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La Noche que comenzó todo

La Noche que comenzó todo

Llega un momento en la vida de una hombre en el que hay que tomar una decisión que afectará posteriormente a tu vida. A mí me llego, y mi vida dio un giro de 180 grados. Fue como si hasta un punto todo hubiera muerto, y yo hubiera vuelto a nacer.

Empezaré contando que por mi trabajo viajo mucho, y paso mucho tiempo fuera de casa. En uno de mis viajes a Barcelona, y después de casi 15 días sin relaciones sexuales, me decidí a visitar un afamado club de la ciudad, con la intención de probar algo completamente distinto a lo que había hecho nunca. Me tomé una copa y observé el ambiente. Había del orden de 50 chicas a cual más bonita. Se acercaban, te manoseaban un rato y si no querías nada se marchaban igual que habían venido. De pronto la vi a ella. Era alta con una larga melena rubia, unos pechos exuberantes y muy bien puestos y un cuerpo de mujerón. Se acercó, me dijo que se llamaba Sandra y que si quería probar algo distinto, a lo que yo asentí, me dijo que era travestí, que me haría gozar como nunca nadie lo había hecho, y aunque nunca antes había tenido relaciones homosexuales, pensé que había venido a buscar algo diferente, y esta noche sería lo más diferente que probaría en mi vida, así que, puse mis condiciones y llegamos a un acuerdo económico. Mis condiciones eran, que ella me convertiría en una mujer, y que me trataría como tal, que ella llevaría la iniciativa en todo, yo sería totalmente pasivo, incluso habría algo de sado. Nos bajamos a la suite. Era una habitación no muy grande, con un pequeño baño, una cama de matrimonio y un gran jacuzzi en un rincón. Ella entró y se sentó en la cama, y yo me quede ahí parado, observando la habitación. Me dijo qué a que esperaba, que me desnudara completamente. Me desnudé. Empezó a observarme. Debo decir que soy una persona que apenas tengo vello, únicamente en las axilas y en los genitales, soy bastante delgado y mido 1,70. Luego sacó una cuchilla y un poco de espuma de afeitar y me depiló el poco vello que tenía en mi cuerpo. A seguido me maquilló con unos colores muy llamativos, me puso unas braguitas blancas con encaje a la altura de la goma, un sostén, que rellenó con sus medias, unos pantis hasta la cintura, una minifalda y un top muy ajustado. Después me colocó una peluca rubia y me hizo ponerme unos tacones, los cuales me apretaban un poco debido a que no eran de mi número. Me puso frente al espejo y, lo que allí vi, hizo que mi pene se levantara como nunca lo había hecho antes. Allí estaba yo, convertido en una hermosa mujer. Estaba excitadísimo y haría cualquier cosa que me pidiera. Entonces ella se bajó la falda y las bragas y dejó al descubierto su pene, un pene que, sin llegar a ser enorme, tenía unas buenas dimensiones, por lo menos era más grande que el mío. Se colocó un preservativo, pues habíamos acordado que sería sexo seguro, y entonces me dijo:

“Vamos zorra, que hoy vas a saber lo que es ser una buena putita. Arrodíllate y empieza a comerme la polla, y hazlo bien si no quieres que me enfade”.

Me arrodillé y me metí todo su miembro en la boca. Me sorprendí a mí mismo al no dudar ni un momento, fue como un impulso, como si mi interior me dijera que era eso exactamente lo que tenía que hacer. Nada más metérmela, me gustó la sensación, y aunque el condón no me dejaba conocer su sabor real, era muy agradable tener aquel trozo de carne caliente en mi boca. Aún no la tenía muy dura y no me fue muy difícil tragármela entera. Entonces ella me dio un tortazo diciéndome: “Así no, zorra, tienes que utilizar los labios y la lengua, que no es un chicle”. Intenté no tocarle su polla con los dientes, y le debió empezar a gustar, porque notaba cómo se iba poniendo dura dentro de mi boca, hasta que me fue imposible tragar todo el miembro al mismo tiempo. Así estuve, chupándole la polla, durante un buen rato, hasta que me dijo: “Muy bien putita, parece que aprendes rápido. Ahora chúpame los huevos, métetelos en la boca y trátalos con suavidad”. Dejé su polla, y empecé a chupar sus huevos, completamente depilados, hasta que los metí dentro de mi boca. También fue una sensación agradable, y me gustó mucho su textura y sabor. Los acariciaba con mi lengua intentando no hacer movimientos bruscos para que no se enfadara. En esos momentos mi polla estaba a punto de estallar, cosa de lo que ella se dio cuenta, y me dijo: “Como te has portado bien, voy a dejar que te corras.” Entonces ella se desnudó y se sentó en la cama. Me dijo que me acercara, que empezara a pajearme y que me corriera en sus tetas. Con la excitación que tenía no tardé en alcanzar un orgasmo brutal, y toda mi leche fue a parar a sus pechos y tripa. Se tumbó en la cama y me dijo: “Mira cómo me has puesto, pedazo de zorra. Vamos, acércate y límpiame con la lengua. Quiero que no quede nada de tu leche, y saboréala bien, porque, a partir de ahora, va a ser una de tus bebidas favoritas”. Me acerqué, y solamente ver mi corrida hizo que se me revolvieran las tripas, pero pudo más la excitación que la razón, y sin pensarlo más me abalancé sobre ella y empecé a beber toda mi leche, y, al contrario de lo que pensaba, su sabor no era desagradable. Era un sabor salado, agradable, hasta el punto de que me agradó tanto, que cuando se acabó me quedé con ganas de más.

