Capítulo 4

CAPÍTULO CUATRO

María ya estaba fregando el baño de señoras y pude ver por el rabillo del ojo, cómo se quedaba en la puerta. ¿Casualidad? Llevaba toda esa tarde con el calentón por culpa de la chiquilla que vino a mi parroquia.

Lo cierto es que no veía con claridad, que fuera María la que estaba allí tan cerca, esa mujer tan discreta, mirando de reojo la puerta del servicio de caballeros.

Pero de forma intencionada, saqué mi polla que estaba más que morcillona, dispuesto a orinar. Aunque lo que en realidad quería, es que ella me la viera y vaya si lo hizo, pues se quedó paralizada.

No sé lo que pasó por mi mente en ese instante, pero ver a María hipnotizada mirándome, mientras yo me hacia el distraído, era lo máximo, notaba como crecía mi verga entre mis dedos.

Instintivamente eché el prepucio para atrás repetidamente y sí, me estaba masturbando mientras veía por el rabillo del ojo como esa mujer me miraba totalmente quieta.

No pensé en las consecuencias, en la locura de mostrarme así, con ese descaro, ni lo que pasaría si se lo contaba a su esposo. Podría llegar a oídos de mis feligreses me podrían expulsar, volver a desterrar, pero en ese momento pensaba en María y en cómo me observaba, en el brillo de sus ojos y como mordía su labio inferior.

Llegué a sujetar mi polla con las dos manos, la veía crecer por momentos hasta verla pletórica. Ya sólo pensaba en que la consecuencia era un escándalo mayúsculo o ¿quizá no? Tras unos cuantos meneos, sin llegar a soltar una gota, pues la erección me lo impedía, me la guardé como pude y me dispuse a salir.

Al abandonar el baño me topé con María, que, con la fregona todavía en la mano, seguía con la vista ida, totalmente inmóvil viéndome salir, mordiéndose el labio inferior, con sus pezones marcados bajo la tela y su cara enrojecida.

Esto no podía indicar otra cosa, más que la calentura que llevaba esa mujer, eso hizo que mi polla diera otro respingo bajo mi pantalón, ahora estaba claro, María deseaba mi polla

Me dirigí a mi mesa y me tomé un buen trago de ese coñac a la vez que paladeaba mi Farías.

Respiré profundamente sin creerme la cantidad de acontecimientos que se habían desarrollado en ese día y si de algún modo iba a volver a vivir sensaciones como las que tuve oportunidad de experimentar en aquel pequeño pueblo extremeño…

María tardó un rato en volver y cuando lo hizo ya llevaba el bolso colgando del brazo y pillado fuera de la cremallera se podía distinguir el encaje de una braguita tanga negra. ¿Se la habría quitado?

  • Cuando quiera, padre, yo ya estoy. – dijo y noté de nuevo el brillo de sus ojos, el color encarnado de sus mejillas y los pezones marcados en la camiseta.
  • Bueno, yo no he terminado todavía. – dije acariciando sutilmente la polla abultada bajo mi pantalón con una mano y llevando la copa de coñac a la boca con la otra.

Ella volvía a estar bloqueada sin saber que hacer, pero visiblemente excitada, de eso ya no tenía ninguna duda.

  • Tranquila María, ponme otro coñac y ya que estamos solos, ponte tú algo, así respiras un poco. – le dije.
  • La verdad es que me hace falta padre, mucha falta. – respondió dejando su bolso sobre la mesa y cogiendo una copa de la mesa de al lado.

Ella con la mano temblorosa se sirvió una copa de Magno y se sentó a mi lado.

  • Te veo acalorada hija, ¿te ocurre algo?

Esa mujer le dio un buen trago a su copa para decirme:

  • Normal padre, normal. Me he hecho el bar en tiempo récord, tengo ganas de ir a casa y tirarme en el sofá.
  • Pero tú ya has hecho esto mil millones de veces y nunca te he visto tan sonrojada.

Decir eso, produjo más color en sus mejillas.

