Un viaje con retención

Eran las 9:00 de la mañana cuando llegué a la estación de autobuses de Madrid.

Ya el día anterior me habían dicho que no habría problemas de billete, así que encontrar de mi costumbre de reservar el billete, en esta ocasión no lo hice.

Pero claro, la cosa no fue nada bien, al llegar a la taquilla, la señorita (que todo hay que decirlo, estaba para comérsela allí mismo -cómo lo están todas las amables y encantadoras damiselas que contratan para halagar al cliente-), me dijo que no habría billete hasta bien entrada la tarde.

Me debió ver desesperado, porque miró un par de veces su pantalla y al final ¡voilá!, encontró un asiento.

Debía ser en la última fila, pero no me importó (aunque a mí me gusta viajar en la primera fila -para ver el paisaje de la carretera-) y rápidamente le dije que aceptaba aquel asiento.

La estación estaba «infectada». Gente y más gente, que se disponía a salir de Madrid, para pasar unos agradables días, fuera de la gran urbe.

Mientras esperaba a la salida del autobús, me puse a contemplar a todas las mujeres que por allí pasaban. Morenas, rubias, teñidas… españolas, extranjeras… todas y cada una, sin excepción.

Me gustaba contemplar en especial a las chicas jóvenes, que vagaban solas, seguramente haciendo tiempo hasta la salida de su autobús, y que se dedicaban a mirar los escaparates de las tiendas.

La mayor parte, iban ya ligeritas de ropa, ya que el tiempo también acompañaba, y veía sus bonitos traseros, algunos perfectamente moldeados, otros no tan bien, pero igualmente apetecibles.

Algunas chicas parecían ángeles (cabellos sueltos, caritas de nácar, cuerpos como las olas del mar), otras sin embargo se las veía más trabajadas por el tiempo. Pero todas sin excepción estaban ¡para comérselas!. Yo con todo esto me estaba poniendo a mil, así que decidí dedicarme a contemplar el paisaje de fuera de la estación y dejar para otro momento estas bellas visiones.

¡Por fin llegó la hora! Me acerqué a la dársena dónde se suponía debía coger el autobús, pero aquello estaba repleto de gente. Tuve que mirar varios autobuses hasta que di con el mío.

Subí y me acomodé en mi asiento.

Entonces se subió una señora y una muchachita, que se pusieron a mi derecha. Anduvieron para arriba y para abajo con los bolsos de mano, hasta que por fin debieron quedar satisfechas con todo y se sentaron.

La muchacha pidió a la madre que quería sentarse al lado de la ventana, para poder ver la carretera y los coches. Así que la madre, accedió a las pretensiones de la niña y se sentó justo a mi lado.

El autobús estaba ya arrancando y a mi me extrañó, que habiéndome dicho que no quedaban billetes, el asiento de mi izquierda estuviera todavía vacío. Justo entonces pude ver a una mujer que subía y venía directamente hacia mí. Me sonrió y muy amablemente me dijo que el asiento de mi izquierda era el suyo.

Mientras el autobús comenzaba ya el viaje ella se dedicó, por momentos, a acomodar su ropa y su bolso en la balda superior.

Al irse a sentar y debido al movimiento de salida del autobús, éste dio un pequeño salto y la mujer tropezó y cayó encima mío.

Yo no me lo podía creer, tenía sobre mí a una magnífica mujer (debía tener unos 32 años, 1,75m, pelo castaño y ondulado, con un bonito cuerpo, una hermosas curvas que harían honores a cualquier mujer), y mis manos ya estaban comenzando a hacer de las suyas. Pero excusándome, y percibiendo una agradable pero maliciosa sonrisa, me dijo que no era nada y se acomodó a mi lado.

Pero volvamos a la carretera y dejemos a las bellas mujeres que me rodeaban para más adelante. Para los que sepan lo que es pasar el túnel de Guadarrama, para dirigirse hacia el norte de la península, sabrán que desde la estación hasta el túnel, hay que atravesar toda la ciudad y que el trayecto dura unos 45 minutos. Sin embargo, la dichosa manía de los españoles de salir todos a la vez, estaba haciendo el recorrido lento y con continuas paradas.

