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Venganza II: Cruz

Serie: Venganza

Venganza II: Cruz

Capítulo I

Me llamo Paco, y si recuerdan soy el terrible cuñado que abusó de la confianza del hermano mayor de mi querida esposa cuando estuve pasando un verano en su apartamento de la playa.

No les voy a engañar, y la verdad es que no tenia ni idea de los cuernos que me había puesto mi esposa con su propio hermano cuando todavía éramos novios.

Cuando me enteré a través de su amplio y detallado relato de lo que realmente había pasado en mi juventud me enfade mucho, pero no pude dejar de sorprenderme de la ingenuidad de la que hacía gala mi cuñado respecto a la sarta de mentiras que le había estado contado su mujer.

Es por eso que les escribo esta carta, para que abra los ojos de una vez, y para que ustedes juzguen quién de los dos tiene puestos los mejores cuernos.

Creo que la primera vez que Ana, mi ardiente cuñada, se fijo en mi instrumento fue en casa de mis suegros, durante unas fiestas navideñas, cuando entró de improviso en el cuarto de baño mientras yo estaba orinando.

Su mirada se posó de inmediato en mi gran aparato, que es ciertamente enorme, y se quedo un buen rato mirándolo fijamente, con expresión ausente y ensimismada, hasta que se dio cuenta de lo que hacía, y se marchó a la carrera, mas roja que un tomate.

La verdad es que mi cuñada esta realmente buenisima, y posee una espectacular delantera, firme y abundante, de la cual carece Isabel, mi esposa, que la hace aun mas apetecible.

Así que ese día aproveche la primera oportunidad que tuve para acercarme por su espalda y, con disimulo, restregué mi gran paquete, duro como el mármol, contra su espléndido culito respingón.

Al principio se quedó rígida de la sorpresa, pero enseguida le cogió el tranquillo a la cosa, apoyándose en el quicio de la puerta para soportar mejor mis descarados empujones.

Pronto era ella la que se ponía en los sitios más adecuados, y de la forma precisa, para que me fuera mas cómodo rozarme contra su mullido y acogedor trasero, sin que ningún familiar se percatara de lo que sucedía.

Llego a coger tanta confianza que, en algunas comidas de familia, cuando se sentaba junto a mi, como de costumbre, dejaba su mano bajo el mantel para poder acariciar mi miembro cómodamente, por encima del pantalón, hasta hacerlo endurecer.

Dado que en nuestros encuentros siempre estábamos rodeados de familiares no nos era posible pasar de esos roces, salvo en una ocasión, durante la comunión de la hija de una de una de las primas de mi mujer.

En esa velada mi suculenta cuñada llevaba un vestido muy escotado, que le permitía lucir su poderosa delantera sin ningún problema, y que le sentaba realmente bien.

Tanto es así que llego a ponerme de lo más cachondo, sobre todo cuando empezó a acariciar mi miembro, por debajo del mantel, sin ningún pudor, durante la comida.

Cuando ya no pude aguantar más la excitación me fui al cuarto de baño, y allí la espere, pues sabía que la zorra vendría.

Como ya me imaginaba, mi cuñada me siguió a los pocos instantes, aprovechando que todo el mundo estaba tan enfrascado en la fiesta que no se darían cuenta de nuestra breve ausencia.

En cuanto apareció me abalance sobre ella, con la intención de hacerla mía por primera vez, pero Ana me contuvo; pues estaba en mitad del periodo, y no estaba en condiciones de hacer el amor como Dios manda.

Así que me tuve que conformar con despojar a sus espectaculares pechos del sujetador, dejándolos al aire, para poder acariciarlos con comodidad, mientras nos besábamos con un ansia abrasadora.

Me quede embobado con sus magníficos pezones; pues, además de tener una amplia aureola oscura, son los más gruesos y sensibles que jamas he visto, casi del tamaño, y grosor, de una de las uñas de mi dedo pulgar.

Mi cuñada, que había dejado mi descomunal miembro en libertad, para poder jugar más cómodamente con él, se arrodillo solicita a mis pies; y, para mi sorpresa, me hizo la mejor mamada que me habían hecho en mi vida.

Mientras yo la hacia gemir, pellizcando sus maravillosos pezones todo el tiempo, mientras mis manos se deslizaban por sus pétreas colinas, masajeando toda la carne que podían abarcar.

Ana realizaba auténticas proezas para poder meterse el trozo mas grande posible de mi duro estoque dentro de su cálida boca, haciendo verdaderas diabluras con su hábilidosa lengua, hasta conseguir que tuviera que morderme el labio, hasta hacerme sangre, para no tener que gritar de placer.

Cuando me corrí, con mi abundancia habitual, no dejo escapar ni la mas mínima gota de semen, tragándoselo todo con auténtica ansia, y limpiando luego mi aparato hasta dejarlo reluciente.

Después, guiñandome el ojo, me confesó que lo que acababa de hacerme es una de las cosas que más le gustaba del sexo, y que esperaba poder repetir la jugada en una mejor ocasión.

Como muestra de pleitesía le chupetee amorosamente los pezones, logrando así que mostraran su llamativa dureza el resto de la velada familiar, atrayendo las miradas de todos los hombres como si fueran un imán.