“Bueno zorrita, tú ya te has divertido, ahora debes darme placer a mí, que para eso estás aquí. Y lo que más placer me produce es romper culitos vírgenes como el tuyo. Vamos súbete a la cama y ponte a cuatro patas, que te voy a hacer toda una mujer”. Le pedí por favor que no fuera muy brusca, que era la primera vez que me sodomizaban, y ella me contestó: “Cállate zorra. Será como a mí me de la gana, y si te duele, te jodes. ¿No querías ser una zorra? Pues ahora atente a las consecuencias”. Y dicho esto empezó a untarme una especie de crema, que estaba muy fría, en mi culo. Luego acercó su polla a mi boca y me dijo que la chupara para lubricarla un poco, y otra vez volví a chuparsela con todas mis ganas, pensando que si le gustaba, a lo mejor no me la metía por detrás. Pero me equivoqué, cuando estaba bien dura, me la sacó de la boca y me dijo:

“Bien putita, ahora vas a saber lo que es ser una mujer, y ya verás cómo te gusta”. Entonces noté cómo la punta de su polla tocaba la entrada de mi ano. Cerré los ojos, pensando en lo peor, pero, al contrario de lo que ella había dicho, empezó a metermela muy despacio. Los primeros centímetros fueron algo horrible. Era como si me entrará un hierro al rojo vivo y me fuera partiendo en dos. Empecé a decirle que me la sacara, que no podía más, pero ella callada siguió empujando. Ya no podía más, empecé a llorar, pero ella siguió. En un momento dado, y yo al borde del desmayo, por el dolor, ella paró de meter, y me dijo: “Ya la tienes toda dentro, putita, ha costado meterla, pero tranquila que lo peor ya ha pasado. Has sido una zorrita muy buena. Ya verás cómo a partir de ahora te empieza a gustar. Sólo hay que dejar que tu agujerito se adapte un poco al nuevo inquilino”. Entonces se dejó caer sobre mí, sin sacar su polla de mi culo, y empezó a besarme el cuello y a tocarme los pezones. El dolor se iba calmando, y mi polla estaba a punto de estallar, porque aunque el dolor fue insoportable, mi polla estuvo a tope todo el rato. Entonces se volvió a incorporar y empezó a sacarla lentamente. Conforme la iba sacando, yo notaba una especie de vacío en mi culo, pero duro poco, porque al instante la volvió a meter. Entonces empezó a bombear lentamente, y, aunque no desapareció del todo, poco a poco el dolor y el escozor se iban quedando en un segundo plano, dando paso a una sensación de placer que nunca antes había sentido. Habían pasado cosa de quince minutos desde que me la metió por primera vez, y ahora entraba y salía con más soltura de mi dolorido culo. Ella entraba y salía de mí cada vez más rápido, y yo no pude resistir más y tuve el orgasmo más fuerte de mi vida. Fue algo indescriptible, me gustó, me sentía una mujer. Ella seguía, cada vez más rápido, hasta que sacó su polla de mi culo, me dio la vuelta y se corrió en mi pecho, y después repitió la misma operación que yo había hecho antes con ella, limpió mi pecho, manchado con su leche, con la boca, deteniéndose especialmente en mis pezones, cosa que me volvió loco.