No me quedó más remedio que recostarme en el asiento y esperar a ver si me quedaba dormido y que el trayecto se me hiciera cortito.

Debió pasar un rato, pero para mi tan sólo fueron unos instantes, y ya había caído dormido, cuando creía sentir que mi compañera de viaje se rozaba más de la cuenta contra mí.

¡No sé lo que pasó por mi mente, estaba desorientado! Tan sólo abrí los ojos, la miré y luego miré su mano, que estaba sobre mi paquete, acariciándolo y apretándolo por momentos. Ella tenía una sonrisa en sus labios.

Yo miré a mi alrededor, para comprobar si alguien se había dado cuenta de lo que estaba haciendo. Para mi tranquilidad, todos los viajeros que nos rodeaban había tomado la misma opción que yo, y se habían puesto a dormir. ¡Todos menos uno!

La muchachita de la ventana, debía estar observando las maquinaciones de mi compañera de viaje desde hacía ya un rato. Yo la miré a la cara y ella, simplemente, sonrió.

Entonces fue cuando realmente me fije en ella. Tendría unos 15 años, morena, de pelo liso, delgada y tan solo pude observar una pequeña imperfección, tenía un diente partido.

Mi compañera, dejó de manipular mi paquete y miró a la muchacha. Ambas se sonrieron. Yo me quedé un poco descolocado. ¡Jamás y digo jamás!, me había pasado una cosa como aquella.

Mi compañera se replegó en sí misma y se dedicó a mirar el paisaje. Fue entonces cuando la muchacha despertó a la madre y la pidió que cambiaran de asiento, ya que desde el que ocupaba, no podía ver bien la película que estaban poniendo por los televisores del autobús.

Pasada como media hora, yo ya me estaba aburriendo. El resto de viajeros seguía durmiendo. El autobús apenas avanzaba.

Mi compañera de viaje parecía que después de lo que me había hecho, se había olvidado de mí, y la muchacha estaba entretenida viendo la película.

Sin embargo, estaba equivocado.

Mi compañera en un rápido movimiento colocó su mano sobre la mía y agarrándomela, la llevó hacía el interior de su camisa, que en estos momentos y sin que me hubiera dado cuenta, tenía ya unos cuantos botones desabrochados.

Introducir mi mano dentro de su camisa fue un acontecimiento único. Así que para aprovechar la oportunidad, y dejando los prejuicios que pudiera tener ante los actos sexuales en público, decidí entrar al ataque.

El contacto de mis dedos con la lencería que llevaba puesta, fue como la del hielo que entra en contacto con una llama de fuego. Suave, delicada, de encaje.

Se ve que mi compañera sabía como vestir para seducir o igual, simplemente, le gustaba llevar ese tipo de prendas.

El caso es que comencé a deslizar mis dedos por entre sus pechos, lentamente, jugando, acariciando aquel terciopelo. Pasaba de uno de sus pechos al otro, jugaba con ellos, lentamente, suavemente.

Quería que sintiera, que disfrutara de cada uno de los momentos. Pero ella, no sólo se dedicaba a disfrutar, todo lo contrario.

Desde el momento en que puse la mano en el interior de su pecho, su mano se deslizó entre mis piernas, y con una gran maestría, logró abrirme el pantalón, bajarme la cremallera e introducir su mano, como serpiente en busca de una presa, dentro de mi interior. ¡Era genial!

Todo esto lo hacíamos lo más cuidadosamente que podíamos, sin embargo, la muchacha que estaba a mi lado, no perdió detalle de todas estas maniobras.

Mientras nosotros nos acariciábamos, ella dejó de ver la película y pudo observarnos en todo momento, nuestro hacer silencioso.

Mi compañera, como queriendo hacer partícipe de nuestro juego a la muchacha, sacó mi pene del caluroso encierro en que se encontraba y lo dejó en libertad, a la mirada cómplice de la joven.