Esa ocasión no se presento hasta que mi esposa y yo fuimos invitados a pasar parte de las vacaciones del verano en su chalet de la playa.

Al principio todo transcurrió de un modo muy normal, pues solo nuestras ardientes miradas, cuando se cruzaban, delataban el vivo deseo que sentíamos el uno por el otro.

Pero era inevitable que antes o después sucumbiéramos a la irrefrenable pasión que padecíamos mutuamente.

Capítulo II

El caso es que solo llevábamos un par de días en su casa cuando, mientras jugábamos a la pelota dentro del agua, en una playa cercana a su casa, con los hijos pequeños de unos simpáticos vecinos, note como una de sus suaves manos se apoderaba de mi miembro, con disimulo, hasta hacerlo endurecer.

No quise ser menos y, a la primera oportunidad que tuve, atrape uno de sus magníficos senos, con las dos manos a la vez, mientras aparentaba coger el balón.

Mi cuñada, sonriendo con picardía, consintió que mis hábiles dedos deambularan a sus anchas por su busto en esa ocasión y luego cada vez que fingía caerme sobre ella.

Como además de aparatosamente grandes y firmes, sus adorables pechos son la mar de sensibles, conseguí, con solo unas pocas pero intensas caricias de este estilo, que sus duros y llamativos pezones amenazaran con taladrar la fina tela del bañador.

Desde ese momento tuvimos que andar con muchísimo mas cuidado, pues mi cuñada se había convertido en el centro de atención de todos los bañistas masculinos que teníamos a nuestro alrededor, que no le quitaban el ojo a sus provocativos encantos, y teníamos que disimular mucho mas para poder acariciarnos ambos sin que se dieran cuenta.

Aun así conseguí acercarme lo suficiente a Ana como para meter una de mis manos bajo su bañador, mientras ella se abría completamente de piernas para darme facilidades, y así poder acariciarle toda la raja a placer; llegando a introducirle hasta dos dedos a la vez, por su dilatada abertura, al mismo tiempo que ella masajeaba mi miembro, en toda su larga extensión, provocándome escalofríos de placer.

Tan caliente llegue a poner a mi cuñada que se tuvo que salir rápidamente del agua para que los pequeños no se dieran cuenta de que estaba a punto de correrse en mis manos.

Me quede tan extasiado como los demás bañistas viendo salir del agua a tan provocativa sirena pues, debido a los toqueteos, ya no eran solo sus grandes pechos el centro de las miradas, dado que su espléndido culo parecía haberse comido el bañador, convirtiéndolo en un reducido tanga, que no molestaba lo más mínimo para admirar la firmeza de su glorioso trasero casi desnudo.

Lo mejor de todo era que al tensarse la tela había dejado claramente marcada su ansiosa boca inferior, pues se transparentaba el lujurioso bostezo que mis dedos habían provocado en su intimidad, enmarcado por sus espesos rizos.

Creo que no fui, ni mucho menos, el único que se tuvo que quedar en el agua, para intentar disimular el estado de excitación en que se encontraba.

Lo sucedido ese día en la playa no había hecho más que arrojar leña a la, ya de por si, ardiente hoguera de nuestras pasiones secretas, y prohibidas; y, al día siguiente, la hoguera empezó a arder.

Esa mañana, mi cuñada se presento en la playa con un reducido bikini, que enseñaba bastante mas de lo que ocultaba a duras penas.

Le contó a mi cándida esposa que este era un regalo de su marido y que se había equivocado en la talla al comprárselo, y que solo se lo ponía de vez en cuando para no hacerle el feo.

Como no quería provocar rumores y comentarios entre sus conocidos, nos fuimos a una calita, un tanto apartada, donde estábamos prácticamente solos.

La noche anterior mi adorable esposa y yo habíamos estado practicando el sexo, hasta altas horas de la madrugada; así que, en cuanto se tumbo bajo la sombrilla, se quedo dormida, mientras yo le untaba crema protectora.

Antes de guardar el bote, Ana me pidió que le echara a ella también.

Yo, por supuesto, no me negué a hacerle el favor.

Así, mientras la embadurnaba de crema, le acariciaba su trasero desnudo. Pues el reducido bikini, en cuanto le di un par de intencionados tironcitos, desapareció por completo dentro de su grupa.

Cuando vi que mi cuñada separaba bien las piernas, para facilitarme la labor, no lo dude más; y, con suavidad, le aparte la fina tela del bikini, para poder ver su oscura cueva sin impedimentos.

Ante su agradecida y cómplice pasividad empecé a acariciar a conciencia su dulce intimidad con una mano, deslizando mis dedos por su húmedo canal, mientras la otra mano estaba muy ocupada en magrear uno de sus enormes pechos desnudos, pues rápidamente lo había liberado del escueto e inútil bikini.

No tarde mucho en conseguir que Ana alcanzase un orgasmo, así que me aplique a fondo, para arrancarle un segundo clímax, aún más violento que el anterior, antes de que se despertara Isabel.

Si no la poseí hay mismo fue por el temor de que se despertara mi mujer.

