Viajaba a Madrid por razones oficiales, en un vuelo de una compañía brasileña con transbordo en Sao Paulo.

Al arribar al aeropuerto de Guarulhos, nos enteramos que tendríamos un retraso de 10 horas y que la empresa aérea nos enviaba a un hotel céntrico, sin costo para los pasajeros.

Abordamos un autobús e íbamos comentando las incidencias con mi compañera de asiento. Una mujer cuarentona bastante fea de cara, muy simpática, vestida con un traje Palazzo liviano color crema.

Ni bien llegados al hotel y al ir a registrarnos, se me adelantó y pidió una habitación doble, para dirigirse a mí con las palabras que me dejaron perplejo: » querido, dale el pasaporte al conserje para que nos registre». Hecho esto, nos invitaron a pasar al salón comedor para cenar a la americana (a cargo siempre de la compañía aérea). Ahí me serví un plato con jamón, unas cucharadas de queso roquefort a la crema, dos cigalas de mar, unas aceitunas, una hoja de endivia y dos rabanitos.

Me siento a la mesa y no se hace esperar el elogio de la dama en cuestión:» ¡que buen gusto en elaborar un plato ¡». La verdad sea dicha: No soy un buen gourmet, y me serví sólo a gusto. Era evidente que pretendía halagarme, y además, daba presencia de su «savoire fair».

Cenamos con tranquilidad y el mozo nos comunicó que en la habitación, nos esperaba una botella de champagne y que le dijéramos nuestras preferencias por el gusto. Coincidimos y pedimos EXTRA BRUT. Al entrar en la 1216 nos esperaba una mesita con una bandeja, el balde de hielo con la botella de champagne, envuelta en una blanca servilleta y dos finas copas. Me dirigí al baño y comprobé aquello que hacen gala los brasileños…. «O mais grande do globo». Una bañera de grandísimo tamaño. Comencé a llenarla con sus grandes canillas, y al darme vuelta me encontré con otra sorpresa.

Mi compañera de habitación se había despojado de su traje Palazzo y vestía un escueto Babi-doll de seda color salmón, con dos copas de Compte Valmont Extra Brut en sus manos.

Su fealdad fue obviada al instante, pues su cuerpo era de maravilla. Cuello largo y blanco, hombros derechos, pechos medianos firmes y con buena aureola y pezón, cintura más bien fina, amplias caderas y la coronación de sus torneadas piernas, era rematada con redondeces de sus blancas nalgas. Ofreciéndome una, cruzamos los brazos y tomamos un sorbo. El cruce sirvió para que mi mano derecha rozara uno de sus duros pezones, que coronaba su teta izquierda. Apuramos la copa y sin casi darnos cuenta, estábamos en cuclillas sobre la moquette. Sirvió dos nuevos tragos y los bebimos de un saque.

Las burbujas comenzaron a dar el efecto deseado y mis manos se dedicaron a una suave franela, que obtuvo un nuevo elogio de mi compañera. «Eres muy suave, y es notorio que sabes tratar a una mujer» me dijo. Me desabrochaba la camisa cuando aproveché para sacarle la breve prenda que obstaculizaba parcialmente mi vista. Despojados de toda ropa, me quedé absorto en mi visión.

Otra copa y las inhibiciones fueron a parar al tacho de la basura. Acerque mi boca a uno de sus pezones y lo rodeé con mi lengua; las manos se ocuparon de la otra teta una, y de su pubis la otra. Monte de Venus poblado de oscuros pelos, se me antojó con un muñequito peludo. Encontré sus labios vaginales y los acaricié con suavidad. No tardaron en abrirse en flor y humedecerse.

Ella me pidió que le mordisqueara el cuello, hasta dejarle una marca; no me hice de rogar entre mis dientes y mis labios, le dejé varios incipientes moretones. Me lo agradeció con un profundo beso de lengua, que me llegó a las amígdalas. Su chumino se estaba lubricando y me suplicó que calmara su ansiedad, sobándome el nabo y pidiéndome que se lo introdujera. Como el mejor de los caballeros, ante el pedido de una dama, se lo arrimé a su entrada y sin que yo embistiera, mi sable se sintió tragado literalmente por su cleca, tal era la necesidad de macho que ostentaba.

