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Crónicas desde Lesbos I

Crónicas desde Lesbos

Ya oscurece y el termómetro no debe bajar de los treinta grados.

Odio el calor, la sensación de pegoteo generalizado y que se marque todo mi cuerpo a través de lo húmedo que se ha puesto mi vestido.

Es que mis tetas no son demasiado grandes y esta situación deja visiblemente expuesta la mala, muy despreciable jugada de mi maldito código genético.

Como lo explico: si me ven venir de frente lo más probable es que lo que primero resalte sea mi pálido y enigmático rostro y de ahí a mi cintura sin pausa.

Menos mal que mi cola está bastante bien, redonda, firme y proyectada hacia arriba, adoro que se vuelvan a mirarla tanto hombres como mujeres, pero mis tetas… si tuviera un bebé en este momento, lo más probable moriría de inanición. Sin la menor duda. Inexorablemente.

-De aquí nos vamos en metro.

Es Pamela. Me había olvidado completamente de ella. Me ha invitado al cine y la idea de pasar

un par de horas dentro de una sala con aire acondicionado me ha fascinado.

-¿Estás bien?-me interroga un tanto preocupada- Solo por curiosidad.

-Sí, perdona. Es el calor. Me pone de malas.

Bajamos las escaleras en silencio. Ella siempre respeta mis momentos de autismo, algo que es

muy raro encontrar en alguien, es muy buena amiga y eso que es dos años mayor que yo. Tiene veintitrés y somos inseparables. Harta confianza. Le puedo confiar todo.

-¿Crees que yo podría aparecer espontáneamente atractiva?-le pregunto sorpresivamente.

-¿Qué?

-Nada. Olvídalo.

-No espera. Es que me extraña que lo preguntes. Eres muy bonita.

-Sí, eso lo sé. Me refería más bien a si según tú soy simplemente bonita o si, en alto grado, soy también tirable.

-A ver, si yo fuera hombre diría que sí.

-¿Aunque no tenga tus pechos?

-Claro. Además siempre he pensado que tienes un culo exquisito.

El andén está despiadadamente lleno de gente. Cosa que siempre me ha incomodado.

Odio fervientemente estar rodeada de personas, me sofoca, apenas lo soporto y a esta hora el metro no ayuda mucho. Espero poder resistir el viaje. Son como veinte minutos de viaje claustrofóbico.

El vagón se detiene y abre las puertas.

De inmediato, sin control sobre mi cuerpo soy literalmente forzada, arrastrada, indefensa entre esa masa de cuerpos, a subir.

No alcanzan a entrar todos, no caben y los que estamos adentro formamos una masa compacta, todos pegados contra todos. Pamela delante de mí, dándome la espalda prensándome contra el tipo grande de atrás.

Trato de no moverme demasiado, con todo el alboroto me doy cuenta que mi vestido a quedado un poco subido dejando mi cola expuesta, pegada al tipo. Quién me manda a ponerme un vestido tan minúsculo y para peor con cola-less.

De la manera más discreta trato de acomodarlo, parar la subasta. Ni siquiera me atrevo a mirar al tipo. Pura vergüenza.

Entonces el tren se pone en marcha.

La Pame desde aquí atrás se siente exquisita. La abrazo por su estrecha cintura. Pienso que es horrible confesarlo, pero esta posición, la Pame, me calienta.

-Perdona que te de la espalda-me dice con complicidad.

-No te preocupes, si te dieras vuelta nos daríamos un beso-le contesto de igual forma.

-No me molestaría.

-Cállate.

En medio del túnel, de sorpresa, siento como una mano comienza a sobarme la cola, suavemente al principio, pero cada vez más bruscamente recorriéndola entera apretando fuertemente cada uno de mis glúteos, separándomelos, pulsando un dedo en mi vagina por abajo.

Entre sorprendida y asustada no se que hacer y lo dejo que siga jugando con mi sexo, sobándomelo por encima del diminuto calzón. Unos segundos y un calor inesperado sube a mi rostro. Aprieto a Pamela sin medir mis fuerzas.