Mas tarde, ya en el agua, y con mucho disimulo, fue ella la que me masturbo a mi, con su habilidad habitual para aplacar, en la medida de lo posible, las ganas que tenia de poseerla.

Esa noche, mientras mi esposa y su hermano tomaban unas copas en el jardín, entre en la cocina para ayudar a mi cuñada a hacer la cena.

Nada mas entrar vi que ella permanecía agachada, recogiendo algo de los muebles inferiores, mientras su portentosa grupa se marcaba en la fina camisola de verano que llevaba puesta.

Esta vez no deje escapar la oportunidad y, mirando por la ventana, para que no nos sorprendieran, deje en completa libertad mi endurecido aparato, para poder restregárselo cómodamente por el trasero, que tan a tiro se me ponía.

Ana, entre apagadas risitas, coopero alegremente en la caricia, levantándose la camisola para poder sentir mejor los intensos roces que le prodigaba, al mismo tiempo que movía su pandero lascivamente.

Cuando no pude soportar mas la tensión rompí sus braguitas, de un seco tirón, y la poseí salvajemente, sin importarme lo que pudiera pasar después.

Les aseguro que estaba tan ansioso que en el primer empujón le metí casi la mitad de mi miembro, de un solo golpe, mientras ella mordía un paño de cocina, para que sus gemidos, no se si de dolor o de placer, no se oyeran desde el exterior.

Luego la agarre por las firmes caderas, para no tener que moverme demasiado, mientras conseguía meter el resto del aparato en su estrecha y deliciosamente esponjosa intimidad.

No perdí de vista en ningún momento a mi fiel esposa y su hermano; llegando, incluso, a preguntarles si querían algún aperitivo, a voces, para que no oyeran los apagados gritos, esta vez seguro que de placer, que emitía mi cuñada mientras se corría.

Cuando por fin llegue yo, poco después, ella estaba tan contenta que devoro, con ansia, mi agradecido miembro, hasta dejarlo limpio y reluciente. Después salió, casi a la carrera, para decir que la cena ya estaba lista, lo cual era falso, pero asi sospecharan nada raro por la tardanza.

Capítulo III

Durante la cena Ana se porto de forma mucho mas traviesa que de costumbre, acariciándome el paquete una y otra vez, hasta conseguir que me dolieran los testículos debido a la gran erección que tenia en esos momentos.

Como venganza aproveche que estaba el perro suelto por el jardín y lo llame para darle los restos de la comida, haciendo caso omiso de mi cuñado, que insistía en que el animal no debía comer entre horas.

Cuando tuve al animal bajo la mesa lo agarre firmemente del collar; y, mientras le daba un pequeño pellizco a mi cuñada, para obligarla a separar completamente las piernas, le sepulte la cabeza del animal, literalmente, en su acogedora y húmeda entrepierna.

Después deje mi mano bajo la mesa durante algún tiempo, para que ella no pudiera apartar al chucho de su improvisado festin.

Mi cuñada estuvo rígida como una tabla durante la cena, con una enigmática sonrisa dibujada en el rostro mientras los demás charlábamos de mil tonterías, y todos oíamos claramente los alegres lameteos que profería el perro, mientras saboreaba con frenesí su nueva comida.

Aunque Ana diga lo contrario se que tuvo que realizar verdaderos esfuerzos para no delatar ante nosotros su placer, sobre todo cuando se corría en silencio, al menos en tres ocasiones, que yo me diera cuenta.

Levantándose, al final, con las piernas flojas y toda la cara sonrosada de satisfacción.

Puedo confirmarles que en ese momento senté las bases de una sólida amistad, pues mi cuñada se porto desde ese día de una forma mucho mas cariñosa con el animal.

Es cierto que nunca les sorprendí realizando el acto sexual propiamente dicho, pero no es menos cierto que fueron bastantes las ocasiones en las que la sorprendí dejándose lamer por el cariñoso animalito, mientras la espiaba, como tenia por costumbre, a la espera del momento mas oportuno para poseerla.

La primera vez que la vi fue desde la ventana de la cocina, una mañana, mientras ella daba de comer al perro enfrente de su caseta, como de costumbre, y creía que los demás aun estábamos dormidos.

Llevaba puesto un batín chino de ducha, muy cortito, y nada más arrodillarse para ponerle la comida, recibió los alegres lameteos del animal.

Ella dejó que le lamiera la cara y el cuello sin oponer resistencia, jugueteando con el mientras miraba a su alrededor para comprobar que nadie les veía.

En cuanto confirmó su intimidad abrió su batín de par en par, sujetando con sus manos los extremos, para que perro no tuviera ninguna duda de cuál era el suculento regalo que se le ofrecía.

Desde mi privilegiada posición pude ver que el afortunado chucho disfrutaba, lo mismo o mas que cualquier otra persona, saboreando esos enormes fresones endurecidos.

Mi viciosa cuñada no aguanto mas de quince minutos la áspera lengua del animal, y pronto vi como introducía las dos manos dentro de las bragas, para acariciarse la intimidad, frenéticamente, hasta llegar al orgasmo, gimiendo sin parar.

Desde ese día procuraba no perderme ninguno de los dulces desayunos que solía darle al animal; y que supongo que aún le da.

