Soy un chico aficionado a muchos deportes, entre ellos, las artes marciales. En el gimnasio en que entreno, he disfrutado de varias experiencias excitantes, una de las cuales paso a relatar.
Estábamos en clase de judo y el maestro nos ordenó colocarnos por parejas para practicar combates. Aunque no es habitual, a veces hacemos combates mixtos y esta fue una de esas ocasiones. Frente a mí se colocó Rebeca, una compañera algo más joven que yo. Tiene unos maravillosos 19 añitos y hasta con el judogui puesto (el traje de judo), emana sensualidad, con unos ojos verdes, pelo largo, moreno y rizado y unos labios carnosos que casi siempre sonríen. También tengo que decir que sencillamente, tiene un par de melones muy bien puestos.
El maestro dio comienzo al combate y empezamos un tira y afloja relajado, sin mostrar demasiada agresividad. Más bien al contrario, se escapaba alguna risilla.
En uno de los derribos que Rebeca me hizo, quedé tumbado boca arriba y ella pasó a inmovilizarme con una técnica en la que se situó tumbada boca abajo, perpendicular a mí, con su cabeza sobre mi pecho y uno de sus brazos pasado por mi entrepierna, sujetando mi muslo por debajo. Nunca me había pasado lo que me empezó a pasar. La sensación de su antebrazo pegado a mis huevos y su aliento jadeante en esa dirección también, me excitó y se me empezó a poner dura.
Los pantalones del traje de judo son anchos y la erección no se percibe a simple vista, pero al tacto, ella debió notarlo y se volvió mirándome, inexpresiva. Yo forcejeé un poco para darla a entender que seguía concentrado en el combate ¡y para ver si se me pasaba el calentón! En ese momento el maestro dio la orden de parar momentáneamente. Mis ojos se abrieron como platos cuando Rebeca, al soltar la llave que me había hecho, fue retirando el brazo que me inmovilizaba el muslo, deslizándolo por la entrepierna disimuladamente, de manera que la palma de su mano y sus dedos se pasearon por mi polla, aun durísima.
Nos pusimos nuevamente en posición, frente a frente. Sus ojos tenían un brillo pícaro y una medio sonrisita asomaba en su cara. Volvimos a enzarzarnos en el combate y la derribé. Se colocó de rodillas, boca abajo, en un gesto técnico. Yo me coloqué detrás de ella, agarrándola del cinturón para darla la vuelta. Mi polla chocaba de vez en cuando contra su culo en el forcejeo. Sentí que cuando esto ocurría, ella lejos de evitarlo, se pegaba más a mí. Yo estaba cada vez más excitado. El maestro volvió a parar los combates y reiniciar un nuevo asalto. De nuevo me encontré frente a Rebeca, con el agarre típico inicial: Una mano al codo del contrario y la otra a la solapa de la chaqueta. Mi excitación me volvió osado y forcejeando, aproveché para tocarla con mi dedo pulgar de la mano que agarraba la chaqueta, uno de sus pezones. Me pareció notar un respingo en ella, que continuó como si nada, con su leve sonrisa. Me dejé derribar al suelo y la arrastré conmigo, cayendo encima de mí. Me apreté contra ella para que notase claramente lo empalmado que estaba. -¡Quique y Rebeca, aplicad bien las inmovilizaciones!- Nos regañó el maestro.
Finalizamos la clase con otros ejercicios comunes lo cual me alivió un poco la excitación) y nos fuimos a las duchas. Entre mis compañeros tengo fama de tardón (incluso me llaman así). Siempre soy el último en salir. Me gusta darme una ducha larga y tomármelo con calma. Nuestra clase es la última del día (acabamos a las 22,30h.). En este punto, tengo que deciros que Rebeca es la hija del dueño del gimnasio y siempre se queda con su padre a ayudarle a colocar los aparatos de musculación, ordenar todo, etc. A veces incluso, es ella la que cierra si su padre no está o no puede quedarse a hacerlo. Ese día, su padre no estaba.
Tras la ducha, me puse a secarme, despidiéndome del último de mis compañeros. Estaba cubierto tan solo por una toalla, aplicándome desodorante, cuando la puerta se abrió súbitamente y entró Rebeca, vestida con camiseta y bermudas.
Me quedé paralizado, mirando cómo se acercaba y pensé -¡Ya está, me va a echar la bronca del siglo! -Empecé a pensar rápidamente en la forma de disculparme, de pedirla perdón, cuando de repente, al acabar de acercarse a mí, agarró el extremo de la toalla, y tirando de ella, me dejó desnudo.
Se me cortó la respiración. La escuche decir, con una sensación de irrealidad, como si aquello no estuviera pasando, mientras me cogía mi pene, fláccido: -Vaya,… ¿Así que esto es lo que me tropezaba antes?- Sin esperar respuesta, me dio la vuelta y me pegó contra la pared. Acercó su boca a mi oído y me susurró: -Pero creo que estaba algo distinto…- A continuación, empezó a besarme la oreja y el cuello. Fue bajando por la espalda y empezó a succionarme y lamerme, hasta que al agacharse ¡empezó a morderme y acariciarme el culo! Mientras tanto, su otra mano me masajeaba los cojones y me agarraba la base de la polla, formando un anillo con su pulgar e índice.
