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Por fin logré tener conmigo a la mujer de mi vida, a la que había hecho casar con mi mejor amigo, que la desaprovechó

Desde que Alfredo (mi amigo desde la secundaria) y yo la conocimos, supe que Elsa era la mujer de mi vida, sería mi amor para siempre.

A pesar de todo, ella lo prefirió a él y no tuve más remedio que aceptarla realidad.

Alfredo tiene, como yo, 35 años en la actualidad y andábamos en los 24 cuando la conocimos en una fiesta navideña donde Elsa lucía hermosa como sigue siendo, con un cuerpo muy armonioso, una cara angelical y una mirada que te conduce a lo más alto.

Debo reconocer que mi físico no es para impresionar a nadie. Apenas llego al 1,70 y mi humildad económica no me permitió jamás lujos como el gimnasio o deportes que me tomaran mucho tiempo, pues desde los 12 años casi me sostengo solo, pues mi madre apenas puede con los gastos que generan mis hermanos menores y yo he tenido que trabajar de casi todo.

Alfredo, en cambio, si bien no es de economía alta, su padre, médico gana lo suficiente para concederle muchos de sus caprichos, entre ellos ser jugador de futbol americano en la prepa y la universidad.

Por todo ello, no fue sorprendente la decisión de Elsa, al hacer caso a las pretensiones amorosas que le hizo Alfredo y a los dos meses ya eran novios.

Amigos muy queridos, Alfredo no tenía secretos para mí y pronto descubrí que Elsa era demasiada mujer para él, pero estaba profundamente enamorada de mi amigo.

Sabedor de que mis oportunidades con ella eran mínimas, entre en el juego de sentir que ayudando a mi amigo a conquistarla, la conquistaba y mismo.

De ese modo, muchas de las cartas que mi amigo “le escribió”, en realidad eran de mi inspiración y también la mayoría de mis serenatas, incluyendo la selección de canciones, fueron sugeridas por mí.

Inclusive, su primera sesión de amor podría decirse que fue guiada por mí, desde la manera en que él tenía que proponérselo, hasta el acondicionamiento del departamento de Alfredo, incluyendo la música ambiental y un ramo de rosas rojas colocado en el lecho donde el amor de mi vida perdería la virginidad en manos de mi mejor amigo.

Como si ése no fuera suficiente tormento, todavía manipulé a Alfredo para que me contara los mínimos detalles de la manera en que desfloró a mi adorada Elsa, que incluían algunos secretos que yo le sugerí.

A las pocas semanas de esa noche, Elsa y Alfredo me anunciaron que se habían comprometido en matrimonio y se casaban justo a un año de conocerse.

Como es normal, su nueva vida hizo que mi amigo se alejara un poco de mí, pero más me dolía que esa separación me dejara sin ver, aunque supiera que nunca sería mía, a mi amada Elsa.

Pero bien dicen que el ser buen con el prójimo le atrae a uno la bendición de Dios y así, cuando todo parecía que la vida conyugal de Alfredo y Elsa era miel sobre hojuelas, pronto ella misma me platicó sus decepciones.

Y es que la había conquistado Alfredo con mis sugerencias que, él por su formación jamás habría imaginado.

Así, resultó que nunca más hubo ramos de rosas, tampoco las cortesías de todo caballero con una dama, como cederle el paso, ayudarla con la silla al sentarse, abrirle la puerta de coche. Mucho menos una sugerencia en los platillos cuando iban a cenar fuera de casa. La última serenata que mi amada Elsa había escuchado fue cuando sugerí a mi amigo Alfredo a llevársela para demostrarle lo emocionado que estaba cuando los padres de ella la habían cedido en matrimonio.

Todo ello lo supe cuando ella me llamó por teléfono, invitándome una tomar un café, casi al borde de las lágrimas.

Pero, lo peor estaba por saberlo: Alfredo padecía un mal del que nunca me comentó en los muchos años de tan cercana amistad.