Y tengo pruebas de lo que digo pues, desde una esquina del comedor le saque dos carretes de fotografías en color, que guardo como oro en paño, uno de los días que más tiempo disfruto de la compañía del perro.

Pero aun falta lo mejor, pues en una ocasión, en la que mi viciosa cuñada estaba sola en la casa y yo regrese a hurtadillas para poseerla, fui testigo de un apasionado encuentro.

Lo primero que vi fue a Ana tumbada medio desnuda en el sofá, ataviada tan solo con una camisa, sin sujetador, que ya estaba desabrochada para que el animalito lamiera con mayor comodidad sus desnudos melones.

Luego contemple como se despojaba de las húmedas braguitas, separando después sus piernas al máximo, dejando así vía libre para acceder hasta su encharcada intimidad.

Mientras el perro incrustaba sus fauces en su entrepierna para devorar apasionadamente su dulce conejo ella se pellizcaba y estiraba los gruesos pezones endurecidos, gritando el inmenso placer que sentía a las paredes supuestamente vacías de la casa, al mismo tiempo que alcanzaba el violento orgasmo.

Es cierto que desde aquel glorioso día en que hicimos el amor en la cocina, por primera vez, nos entregábamos al sexo, deprisa y corriendo, en los lugares más insospechados de la casa, cada vez que nos quedábamos solos.

Y es por esas locas prisas por lo que en alguna que otra ocasión le desgarre alguna que otra prenda íntima a mi fogosa cuñada.

Sobre todo algunos malditos sujetadores, a los cuales siempre acababa rompiendo algún broche o tiranta, cuando no podía abrirlos, para dejar en libertad sus adorados pezones; los cuales necesitaba saborear, chupar y hasta morder mientras follábamos como locos.

Ella me daba todas las facilidades posibles, yendo, la mayoría de las veces, sin bragas bajo la falda, o el vestido, para hacer más rápidas nuestras frenéticas penetraciones.

El garaje, y el desván, eran los lugares idóneos para nosotros, pues sus gruesas paredes mitigaban los suspiros y jadeos de placer que emitíamos.

Llegamos a adquirir una notable habilidad para acoplarnos en cualquier rincón de casa, recurriendo a cualquier mueble que estuviera cerca, para facilitar la entrada de mi enorme aparato en su estrecho orificio.

Este día a día aceptaba mejor todo lo que yo podía meterle, llegando a poseer la misma capacidad que mi esposa para asimilar mi enorme miembro, sin hacerle ningún daño.

Capítulo IV

El famoso día del supermercado no lo recuerdo, ni remotamente, de la forma en que lo narro mi cuñado; pues aunque es cierto que nos aprovechamos de la ausencia de mi esposa, lo primero que se me viene a la cabeza cuando pienso en ese día es que estuve a punto de morir. Y no se crean que exagero lo más mínimo.

Verán, el caso es que mi viciosa cuñada quiso hacer algo que había visto hacia poco tiempo en una película y, cuando íbamos a más de 100 km. por hora por la autopista, se empeño en hacerme una mamada.

Como es lógico no me negué, pues ya les he contado lo habilidosa que es con los labios y con la lengua.

Así que, liberando mi gran aparato de su encierro, me prodigo una de sus mejores lamidas.

Tan buena fue esta que, cuando llegue al orgasmo, perdí por completo el control de mis pies, mientras ella se esforzaba en tragar todo lo que tuvo a bien salir de mi fuente, estando a punto de colisionar con el vehículo que me precedía.

Como pude lleve el coche hasta el arcén, donde estacioné unos instantes, para poder calmar mis nervios, al tiempo que Ana terminaba de limpiar mi miembro, con su hábil lengua juguetona.

Ella no se había enterado de nada, pero yo necesitaba desfogarme; así, que en cuanto pude, busque un lugar apartado, fuera ya de la autopista, para penetrarla salvajemente, como se merecía por sus alocadas ideas.

Cuando por fin encontré un sitio apropiado la obligue a apoyar su estómago contra el capó del coche y, sin calentamiento previo, la ensarte lo mas brutalmente que pude, con ganas de hacerla gritar.

Y vaya si lo hizo. Como Ana ya estaba bastante acostumbrada conseguí introducirle casi todo el instrumento a la primera, entre espectaculares gritos de dolor.

Estos, he de confesarlo, en vez de cortarme me excitaban sobremanera, así que seguí penetrándola mas violentamente, a la vez que trataba de apoderarme de sus magníficos pechos, ocultos bajo el liviano vestido veraniego.

Estaba tan exaltado que no dude lo mas mínimo en romperle el maldito sujetador, partiéndolo por la mitad, al ver que no conseguía soltarle el complicado cierre, para apoderarme de sus dos soberbios cántaros, que no dejaban de rebotar contra el capo con cada envestida.

Como sus gritos se estaban convirtiendo en suaves gemidos de placer, al irse acostumbrando a los rudos envites, me dedique a lastimarle los gruesos pezones, retorciéndolos y pellizcándolos con saña, para conseguir que mezclara algún que otro chillido entre sus dulces maullidos.

