurré – te estaría follando todo el día.

Ella sonrió y me acarició el pene, ahora flácido.

Había que volver con los demás y la ropa estaba aún sin lavar…