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¡A por leche!

¡A por leche!

La noche cubría el firmamento con su oscuro manto. La temperatura, bastante agradable, invitaba a quedarse con una copa en la mano tumbado en la terraza,.

No era plan de atosigar a mi cuñada, pues su primer embarazo estaba a punto de finalizar y aunque tuvimos contactos esporádicos durante estos meses, decidimos seguir las recomendaciones del médico de que se abstuviera en la relaciones sexuales, porque tenía riesgo de una infección.

Así que finalmente ni mi cuñado ni yo, podíamos estar con ella, aunque él sí recibía su ración a través de las deliciosas pajas que Mari le hacía.

Yo continuaba con mi mujer, después de todo. Ella se encontraba aún en la oficina resolviendo algún tipo de “problema de contabilidad”, la llamé y me dijo que tardaría como un par horas en volver.

Los niños dormían por fin después de un día agotador en juegos.

Así que me encontraba relajado en casa, disfrutando de una noche espléndida, algo sudoroso por la humedad en el ambiente.

Decidí antes que llegara mi mujer, bajar a sacar la basura y después ducharme y que pasar la noche fresquito, desnudo para cuando llegase mi esposa.

Dentro de la ducha, me estaba enjabonando la cabeza, cuando me pareció que alguien llamaba desde la entrada. Me figuré que era mi esposa que ya había vuelto.

– Estoy en la ducha, cariño -le contesté.

La puerta se abrió y noté su presencia a través de la mampara de cristal traslúcido.

– ¿Quieres frotarme la espalda? -insinué con voz tierna, mientras me daba la vuelta a ver si surtía efecto.

La corredera se deslizó suavemente y la esponja empezó a recorrer mi cuerpo, el agua caía tibia sobre mi pecho mientras yo me restregaba el pelo con champú.

– ¡Puedes frotar por delante si quiere! – a lo que accedió sin miramientos alguno, olvidándose la esponja y masajeando con las manos.

Mi polla se empalmó al momento y ella aprovechando el agua que resbalaba templada sobre mi empinado miembro, lo empuñó con ahínco para hacerme una paja.

Su mano subía desde los testículos hasta el glande con precisión justa para bajar con la misma destreza repetidamente por el duro capullo.

Yo estaba excitadísimo, normalmente mi mujer no se anima nunca a hacerme una paja, prefiere hacer otras cosas y que me masturbe yo, pero aquella noche se decidió por fin.

Pensé que vendría con ganas de follar.

Decidí darme la vuelta, dejando que el agua aclarara mis cabellos. Entonces ella no dudó en meterse mi verga en la boca, succionándola con avidez. ¡Qué manera de chupar! ¡Parecía que se la quería tragar entera!

Era tantas las ansias con la que la boca buscaba una recompensa que notaba como pasaba por los labios, las cosquillas de su lengua, raspando entre sus dientes hasta alcanzar su garganta.

¡Qué delicia! La sensación refrescante del agua cayendo sobre mí y el placer de tener a una buena boca chupándome la polla me provocó las ganas de correrme en ella con grandes chorros de esperma, me estremecí y mi cuerpo tembló de tal manera que tuve que amarrarme a su cabeza para no caerme en la bañera.

Entonces abrí los ojos y la vi.

-¡VECINA!

Mi sorpresa fue mayúscula al comprobar que la mujer que me hizo tan fenomenal mamada era mi vecina y no mi mujer como yo creía.

Grité y se me cortó de golpe el orgasmo, solamente salió un primer chorro de semen.

Ella mientras se limpiaba la boca con el hombro me tranquilizó.

– Estaba la puerta entornada, toqué y al no tener respuesta entré llamando. Entonces escuché que contestabas desde el baño. ¿De verdad que no sabías que era yo?

Aún así continuaba de rodillas masajeándome los testículos con maestría.

– No -dije- creí que era mi mujer. ¿A que has venido? ¡porque supongo que no sería a esto!

– Quería pediros un brik de leche, que no tengo para el desayuno de mañana de Alberto y los niños. ¡Al final he tenido que servirme yo sola! -y acompañó su chiste con una sonora carcajada.

