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Crónicas desde Lesbos IV

Crónicas desde Lesbos IV

Más allá, bajo la luz de la luna, puedo ver a Pamela que baila, como en trance, alrededor de la fogata con las demás.

Hace frío. Estoy tiritando. Y está la neblina…

Es un espectáculo extraño.

Doce chicas bailando en medio de un bosque, en medio de la oscuridad, vestidas apenas con una delgada, casi transparente, malla de lycra frente al fuego mientras una anciana muy fea marca el ritmo con una especie de cántico, uno horrible, tanto que me asusta.

Parece un conjuro y nosotras las jóvenes brujas de turno. No me atrevo a unirme a la danza, además que esta malla me incomoda un montón.

Es como dos tallas menos que la mía y se me mete por todos lados.

No entiendo a la Pame. Se supone que íbamos a salir a bailar con unas amigas suyas, pero esto es demasiado.

De suerte no amanezco con una gripe que me lleve a la tumba.

Lo que me faltaba. La vieja, que hace un momento tiene la vista fija en mi, me hace un gesto para que me acerque a ella.

Me fijo que sus ojos son blancos, como de alguien que sufre un severo caso de cataratas, lo que junto con su largo cabello de viruta blanca y su figura cadavérica, como recién sacada de un tratamiento fármaco-dependiente, terminan por darle un aspecto de veras que repulsivo.

Todavía no sé por que me acerco hacia ella.

De cerca, así sentada como está, es aún más impactante, una verdadera momia.

-¿Por qué no bailas con las demás? –me pregunta con voz de ultratumba.

– Este..la verdad es que no me sé los pasos…

-Eres muy linda –me dice mientras pasa sus manos, sus muy frías manos, sobre mis muslos- ¿Cuál es tu nombre?

-Gracias. Me llamo Mila y creo que aquí hace demasiado frío.

-Para eso tienes que bailar junto al fuego…

Al tiempo que dice esto pone uno de sus largos, muy largos y huesudos, dedos sobre mi vagina, empujando la lycra y entrando en mi ranura, sobándomela.

Asustada doy un pequeño salto hacia atrás. Le digo que si, que mejor me uno a ellas y le doy la espalda para irme junto a Pamela.

En eso recibo un fuerte y certero golpe en plena cola, uno que me hace dar un grito.

La vieja idiota me ha pegado con un bastón y se está riendo, mostrando sus escasos dientes amarillos.

Menos mal que no me agarró a besos. Vieja maricona. Furiosa me pongo detrás de la Pame:

-Me voy ¿Te quedas o te vas conmigo? –le digo sin disimular mi enojo.

-No seas fome. Cinco minutos más. Baila conmigo –y me toma de la mano.

-¿De que museo sacaste a la anfitriona?¿De uno en Transilvania? Un baile más y…

Me calla con un beso.

Me aprieta fuerte hundiendo su tibia lengua en mi boca.

Me suelta y se pone a correr alrededor de la fogata sin soltarme la mano.

Voy detrás de ella.

Todo se vuelve tibio.

Me río junto con ella.

Parecemos unas pendejas.

En uno de los giros caemos abrazadas al suelo, revolcándonos hasta que queda encima mío, con nuestros rostros frente a frente.

Nunca la había visto tan linda.

Parece una ninfa. Nos volvemos a abrazar, a palpar nuestros cuerpos apenas disimulados bajo la fina lycra, tan fina que más parece una segunda piel.

Nuestros pechos se rozan durante el balanceo al igual que nuestros sexos húmedos.

Cierro mis ojos y entreabro mis labios a medida que mi respiración se agita, a medida que su cadencioso roce me vuelve loca.

Se me escapan unos pequeños gemidos, apenas susurrados en su oído, señales de un orgasmo secreto, prolongado, femenino, dulce, compartido, empapado de su exquisito perfume, el suyo, marca Pamela.

Nos quedamos así sobre el piso, en medio de las demás chicas que siguen bailando sin parar, una verdadera instantánea desde Lesbos, sin imaginar lo que venía…

En un segundo todo se alborota, se llena de polvo, de ruido de cascos de caballo, de gritos de chicas que corren desesperadas.

En medio de la confusión puedo ver como unos jinetes encapuchados nos rodean, nos azotan a punta de latigazos, nos tiran del cabello, nos suben a sus bestias.