  • ¿Me lo vas a contar, María? – dije poniendo mi mano sobre su rodilla.

Tenía muy claro que lo que yo había tomado inicialmente como el mayor de los escándalos, incluso que me cruzara la cara por mi descaro, no era ni de lejos lo que pasaba por su mente y fui ganándome su confianza y arrinconándola para que me dijera la verdad.

  • Vamos, hija, ¿Qué ocurre?, ¿No confías en mí?
  • Padre Ángel, no es eso… – dijo dirigiendo su mirada al bulto que todavía era notorio bajo mi bragueta.

María se puso muy roja y negó con la cabeza. Vi la oportunidad y lancé mi dardo, es que nunca me había fallado.

  • Hija te has puesto muy nerviosa, necesitas confesión. – sentencié.
  • No sé padre, no sé.
  • Yo creo que sí. Ahora puedo ser tu confesor.
  • Nunca me confesé con usted.
  • Pues que sea la primera vez. Venga, Ave María Purísima…
  • Pero…

Hice un gesto con la cabeza y ella bajó la suya avergonzada.

  • Sin pecado concebida. – lanzó con voz baja.
  • Dime, ¿de qué te confiesas hija?

Yo sabía por dónde venía la cosa, ya estaba completamente seguro.

  • Vamos María, confiesa tu pecado.
  • Padre, me da mucha vergüenza.

Cogí su mano para ponerla entre las mías de forma paternal y cerré los ojos lentamente para hacerle entender que debía confesarlo todo.

  • Miré padre, me cuesta mucho hablar de esto y mi confesor, don Esteban, no es tan comprensivo… y uff… nunca fui capaz de decirle…
  • Vamos a ver, María, ¿tienes confianza conmigo? ¿No crees que pueda ser yo, tu buen confesor?

Me miró a los ojos, se mordió el labio y luego volvió a mirar mi bulto.

  • Verá, mis pecados son referentes a la carne.
  • Bien, eres una mujer joven todavía… y a veces la mente nos juega malas pasadas – dije y eso era totalmente cierto.
  • Ya, pero no está bien, pienso en el sexo, no me controlo padre, algo me supera.
  • No pasa nada…
  • Si pasa padre, si pasa. Llevo unos meses sin probar la gracia de Dios y estoy que me vuelvo loca.
  • ¿Quieres decir que tu marido y tú?, ¿no?
  • No, padre, hemos decidido no tener más hijos y para él, ya sabe es muy cristiano y no quiere…
  • Entiendo y tú sí.

Ella bajó la mirada y yo levanté su barbilla para que me mirase a los ojos.

  • Ay, Dios, padre, castígueme, soy una pecadora… esto está muy mal.
  • A ver, María, cuéntamelo todo y yo te diré si está bien o no.
  • Es que me excito con hombres que no son mi marido.
  • ¿Cómo con quién?

María se frotaba las manos, nerviosa y volví a cogérselas entre las mías, invitándole a que se abriera a mí. El sentir el tacto de sus dedos provocaba en mí una excitación aún mayor por todo mi cuerpo.

  • Como con usted, padre… – dijo enrojeciendo.
  • ¿Piensas en mí, como hombre?
  • Si, no lo puedo remediar y hoy sabía que iba a venir y me excité pensando en que iba a tenerle cerca… Dios, no sé qué me pasa, lo siento mucho…
  • Bueno, estás confundida y ahora entiendo que te hayas puesto tan guapa.

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Tras decir eso le miré a los ojos de nuevo, levantando su barbilla.

  • ¿No puedes controlar esos impulsos, hija? – preguntaba yo, notando como mi polla estaba endureciéndose por momentos.
  • Lo intento, padre, pero antes mismo, andaba fregando, usted dejó abierta la puerta y no pude menos de mirar observando cómo estaba usted…
  • Bueno, la culpa fue mía, no cerré la puerta. – mentí.
  • No, la culpa fue mía que me quedé allí mirándole.
  • ¿Qué viste, hija mía?