– ¿Vas muy apretada?-me pregunta un poco incómoda.

Un poco.

Mala hora para tomar el metro ¿verdad?

Sí.

En ese preciso momento el tipo desliza su dedo hacia arriba, buscado el agujero de mi culo y pone su gran dedo sobre él, moviéndolo en círculos, presionando para entrar.

Como en un reflejo lo contraigo, pero lejos de interrumpir su perverso juego, presiona bruscamente tratando dificultosamente de entrar a toda costa en mi culo virgen.

Por más que aprieto mi esfínter este comienza a ceder dejando entrar de a poco el dedo de este hijo de puta.

Comienzo a sentir como se abre paso, una sensación que nunca antes había sentido. Me duele, pero a la vez se siente rico.

Creo que debido a esta razón que, ya abandonada a mi deseo, relajo mi anillo e inmediatamente puedo sentir como aquel intruso entra ahora, sin resistencia, completamente en mi culo.

Entonces comienza a jugar dentro de él, moviéndose, girando, entrando y saliendo, haciéndome enloquecer.

De pronto siento como bruscamente sube su dedo aun dentro de mi culo estirándolo hacia arriba:

-¡Auchh!-se me escapa un quejido mientras me empino sobre la punta de mis dedos como reflejo para aminorar el dolor.

-¿Te pasa algo?-me pregunta Pamela preocupada.

-Nada.

-¿Segura?

-Te lo prometo.

Miento. No sé porque. El tipo sigue con su dedo dentro, casi levantándome, con mi esfínter alargado, adolorido mientras recibe un segundo dedo ¡Uff! Mis ojos se humedecen.

Me duele, me arde. Casi como adivinándolo él ha dejado sus dedos quietos. Se los aprieto con fuerza, no con tanta fuerza.

Entonces todo comienza de nuevo, entran, entran mucho, salen, giran, dilatando mi agujero al máximo. Aprieto mis puños, empujo hacia atrás, fuerte.

El tipo se detiene, saca bruscamente sus dedos y pone algo más grande, tiene que ser la cabeza de su verga, la siento tibia, húmeda en mi culo, presionando por entrar. Sus manos separan mis glúteos y empuja.

No entra. Empuja con más fuerza.

Mi culo cede un poco. Aunque no ha entrado puedo sentir su cabeza perforándome mientras se cierran las puertas del vagón y el tren se pone en marcha hacia la próxima estación.

El tipo empuja con desesperación, de una vez… ¡¡Auchh!! Me muerdo los labios. Me está destrozando el culo, siento que se me parte, me la ha metido y ya siento como descansa dentro de mis intestinos, como bombea.

Y yo se la aprieto, suelto, se la aprieto de nuevo, pero ya casi sin fuerzas por el dolor. Otro envión y me atraviesa entera:

-¡¡Ayy!!-gimo de dolor.

-Cuidado no empujes tanto-me advierte Pamela.

-Perdona. Me han empujado a mí…

Casi me desmayo. Estoy pálida, el dolor me llega hasta el estómago, es espantoso y ahora comienza a moverse, entra, sale, mi esfínter a punto de rasgarse, el movimiento se hace eterno, ya no lo disfruto, quiero que termine.

Me lo hace cada vez más rápido.

Mis ojos se llenan de lágrimas mientras un liquido caliente, muy caliente, se desparrama dentro de mis intestinos. Rápidamente se retira, justo antes que se abran las puertas. Me hace un lado. Sin mirarlo, no quiero que me vea llorar, siento como su cuerpo pasa bruscamente por mi lado, me empuja. No sé más de él.

Estoy a punto de llorar. Me duele mucho. El líquido comienza ha escurrirse entre mis piernas. Me siento mal. Me duele, como si todavía estuviera ahí dentro, como si no lo hubiese sacado, me escuece.

-Estás pálida-me enfrenta Pamela visiblemente preocupada.

-¿Cuántas estaciones nos quedan?

-Cinco.

Las lágrimas corren por mis mejillas.