Esta no sé si sorprendida o no, ante la osadía de mi compañera, ni corta ni perezosa, y mirando a mi compañera, cómo queriéndola pedir permiso, posó su manita en mi muslo.

Al principio y como si le diese miedo mi mástil, comenzó con pequeñas caricias, hasta el momento en que quizás apartando la cobardía que la oprimía, se decidió y sujetó con decisión mi pene.

Luego mi compañera, con una sonrisa libidinosa, sujetó mi pene por encima de la mano de la joven, y guiándola, como buena maestra, comenzó un lento, placentero y torturador movimiento de sube y baja. Entre ambas me estaban haciendo subir al cielo.

Fueron momentos de desinhibición, de placer conjunto, hasta que no pude aguantar más. Mi compañera presintiendo el momento, colocó su mano para que mi semen, no se alejase ni se desperdiciase. Lo que consiguió es que las manos de ambas, quedasen embadurnadas del precioso líquido.

La muchacha se asustó un poco, pero mi compañera la tranquilizó con un suave toque en la mano. Lo que hizo a continuación fue algo que no esperaba.

Acercó sus dedos a la boca de la joven y cogió los de la joven y los acercó a la suya, que pronto estuvo presta a deleitarse con tan precioso manjar.

Al ver aquello, la muchacha abrió suavemente sus labios y sacando un poco la lengua, comenzó a lamer los dedos de mi compañera, primero lentamente y luego con voracidad.

Cuando los dedos de ambas quedaron bien limpios, sólo quedaba néctar sobre mi pene.

Mi compañera, con un movimiento casi de equilibrista acercó sus labios hacía él y comenzó un nuevo suplicio para mí.

Cuando hubo acabado con todo el elixir, se irguió nuevamente y mirando a la muchacha, la indicó con la mirada que ahora era su turno.

La joven debió entender y tomando todas las precauciones que podía, dada su posición, acercó sus labios a mi pene y abriéndolos, comenzó una fantástica libación.

Se notaba que era novata en estos menesteres, pero el trabajo que hizo, fue más propio de una reina que de una obrera.

Cuando creyó haber acabado, se irguió y miró a mi compañera (tal vez para conseguir su aprobación), y con una suave sonrisa se volvió y reanudó la visión de la película, no sin antes arrastrar mi mano debajo de su hermoso culito.

Mi compañera, me miró y con una enigmática sonrisa en sus ojos, se acercó a mí, me beso en los labios y acercándose a mi oído me dijo: «Ha sido fantástico….uhhhmmm….Tal vez…la próxima vez que coincidamos, podamos repetir».

Se recogió, abrochó sus botones, se estiró la camisa y como si nada hubiera sucedido, empezó a leer una de las revistas que traía consigo.

¡Estaba alucinado! Sin embargo, todavía no había terminado, mi mano derecha seguí jugando.

Aunque presionada, y sin apenas libertad, podía acariciar aquel joven culito, y con mi dedo (el más juguetón de todos), empecé a practicar una suave masturbación en el joven conejito de la muchacha.

Al poco tiempo, mi labor se vió recompensada cuando ésta súbitamente enrojeció y se quedó como petrificada y pude notar la humedad que emanaba de su juvenil gruta.

Retiré mi mano humedecida, y acercándola a mi labios comencé a devorarla ante los atónitos ojos de la pequeña ninfa.

Al acabar, me acerqué a su oído y la dije: «Gracias», ante lo cual, la pequeña se acercó a mí y me replicó: «No, gracias a ti. Hoy he aprendido mucho», y acercando sus labios a los míos me dio un suave beso de despedida.

Por aquel entonces, la película estaba a punto de terminar.

El resto de viajeros comenzó a despertarse y continuamos nuestro viaje, en un placentero silencio.

Al llegar a nuestro destino, los tres nos miramos, con miradas furtivas, como queriendo confirmar nuestra próxima cita.

Y alejándonos, cada uno continuó su camino.