Por un lado, su carácter aventurero de juventud, cuando se cogió a cuanta mujer quiso, lo convirtió en un hombre que no aprendió a conducir a una mujer en la cama, sino que simple y sencillamente procuraba meterles la verga y eyacular dentro de ellas, sin importarle si ellas habían tenido o no una relación satisfactoria.

Y esa misma actitud había asumido con su ahora esposa Elsa, en los cinco años que llevan de matrimonio.

Todavía Alfredo acabó de empeorar su situación conyugal cuando, al reclamo de las pocas atenciones que ponía en ella y lo poco romántico que era desde que se casaron, mi amigo terminó por confesarle a su esposa que todo había sido idea mía.

Yo no acababa por entenderlo. Habráse visto a semejante pendejo.

Lo único que hice fue escuchar la confesión de mi amada y recomendarle paciencia.

Cuando salí del restaurant para despedirla, se abrazó a mí, llorando.

No puedo negar lo que sentí, unas ganas inmensas de besarla y llevarla a una cama, donde la daría lo que mi amigo jamás le dio.

Ni siquiera la tarde que la desvirgó.

Yo creo que ella sintió mi bulto en la entrepierna, porque, como tocada por una corriente eléctrica, se separó de mí y se me quedó viendo fijamente a los ojos.

Perdóname, fue lo único que alcancé a decir, pero ella me contestó tomándome de las mejillas y colocando sobre mi boca sus labios, deliciosos, al tiempo que me preguntaba: “¿te atreverías”?.

Como no hay a quien le den pan y lloré, la tomé de una mano y la conduje hacia mi camioneta, estacionada a unos metros de nosotros.

Sin mediar palabra, conduje directamente hasta mi casa.

Me bajé por mi lado y caminé hasta el suyo, para abrirle la puerta. Ella me miraba azorada, con los ojos muy abiertos.

Le tendí mis dos manos y ella me tomó con las suyas.

Y aunque soy todo un caballero, debo platicarles lo que pasó dentro.

Apenas cruzó el umbral de mi casa, besé sus labios y ella enroscó sus brazos sobre mis hombros.

Fue un beso que inició amoros, pero degeneró en sexual.

Les diré que en la misma sala dejamos todas nuestras ropas y quedamos totalmente desnudos.

Allí mismo ella tomó mi falo y comenzó a besarlo dulcemente, pero que en mí provocaba las más estimulantes sensaciones, hasta hacer que mi aparato quedara a su máxima expresión, con el glande totalmente descubierto y con un color morado que jamás le había yo conocido.

La tomé de la cintura y la cargué en dos manos, para llevarla hasta la cama, donde nos regalamos más de dos horas de intensa y salvaje pasión.

La recosté boca abajo y comencé a besarla desde su nuca hasta los pies, lenta y suavemente, como no queriendo acabar jamás.

Sus gemidos me indicaban que el tratamiento de que la hacía objeto era precisamente el que ella merecía y esperaba.

Cuando pasé mi lengua por sus redondas nalgas, como por instinto ella las levantó y me dejó ver su lindo culito, evidentemente jamás tocado por hombre alguno.

Sin avorazarme, seguí con mi tratamiento y la voltee boca arriba y ahora dedique mi lengua a pasarla desde el cuello hasta las rodillas.

No era difícil saber que Elsa es una mujer bastante caliente, pero a la que gusta que su hombre la haga sentir mujer.

Mientras yo pasaba mi lengua por cada centímetro de su cuerpo, ella jugaba uno de sus dedos en su vulva, lo mismo pasándolos por sus labios genitales que frotando con algo de ansiedad el clítoris.

Para cuando posé mi boca en su vagina, estaba totalmente empapada y, sin que yo preguntara, me dijo, llevo tres orgasmos, el número más alto que Alfredo me ha hecho sentir en una noche.

¡Y apenas llevábamos media hora amándonos!

Jugué un rato mi lengua con su clítoris y supe que fue al cielo una vez más.

De allí, pasé a colocarme sobre ella, que me esperaba con sus piernas muy abiertas y metí mi estoque hasta el fondo, en un movimiento que sentí delicioso.

