¿Qué me pasa Doctor?

Recién cumplidos los 21 me entró la obsesión de que debía perder peso: caderas, piernas, ya sabéis.

El caso es que llamé a una clínica de lipoescultura y nutrición para que me informasen de cómo conseguir una mejor figura.

La verdad es que me atendieron maravillosamente y además descubrí que no era necesaria una operación ni nada parecido en principio, ya que los primeros kilos y la celulitis se podía eliminar a través de los masajes y una adecuada nutrición y que, dado que era todavía muy joven, al ver los resultados obtenidos en un corto periodo, podría decidir después si realmente valía la pena una liposucción.

El caso es que con un módico precio y una cita para la siguiente semana salí de la consulta muy entusiasmada e impaciente por comenzar.

A la semana siguiente fui puntual como nunca. Me habían citado para última hora y estuve todo el día bastante nerviosa porque iba en busca de «mi nueva yo».

Me presenté unos 15 minutos antes de mi hora «por si acaso» y realmente no me atendieron hasta 10 minutos más tarde de la hora prevista, pero no me importó en absoluto.

La «enfermera» me hizo pasar a una habitación tipo consulta en donde había una camilla, dos mesas con frascos y contenidos de colores, un biombo y, una mesa con 3 sillas.

Me invitó a sentarme y según lo hacía entró Enrique, el «doctor». Éste era moreno, de unos 35 años, muy atractivo, alto y formado, con unos vivos ojos verdes. Estaba de vicio !!.

Después de estrecharme la mano empezó a explicarme en qué iba a consistir el tratamiento, de la forma en que actúa el masaje en los vasos linfáticos (?) y todo eso, y al cabo de un par de minutos me dijo que debía desnudarme tras la cortina y quedarme en braguitas para una foto del «antes» y hacer las mediciones oportunas.

Yo creo que no pensaba en otra cosa que en empezar para ver los resultados en pocas semanas, así que salté tras la cortina y sin mediar palabra salí en tanga con una mirada un tanto esquiva.

Enrique intentó tranquilizarme bromeando sobre temas tontos y, tras hacerme fotos de frente y perfil pasamos a la camilla.

Entra pitos y flautas se habían hecho las ocho menos cuarto y tras susurrar algo la enfermera con él nos quedamos solos.

Empezó a masajear mis hombros para tranquilizarme y quitarme el estrés.

Tenía unas manos fuertes y cálidas, y era muy bueno pues conseguí en varios movimientos que me sintiera totalmente deshinibida.

Pasó sus manos por mi espalda, por mis costados, subía por mi nuca, bajaba por mi columna, estrechaba mi cintura… era divino.

Luego comenzó por mis pies.

Al principio me daba un poco de risa porque me hacía cosquillas, pero escuchándole hablar sereno y el contacto de sus manos se convirtieron en deliciosas sensaciones placenteras.

Subió por mis gemelos y continuó por mis muslos y glúteos, era genial !!

Imagino que por la relajación y por sus cálidas manos empecé a sentir una sensación como de excitación, cada vez que sus manos se hundían en la cara interior de mis muslos un escalofrío recorría mi espalda y debió sentirlo, porque se entretuvo más de lo normal (creo).

El caso es que el tal Enrique me estaba poniendo como una moto y yo creo que estaba roja de vergüenza con los ojos cerrados y mis brazos a ambos lados de mis nalgas.

De repente me dijo con mucha dulzura que debía darme la vuelta para empezar con el vientre y la parte anterior.

Mientras yo me daba lentamente la vuelta vi como cerraba la puerta de la consulta por dentro «para que me sintiese más tranquila de que nadie entrara», aunque según me explicó, ya se habían ido las dos ayudantes.

Enrique siguió con los hombros por la parte anterior, luego los brazos, los antebrazos, las manos… con ellas estuvo un ratito, masajeandome cada articulación.

Después, lentamente fue subiendo hacia los hombros de nuevo, y de éstos bajó a mis pechos, acariciándolos alrededor de mis pezones y de una manera bastante profesional -todo he de decirlo, pero mis pezones se erizaron y creo que hasta llegó a escapárseme un gemido.

«Es algo normal, no te preocupes.

A los hombres les pasa lo mismo» -dijo restándole importancia.

Yo seguía con los ojos cerrados y mi mente no sé dónde estaba pero os puedo asegurar que estaba caliente como una cerda.

Fue bajando hasta mi vientre y mientras se entretenía ahí me dijo: «tienes unas curvas muy sensuales, es una pena que alguna se vaya a ver reducida»; y mientras, sus manos se deslizaron a la entrepierna de mis muslos.

A un lado de la camilla, con sus manos masajeando mi ingle derecha entreabrí las piernas y él empezó a frotar su meñique sobre el tejido de mis bragas que cubría mis labios vaginales.

No lo pensé y le eché mano a su paquete, el cual, aunque hinchado, no era muy grande.

Bajé su cremallera y me encontré una polla relativamente pequeña pero muy gruesa, la cual estaba dura como una piedra.

Enrique apartó mi tanga con sus dedos y acercó su boca a mi coñito, el cual ya rebosaba flujos hasta mi ano.

Con dos dedos y una hábil lengua me hizo correrme en un par de minutos y acto seguido y sin dejar que me incorporase me acercó su pollita a la cara.

Recuerdo que no era grande, ni normal diría yo.

Era más bien pequeña, pero muy apetecible.

Sin pensar en lo que estaba pasando me la metí directamente en la boca y cogiéndolo de las nalgas me la estuvo metiendo y sacando hasta que se corrió como un toro.

Debió de soltar un litro o así, porque nunca he visto tanta leche salir de una sola polla. Me llenó la boca, la cara, el pelo… (¿es muy bueno para la piel y el cabello, sabéis?)

No recuerdo muy bien que tonterías me dijo después, pero algo así como que no podía tratarme como paciente o algo similar.

Yo alucinaba.

Si tenía que perder peso a base de sexo no hacía falta ir a ninguna clínica, ya me apañaba yo.

No os lo vais a creer, pero el imbécil me dijo «que dado lo sucedido no me iba a cobrar la visita (¿?)», a lo que yo le respondí que yo sí, si no quería tener un problema.

Creo que no perdí peso, pero me compré un conjunto de braguita y sujetador la mar de mono, y me sobraron 80 euros.