El orgasmo que conseguimos, prácticamente simultáneo, fue casi tan salvaje como lo había sido todo el fogoso acto sexual; y nos dejó muy confundidos, pues a ambos nos había asombrado comprobar lo mucho que nos había gustado una cosa tan violenta, y tan desconocida para los dos hasta ese momento.

Después, cuando nos dirigíamos, en cortado silencio, hasta el supermercado, nos dimos cuenta de que había escogido un mal día para romperle el sujetador, que no tenia arreglo posible, pues mi cuñada llevaba una camisa clara, muy transparente, donde destacaban sus grandes pezones como dos fresones metidos en harina.

Dado que la cosa no tenia remedio, intentamos pasar lo más desapercibidos posible, intentando hacer las compras en un tiempo récord, para irnos de allí cuanto antes.

Pero fue inútil, por donde quiera que pasaba Ana todas las cabezas se giraban para contemplar el magnifico espectáculo de sus divinos pechos, casi desnudos, moviéndose en completa libertad.

Al principio Ana iba por los pasillos con la cara colorada y pasando vergüenza, pero poco a poco se fue animando, creo que más por las miradas de envidia de ellas que por las de deseo de ellos, hasta que empezó a disfrutar con la situación.

Gozaba poniéndose al lado de algún matrimonio y, mientras fingía buscar alguna cosa, exhibir su anatomía, hasta conseguir que la mujer reprendiera al marido, con rabia contenida, por no quitarle los ojos de encima.

Yo observaba a mi cuñada de lejos, riéndome de los apuros que hacia pasar a mas de uno, y temiendo que, al final, alguna le tirara de los pelos.

Cuando ya nos íbamos, por fin, se me acercó una señora ya mayor y me dijo por lo bajo que si a mi no me daba vergüenza que mi mujer fuera tan zorra.

La verdad es que no, que a mi, al igual que a ella, lo sucedido me había puesto otra vez de lo mas cachondo; tanto es así que, a la vuelta, volvimos a estacionar fuera de la carretera, en un apartado camino, para hacer otra vez el amor.

Aunque, eso si, esta vez, aunque también fue un apareamiento muy apasionado, el encuentro no fue tan violento como la vez anterior.

En esta ocasión fue mi ardiente cuñada la que cabalgó sobre mi, frenéticamente, hasta hacer crujir la suspensión del coche con sus empujes.

Yo, mientras, amasaba sus enormes globos, a la vez que le chupaba, y mordía, sus descarados pitones hasta hacerlos endurecer.

Capítulo V

La noche en la que nos encontramos con mis dos antiguos compañeros de la mili habíamos bebido todos bastante más de lo habitual.

Y si bien es cierto que a mi cuñado el alcohol lo adormece no es menos cierto que a su fogosa esposa la estimula.

No paró en ningún momento de insinuarse a mis amigos, luciendo su portentoso cuerpo aun más que de costumbre, ya que el sensual vestido, sin tirantes, realzaba todavía mas su formidable delantera, y jugando continuamente con las frases de doble sentido, que a ella se le dan muy bien.

Tanto es así que tuve que confesarles a ambos, antes de subirnos en su coche, la clase de suerte que habían tenido esa noche, a poco que se esforzaran.

Y claro, ese par de atrevidos caraduras no dejaron escapar la estupenda oportunidad que se les ofrecía en bandeja.

Nada más arrancar empezaron a bromear acerca de su vestido, de esos que llaman de palabra de honor, hasta que Ana les aseguro, muy insinuante, que si conseguían que se le escapara algo a través del escote, sin tocarla, se lo podían quedar.

Yo, que también me había puesto cachondo con tanta picaresca, aproveche que estaba sentado detrás, junto a ella, para obligarla a sentarse en mi regazo, después de separarle completamente las piernas y de quitarle las bragas, que se quedo uno de ellos como recuerdo.

En cuanto la tuve en la posición adecuada le subí el vestido hasta las caderas y la penetre, lo mas violentamente que pude, repetidas veces, hasta que conseguí que sus rosados rubíes se escaparan finalmente del odioso encierro al que estaban sometidos.

Ellos, ansiosos, no dudaron ni un instante en apoderarse de sus magníficos pechos, y sus duros pezones, ni en comérsela a besos, cuando mi viciosa cuñada se apoyó en sus reposacabezas para disfrutar mejor de la estupenda y fogosa penetración.

Turnándose entre los dos para llevar el volante, mientras chupaban, y acariciaban, las divinas joyas que ahora tenían a su alcance, para poder disfrutar por igual antes de llegar a la sala de fiestas.

Por suerte llegamos ambos antes de llegar, valga la redundancia, y nos adecentamos de cualquier manera para que nuestras parejas no sospecharan nada.

Después, mientras bailábamos los tres con Ana, por riguroso turno, en un apartado rincón de la sala, nos dimos el gran lote con ella, metiéndole mano, sin descanso, por todas partes, mientras devorábamos suculenta su boquita a besos.

Aprovechamos, sobre todo, la espectacular abertura lateral de su lindo vestido para introducir, cómodamente, nuestros dedos por sus dos húmedos orificios, tan acogedores como de costumbre.

Entre todos conseguimos ponerla tan cachonda que fue mi cuñada la que nos hizo acompañarla al servicio de caballeros, para que calmáramos su insaciable fuego interno de la mejor forma posible, con nuestras mangueras.

