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Sintió una extraña atracción en la fiesta por un chico disfrazado de cuervo

Sintió una extraña atracción en la fiesta por un chico disfrazado de cuervo

Era carnaval; aquel año dejé mi habitual disfraz de bruja por un sexi traje de “catwoman”.

Empezando por eso, aquel año fue completamente diferente a cualquier otro.

Normalmente las fiestas de mi amigo Paco eran bastante aburridas y monótonas, pero aquel año él no podía celebrarla porque su novia y él decidieron marcharse unos días a la playa.

Fue entonces cuando su hermano “JC” (Juan Carlos) decidió encargarse de la fiesta.

Llegué temprano, como de costumbre, para ayudar a JC a poner las cosas. Había mucho alcohol, poca comida y muchas habitaciones vacías.

Una vez las mesas estuvieron colocadas y los invitados empezaban a llegar subí a cambiarme.

Mientras subía por las escaleras me topé con un muchacho disfrazado de cuervo; me miró a los ojos y un segundo después bajó la mirada al vaso de bebida que tenía en la mano, como si no me hubiera visto, pero yo notaba como sus ojos me seguían mientras subía los escalones hacía la segunda planta; unos ojos escondidos entre largos mechones de pelo negro como el plumaje de un cuervo.

Cuando bajé ya no estaba al pié de la escalera, se había metido al salón con los demás y se había sentado en el sofá mientras seguía con su vaso en la mano.

Nadie hablaba con él y nadie sabía exactamente de quien era amigo, pero como el ambiente ya estaba empezando a caldearse con un cierto aroma etílico la gente no dio importancia al muchacho vestido de cuervo.

Cuando entré al salón varias caras masculinas se volvieron a mirarme, con aquel ajustado traje de cuero negro y mi pequeño antifaz con bigotes felinos.

Me acerqué a la mesa y tomé algo de beber.

Conversé largo rato con algunos amigos, mientras trataba de zafarme de las manos de otros un poco más ebrios.

Varias parejas se habían formado ya y se acomodaban en las esquinas y rincones más ocultos; y los que no habían tenido esa suerte se acomodaban en el sofá, más a la vista.

El muchacho cuervo acabó por alejarse de allí, ya comenzaba a estar flanqueado por dos parejas. Se retiró de nuevo a la escalera.

No me parecía justo dejar a alguien solo, así que me acerqué hasta él.

-Hola

El muchacho no respondió pero levantó la cabeza muy despacio para mirarme.

De nuevo sus ojos chocaron contra los míos; eran de un verde pálido, casi gris tormenta.

Las negras marcas de sus ojos hacían que sus iris resaltaran de sobremanera.

Tenía unos labios finos y marcados por el contorno negro.

Me senté a su lado.

-Con quién has venido?

No respondió.

-Quieres mantener el anonimato, verdad?

Sin dejar de mirarme asintió levemente.

-Has venido solo?

Negó con la cabeza.

-Con tu novia?

Volvió a negar.

-Con tus amigos?

Meneó un poco la cabeza, como diciendo que sí, pero como si no lo fueran.

Una mano fina y larga se estiró seguida de un, también, largo brazo y señaló a una pareja cercana.

-Has venido con ellos?

Asintió levemente.

-Ahora te entiendo, siempre que van de fiesta tienen que dar la nota, aunque no desentonan demasiado en el contexto de la escena. No crees?

Asintió levemente, mientras en su cara se formaba una leve sonrisa.

-Quieres que salgamos fuera a tomar un poco el aire, aquí hace mucho calor?

Sin dejar de mirarme se levantó, no me había percatado de lo alto que era hasta que lo vi erguido en su totalidad frente a mí; me tendió la mano con un gesto gentil y me ayudo a levantarme para luego acomodar mi mano en su brazo.

Salimos fuera.

Hacía frío y, a pesar del caluroso cuero, comenzaba a sentirlo.

Se quitó la chaqueta, una gabardina de cuero negro que no se había quitado en toda la noche, y me la colocó.

Nos quedamos abrazados mientras observamos la luna llena.

-Creo que deberíamos entrar ya, no crees? Hace frío y no voy a hacer que cojas una pulmonía por mi culpa…

Me miró con sus grisáceos ojos; mi corazón palpitaba como nunca lo había hecho.

Su mano  me cogió la cara y acercandola a la suya me besó; pero no un beso de esos que te meten la lengua hasta la garganta, un beso en los labios con los labios.

Me pareció lo más bonito del mundo.

Entramos dentro y nos quedamos abrazados en la escalera; el ambiente dentro de la sala se había estado caldeando en nuestra ausencia y varias parejas disfrutaban ya de unas caricias bastante más profundas, otros simplemente se habían retirado a una de las muchas habitaciones de la casa.