Tragó saliva y tras mirar mi bulto levantó la mirada para decirme:

  • Ese enorme… ese enorme miembro que tiene.
  • Pero hija…
  • Lo sé, padre, he pecado… pero no puedo evitarlo, he mojado mis bragas viendo su enorme polla. He tenido que quitármelas.

Tuve que respirar para controlarme, pero era difícil con una pecadora que no hacía más que soñar con mi polla…

  • Ahora veo que asoman las braguitas. – dije señalando el bolso, señalando cómo la prenda había quedado pillada.
  • ¡Ay, Dios mío!
  • No, hija, déjame verlas como las has mojado.
  • Pero, don Ángel.
  • Si, hija, si quieres que comprenda el motivo de tu pecado, necesito saberlo todo.

María alcanzó su bolso y con evidente apuro, lo abrió entregándome la prenda que tomé en mi mano. Se trataba de un tanga muy pequeño de color negro, que nunca hubiese imaginado pudiera llevar esa mujer.

  • Bonito tanga. – dije comprobándolo detenidamente y comprobando la mancha de humedad de su coño.
  • Ay, padre, no se burle. Qué vergüenza, me quiero morir.
  • Pero ¿por qué hija mía? Es algo natural… tus bragas están empapadas y no puedes controlar tus demonios internos… debes espantarlos.
  • Y, ¿Cómo hago eso?
  • Ya lo estás haciendo, confesándote conmigo.

Llevé esas braguitas a mi nariz y aspiré ese aroma de su sexo que invadió mis fosas nasales.

  • Hueles muy bien, María.
  • Ay, padre…
  • ¿Entonces? ¿Te has mojado así con solo verme la polla?
  • Si…
  • No te creo.
  • Si, padre, se lo juro.
  • No jures…

En ese momento, sin dejar de mirarla, solté mi cinturón y abrí mi bragueta para sacar mi polla que estaba completamente dura y tiesa.

  • ¡Dios mío! – dijo ella llevándose las manos a la cara sin poder quitar la vista de lo que yo sostenía.
  • Viendo esto, ¿te mojas?
  • ¡Ay, sí padre!, ¡qué polla tiene usted!
  • Enséñame cómo te has mojado.

María abrió la boca sorprendida, por verme de cerca la polla que tanto había soñado y, además, por verse llevada por mí hacia donde nunca hubiese imaginado. Ella permaneció quieta en su silla mirando como yo mecía lentamente mi verga.

  • ¡Levántate, pecadora! – dije de forma autoritaria.

Ella obedeció poniéndose frente a mí y solté el botón de sus vaqueros, bajé la cremallera y deslicé esa ajustada prenda por sus rotundos muslos hasta dejarlo en sus tobillos. El aroma de su sexo me llegó de inmediato, observando que no llevaba nada bajo los pantalones y sí un ensortijado vello alrededor de un coño brillante.

Avancé con dos dedos y subiendo de abajo a arriba los llené con ese flujo transparente que noté caliente.

  • Este es tu pecado, hija mía. – le dije mostrándole mis dedos mojados.

A continuación, los llevé a su boca y le ordené que los chupara, notando como mi polla se tensaba entre los dedos de mi otra mano. Los labios de esa mujer sorbieron su propio fluido, rebañando con fruición, con su lengua, totalmente fuera de sí.

  • ¡Estás poseída!
  • ¡Padre! – suspiró.
  • Y seguro que ahora, deseosa de chupármela. – añadí sin dejar de masturbarme lentamente y observando ese precioso coño.
  • Nunca hice tal cosa.
  • ¡Hazlo! – ordené tirando de su mano para que se arrodillara.
  • Pero…
  • ¡Hazlo! Si vas a pecar, peca como Dios manda. Solo tienes que pensar que es el más dulce de los caramelos.

Aquello dicho así sonaba extraño, pero ella no dijo que no. Miró hacia la puerta con temor, para comprobar que la verja estuviera bien bajada y seguidamente se arrodilló sobre las baldosas, quedando su cara frente a mi polla.

La tomó entre sus dedos y se entretuvo acariciándola y masturbándola sin creerse que la tuviera atrapada en su mano.