Lo malo es que el baño era tan estrecho que me tuve que quedar fuera de vigilante, mientras mis amigos se la beneficiaban, a la vez, con la excusa de que yo la tenia a mi disposición siempre que quería, y ellos no.

Al día siguiente, mientras hacíamos fogosamente el amor en el interior del garaje, aprovechando un descuido de nuestros respectivos cónyuges, mi viciosa cuñada me contó, con todo lujo de detalles, lo bien que se lo había pasado entre ellos en el reducido cuarto de baño.

Ana empezó haciéndole una mamada a uno de mis amigos, mientras el otro afortunado la poseía desde atrás; y ambos jugaban al mismo tiempo con sus firmes pechos desnudos, estrujándoselos ansiosamente, mientras le pellizcaban los gruesos pezones sin piedad.

Luego, mientras se daba la vuelta para chupar golosamente el aparato del que la había penetrado, limpiándolo así de los restos del combate, el otro la sorprendió penetrándola por el trasero; y haciéndole un daño horrible, pues era casi virgen por ese diminuto orificio, dado que no permite que su marido la posea por ahí, debido al poquisimo placer que siente cuando la penetran por ese estrecho agujero.

Pero ese día tenia tantas ansias de sexo que llegó a disfrutar, por primera vez en su vida, de su estrecha entrada posterior, llegando a correrse con tantas ganas como ellos.

Sobre todo cuando su primer amante, solicitó, introdujo un par de dedos en su dilatada y acogedora intimidad, para cooperar con su amigo en la dulce tarea de sodomizarla.

Desde ahí abajo mi afortunado colega tenia una posición excelente para amorrarse a las llamativas estalagmitas de mi cuñada, y así lo hizo, mordiendo toda la carne que pudo hasta que Ana por fin se rindió a la lujuria y se corrio, en violentos orgasmos, junto con mi amigo.

Cuando por fin salieron del cuarto de baño a mi cuñada no le quedaban ya deseos, ni tampoco tiempo, para hacer el amor conmigo; así que me tuve que ir, bastante mas excitado de lo normal, de regreso para el chalet.

Por ese motivo esa noche, ya en el dormitorio que ocupábamos, estaba tan salido que no quise ni esperar a que mi mujer se desnudara para hacerla mía.

Nada mas levantarle el vestido, para poseerla, me di cuenta de que no llevaba puestas las bragas debajo, y le pregunte que le había pasado, al tiempo que empezaba a penetrarla.

Mi esposa, quizás porque todavía estaba bastante borracha, me confeso, entre dulces gemidos de placer, que se las había quedado uno de mis amigos, mientras yo estaba bailando con mi cuñada.

Entre el exceso de alcohol, y mis embestidas, que eran cada vez mas violentas, le costo bastante trabajo contarme como había sucedido todo.

Por lo visto durante la velada uno de mis antiguos compañeros se había sentado a su lado en la mesa; y, aprovechando su embriaguez, le había susurrado al oído que él también quería un trofeo de recuerdo, mientras introducía una mano por la espectacular abertura lateral de su vestido, y empezaba a bajarle las braguitas lentamente.

Mi esposa, al principio, se resistió un poco a su avance; pero, cuando noto que la mano de él se acomodaba sobre su intimidad, decidió facilitarle la labor. En parte, también, para evitar que su hermano, que estaba sentado, medio borracho, a su lado, se diera cuenta de lo que pasaba.

Mi amigo, a pesar de la generosa cooperación de mi mujer, tardó lo suyo en quitarle las braguitas, ya que estuvo un buen rato acariciándole a conciencia la rajita, debilitando sus escasas defensas para que le permitiera explorar bien a fondo su casto orificio, llevándola hasta el borde del orgasmo con pasmosa facilidad, con sus hábiles caricias.

Como soy muy celoso me irrite bastante al enterarme de la mala pasada que me había hecho mi amigo traidor; pues, no contento con disfrutar de mi amante, también se había aprovechado de mi cándida esposa.

Y ya que no podía hacerle nada a él en ese momento, lo pague con mi mujer, y lo hice penetrándola de la forma más salvaje que pude.

No solo la poseí con rudos y violentos empujones, sino que le retorcí los puntiagudos pezones rosados hasta obligarla a chillar de puro dolor, contra la almohada, para que no se enteraran los demás de lo que sucedía.

No pare hasta que alcance el salvaje orgasmo y, sin apiadarme lo más mínimo de sus lágrimas, la obligue a limpiarme el aparato, con su boca, como castigo; ya que es algo que le da mucho asco.

Luego la perdone, pues no era ella la mas pervertida de los dos; o, al menos, eso pensaba yo.

Capítulo VI

El día que me quede en la casa no fue sino porque tenia un fuerte dolor de cabeza, así que deje que se fueran todos y me quedé durmiendo hasta las tantas.

Me despertó Ana que, vestida con un seductor batín chino me traía el desayuno, a media mañana.

Como vio que yo me encontraba bastante recuperado, apenas termine de desayunar me hizo bajar al comedor, llevándome de la mano como si fuera un escolar, pues tenia una sorpresa para mi.