Ella se convirtió en un solo gemido, lo mismo cuando la penetraba que cuando le sacaba mi aparato para embestirla de nuevo.

Su estrechez me reveló que no era falso lo que ella me había contado. Mi amigo Alfredo le había dado muy poco uso y ella tenía razón en reprocharlo.

Sus grititos de placer me provocaron tal excitación que, sin preguntar, le solté toda mi leche en sus interiores, provocando que sus pies se envolvieran por mi espalda y me apretara a ella, como si quisiera que mis jugos le llegaran hasta el estómago.

Jadeantes y sudorosos, quedamos los dos tirados en la cama, abrazados y dándonos miles de besos.

Como si mi verga supiera que estaba con la mujer de mi vida y como si pensara que ésa podría ser la primera y única vez con ella, en pocos minutos volvió a ponerse erecta, como si no hubieran pasado casi una hora de extenuante relación sexual.

La tomé una de sus manitas y la coloqué de tal manera que le diera masaje a mi estaca, que no lo necesitaba, pero quería saber su ella estaba dispuesta a volver a cogernos.

Ahora fue ella la de la iniciativa, pues me hizo acostarme boca arriba, con mi verga bien parada y sobre ella se sentó mi amada.

Con una mano se sostenía para n caerse y con la otra se dirigía mi palo hacia su cuevita, todavía escurriendo mi leche combinada con sus jugos.

Se mantuvo en esa posición quién sabe cuánto tiempo. Hasta que se cansó y solita se colocó en cuatro patas, parta que le diera por detrás, pero la sola visión de su oscuro hoyo anal me despertó la lujuria y le coloqué la punta de mi verga en su entrada.

Ella frunció el hoyito, en franco ademán de negarme la entrada, pero una nueva sesión de besos desde la nuca hasta sus nalgas, tumbaron esa fortaleza.

Solo me dijo “no me lastimes, por favor”, en clara advertencia de que jamás Alfredo le había dado por allí.

Todavía más excitado, eché algo de saliva en mi mano, la pasé por la cabeza de mi enardecido falo y embestí.

Poco a poquito, sin prisa, pero sin meter reversa, Siempre para adelante, poniéndome más caliente con cada uno de los quejidos lastimosos de mi amada.

Ella, por su parte, soportó estoica la embestida hasta que toda mi verga quedó sumida en su trasero.

Para no causarle dolor innecesario, así quedé, con todo mi falo metido en su ano por algunos segundos, hasta que su esfínter se acostumbrara al extraño que acababa de violarlo.

Fue la propia Elsa quien comenzó los movimientos sensuales que me hicieron entender que estaba lista para el mete y saca.

En un principio, sus gemidos seguían siendo mezcla de dolor y placer, pero en unos pocos minutos, era ella la que gritaba que no la sacara tanto, que le diera hacia dentro.

Con la leche en la punta de mi verga, pregunté dónde quería que se la derramara y con un grito, mitad quejido, mitad exigencia, me instruyó: “”Allí, en el culo. En el culo”, repitió.

Orden que no desobedecí y, sintiendo que se me salían hasta los sesos, le entregué todo lo que mis huevos habían acumulado en años de desearla y tener que contentarme con verla al lado de mi mejor amigo.

A un par de semana de ocurridos estos hechos, Elsa y yo nos hemos visto en dos ocasiones más, ambas concluidas una vez en la misma cama de mi casa y otra en un motel de paso.

A mi amigo Alfredo lo he visto más de diez veces y creo que no tardará mucho en sospechar, pues mi mirada no ha de ser la misma de antes.

Y , la verdad, poco me importa.

Habiendo ganado al amor de mi vida, estaría dispuesto a perder a un amigo.

P.D. Seguramente muchos de los que lean esto se preguntarán cómo es que, presumiendo de ser todo un caballero, les platico lo ocurrido.

Y, a decir verdad, tienen razón, pero también sé que un 50% de una relación sexual es cuando se tiene a la mujer en la cama, pero el otro 50% es cando se platica.

Y yo, por la relación con Alfredo, no puedo regalarme este último 50%.

 

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