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Sex shop

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-Eso lo dirás tu. ¿Quién te crees que eres, desgraciado?

Sólo llevaban unos minutos en el local y la gente ya empezaba a mirarlos.

Discutían demasiado acaloradamente y el tono de sus voces se había elevado peligrosamente.

Pararon un instante su discusión y una mirada suya le rogó que salieran del establecimiento.

Un par de calles más abajo ella se paró delante de un sex shop mirándolo lánguidamente.

-Entras a menudo?- Le preguntó entre interesada y burlona.

-Puede que no tanto como tu

-¿Estás cabreado?- Otra vez intentaba jugar con él, haciéndose la inocente.

No se molestó a responder. Sólo quería librarse de ella. Cuando hizo el ademán de irse, ella, inesperadamente, tiró de su brazo, hacia el interior de aquel sórdido lugar.

-Venga, no seas cría- Le recriminó él.

Ella sólo le respondió con una risita entre traviesa y nerviosa. Si el local que habían dejado supuraba cierto vicio por las cuatro paredes, aquel otro antro era el no va más.

Con tan sólo entrar se encontraron con una especie de macarra (camiseta a tiras, cadenillas de oro al cuello, camisa floreada, palillo en la comisura de los labios,…) fregando las lefas que había en el suelo de las cabinas de video.

El lugar desprendía la típica peste de muchos sex shops: mezcla de hedor a desinfectante y de hediondez indefinida de ciertos fluidos corporales.

Atravesaron la zona de las cabinas y ella se paró, un poco golosa, ante un pequeño escaparate que contenía grandiosos penes de plástico de todas las medidas y colores, entre otras delicadezas. Sólo para poder ver la reacción de las otras miradas masculinas que en seguida se posaron concupiscentemente sobre su culo enfundado en cuero negro.

Al final del pasadizo había una especie de sala de espera con algunos butacones.

Una musiquilla disco machacona y la voz de un speaker indicaban que había un nuevo espectáculo en vivo.

Sólo algunos abuelos estaban sentados allí, esperando que pasasen los preceptivos diez minutos para poder ver a las actrices ya desnudas y no tenerse que tragar el tedioso striptease.

La mayoría seguro que esperaban ansiosamente la llegada de primero de mes para ver si cobraban de una puñetera vez la pensión. Algunos hasta iban acompañados por su mujer, la cual controlaba los gastos familiares.

-No jodas que te gusta esto- Le dijo él incómodo.

-Me siento como en casa- Le respondió ella mientras cambiaba un billete en la máquina.

Dos hombres de cuarentaypocos se metieron en una de las cabinas un poco nerviosos.

-Sólo lo haces por esnobismo- Le recriminó él.

-No seas gilipollas. No me digas ahora que te da cierto no se qué- Se burló ella.

-He estado en sitios peores.

-¿Por ejemplo?- Le vaciló ella.

-El despacho de la jefe de departamento- Sonrió él

-Muy gracioso.

Lo empujó hacia una cabina impetuosamente.

-Vamos, ya hace un rato que ha empezado- Le dijo ella súbitamente, casi jadeando al cerrar la puerta.

Aún no había asumido aquello, cuando se encontró en un cubículo estrecho de paredes pintadas de rojo en el que hacía un calor excesivo.

Unas monedas tintinearon y se levantó de golpe un telón que cubria la ventanilla que tenían enfrente.

En el escenario giratorio una muchacha rubia delgada de pequeños y armoniosos pechos y con el pelo muy corto se estaba empalando en un gran trasto negro negro casi tan alto como un extintor. Su compañero le acariciaba los pechos desde detrás.

-¿Te gusta mirar?- Le preguntó él casi incrédulo.

-Chiiiiiist…. Calla, me desconcentras.

“Esto es absurdo, surrealista”- Se dijo él.

Sin tiempo de comerlo ni beberlo, la mano de ella buscó la suya. La miró inquieto, fuera de juego. Ni siquiera se dignó a volverse hacia él.

Simplemente iba atrayéndolo hacia ella.

-Venga, acércate- Sólo le dijo.

-Eres una viciosa- Dijo él, fascinado.

-¿I?

Al no recibir respuesta ella echó sus nalgas hacia atrás, hasta tocar el tenso pantalón de su acompañante. El contacto electrizante tensó los músculos de su bajo vientre.

-Ostia, Fernando, me harás dudar de tu masculinidad- Le espetó ella entre risillas.

-Mierda.

Eso le hizo encabritar loco de furor. Herido en su dignidad se acercó a ella y la cogió por la cintura. Ella sonrió nuevamente y restregó sus lujuriosas nalgas contra él.

-Recuerda, Ferna: no hay amor- Le advirtió

-Tu lo has dicho: ya no hay amor.

Una de sus manos bajo directamente hacia su entrepierna. La chica tuvo una especie de espasmo y separó más las piernas, mientras él restregaba a través del negro cuero su zona erógena. La mano de ella bajó hasta su cinturón.