Me di la vuelta con la verga completamente empalmada. Aun no me salía ninguna palabra y no podía creer que Rebeca estuviera arrodillada delante de mí con mi polla en su mano. -Te voy a terminar de dejar «contento», como estabas antes- Me dijo a la vez que me besaba la punta de la polla con sus turgentes labios. El beso, se fue ensanchando a la vez que mi glande desaparecía en su boca.
Empecé a sentir cómo su lengua se movía en diversas direcciones, acariciándome húmeda y como su saliva se fundía con mi líquido preseminal.
Empezó un movimiento rítmico de succión, acompañado de otro masturbatorio, con su mano. Me habían contado que así hacen los servicios de «francés» las prostitutas, y me salió casi inconscientemente -¡Ahhh, siii, chupa puutaa!- Rebeca, lejos de molestarse, alzó la vista y sonrió sin abandonar su tarea.
Un momento después se incorporó y desabrochándose el pantalón se lo bajó hasta media pierna. -¡Hazme un dedo!-, me dijo, pidiendo que la masturbara. Yo metí mi mano por dentro de sus bragas y la empecé a acariciar el coño, a la vez que la morreé metiéndole la lengua. Mis dedos se mojaron inmediatamente y empecé a tomar conciencia de que lo que me estaba ocurriendo era real. En ese momento también me asaltó otra realidad: -¡Joder, Rebeca, que puede venir tu padre!- a lo que ella, comiéndome la boca respondió: – ¡Mmm, calla… aah… y sigue, capullo, mmm! He… Cerrado con llave, aaah, siii… y si viene… tiene que llamaaaar ¡Sí! ¡Sí mi vida!- Exclamó mientras yo continuaba con los frotamientos de mis dedos contra su clítoris. Pensé -¡Que zorra, le ha salido la vena romántica!
De repente, se pegó más contra mí, meneando las caderas, gritando -¡Me corro, mi amor, me corro!- y varios segundos después me retiró la mano, resoplando y me hizo sentar en uno de los bancos. Me abrió de piernas y volvió a agarrarme el instrumento. Sin decir palabra se lo metió en la boca y comenzó a engullirlo y a sacarlo, cuan largo era. La mamada me hizo poner los ojos en blanco y exclamar -¡Aaah, cabrona, asííí!- La chupaba de forma increíble. La lamía a lo largo, la mordisqueaba y se la volvía a meter para iniciar un movimiento de cabeza delante-atrás que me fue aproximando al éxtasis, hasta que noté que estaba a punto de eyacular. Me pareció conveniente avisarla y dije -¡Rebeca, me corro!-
Ella se sacó la polla de la boca, pero para mi sorpresa, no se apartó. Comenzó a hacerme una paja, manteniendo su cara delante de mi verga y cuando esta empezó a lanzar chorros de semen, la movió en sentido circular, de manera que todo su rostro quedó salpicado del caliente líquido.
Sonreía y se relamía, mientras yo recuperaba el aliento. Poco después se incorporó y se sentó en mis rodillas, y tras limpiarse la cara con la toalla, comenzamos a besuquearnos. La acaricié las tetas por encima de la camiseta y cuando me estaba poniendo caliente otra vez y pensaba en follármela ahí mismo… ¡sonó el timbre!
-¡Mi padre!-exclamó, mientras se incorporaba y salía del vestuario abrochándose. He de decir que la puerta de los vestuarios no se ve desde la puerta de la calle.
Yo me vestí a toda prisa, mientras fuera, escuchaba a Rebeca y su padre hablando. -¡Sí, hoy está más desordenado y me está llevando más tiempo!- Decía ella.
Abrí la puerta del vestuario y salí peinándome, como si esta fuera mi mayor preocupación. -¡Pero tardón! ¿Todavía estabas ahí?- Dijo Rebeca, sonriéndome poniendo cara de sorpresa. -Sí, estaba hablando por el móvil y se me ha ido la noción del tiempo- respondí. -¡Alguna chavalita, ¿eh?- me dijo su padre con gesto de complicidad, palmeándome la espalda. -Sí, je,je- Acerté a decir. -Bueno, que acabéis pronto, hasta el próximo día- Me despedí, saliendo del gimnasio.
Caminé unos metros por la solitaria calle del gimnasio y mientras recordaba lo que me acababa de ocurrir, sentí que mi polla volvía a ponerse dura. Volví la cabeza y Rebeca, desde una ventana, me miraba sonriendo. Se agarró sus pechos con ambas manos, mientras sus labios me lanzaban un beso.
-Volverás a tener lo que quieres- murmuré dirigiéndome al amigo que llevo entre las piernas.