  • ¡Vamos, chúpala, pecadora! – le inquirí.

Abrió su boca lamio el capullo varias veces y se lanzó, consiguió meter más de la mitad dentro. Las lágrimas afloraron enseguida en sus ojos a la vez que la primera arcada.

  • Despacio hija… despacio. – le advertí acariciando su cabeza.

María sacó la polla, la miró reluciente por sus babas y procedió a martillear el frenillo con su lengua. Lo repasaba de arriba hacia abajo, lento, rápido, lento y después introducía la polla hasta su garganta.

Era increíble que esa bella mujer a la que veía cada noche cenando en su bar, estuviera allí arrodillada con sus pantalones en los tobillos y mamándomela con todas las ganas, como si no hubiera un mañana y a pesar de ser inexperta, lograba sacarme unos cuantos gemidos, porque ella tragaba y tragaba, sin importarle que todo el rímel de sus ojos se escurriera por sus mejillas o que las arcadas le vinieran de continuo… estaba realmente poseída

Agarré su cabeza y yo mismo la empujé siguiendo el ritmo de la mamada, oyendo ese gutural abrazo de su garganta atrapando mi polla hasta que su nariz chocaba en mi pubis y aceleré el ritmo, follándome esa boquita virgen de forma enérgica y hasta brusca… pero ya no pude aguantar más tiempo y viendo como su garganta se contraía me corrí dentro de ella entre gemidos.

Cuando María se separó tuvo que coger aire y toser al mismo tiempo, entre arcadas, tras esa mamada bestial que acababa de regalarme.

  • ¿En serio que no has hecho esto nunca, hija? – le pregunté viendo las lágrimas correr por sus mejillas
  • No, padre, usted es el primero.
  • ¿Y qué has sentido, María?
  • Que me encanta su polla, don Ángel.
  • Pero, hija…
  • No baja mi calentura…. lo siento, lo siento…
  • ¿Quieres que te follé? – dije de pronto.

La cara se le iluminó y yo no me creía la suerte de ese día.

  • Ahora te acompañaré a tu casa. – afirmé.
  • Pero mi casa…
  • Como comprenderás no vamos a hacerlo aquí y además tu marido no está, ¿no?
  • Las vecinas… padre. Mejor vamos a la suya que es más discreta, además allí ya me han visto entrar.

Lo cierto es que María solía arreglarme la casa de vez en cuando, aunque siempre procuraba no estar presente, primero por las habladurías y lógicamente por la propia tentación que era María.

  • Está bien, como quieras. Iremos a mi casa. Recoge el dinero y guárdalo en el bolso
  • Si, lo que usted ordene. – añadió subiéndose los pantalones y cogiendo su bolso.

Salimos del bar mirando a los lados, la calle estaba desierta, ¿y quién iba a saber lo que allí dentro había ocurrido?, el caso es que recorrimos rápidamente los pocos metros que nos separaban de mi casa. Subimos sin hacer ruido por las escaleras hasta mi pequeño apartamento.

Nada más cerrar la puerta tras de mí, apoyé la espalda en ella, sin creerme todo lo que me había sucedido en ese día tan especial, mientras María se dirigía hacia el salón. No dejaba de repetirme “Ángel, no, tú no puedes hacer eso”, “Eres un sacerdote”, “Ángel, recapacita” …

Estando con los ojos cerrados volteaban una y otra vez todas esas cosas en mi cabeza, cuando, María llamándome, me sacó de mi ensoñación

  • Padre, yo… usted, habrá pensado que soy… – empezó a decir esa mujer.

Sin mediar palabra, solté el botón de sus vaqueros e introduje la mano en ellos, para notar su empapado coño.

  • ¡Estás encharcada, puta! ¿quieres polla? – dije notando como brotaban esas palabras de mi boca sin ser consciente de ello.

Ella me miraba con los ojos vidriosos y su boca ligeramente abierta. Tiré de su pelo hacia atrás y le planté un húmedo beso que fue correspondido con una lengua ávida de lujuria y pecado.