Mientras me sentaba cómodamente en el sofá, tapándome hasta la cintura con una sabana, para que no cogiera frío, me preparo una copa bien cargada; y, arrodillándose solicita ante mi, se escondió bajo la sabana y empezó a jugar con mi aparato, usando su experta boquita, mientras me ponía un vídeo casero.

En esta ocasión no fue solo su hábil lengua la que me puso a cien por hora, fue el excitante vídeo que mi cuñada había grabado esa misma mañana en su dormitorio, con su propia cámara.

Lo primero que vi, cómodamente arrellanado en el sofá, fue un magnifico strip-tease, que no tenia nada que envidiarle al de las mejores chicas de alterne, en el que mi atractiva cuñada terminaba quedándose tan solo con un atrevidisimo conjunto de lencería, que no pude dejar de reconocer como el mismo que había comprado para Isabel tan solo unos días antes, con ayuda de mi cuñado.

Dado que la compra era para Isabel, bastante más delgada que Ana, a esta le quedaban las escuetas braguitas muchisimo mas apretadas, haciendo que el diminuto tanga de fantasia prácticamente desapareciera entre su abundante vello púbico, escondiéndose de tal manera en su intimidad que parecía que el travieso conejo se estuviera merendando las picaras braguitas.

El frívolo sujetador, por supuesto, era incapaz de contener tanta abundancia, dejando escapar los gruesos pezones a través de unas curiosas aberturas, resaltándolos aun mas, mientras el resto se desbordaba por todas partes.

Cuando le pregunte a mi cuñada de donde había sacado el conjunto me respondió, entre lamida y lamida, que su esposo le había hablado de la compra, y que no había resistido la tentación de ver como le sentaría a ella semejante indumentaria.

La verdad es que no pude seguir preguntándole nada mas, pues el vídeo no había acabado aun.

Ahora estaba viendo como Ana se acariciaba sensualmente todo el cuerpo, dejando en libertad sus grandes senos para poder acariciárselos mejor, mostrándolos de paso a la cámara, mientras se masturbaba sinuosamente frente a esta, introduciendo dos de sus finos deditos dentro del escueto tanga hasta alcanzar su humeda entrada.

Aunque aguante todo lo que pude la combinación del excitante vídeo, y la ardiente boca de mi cuñada, pero fue demasiado para mi, y al final termine por correrme, eyaculando, abundantemente, como de costumbre, dentro del dulce pozo que me retenía.

Así que deje que Ana limpiara mi agradecido miembro con su experta lengua mientras veía en el vídeo como ella llegaba también al final, entre gritos y suspiros de placer.

Estaba tan absorto en el erótico vídeo que no preste atención a sus gozosos lameteos hasta que terminó la grabación.

Fue entonces cuando me di cuenta de que estos eran bastante mas rudos que de costumbre, pero no fue hasta que sentí el roce de unos largos pelos junto a mi pierna desnuda que no caí en lo que estaba pasando.

Entonces aparté la sábana de un tirón y pude ver como Ana sostenía la cabeza del perro junto a mi miembro con una mano, obligándolo a lamerme; al tiempo que, con su otra mano, le acariciaba suavemente el enrojecido pene, con su habilidad característica, para tener al animal bien contento.

Estaba tan ofuscado y enfadado que no atiné ni siquiera a darle una patada al chucho, aunque lo intente, antes de que mi cuñada lo hiciera salir al jardín, mientras se reía de mi y me decía que donde las dan las toman.

Entonces decidí descargar toda mi ira en Ana, la cual, adivinando mis intenciones, ya corría a su dormitorio.

Por suerte la alcance antes de que lograra cerrar la puerta y, tumbándola boca abajo sobre la cama, me senté sobre su espalda para ponerle el trasero bien caliente.

Como no se estaba quieta tuve que coger un par de medias que estaban sobre una silla, cerca mío, y atarle las muñecas con ellas, una a cada extremo de la cabecera, como había visto hacer en una película.

Después le subí el batín hasta la cabeza, descubriendo que, bajo el mismo, solo llevaba el pícaro conjunto que había visto en el vídeo.

Al principio me limité a darle unas sonoras palmadas en su firme pandero, totalmente desnudo como ya les he dicho, haciendo oídos sordos de sus quejas y sus gritos.

Pero pronto alterne este ejercicio con pequeños tirones del tanga, logrando no solo que este se introdujera mas en su interior, sino que se deslizara por su intimidad con un roce enervante; hasta lograr que sus flujos humedecieran totalmente la fina prenda.

Conseguí fácilmente lo que me proponía, pues pronto pude oír como empezaban a sonar sus gemidos de placer, cada vez mas fuertes, mezclándose con sus gritos de dolor, mientras el tanga se deslizaba cada vez con mas facilidad por su entrepierna.

Como su trasero estaba poniéndose muy colorado, y yo no quería dejar señales que nos pudieran delatar, busque otra cosa que me pudiera servir para hacerla sufrir.

Por suerte tenia en la habitación un bello candelabro, al cual le saque las tres gruesas velas que tenia con la intención de sacarles un buen provecho.