La situación se estaba poniendo tensa. Yo dubitativo la miraba, extrañado de su comportamiento, no esperaba que una mujer casada con una excelente persona como era Alberto, pudiera hacer este tipo de locura, más conociendo la robustez de su marido, el cual mediría como 1,90 y era de espalda ancha fortalecida en su rudo trabajo en la Lonja Municipal.

Mi vecina estaba un poco rellenita, de formidables pechos, que en alguna ocasión, estimularon mi imaginación y una cara muy bonita con grandes ojos verdes.

Lucía el pelo con un tinte rojizo que resaltaba la redondez de su cara. Tenía 3 hijos después de siete años de matrimonio, pero a los dos se les veía felices a diario.

Durante el tiempo que éramos vecinos, ni una discusión, ni un ruido más alto que otro se escuchó en su casa.

Verla en el suelo, con el vestido mojado y con aquellos ojos claros mirándome aferrada a mis huevos y acariciándome la picha, me prolongó la erección.

Por el escote del vestido descubrí el canalillo que formaba sus pechos suculentos. Entonces la agarré del cabello y la tendí bruscamente en el suelo.

Acto seguido, le levanté el vestido y baje sus braguitas que eran más pequeña de lo que me imaginaba.

Pude comprobar que tenia el chocho medio depilado, el vello púbico formaba un pequeño triángulo que apuntaba con uno de sus ángulos a la rajita carnosa, donde sobresalía el clítoris rosáceo en erección.

No podía creer que se pudiera echar de menos un coño con pelos y frenéticamente me lancé a lamer aquel conejo, empapado a estas altura de flujos vaginales.

Ella respondió aguantándose la boca para no gritar de gusto. Yo con glotonería, me abría paso entre sus gloriosos glúteos, buscando la gruta de las maravillas que tenía esta fogosa mujer.

– ¡Fóllame ya! -me exigió, abriéndose de par en par

Y yo, me subí encima, embistiéndola de un certero golpe hasta el fondo.

Noté como la carnosidad de sus labios cedía y la agarré de las caderas empujando cada centímetro de mi dura verga en su vagina.

El chochito de mi vecina estaba tan lubricado que se abrió fácilmente alrededor de la punta de la polla para que entrara totalmente.

Después de varias acometidas note como ella temblaba de satisfacción.

Me clavaba las uñas en la espalda y yo todavía no tenía ganas de correrme, así que seguí metiendo mi verga en el dilatado conejo, recreándome con cada arremetida.

– ¿Querías leche? -pregunté- ¡pues te vas a hartar! -y me corrí dentro de su cálida almeja. Ella por segunda vez lanzó un alarido complaciente.

Permanecíamos abrazados con mi polla aún dentro de su jugoso chocho cuando oímos que Alberto, su marido, llamaba desde la puerta.

Ella contestó retirando mi tranca de su interior, al tiempo que un hilillo de semen colgaba aún de sus labios vaginales.

Se arregló como pudo el vestido, saliendo apresuradamente del baño, dejándose olvidadas las bragas en el suelo, que yo caballerosamente recogí para dársela otro día.

– ¿Qué hacías? -preguntó Alberto, su marido.

– Pues que se ha roto el cartón de leche y me ha manchado toda. y me limpiaba un poco el vestido con agua.

Ocultándome en el baño, los vi marcharse cerrando la puerta tras de sí. Me acordé que al final no se llevaba la leche que vino a buscar al principio e instintivamente fui a la despensa a coger el envase de un litro para llevárselo.

Entonces tocaron a la puerta y abrí desnudo como me encontraba. De nuevo era mi vecina que volvía a por la leche.

-Gracias -y me besó en la boca mientras que con una mano me acarició sutilmente el relajado pene.

Como su piso se encuentra junto enfrente del mío, antes de que entrara por la puerta que se encontraba abierta, la llamé para entregarles las bragas olvidadas. Las cogió riéndose en mitad del pasillo.

-Pónmelas -dijo

Se arremangó el vestido y pude ver la hermosura de coño que me acababa de follar y no dudé en besarlo mientras le acomodaba la prenda interior.

De reojo vislumbré la figura de Alberto, su marido, observando en el quicio de la puerta. Lo extraño fue que creí verle una pícara sonrisa de satisfacción.

He tenido un par de encuentros más con mi vecina. Pero los contaré en otra ocasión.

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