Casi sin darme cuenta de lo que pasa, veo como se llevan a la Pame, como soy suspendida en el aire y puesta casi como un bulto sobre el animal, apoyada solo en mi estómago sin poder mirar el rostro del hijo de puta, el mismo que me sostiene fuertemente, que pincha uno de mis glúteos, que me insulta y que intenta meter sus dedos dentro de mi coño mientras todo se vuelve borroso hasta que no puedo ver nada…ni sentir nada.

Despierto perdida, extendida boca abajo, atada sobre un frío bloque de piedra, en una posición que deja mi cola proyectada hacia arriba, sobre el nivel que sigue mi cabeza. Intento mirar hacia los lados, no está muy claro.

Más allá, sobre otra piedra, puedo ver a la Pame y a otras chicas en la misma posición en que estoy.

Entonces me doy cuenta que permanecemos sobre unas especies de altares los que están rodeados por una serie de cirios que forman un círculo, uno para cada chica, dentro de lo que debe ser una muy amplia y fría habitación.

Trato de llamar a la Pame. Me doy cuenta que estoy amordazada.

Tengo miedo. En medio de la oscuridad, parecemos pequeñas luciérnagas a punto de ser devoradas por su depredador natural. Estoy temblando.

-Por fin has despertado.

La voz hiela mi sangre. Es la vieja repugnante, sentada enfrente mío, mirándome toda divertida.

-Les he pedido a ellos, como un favor especial, hacerme cargo personalmente de ti. De preparar tu iniciación.

¿”Ellos”? ¿Iniciación? ¿De qué está hablando? Espero que esta vieja esté loca de remate, aunque todo esto parece mucho más que un simple juego.

-Veamos.

Diciendo esto, se levanta y pone una de sus manos en mi espalda, ¡Auch! Siguen mortalmente frías, aún por encima de la lycra.

Pone un dedo sobre las vertebras de mi cuello y desde ahí comienza a descender lentamente siguiendo, dibujando, la línea de mi columna hasta que lo introduce en medio del surco que separa mis nalgas.

Todo sumamente despacio, a su modo primitivo de suavidad.

Entonces comienza a presionar un poco más, como clavándome su huesudo dedo a medida que pasa por encima del agujero de mi culo, lo detiene un momento, hace un pequeño giro en circulo y continúa hasta que se mete entre los labios de mi vagina.

Comienza a sobármela, a presionar, ya con dos de sus dedos, por encima de la lycra, a hundírmelos dentro, a jugar con mi clítoris, humedeciéndome.

En un momento, no sé cómo, quizás con su uña, rasga la tela y puedo sentir sus largos dedos fríos entrando enteros dentro de mi concha.

¡Mgghh! Comienza a moverlos de adentro hacia fuera…cada vez más rápido…estoy cada vez más empapada, con una mezcla de asco y placer.

Se detiene. Saca sus dedos y vuelve hacia arriba, hasta mi ano, presiona, introduce uno de ellos…¡mgghh!… hasta el fondo, estirando la lycra, girándolo, dilatando mi esfínter:

-Veo que no es primera vez que alguien entra por acá ¿No es así linda ramerita?

Entonces bruscamente, rasgando la delgada tela, inserta otro de sus dedos. El dolor me saca lágrimas. Juega con ellos, los mueve contra las paredes de mi intestino, me rasguña y los saca.

-Ya estás lista –me dice mientras con sus manos me soba la cola, exprimiéndola –Fue un placer –se despide dándome una palmada.

Lo que vino fue muy confuso. Los cirios se apagaron y entre gritos y jadeos fui follada por una sombra que empujaba brutalmente dentro de mi vagina, no sé si fue una o varias, o si me desmayé, la cosa es que sentía como era bombardeada por pequeños chorros de semen caliente que caían sobre mi cola.

El caso es que había quedado pegoteada entera, aturdida, entonces me sacaron la mordaza. No podía ni llorar, estaba exhausta.

-¡Mila! ¡En nombre de la secta quedas iniciada!

Era otra vez la voz de la vieja.

No lo podía creer.

Cada uno de los doce nombres de las chicas fueron dichos en voz alta, el de la Pame también.

Me puse a llorar.

No podía contenerme.

Sentí como me clavaban otra vez una aguja en el glúteo.

Seguí llorando hasta que me dormí…

Despertamos nuevamente en medio del bosque, ya estaba claro.

El espectáculo era apocalíptico.

Doce chicas quejándose, con sus ropas desgarradas, humilladas, ayudándose mutuamente a llegar y subir a sus coches estacionados.

No sé como la Pame pudo manejar hasta mi departamento, yo apenas pude caminar.

Ninguna de nosotras quería mirarse a la cara.

Ya en el departamento, juntas en la ducha, pudimos llorar juntas.

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