“Qué zorrita ¿cómo te sientes? Ahora ya has perdido tu virginidad, ya eres una mujer. Ahora tienes que practicar mucho, para que ese culo se ensanche bien y no te duela cada vez que alguien te la meta. Y de eso me voy a encargar yo esta noche.” Y dicho esto, se tumbó boca arriba en la cama y me dijo: “Vamos preciosa, pónmela otra vez en condiciones que te voy a echar otro polvo. Ya verás cómo esta vez te gusta más.” Me arrodillé delante de ella y empecé a pajearla. Lo hacía suavemente, como tantas otras veces me había pajeado yo, pero era una sensación extraña estar meneando una polla que no era la tuya. Así estuve bastante rato, hasta que por fin su polla empezó a reaccionar. En ese momento me dio un condón, y me dijo que se lo colocara y que empezara a chupársela otra vez. Le coloqué el condón y empecé a chupársela como si fuera lo último que iba a hacer. Me encantaba tener su polla en mi boca, y deseaba tenerla de verdad, sin un condón por medio. Cuando la tenía completamente dura, me dio un empujón para que dejara de chuparla. Me cogió bruscamente de la cintura y me colocó de nuevo a cuatro patas sobre la cama. Se volvió a colocar detrás de mí, y me dijo: “Bien, ahora sí que vas a saber lo que es que te echen un buen polvo como a una puta”. Y sin decir más, me colocó la punta de su polla en mi culo, y me la metió toda de un golpe, sin miramientos. Yo me volví a partir de dolor, pero deseaba que siguiera. Entonces ella empezó a bombear rápidamente, como un perro en celo. A mí me dolía mucho, pero también estaba disfrutando como una perra, y en cada momento deseaba que me la metiera más dentro. Apoyé mi cara en la almohada y con las manos la agarré de las nalgas, estirando para que me diera más fuerte. Ella mientras tanto me decía: “muy bien zorra, te estás comportando como una buena puta. Vamos, pídeme que te folle, dime que te la meta más, dime que te gusta zorra, vamos”. “Siii, vamos fóllame, soy una puta, fóllame, rómpeme el culo, métemela hasta dentro, vamos, siii, más fuerte, más, fóllame, soy una puta.” En ese momento, ella me agarró la polla y empezó a pajearme, y a los dos meneos yo me corrí. Tuve un orgasmo increíble, y ella de dio a chupar sus dedos, empapados con mi leche, mientras seguía follándome, y yo se los chupé, como si le estuviera chupando la polla. Cuando ella estaba a punto de correrse, me la sacó, me dio la vuelta, se arrodilló delante de mi cara, y me dijo: “Quítame el condón y pajéame hasta que me corra en tu cara. Quiero ver esa cara de zorra que tienes llena de leche, como una buena puta.” Le quité el condón y empecé a pajearla, hasta que empezó a soltar chorros de leche que iban todos directos a mi cara. Notaba cómo ese liquido caliente iba chorreando por mis mejillas, párpados, nariz, labios, que yo cerré para que no me entrara nada en la boca, e iba resbalando por mi cuello y pecho. Yo me sentía la persona más feliz del mundo. Entonces me dijo: “Mira cómo te he puesto. Ahora te voy a tener que duchar.” Me cogió de la mano y me metió en el jacuzzi, y me dijo que me sentara. Luego se metió ella, se puso de pie sobre mí, y para mi sorpresa, empezó a mearme en la cara. Yo la retiré, pero ella me dio un tortazo y me dijo que ni se me ocurriera retirarla, que me tenía que dejar bien limpita. Yo volví a poner la cara debajo, y ella mientras me meaba la cara, iba restregándome la mezcla de sus meados con su leche, como si me estuviera limpiando. Cerré los ojos y la boca, y me dejé hacer. Cuando terminó, me ordenó que me vistiera con mis ropas y que me marchara así, todo lleno de semen y de orines, para que recordará el mayor tiempo posible mi condición de puta. Me vestí, le pagué lo acordado y me marché al hotel con el culo dolorido, pero con un nuevo sentimiento en mi interior que me decía que aquello me había gustado, y que debería repetirlo, o por qué no, ser así para siempre. Al llegar al hotel me duché, y mientras, me volví a pajear recordando todo lo que me había pasado esta noche. Me acosté, y estuve durmiendo hasta que sonó el teléfono de la habitación. Eran como las tres de la tarde del día siguiente, y la llamada era de recepción. Me decían que abajo había una señorita preguntando por mí, que su nombre era Sandra, que si la dejaban de subir. Me quedé unos segundos sin palabras, completamente sorprendido. “Oiga, oiga, ¿sigue usted ahí?”. “Sí, sí, perdone. Esta bien, es una amiga, déjenla subir”. Lo que pasó esa tarde fue increíble también, pero lo dejaré para una próxima entrega.

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