La mía, es decir, la que JC me había dejado para que me acomodara aquella noche, ya que suelo acostarme antes que los demás y pasó de tener que esperar a que alguna pareja termine su faena para meterme en una cama caliente, empapada y revuelta.

-Quieres que subamos a mi cuarto?

Pregunté sin mucho animo de obtener un sí.

El chico me miró y me volvió a besar. De sus labios surgió una amplia sonrisa y una mirada seductora. Asintió tras unos instantes.

Me quité su chaqueta y la dejé en el perchero, pero él la recogió rápidamente.

-Tienes mucho aprecio a esa chupa?

Asintió.

-Bueno, pues súbela.

Le cogí de la mano que tenía libre y subimos los escalones, él detrás de mi. Mientras subíamos me miraba con ojos de cordero y un gesto neutro en su rostro.

Cuando llegamos a mi cuarto había unos intentando entrar, pero en cuanto nos vieron salieron zumbando como si estuvieran robando o algo así.

-Menos mal que se me ocurrió cerrar con llave, no?

Asintió.

-No eres un chico muy hablador que digamos?

Negó

-Ya veo. Pasa.

Pasó detrás de mí, una vez los dos dentro volví a cerrar la puerta.

Cuando me dí la vuelta había dejado su gabardina sobre una silla y comenzaba a quitarse la camiseta.

Se acercó hasta mí que me había quedado un poco chocada con el asunto.

Me besó de nuevo y comenzó a bajarme la cremallera del traje mientras lo hacía.

Intenté hablar, pero su mano me lo impidió.

Mientras me seguía besando sus manos comenzaron a explorar el interior de mi traje de cuero.

Sus manos estaban frías, pero se calentaron rápido al contacto con mi cuerpo.

La verdad es que todo él estaba bastante frío.

Me retiré las mangas del traje para que no tuviera que andar haciendo contorsionismo con las manos.

Comenzó a masajearme el pecho hasta ponerlos a tono.

Yo mientras masajeaba su pecho, que extrañamente no tenía vello, debía ser modelo o algo por el estilo.

Nos besábamos con lascivia y no dejábamos de meternos mano, yo casi tenía todo el traje fuera cuando posó su mano en mi entrepierna y comenzó a masajear mi clítoris.

Yo ya estaba bastante mojada y aquello me estaba llevando a la gloria.

Con gran dificultad bajé mis manos hasta su pantalón, que era de botones.

Uno a uno los fui desabrochando, cuando los bajé observé que debajo de los slips su aparato ya había empezado a funcionar.

Me terminé de quitar el traje y le bajé los slips; tenía una verga de considerable tamaño, a pesar de no estar completamente empalmado.

Comencé a masajearsela y a los pocos segundos se puso dura como un palo, mejor dicho como una barra de hierro.

Su mano seguía masajeando mi clítoris y yo estaba que no aguantaba más y acabé corriéndome sepultando mis gemidos en su garganta, pues no habíamos dejado de besarnos.

Yo había comenzado a incrementar el ritmo hasta que me tuvo que parar la mano, la fiesta tenía que durar más rato.

Dejó de besarme y sacó su mano de mi gruta para después llevársela a los labios y lamersela con gula, después me siguió besando dejandome paladear mis propios fluidos corporales, aquello me pareció de lo más excitante, nunca había tenido curiosidad, pero desde entonces no he podido olvidar su sabor.

Dejamos de besarnos y nos contemplamos el uno al otro, sus ojos brillaban en la oscuridad con luz propia.

Agaché mi cabeza y comencé a besarle el pecho y a lamerle los pezones, lo cual le puso a cien; su polla dio un respingo de aprobación a aquello ya que no había dejado de magrearsela, con un ritmo menor.

Poco a poco continué bajando por su abdomen, perfectamente marcado, como el de un deportista, pero no muy exagerado, hasta que llegué a la punta de su capullo.

Lo besé, lo chupé, lo lamí e incluso lo mordisquee como si fuera un enorme fresón.

Me ensañaba con él, mi lengua lo dibujaba una y otra vez.

Poco a poco fui bajando por su palo lamiendo y ensalivando. Besé sus testículos y los chupé como enormes caramelos.

Aquello le gustaba, ya lo creo, de su capullo comenzaban a brotar pequeñas gotas de líquido preseminal, las cuales retiraba con la punta de mi lengua.

Por fin empecé a meterme aquel aparato en la boca, que a duras penas cabía en ella, aún no sé cómo conseguí meterme todo aquello en la boca, mi garganta estaba llena hasta más allá de la campanilla.