Volví a separar su cara de la mía, tirando con fuerza de su pelo.

  • ¿Quieres polla, puta pecadora? – repetí.

María tragó saliva y añadió convencida.

  • Toda… padre, la quiero toda.

Tirando de su pelo la llevé hasta el sofá, como si fuera una niña mala que hubiera cometido una fechoría, empujándola hasta que cayó sentada y agachándome, le saqué los vaqueros tirándoles tras de mí, dejándola desnuda de cintura para abajo.

  • ¡Eres una zorra, María! – dije mirando a ese coño peludo y luego a sus ojos.

En un abrir y cerrar de ojos, me despojé de mi ropa hasta quedar desnudo y agarrando mi dura polla firmemente me la meneé delante de ella.

  • ¿Quieres esto?, ¿Estás segura? – pregunté.
  • ¡Si, padre… se lo ruego!

Me recliné sobre ella y sosteniendo mi verga la pasé varias veces por ese encharcado coño, embadurnando mi capullo en ese manantial que brotaba entre sus labios.

Ella me miraba, entre asustada, alegre e incrédula de ver como mi polla repasaba su coñito. De una fuerte estocada se la clavé dejándome caer sobre ella.

  • ¡Ahhh padreeeee es usted un brutooooo! – gimió ella en una especie de grito. Hacía mucho que su sexo no recibía ningún miembro
  • Calla, puta, ¿quieres que nos excomulguen? – dije tapando su boca y apretando mi pelvis clavándosela hasta notar su matriz.
  • ¡Mmmmmm! – jadeaba aun con mi mano puesta sobre su boca.
  • ¿La saco, hija?
  • Ni se le ocurra. – afirmó cuando liberé su boca.

A partir de ese momento, comencé un lento mete y saca, logrando que las paredes del coño de María se fuesen acostumbrando a ese elemento de placer, que las abría en un lento caminar hacia el fondo de su cueva. Cuando mi polla salía de ese cálido lugar, la veía como brillaba bañada por sus jugos y cómo ella abría la boca para coger aire, mientras soltaba unos gemidos intensos. Notaba la estrechez de ese coño aferrándose a mi polla de una forma increíble.

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  • ¡Uf, hija, lo tienes muy cerrado!, se nota que tu marido no te atiende! – repetía yo, viendo como esos músculos me tenían bien agarrado.
  • ¡Si, padre… hace mucho que Luis no…! uhhhh…. y usted la tiene enorme!

Me encantaba llenarla con mi grosor y ver cómo se abría ese coño como una flor, acompasado por el choque de nuestros cuerpos y los atrapantes gemidos de María.

Volvían a mi mente aquellas feligresas del pueblo cacereño y lo mucho que anhelaba un momento así… tanto tiempo sin volver a estar con una mujer, que ni me lo creía y eso que yo me sentía reformado. Pensando que por fin había vuelto “al redil”, como bien me comentó mi superior en el traslado a Sevilla, pero no, la tentación, el pecado en forma de vicio y de mujer exuberante y con ganas de polla, eran lo que necesitaba un hombre sediento de sexo como yo… No pensaba en las consecuencias, ni en su marido, el pobre Luis, ajeno a lo que sucedía, ni de que me pillaran los vecinos o llegara a oídos de quien me podría expulsar para siempre … ni tan siquiera de que lo estuviera haciendo a pelo, sin protección y pudiera dejar embarazada a esa mujer cegada por el placer.

  • Así padre, así, más fuerte, más fuerte. – repetía ella, atenazando mi culo con sus pies y apretando para sentir más de lleno las embestidas.
  • ¿Quieres más fuerte? Aun no estas preparada, tu coño está muy cerrado.
  • Es igual padre, deme fuerte. ¡Sí, sí, siiiii!

Me salí de repente del coño de esa mujer y con mi polla totalmente tiesa me quedé mirándola fijamente.

  • ¡Padre Ángel!, ¡No se detenga ahora, por Dios!