No quise empezar el bombeo y sentí como su cintura se contoneaba en un movimiento circular, que me llevaba al paroxismo. Pocos segundos bastaron para que ese movimiento me hiciera acabar, aún sin desearlo convencido. Esperó unos minutos hasta que mi tronco se bajara y al salir de su pequeño escondrijo, nos tomamos otra copa.

Acostados en la alfombra, se puso boca abajo apoyada en sus codos. Aproveché para acariciarle las bien torneadas nalgas y proseguir por su tersa espalda. No pude contenerme y con mordiscos le fui erizando la piel, acercando mi virilidad a su negro agujero.

Ahí me detuvo y dándose vuelta me sobó los huevos a la vez que me besaba el miembro; a los pocos minutos mi boca en su concha y mi pija dentro de su boca. Dulcísimo 69 que nos arrancó las exhalaciones normales de una gran acabada. No sé qué pasó con mi semen (calculo que se lo tragó) y sé que pasó con sus jugos: los lamí hasta no dejar rastro. Esperó que se me bajara la erección y yendo al baño a buscar crema de enjuague, me la pasó por el enclenque palo y se frotó la cueva negra, diciéndome » Este es el momento oportuno para la enculada».

Usó sus dedos como calzador y ayudo a mi pene a penetrar en su recto. Tarea fácil y desconocida para mí (en ese momento me percaté como se hace un culo, sin que existan dolores de ambas partes). Encontrándose mi falo adentro, sentí como se iba agrandando y quedando apretado como por un guante, en toda su extensión y anillado en su extremo superior, debido a lo apretado de su orificio. La transpiración cubría nuestros cuerpos, gruesas gotas caían sobre el alfombrado piso y ambos cuerpos se estremecían de gozo. Crucé mis manos por su cintura y abordé su clítoris de regular tamaño.

La paja le supo de maravillas y me pidió que no parara hasta el final. No le saqué mi humanidad del interior de su intestino, y allí acabé con el mejor de los gustos que jamás hubiera experimentado. Mi frotación de su vulva y de su clítoris, dio resultados positivos, cuando profirió unos gritos que pudieron escucharse desde las habitaciones adyacentes, pasillos y hasta el ascensor, de aseguró que había llegado al placer deseado.

Acordamos zambullirnos en la templada agua que nos esperaba en la monumental bañera. Las sales y la espuma de baño, lograron el ansiado descanso a la carrera sexual. Sin secarnos, nos tiramos en la mullida cama y previa libación de una copa más de champagne, empezamos a revolcarnos sobre el edredón. Casi sin darnos cuenta, estábamos enfrascados en otra introducción. Me frenó y me pidió una nueva variante. De pie contra la pared. Levantó una pierna hasta casi mi hombro, dejando su chumino tan abierto como a la altura de mi verga. Una pequeña untada de crema enjuague… ¡Y adentro! Pude levantarla asiéndola por sus dos nalgas, contando con su ayuda, que con sus piernas me rodeó la cintura. A pesar del dolor de riñones, no cejé en mi intento.

Chupadas de tetas, mordisqueos en el cuello y el sube- baja de lentos movimientos, que nos henchía de placer. Cuando con grandes ronquidos acabé, creo que sólo unas pocas gotas de leche, entraron en su aterciopelada cueva. A sabiendas que ella no había acabado, y oponiéndome a su resistencia en tal sentido, llevé mi boca a su concha y con labios y dientes, en sus labios interiores y botoncito de placer, logré extraerle un nuevo y gozado polvo.

Me agradeció que hubiera satisfecho sus deseos y decidimos acostarnos para recuperar fuerzas. Nos habremos dormido por más de dos horas, cuando el teléfono nos informó que debíamos partir en menos de una hora. Sin previo acuerdo, nos echamos un polvo de despedida, baño de ducha y desayuno, previo a la salida hacia el aeropuerto, para reanudar el interrumpido viaje.

Al desembarcar en destino, nos despedimos efusivamente y volvió a reiterar su agradecimiento, halagando mi manera de tratar a una dama. Mi reflexión final: Una mujer puede ser fea de cara, pero tener belleza en el resto del cuerpo, y lo que es más gratificante e interesante es que su finura de gran mujer, no contrastaba con su enorme deseo sexual y su depurada técnica al respeto.