Capítulo 5

Zeks V

Para los que no recuerdan el anterior relato les pondré un poco al corriente.

Después de cortar con Santi, mi amante, decidí dar una vuelta y finalmente mi hermano me llevó a casa.

Recibí llamadas de Santi toda la semana en mi móvil y para evitarlo lo apagué y decidí dejarlo así.

Un acto cobarde, sí, pero en esos momentos no tenía ganas de hacerme el fuerte.

Principalmente porque si él me pedía que volviera lo haría. El amor es así, supongo.

Mi hermano intentó animarme, incluso quería que le contara porqué estaba así pero no podía.

¿Cómo podía explicarle que el que ahora era su mejor amigo me había desvirgado?

¿Cómo explicarle que éramos amantes?

¿Cómo explicarle que era gay y que quería a Santi? No, era imposible.

Dos semanas después a eso del mediodía llamó Santi a casa, supongo que se había dado cuenta de que el móvil estaba apagado a causa de sus llamadas.

Mi madre cogió el teléfono y gritó:

– Es Santi, pregunta por ti Dani.

Yo estaba cerca de mi madre, con la cabeza agachada, con los ojos llorosos y con ganas de gritar a pleno pulmón. Era Santi, mi Santi.

Mi madre se fue a la cocina con mi padre, ellos comían antes que nosotros.

Yo me quedé ahí, hipnotizado, mirando al suelo, soñando con sus labios carnosos, con sus manos suaves y firmes, con su tersa piel. Soñaba con cada caricia que Santi me había hecho. ¡Cómo le quería!

Apenas escuché la conversación de Dani con su mejor amigo, estaba demasiado ocupado pensando en él.

Todo transcurrió como en anteriores días. Yo seguía en las nubes con los recuerdos de Santi y el resto del mundo no me importaba.

¿ Me acompañas a hacer un recado? – Mi hermano sonrió.

Acepté, me levanté del sofá y pensé que no me vendría mal salir de casa a airearme un poco.

No recuerdo cuanto condujo, pero cuando bajé de mi nube me di cuenta de que aquel recado no era un recado normal. No íbamos a ninguna tienda pues en esa dirección solo había casas. La casa de Santi entre ellas.

¿Adónde vamos? – Exclamé nervioso, en mi mente solo resonaba el nombre del que había sido mi primer amante.

Santi me ha pedido que fuera y que si podía te trajera a ti conmigo. –Me puse nervioso y le dije, mas bien le grité, que parara.

–No sé por qué estáis así, pero quiero que se arregle, estoy harto de hacer de intermediario. Tú me dices que le diga que no estas y él me dice que te pongas. Si hay problemas los arregláis entre vosotros y no me metáis a mí en medio.

¡No! ¿Es que mi hermano no entendía que no podía verle ahora? Yo no quería volver a sufrir y si lo veía sufriría.

Dani me arrastró literalmente hacia la casa, por mucho que yo me resistiera.

Aunque, supongo que en el fondo quería ir. Y allí en el marco de la puerta, apoyado, estaba Santi.

Nuestra mirada se cruzó y me entraron ganas de correr hacía él y abrazarnos. Apartó la mirada y por unos instantes todo permaneció en silencio.

Hola Dani, hola Johnny – dijo sin ni siquiera mirarme – Venga, no os quedéis ahí, pasar.

Nos sentamos en el sofá del salón. Un escalofrío recorrió mi espalda, mientras recordaba las veces en las que nos habíamos amado en ese mismo sofá.

Levanté la mirada y vi sus ojos, ese fulgor ladino que solía tener había desaparecido; ahora tenía un extraño brillo melancólico.

Estuvimos hablando de todo lo que se suele hablar cuando no sabes que decir.

Había mucha tensión en el ambiente y aunque Dani intentaba dar conversación, no tuvo demasiado éxito. Finalmente se dio por vencido.

Estoy harto de esto, tenéis que arreglar lo que quiera que pase.

Me voy a ir a por tabaco, cuando vuelva quiero que os estéis hablando. Me llevo tus llaves.

El corazón me latía con fuerza y no era capaz de saber si Santi me miraba tan directamente por que lo oía o porque pensaba en mí.

La puerta se cerró detrás de mi hermano, pero apenas lo escuché. Solo pensaba en cómo salir de está.

Yo… He estado pensando en ti.

Es un comienzo. – Murmuré.

No quiero perderte.

No Santi, ya me has perdido.

Suspiré, me levanté y caminé hasta la ventana. Me apoyé en ella y me asomé por ella para notar el aire.

Yo… No eres uno más y lo sabes.

No, no lo sé. Dime que soy para ti. ¿El efebo de los sábados?

Vale, cuando empezamos me veía con otros, pero dejé de hacerlo.

Se levantó, se acercó a mí por la espalda.

Mi respiración se agitó. Una parte de mí lo deseaba, pero otra me gritaba que basta. Me dio la vuelta, dejándome frente a él.

Su mano alzó mi cara hasta que sus ojos y los míos se miraron.

Acercó sus labios a los míos. Mi cuerpo se estremeció. Aparté la cabeza.

Te necesito.

No digas eso.

Es la verdad.

Me harás daño. No quiero sufrir, Santi.

Te quiero, Johnny. No quiero perderte, no quiero estar sin ti. Supongo que eso de «no sabes lo que tienes hasta que no lo pierdes» es cierto.

Me quedé acongojado.

¡¿ Que le qué?! ¿¡Que le quieres cómo?! – Saltó Dani.

Santi se dio la vuelta.

¡Dani! No es lo que parece.

¿A no? – Pregunté yo.

Vale, lo es. Pero… Yo… yo no quiero hacerle nada malo.

No pude evitar sonreír ante ese nada malo, si Dani supiera la de veces que habíamos hecho «cosas malas» en esa casa…

– Espero una explicación, Johnny. – Dijo Dani en tono mas bien asombrado, mas que enojado.

Continúa la serie