Una historia que debe ser contada I
Han pasado dos años desde que ocurrieron los hechos que voy a compartir con ustedes.
Tienen como marco una finca campestre en las afueras de la ciudad y antes de enviar a la papelera de reciclaje estos recuerdos, que en su momento fueron dolorosos, los voy a expiar por este medio.
Nuestra relación sentimental empezó con fuerza.
Sin duda alguna nos amábamos apasionadamente y no pasó mucho tiempo antes que contrajéramos matrimonio.
Sin embargo, y aunque para muchos de ustedes tres años no signifiquen nada, según nuestra percepción del tiempo era casi una vida.
Algunas parejas no sobreviven ni a su primer aniversario de casados.
Mi esposa era muy ingenua cuando comenzamos nuestra vida juntos, pero no tardó en despertar a la tigresa que las mujeres llevan en su interior y que muchas tratan de ocultar.
Si te place, hagamos el amor, me decía, y aunque suene bizarro, era a ella a quien le gustaba tomar la iniciativa.
Y yo no me enfadaba por eso, porque debo confesar que el sexo es la más gratificante de las experiencias que un hombre puede experimentar en la vida.
En eso no creo que tenga opinión en contrario ningún individuo de nuestro género.
Con todo y eso, mi vida sexual había sido más o menos activa y había tenido tres compañeras íntimas antes de casarme.
Eso le daba desventaja a mi esposa que tenía como única referencia de amante a este que esto escribe.
O al menos así me lo pareció.
Porque, hombres, no nos llamemos a engaños, una mujer puede pasar por virgen aún para el más experimentado.
Y eso tiene fundamento científico.
En este caso, y dado que mi amada media naranja fue criada a la antigua usanza, y por el celo con que la guardaban en su casa, me inclino a aceptar que ella era de primera mano cuando la desfloré.
Así que una vez estábamos conversando de esas cosas íntimas de pareja, y ella se preguntó a sí misma ¿cómo sería hacer el amor con otra persona?. Se lo preguntó en voz alta. Y para mí la pregunta ya tenía respuesta.
Entonces le dije, juro que en tono de broma, que no me preocupaba que ella me compare.
De hecho, si uno considera que ha hecho un buen papel como marido no concibe que lo dejen por cualquier otro.
Ella lo tomó deportivamente y no pasó a mayores.
En unas vacaciones de verano, un pariente cercano y de 17 años de edad trabó amistad con mi consorte, hasta el punto que parecían dos hermanos, o de esos primos que se visitan muy a menudo.
Eso parecía. Pero estaba equivocado. Las cosas estaban tomando un rumbo muy peligroso y ella que no podía ocultarme nada me confesó que se sentía atraída por este muchacho.
No me sorprendió porque en realidad a pesar de su edad estaba completo.
Lo que sí me impresionó fue que ella era mayor que el con diez años, y por esa razón no me explicaba la razón por la cual se había fijado en él.
Naturalmente que luego comprendí que se trataba de algo meramente físico y no pude avizorar la amenaza.
Porque las mujeres pueden ser débiles como nosotros tratándose de sexo.
Luego de unas cortas vacaciones, ella misma me propuso que invitáramos a Tiburcio, como así lo vamos a llamar, a pasar un fin de semana en una cabaña cerca a un hermoso lago que queda a unos kilómetros de la ciudad.
La cuestión es que resulta bien difícil negarse ante una mujer hermosa que está sobre ti haciéndote el amor.
Y la locura fue acceder a sabiendas que ella tenía segundas intenciones con este señor. Sospechas hasta ese momento.
Pero igual, por verla contenta salimos a disfrutar lo que sería un fin de semana agitado.
Cuando llegamos al lugar nos registramos debidamente y fuimos a la cabaña a encender la chimenea.
El clima es frío y por eso no teníamos intención de salir al menos de momento.
Con mi esposa somos amigos de la administradora del lugar y por eso encontraba fácil pasar un buen rato con nuestros amigos de esa región.
Además que es un lugar concurrido y siempre hay a quién conocer.
Pero toda sospecha se convirtió en certeza cuando mi cándida esposa me ordenó, no diré sugirió, que me fuera de la cabaña a disfrutar del baño turco que hay en el interior del hotel, o que jugara billar, o me perdiera por un largo rato.
Más directa no pudo ser.
Hasta el punto que ya enojado le dije que qué era lo que se traía entre manos.
Ella me dijo que lo que sentía en esos momentos era muy fuerte y que no lo podía evitar.