Me acerqué a la cocina, cogiendo, lo primero que tenía a mano, una botella de aceite de oliva y embadurné mi polla con el oro verde. Regresé al sofá, sacando la camiseta y el sostén a María, dejándola totalmente desnuda, viendo sus enormes pechos moviéndose acompasados a su agitada respiración.

Le ordené que se diera la vuelta para quedar de rodillas en el sofá y su culo en pompa…. Agarrando sus dos tetas por debajo, bajé mi boca a su coñito y se lo empecé a comer, escuchando sus gemidos. María se retorcía de placer apoyando sus manos en el cabecero del sofá mientras mi lengua dibujaba esa rajita ardiente y lamía su agujerito posterior. Luego metí un dedo en su esfínter viendo cómo lo atrapaba con fuerza y aquello era lo máximo.

Me incorporé, situé la polla en la entrada de su coño y gracias al aceite, esta vez entró con suma facilidad hasta lo más profundo de ella y gracias a esa postura, creo que llegué más lejos.

  • ¡Dios, Dios, Dios! – exclamaba ella viéndose llena de polla

Sin duda el aceite ayudaba a que las penetraciones fueran más rápidas y violentas y el choque de mi pelvis en ese culazo redondo era como estar en el mismísimo cielo… ¿o quizás era el infierno?

  • María, ¿Te han reventado el coño alguna vez? – le preguntaba yo entre golpe y golpe de mi pelvis.
  • No padre, no, con Luis todo fue siempre muy suave.
  • ¡Prepárate!

Sin dilación sujeté las muñecas de María con mis manos apretándolas por encima de su cabeza, haciendo que ella arqueara su espalda para empezar a follarla con total brusquedad, con todas mis fuerzas.

  • Pare padre, pareeee, pareeee.

María gritaba y sus piernas se le doblaban con cada una de mis acometidas violentas.

No paré, seguí metiéndosela con todo el vigor que mi movimiento de cadera me permitía, haciendo mover su cuerpo contra el sofá y que su cara chocara con el respaldo, hasta que ella, empezó a gemir más fuerte, hasta el punto de que sus gritos eran acompañados de fuertes respiraciones presa de un fuerte orgasmo

  • ¡Ay, Padre!, ¿Qué es esto?, ¿Qué es estoooooo? – jadeaba retorciéndose mientras mi polla la martilleaba con fuerza.
  • ¿Nunca te has corrido así?
  • ¡No…! nooooooo! ¡Madreeee míiiiaaaa! – exclamaba ella mientras yo bajaba el ritmo de mis golpes de cadera.

Me detuve para dejar que ella se recuperara y adoptara una postura más cómoda, pues la tenía literalmente aplastada contra el sofá.

  • ¡Qué polla padre!, ¡qué pollaaaa, jodeeer!, me ha destrozado el coño jodeeer, jodeeer.

Nunca antes había escuchado hablar así a María… Siempre tan prudente, siempre tan educada, tan tímida, tan lejana de la lujuriosa María que ahora tenía debajo de mí, con mi polla insertada en su coño mientras acariciaba la fina piel de su trasero.

Saqué mi miembro brillante de ese estrecho sexo, ahora más dilatado y pude ver su otro agujerito que me llamaba dulcemente. Acerqué el capullo e intenté adentrarme, pero era imposible.

  • ¡Ay, por ahí no! – gritó ella volviendo su cara, con todo su rímel corrido, su pelo revuelto y mordiéndose el labio.
  • El pecado está hecho, hija.
  • Pero, don Ángel, yo… nunca lo hice por ahí.
  • Pues un culito virgen, necesita de unos buenos pollazos.
  • ¡No, padre, me va a doler!

Sin escuchar sus plegarias, logré meter mi capullo mientras estiraba sus posaderas a los lados abriéndome paso.

  • ¡Ohhh siii que buenooooo siiiiii!… ¡como dueleeee… qué gustooooo!
  • ¿Duele o te gusta?
  • ¡Ahhhh, las dos cosaaaaas!
  • ¿Ves que bien?
  • Tenga cuidado padre, se lo ruego.