Mi cabeza se movía adelante y atrás como siguiendo un ritmo endemoniado hasta que noté que se iba a venir.

Saqué aquella estaca de mi boca y esperé que aquel preciado líquido salera.

Nunca me había gustado demasiado el tragarme la “leche” de un pibe, me gustaba más restregarmelo por el cuerpo, pero aquella vez atiné a captar varios de los chorros que salían y me supo de dulce.

Se corrió en un estruendoso orgasmo que le dejó sin fuerzas para tenerse en pié.

Me levanté de nuevo y dejé que extendiera su propio semen por todo mi cuerpo, después nos abrazamos y continuamos besándonos.

Nos acercamos a la cama y como si ahora tuviera el doble de fuerzas que antes me cogió en volandas y me tumbó boca arriba debajo de él.

Yo no sabía donde tenía la cabeza; parecía que estábamos volando.

Todo mi ser se estremecía al contacto con su piel.

Una vez tumbados comenzó a recorrer con su mano todo mi cuerpo.

Primero mis pechos, luego mi estómago, el monte de venus, las piernas, los pies, los brazos, la cara….

Parecía que quería con el tacto descubrir cada una de mis facciones.

Yo por mi parte me dejaba hacer y le miraba.

No habíamos dicho nada, simplemente estábamos juntos.

Cuando llegó a la cara de nuevo me besó y comenzó a ponerse sobre mí.

No le había bajado la erección y el paseo por mi cuerpo le había hecho recuperar las fuerzas.

Me abrí de piernas para facilitarle la labor y con un interrogante en su mirada, puso la punta en la entrada de mi cueva; yo entonces le atraje hacia mi y comprendió, no hacían falta palabras.

Entraba despacio, como saboreando el momento, sintiendo como mis músculos se amoldaba a su aparato.

Aquello me pareció una tortura, me pareció que había durado una eternidad cuando tan solo había llevado un minuto hasta que la metió entera.

Una vez así comenzó a moverse adelante y atrás rítmicamente, cada vez más aprisa, luego despacio, luego otra vez deprisa… aquello me estaba volviendo loca hasta que estallé en uno de los orgasmos más grandiosos y fuertes de mi vida, jamás ninguno de mis novios consiguió hacerme sentir eso ni antes ni después de aquella noche.

Y después de ese primero vinieron tres más, seguidos hasta que con el último nos fuimos los dos acallando nuestros gritos en la garganta del otro.

Después se desplomó sobre la cama a mi lado; le abracé y nos quedamos quietos, descansando del momento, analizando todas las sensaciones que se agolpaban en la cabeza como las olas contra la costa un día de resaca.

Hasta tres veces más repetimos esa noche antes de dormirnos profundamente.

A la mañana siguiente me desperté, pero no estaba él.

A mi lado había una rosa blanca y una pluma negra (de cuervo, seguramente), engarzados con un pequeño anillo (que aún me pongo).

Me levanté, me sentía como si hubiera hecho el amor por primera vez (aunque yo sabía que esto no podía ser así).

Cuando llegué a la cocina me encontré con la supuesta pareja con la que había venido mi amante nocturno y les pregunté por él.

Me dijeron que no tenían ni idea de quién era, que se presentó en la puerta de casa con una invitación y amablemente les indicó (por señas) si podía ir con ellos y como eran gente maja le llevaron, pero después desapareció.

Le busqué por toda la casa y por el jardín y por todos lados, pero ni él ni su chaqueta estaban allí.

Me entristecí mucho y pasé varios días llorando por las noches para intentar calmarme. Aquello había sido real, no había sido un sueño.

Pasó el tiempo y fui olvidando el incidente.

Llevaba a todas partes aquel anillo me dejó.

La rosa la sequé y la puse en un cuadro junto a la pluma.

Pero una noche, como seis meses después, recibí una visita inesperada.

Un pequeño cuervo se coló por la ventana.

Estaba casi muerto, muy desmochado pues otros pájaros lo habían picoteado.

Lo cuidé unos días y luego lo solté cuando le vi con fuerzas.

Días después de soltarlo recibí otra rosa blanca con una tarjeta que rezaba “FOREVER TOGETHER”.

Después de aquello no recibí ninguna noticia más.

Me casé  y tuve hijos y uno de ellos no era como los demás, no se parecía en nada a su padre, tenía los ojos verdes grisáceos una tez pálida y un pelo negro como el plumaje de un cuervo y muy callado.

Si no fuera porque un abuelo de mi marido era muy parecido hubiera jurado que no era hijo suyo, aunque yo sabía que parte de ese hijo no era suyo, era de aquel chico que años atrás conocí en una fiesta de disfraces que iba de cuervo….

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