-Por favor, dime lo que te pasa-me suplica mientras me abraza.

Entre sollozos le cuento que me han violado, que me han destrozado el culo hace un momento, que no se quién fue, ni siquiera lo vi:

-…Estaba detrás de mí y…creo que…de alguna manera, se lo permití.

-¿Bromeas?

-Velo por ti misma.

Mientras me abraza, Pamela baja una de sus manos hasta mi cola y la palpa:

-¡Hijo de puta! Estás empapada, pegajosa…

-Y me duele.

-¡Eres idiota! ¿Cómo no me has dicho nada?

-Tenía miedo. No sé. Pero no me digas nada, ya me siento bastante mal…

-Tonta. Déjame ver que es lo que hago contigo.

Pamela logra ubicarse detrás de mi y con el pretexto de dejar su bolso en el suelo para abrirlo, logra quedar justo a la altura de mi cola. Siento como me palpa, me revisa y comienza a secarme con su pañuelo. Entonces se levanta y me susurra al oído:

-Te metieron un buen pedazo. Tienes el culo todavía abierto. Al menos ya te he secado aquella fea mezcla de sangre y semen.

-Me arde un montón.

-Quédate quieta. Ya vuelvo.

Otra vez su bolso. Saca algo y vuelve a pararse detrás de mí.

-Voy a colocarte una crema. No te muevas.

Siento como esparce suavemente la pomada por toda mi cola. Está helada. Sigue sobándome hasta llegar a mi agujero:

-Cuidado. Me duele.

-Cállate.

Sus dedos siguen masajeando mi culo hasta que me introduce uno de ellos untándome por dentro.

-¡Auchh! ¿Qué haces? Saca el dedo.

-Te tengo metido dos.

Sigue jugando con ellos en mi entrada. Un tanto avergonzada noto que mi sexo se humedece. Se siente bien. Trato de levantar mi cola echándola hacia atrás dejando los dedos de Pame totalmente introducidos, jugueteando suavemente, cada vez más exquisitamente, dentro de mi adolorido culo.

-¿Tienes espacio para otro?-me pregunta maliciosamente.

-Si-le contesto apenas.

Entonces mi agujero se dilata a medida que entra un tercer dedo. Me está volviendo loca.

Me balanceo suavemente de atrás hacia delante. Lo siento totalmente lubricado. Pamela comienza a moverse como si me estuviera cogiendo. La miro de reojo. Me humedezco los labios. La idea de tenerla así, es horrible admitirlo, pero me excita en extremo. Apenas contengo las ganas de correrme. Sus dedos aún entran unos centímetros más.

Estoy totalmente corvada hacia atrás mientras ella aprovecha de meter sus dedos lo más que puede, empujando hasta que sus nudillos quedan casi por entrar.

Tengo un orgasmo. Pamela lo nota, pero sigue entrando y sacando sus dedos un momento más, prolongando mi orgasmo, jugando con las paredes de mi recto hasta que termina sacándolos. Se agacha, toma mis glúteos, los separa y me da un beso en el culo, uno suave, tibio, para luego acomodar mi vestido y pararse nuevamente detrás de mí.

-Es hora de bajarnos-me susurra agitada mientras pasa su mano por mi cola.

-No sé si pueda.

Me toma de la mano y me tira hacia fuera, hacia el andén. Me cuesta caminar, me siento toda pegoteada, estoy adolorida. Por fin afuera le digo que espere, que no aguanto el dolor.

-Te dije que tenías un culo exquisito ¿verdad?-me dice mirándome fijamente a los ojos.

Le doy una fuerte bofetada. Sorprendida me mira y sonríe. Me toma del brazo y me dejo llevar hacia la salida. La detengo un momento y le doy un beso, un gran beso.

-Gracias-le digo casi a punto de llorar.

-¿Qué?

-Nada.

-Tonta. Te quiero.

-Yo igual.

Luego, nada. Dos chicas abrazadas, riendo, entrando en un cine.

Continúa la serie Crónicas desde Lesbos II >>

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