Ante las múltiples insistencias que hemos recibido vamos a colocar aquí las correrías de Elizabeth, la famosa alumna inglesa que visitó nuestro instituto hace algunos años, ahí va.
En uno de tantos intercambios con fines culturales y didácticos que ha realizado, realiza y realizará nuestro instituto. Vino esta chica rubia, bajita y de generosas curvas. Nada más llegar no pasó desapercibida por sus deliciosas formas y su provocadora forma de vestir.
El segundo día de intercambio los muy aplicados alumnos estaban dispuestos a enseñar a la bella señorita la cultura y las costumbres de nuestra ciudad. Pero esta chica distaba mucho de ser santa y por supuesto no dudó en empaparse con sus compañeros de las bebidas y juergas que se corrían sus amigos españoles.
Después de llevar una hora bebiendo, Liz lanzó ese famoso y por todos conocido grito de apareamiento de las rubias:
Ji,… ¡estoy borracha!
Entonces el caballeroso Juan Pertal se ofreció (sin ninguna mala intención) a acompañarla a su casa. No habría que decir que esta casa estaba tan solitaria como Beth. Durante el camino a casa la inglesita le iba contando la multitud de relaciones que había tenido en Inglaterra desde los doce años. Juan Pertal (recordemos que no Portal, se podría confundir con el hermano de Txisco) mientras tanto le explicaba lo cómoda que era la cama de sus padres. Juan estaba más quemado que el cenicero de un Bingo cuando surgió la pregunta:
-¿Los españoles besáis igual que los ingleses?
Por supuesto Juan no tenía ni idea y lo tuvieron que comprobar. Se besaron lenta y apasionadamente, fue un beso húmedo y profundo; o al menos eso le pareció Juan pero a Zabeth le debió dejar bastante inconforme, porque dijo embriagada por el especial momento en su idioma natal:
Come on, shall we fuck together?
Esto le desencasilló. Esa idea no había salido en ningún momento de su cabeza pero ahora no podía cubrirla. En efecto, no podía cubrirse la cabeza del capullo pues no poseía ningún profiláctico. Desesperado, fue a buscar a la habitación de su hermano mediano, que era un poco apamplado por lo que no encontró nada. Ya con lágrimas en los ojos buscó, sin esperanza, en la habitación de Laura con cuatro años menos que él. Pero en el último cajón, del último estante, de la última esquina, de la última oportunidad, del último lugar al que se le hubiera ocurrido mirar a cualquier hermano encontró… las bragas de su hermana, y debajo un Great Billy Joe mentolado. Dando gracias a Dios y a su virginal hermana salió de la habitación.
Bueno Liz, ya he vuelto.
Jo, ya creía que me lo iba a montar sola.
Y en efecto, nuestra rubia había empezado a frotar sus genitales con una almohada. Juan se quedó perplejo ante la imagen de la escultural joven con la falda por los tobillos, las bragas acompañando a ésta y con la blusa medio desabrochada. Juan era algo inexperto en estos temas no así Liz, a juzgar por lo rápido que deslizó sus pantalones al suelo.
Entonces descubrió desilusionada que la presión había sido demasiado fuerte para el miembro viril de Juan. Ella, aplicada de oficio, descubrió el rojo glande de Juan y le aplicó fuertes y repetidos lametones, entonces apareció el milagro. El hasta ahora flácido miembro, empezó a llenarse de sangre y a subir de temperatura. Liz con cara de satisfacción le coloco el preservativo con la boca (sí que era hábil).
Liza empuñó la polla de Juan y se introdujo por su ya lubricado conejo. Ella se movía con movimientos compulsivos y secos. Juan jadeaba mientras se desembarazaba de su camisa y del sujetador de nuestra protagonista. Sus tetas se bamboleaban frenéticamente con el vaivén de sus caderas. En uno de esos momentos de placer se introdujo el dedo en el esfínter y obtuvo su primer orgasmo. Tras unos minutos de relax que Eli usó para descapullar repetidamente el miembro de su amante mientras jugaba al unísono con su clítoris.
Después Liza, introdujo dos de sus dedos en su excitado miembro y acto seguido lo hizo en el agujero que tenía al otro lado. Preguntó:
¿Tienes vaselina?
A falta de este famoso lubricante nuestros amigos tuvieron que recurrir a algo no tan común pero mucho más sabroso, la nata montada. Entre tan jugoso paraje Juan introdujo su erecto miembro y lo deslizó entre los glúteos de la inglesa. Ésta impacientada por la inexperiencia de su amante agarró una vela perfumada y la empezó a utilizar como eventual consolador. Este aparato cumplía a la perfección su cometido por lo que Liza volvió a convulsionarse con frenesí y la vela quedó empapada por los jugos femeninos cambiando su olor a manzana por otro más peculiar, más marinero. Después de casi media hora de sexo Juan se corrió encima de las nalgas de Elizabeth entre la nata montada haciendo una, cuanto menos, curiosa mezcla.
Elizabeth se vistió lentamente, se fue a asear un poco. En el bidé, en el lavabo. Después fue a despedirse de Juan con un beso.
– Hoy me lo he pasado muy bien, mañana, quizás nos vemos.