Que quería estar con Tiburcio y que lo iba a hacer con o sin mi consentimiento.
Que si lo segundo, pues que buscaría mi primer descuido para hacer el amor con este joven cuando regresemos a casa.
Y eso si no me gustó porque no podía hacer de policía y vigilarla todo el tiempo.
De manera que fue una agria discusión y rayaba en lo inaudito.
Los hombres solemos mentir y buscar pretextos para divertirnos por ahí, pero ella no.
Y ante lo inevitable, decidí dejarla que lo haga.
Me fui y tomé algo de licor del bar, conversé con mi amiga de todo un poco, pero no podía evitar imaginar lo que estaba ocurriendo en la cabaña.
Así que decidí arriesgarme a que ella busque otro momento para estar con Tiburcio si era lo que quería, pero que al menos no me haga eso prácticamente frente a mí.
Me acerqué a la cabaña y pude escuchar cuando estaba a corta distancia gemidos.
Los reconocí en seguida.
Era ella. Cortos y cada vez más audibles a medida que me acercaba a la ventana de la habitación.
Pero las cortinas estaban completamente cerradas, así que le di la vuelta a la cabaña y por otra ventana pude observar que ella estaba desnuda completamente.
Tuve una sensación muy extraña. Era como ver una película pornográfica pero en vivo.
Aunque las cortinas estaban casi cerradas, olvidaron unirlas completamente así que dejaban ver lo que ocurría en el interior de la habitación cuya puerta no cerraron tampoco.
Ella estaba como dije desnuda completamente. Él estaba boca arriba y ella tenía el control de la situación.
En cuclillas permitió que el pene de Tiburcio entrara dentro de ella mientras ella se balanceaba y subía y bajaba.
El le acariciaba la espalda y los senos. Era alucinante. No sabía qué hacer, si detenerlos o seguir mirando.
Era evidente que ella estaba disfrutándolo. Una muerte pasional, sería el final perfecto para esta historia.
Así como nosotros podemos ser infieles con nuestras mujeres sin que ellas lo noten, ellas son también aunque en menor medida, vulnerables a las tentaciones.
Y no se crean que no pueden tener una aventura sin que lo sepamos.
Muchos lectores varones tienen una compañera tan leal que nunca osaría probar otros bocados, o al menos nunca lo confesarán, caballeros.
Entonces, frente a la firme determinación de tener una aventura, ¿vale la pena enfrentarla?. O evitarla, en la medida en que nos sea posible.
Pero temo que no sería tan fácil, dado que tarde o temprano se consumaría el acto y quizás nunca lo sabríamos. Vivir engañados.
Dicen que la ignorancia es felicidad. Y es cierto. En los tiempos que corren hay una feroz lucha por adquirir conocimiento, y entre más sabes más vales.
El mismo hecho de ser los únicos animales con la conciencia de saber que vamos a morir tarde o temprano, nos hace sufrir. Saber es dolor. No saber… para algunos, es peor.
Dejar que las cosas pasaran. Con la diferencia que yo sabría cuándo y cómo.
Fui testigo de cómo ella se colocó al borde de la cama, tendida boca arriba mientras él la tomaba por las caderas y en una furiosa danza una y otra vez introducía su virilidad erecta sobre su sexo, golpeando pubis con pubis, cada vez con más rapidez.
La escena estaba ambientada con respiraciones agitadas como música de fondo, y como si hubiera más auditorio, aplausos, sí señores, aplausos.
Pero no eran mis manos, era el producto de los vigorosos encuentros entre los dos cuerpos, que se fusionaban, haciendo contacto piel a piel.
Pubis con pubis Las manos de ella tomaron las nalgas del amante, y las apretaban con fuerza, como queriendo que la penetración fuera más profunda.
Como si ella quisiera tragarse todo.
Todas las palabras confusas que se dicen mientras se hace el acto amoroso, se podían escuchar.
Y yo era testigo de todo lo que ocurría mientras este par se amaban apasionadamente.
No podía dejar de sentir dolor por lo que estaba pasando.
Pero debo confesar que sentía cierto placer morboso al ver como otro hombre poseía a mi mujer, que hasta entonces había reservado su intimidad solamente para mí.
Cuando todo termino, o al menos así me lo había parecido a mi porque ambos cayeron tendidos boca arriba, toque la puerta con fuerza y en un minuto ella abrió.
Estaba descompuesta y luego les cuento lo que pasó.