El cinturón se destensó, el botón se desabrochó y la cremallera bajó.

Condujo la mano de él hasta el comienzo de las minibragas. La piel tenia una suave dulzura y se encontraba en una especie de estado febril.

Muy pronto se encontró con el tacto aterciopelado de su oscuro pubis. Más abajo empezaba una zona más húmeda que él no tardó en traspasar, para adentrarse en sus pliegues más íntimos.

-¿Te gusta así?- La dijo él con un deje de menosprecio.

La mano de la mujer le corrigió un poco.

-Así….

-Eres un poco…- Intentó decirle él.

-¿Puta?- La voz de ella se volvió vulgar.

-No queria decir eso..

-Es igual.

Ella se echó hacia delante, apoyándose en el cristal. Intentaba separar más las piernas, pero el pantalón lo impedía.

Él lo comprendió enseguida y tiró del pantalón y el tanga hacia abajo, hasta los tobillos. La escasa luz de la cabina no le impedía ver las nalgas redondas y bien dibujadas. Las besó mientras no paraba de acariciar su monte de venus.

-Ahora sí que me lames el culo- Rio ella.

-Tu también vendrás- Le contestó mordiendo una nalga pecaminosa.

Las piernas de ella se separaron aún más y echó su grupa hacia atrás.

Comprendió lo que ella quería. Quería llegar al fondo de la cuestión.

Sus lengüetazos se volvieron más profundos, hasta llegar al borde del abismo. La pareja del escenario los miró sorprendidos, oliéndose que allí pasaba algo.

Cuando se cansó de esa forzada postura, se levantó, dejándola aún más mojada y insatisfecha.

-Sácatela- Le dijo ella volviéndose hacia él.

-Cómo?

Con gran destreza, mientras le besaba fogosamente en la boca, le desabrochó la bragueta. Con hábiles dedos buscó en el interior y ágilmente extrajo el miembro inflamado.

-No pares- Le ordenó ella cuando él intentó separar la mano de su vagina.

La punta de los dedos de la mujer presionó con un poco de fuerza el prepucio y su miembro se volvió rígido como un monolito. Sonrió satisfecha y de nuevo acarició el prepucio bajando hasta la base y los testículos.

Era magistral. Sabiamente le proporcionó placer sin dejar de observarlo desde el fondo de la miel oscura de sus ojos. Le besó nuevamente.

No eran besos tiernos. Parecía como si quisiese absorber su energía vital.

Aún estuvieron masturbándose mutuamente unos momentos más. Hasta que ella se arrodilló y acercó su cabeza a su miembro. Sin más dilación empezó engullirlo con sospechosa maestría. Todo entero, hasta casi la base.

Hasta casi asfixiarse con esa especie de salchicha. Hasta que ella se cansó y mirándolo fijamente le dió la espalda y, levantando la grupa y separando las piernas, le dió una orden.

-Móntame-

Él no pudo más. Exasperado por su arrogante comportamiento, le dió una sonora bofetada en las nalgas, cosa que provocó un pequeño gritó.

-¡Por favor!- Le ordenó él.

La chica calló obstinadamente y recibió un nuevo cachete en seco. A éste le siguió un tercero y un cuarto.

-Por favor- Susurró ella aguantándose las lágrimas y sonriendo a la vez.

-¿Cómo?- Se hizo suplicar él.

-Que me des más.

La agarró por la cintura y entró en ella furiosamente. La mujer sólo profirió un pequeño jadeo de dolor. La asaltó brutalmente, sin ninguna delicadeza, en sucesivas embestidas brutales, agarrandola por las nalgas (carne dolorida y tierna). Después se calmó un poco al sentir las protestas de ella.

-¡Fernando, por Dios! ¡Me haces daño!

Sus embestidas se volvieron más rítmicas y pausadas, pero sin perder ni un ápice de fuerza.

La pareja del escenario se dió cuenta de todo y puso más énfasis en su trabajo, como si hubiera una especie de competición entre ellos.

En medio de los espasmos continuos de su pareja, y viendo cómo el tierno culo de la chica del escenario se abría a la caricia de su compañero, intentó un ejercicio de autocontrol. Intentó contar cada segundo…, resistir cada nuevo asalto de placer,… olvidarse de su entorno más inmediato,… pero fué inútil.

Cuando más tensada y vibrante se encontraba la mujer, el empezó a estallar, embistiendo con más fuerza y agarrándose a su piel sudorosa y morena, besando sus rizos negros.

Algo parecido a un hongo nuclear se dibujó en su mente.

-¿Aún crees que soy una cabrona?- Le dijo ella después, aún jadeando, mientras él salía de su interior.

-Eres una perversa.

-Gracias, tu tampoco eres mejor- Le respondió buscando nuevamente su boca.

-Te odio.

-Yo también cariño

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