Esparcí una buena cantidad de aceite de oliva por toda mi polla, hasta hacerla totalmente resbaladiza, metí dos de mis dedos en su culo, notando la fuerte presión de sus músculos atenazándolos.

  • ¡Ay, me parte el culoooo! – gritaba ella.
  • ¡Calla, condenada! – le dije dándole un fuerte azote, hasta que detuvo sus lamentos.

Lubricando su culo y mi polla, apunté el rosado capullo al estrecho agujerito y lo penetré esta vez más allá de la cabeza.

  • ¡Jodeeeeerrrrr!
  • ¡Relájate, puta! – dije dándole otro azote a ese níveo culo.

Moví mi pelvis y penetré hasta sentir como la mitad de mi miembro era apretado en ese estrecho orificio.

  • ¿Duele? – pregunté-
  • Sí, pero tranquilo padre, tranquilo, siga, siga… no se detenga… jodeeer como me gusta.
  • ¿Quieres más polla en tu culito?
  • ¡Siiiii…. se lo ruegooooo! – decía ella tapando su boca con el antebrazo para que los gritos no pudieran ser escuchados por los vecinos.

Di un pequeño empujón llevando mi polla hasta el final de ese estrecho culito.

  • ¡Noooo, nooooo, jodeeeeerrrrrr! – exclamaba ella.
  • ¡Jodeer hija qué culito más estrecho tienes!
  • ¡Ay, me dueleeeee! – gritaba.
  • ¡Calla, coño! – le di otro azote.

Con mi polla totalmente insertada en ese orificio me detuve aguantándome dentro de ella, esperando que redujese esa presión, hasta que noté como sus músculos se iban relajando lentamente, para empezar a moverme adelante y atrás, mientras tiraba de su pelo, haciendo que arqueara su espalda un poco más, con un mete saca lento pero intenso, notando como su trasero chocaba contra mi pelvis.  el aceite hacia maravillas y mi polla ya entraba sin ninguna dificultad.

  • ¡Sí padre, abrameló, rómpamelo, soy su puta, destrócemeeee! – jadeaba.

Ni me creía estar disfrutando no sólo del cálido y estrecho coño de mi dulce María, sino además de desvirgar su ano…. teniendo mi polla en ese ansiado y estrecho canal. Disfrutaba de la presión y el roce de las paredes del culito. Disfrutaba también de sus gemidos y de sus duros pezones cuando los pellizcaba, de la humedad de su coño, que yo palpaba con mi otra mano. Entraba y salía lento, mientras disfrutaba cada centímetro de ese culito.

  • Me mata padre, me está matando. – exclamaba ella
  • ¡Pues prepárate a morir, pecadora! – respondí riendo.

Recliné el cuerpo de María un poco más sobre el asiento del sofá haciendo que su culo quedara ligeramente levantado y entonces como un loco desatado le di con todas mis fuerzas, esas fuerzas de la juventud que no necesitan freno y las ganas retenidas, todo este tiempo soñando con follarme a una mujer como María… Que gritaba y pedía clemencia, pero ya no me importaba que los vecinos la oyeran, solo quería estar dando esos pollazos enérgicos en su estrecho culo.

  • Pare padreee, pareee que me mata, pareeee.
  • ¿paraaar? Toma puta, toma polla ¿esto querías?, ¿no? Pues toma, hasta que te hartes. ¿No querías morir de gusto?
  • Si padreee siii que gustoooo siii jodeeer.

Aquello era como estar en el paraíso y tanta presión sobre mi polla me llevó a correrme con todas las ganas, haciendo fluir un río de las entrañas de María.

  • Toma pecadoraaa tomaaaaa, tu culo llenooo, tomaaaaa, tomaaaaa – gritaba yo, totalmente fuera de mí.
  • Si padre, siiiii, asiii, siiii que calentito, siiiii.

Azoté con fuerza un par de veces ese trasero de María, a la vez que caía sobre ella sujetando con fuerza su pecho debajo de mí.

Continúa la serie