Dado que mi cuñada seguía con la cabeza cubierta por el batin chino no pudo ver como yo me apoderaba de las velas mientras me desnudaba, para estar mas cómodo ante lo que se avecinaba.

Ana no opuso la mas mínima resistencia mientras le quitaba el tanga, empapado en sus cálidos flujos, sacándoselo por los tobillos. Luego se abrió estupendamente de piernas en cuanto empece a deslizar uno de mis dedos por su húmeda boca bostezante.

Permitiéndome incluso el lujo de juguetear con su espeso vello pubico mientras colocaba las velas estratégicamente a mi alrededor, para facilitar al máximo mis maniobras.

Mi cuñada debía de pensar que ya había pasado todo, y que estaba dispuesto a penetrarla para hacer las paces mediante el acto sexual. Nada mas lejos de mi intención.

Pronto cambie mi dedo por la parte de atras de la mas gruesa de las velas; aquella que ocupaba el centro del candelabro y cuyo grosor, siendo casi el doble que las otras dos, prácticamente igualaba a mi miembro.

En el primer empujón conseguí introducir casi la mitad de la misma; y, antes de que cesaran sus primeros desgarradores alaridos de dolor había conseguido, mediante una rápida serie de vaivenes, meterla casi por entero, dejando fuera solo el trocito necesario para poder moverla con comodidad.

Esta vez no espere a oír sus gemidos de placer y cuando note que el escozor estaba mitigando le introduje una de las velas mas finas por su entrada posterior.

En cuanto mi cuñada sintió la nueva intromisión intento, mediante bruscos movimientos, impedir que se la metiera, consiguiendo solamente favorecer el avance de la vela por su angosto pasadizo.

No tuve que mover demasiado ambas velas para lograr que sus lloros se convirtieran en tímidos gemidos de placer. Así que me arrodille tras de Ana y cuando considere que estaba a punto de alcanzar el primer orgasmo le saque la vela pequeña de su entrada trasera; y, antes de que pudiera reaccionar, introduje mi miembro en su lugar.

Me costo horrores meter tanta carne por tan estrecho orificio, pero valió la pena.

Dado que mi mujer rara vez me deja que la penetre por semejante lugar, debido al terrible dolor que siente, disfrute de lo lindo mientras empujaba sin descanso, agarrado a sus generosas caderas, hasta llegar al final. Cuando conseguí que mis testículos rozasen la vela que seguía dentro de su intimidad me di por satisfecho, y me dedique a moverme suavemente para que Ana terminara por correrse igual que yo.

Se que ella llego al menos un par de veces antes de que me corriera en su interior, y la deje tan agotada que ni se inmuto cuando, al salirme, volví a poner la vela en su interior, esta vez de una forma mucho mas fácil.

Parecía una muñeca rota, que no me puso el mas mínimo reparo en dejarse atar boca arriba, separando sus brazos y piernas como si fueran una cruz, para que pudiera secar sus ojos, llenos de lagrimas, con la ayuda de su camisón.

Pero después, cuando le pedí a mi cuñada que me limpiara los restos de semen de mi aparato con su boca, como de costumbre, se negó en redondo. Así que utilice las pinzas de la ropa que habían en la silla donde estaban las medias para, pinzando sus gruesos pezones, obligarla a cooperar.

Dado que estos asomaban por la picara abertura del sujetador me fue de lo mas fácil ponérselas y no deje que sus gritos de dolor me conmovieran lo mas mínimo, hasta que ella claudico, y accedió a lamerme de buen grado el miembro.

Como no me fiaba todavía de ella me negué a quitárselos hasta que terminara; y, cuando lo hizo, yo estaba tan excitado por sus continuos gemidos de dolor, que la obligue a que siguiera mamando mi virilidad hasta que volviera a correrme, dándole pequeños tirones de las pinzas para incrementar sus excitantes gemidos, y su habilidad.

Cuando al final me corrí, en su interior, como debe ser, estaba tan agotado que, nada mas liberarla de sus ataduras, me quede dormido, abrazado a ella, como si no hubiera pasado nada especial.

Lo primero que escuche al despertarme fueron sus gemidos de placer, pues se estaba masturbando con la vela gruesa, mientras se pellizcaba los pezones.

Al notarme despierto me pidió, con voz enronquecida, que la poseyera de nuevo por detrás; y así lo hice, mientras ella seguía introduciéndose la vela por delante, hasta alcanzar el orgasmo.

Alargamos la increíble orgía hasta bien entrada la tarde; pues, una vez descubierta la febril pasión que embargaba a mi viciosa cuñada cada vez que le introducía un nuevo objeto desconocido por su hambrienta e insaciable boca inferior, me dedique a hacerle probar todos aquellos que pudieran hacerla mas feliz.

Tumbada, completamente desnuda, sobre la mesa de la cocina, bien abierta de piernas, fue donde más disfruto Ana, devorando plátanos, zanahorias, pepinos y hasta calabacines por sus acogedores orificios, con un hambre insaciable, mientras calmaba el ardor que despertaba en mí ver sus obscenidades con su experta boquita.

Y esta es mi versión de los hechos, así que ahora ustedes tienen que decidir quien de los dos puede reírse abiertamente delante del otro, y quien es el que dispone de la osamenta mas espectacular.

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