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Aprobada por los pelos

Aprobada por los pelos

Mi profesor tenía pinta de no haber practicado el sexo en su vida.

Parecía que únicamente le importaba la filosofía y parecía que estuviera pensando siempre en sus libros.

Era un chico joven muy desgarbado, con el pelo rizado castaño y con unas gafas que no le hacían nada atractivo para mis compañeras de estudios, aunque a mi si que me atrajera con locura.

Cuando me encontraba en sus clases siempre me quedaba embobada pensando en que habría debajo de esa ropa tan simple que llevaba.

Yo sabía que él había notado mis miradas y estaba convencida de que le ponían nervioso. Me excitaba pensar en su nerviosismo.

Pero todo quedaba ahí, en unas simples miraditas.

El día del examen final de su asignatura pude pasar la mayor vergüenza del mundo.

Me pilló copiando, pero en vez de anunciarlo delante de toda la clase únicamente me dijo que saliera fuera y que me acercara a su despacho después del horario del control.

Me puse nerviosísima y no supe que hacer.

Estuve pensando en como podía convencerle para que no me suspendiera, pues era la única que me faltaba por aprobar.

Mi mente se había quedado en blanco y, después de todo, pensé que fuera lo que pasara no se iba a acabar el mundo por ello.

Esperé en la puerta de su despacho a que llegara.

Cuando acabó el examen él con la mayor rapidez se dirigió al lugar de la cita.

Yo lo vi llegar por el pasillo y pude apreciar en su rostro una gran ruborización al verme.

Él estaba más nervioso que yo, y eso era un hecho bastante palpable en el ambiente.

Me quedé extrañada por la situación, ya que yo era la que tenía que estar avergonzada y no él, pero eso me gustó y pensé que podía sacarle partido.

Él abrió la puerta y me indicó con un gesto que pasara delante de él.

Yo me apresuré a utilizar mis artimañas y cuando pasé, le rocé con mi culo su mano.

No pude ver la cara que puso, pero a mi me gustó con locura pensar que se hubiera puesto cachondo.

– Siéntate- me dijo señalándome una silla enfrente de su escritorio.

Cuando lo hice me di cuenta de que mis muslos quedaban bastante a la vista y de que él se había dado perfecta cuenta.

No era capaz ni de mirarme de lo ruborizado que estaba. Pude comprobar que estaba totalmente colado por mí y eso me excitó con locura.

Me pareció buena idea darle un gusto al cuerpo y pensé que él era la mejor persona para ayudarme en mi situación.

Con delicadeza me levanté de la silla y cerré la puerta con la llave que estaba puesta en el cerrojo. Él se quedó mirándome y bien sorprendido dijo:

– Pero ¿qué está haciendo usted señorita?.

– Nada, es que así estaremos con mayor intimidad, ¿no cree?.- y diciendo esto me volví a sentar enfrente suyo. Él estaba petrificado, no sabía que me proponía hacer pero la curiosidad le ataba de pies y manos. Únicamente podía mirarme y callar. Yo, una vez sentada, abrí las piernas para que él pudiera ver mis braguitas. Yo no le quitaba ojo de encima y él se quedó perplejo mirando mi ropa interior. Cuando sabía que él tenía buena panorámica mi mano empezó a rozar mi tanguita y yo empecé a gemir de placer. Seguía rozándome sin parar y derrepente me bajé las bragas y dejé al descubierto mi coñito depilado y todo húmedo. Volví a la misma posición y sin dejar de mirarlo volví a rozarme. Esta vez me acaricié el clítoris y mis gemidos subieron de tono. Él seguía mirando sin poder moverse y yo cada vez estaba más caliente.

Mis dedos empezaron a introducirse dentro de mi vagina y mis líquidos empezaron a emerger.

Mi cuerpo se convulsionaba con los movimientos de mis dedos y me retorcía sin parar de gemir extasiada.

Cuando pensé que ya no me bastaba yo sola me quedé mirándolo y le dije:

-Vamos, acércate, estoy esperándote hace rato.

Él, como si fuera un muñeco de cuerdas, se acercó a mi y se quedó plantado delante. Pude ver con certeza que su pene estaba a punto de explotar y eso me excitó con locura.

-Arrodíllate, vamos.- le increpé.

Él sin más dilación se arrodilló y yo le puse las piernas en sus hombros.

-Vamos, soy tuya, dame placer.- le dije sin parar de gemir.

Mi profesor me cogió de los muslos y acercó su lengua a mi sexo.

El contacto con mis jugos me puso más cachonda que nunca y le grité extasiada que no parara.

Él ya se había soltado y me lamía y mordía como si estuviera loco.

La excitación fue en aumento cuando empezó a introducirme su dedo por mi coñito chorreante.

Con la otra mano me arrancó el mini suéter, el sujetador y me pellizcaba los pezones.

Mi éxtasis iba en aumento, pero logró superarlo cuando me levantó un poquito más la cintura y dejé mi culo en pompa enfrente de su cara.

Él seguía moviendo con una violencia agradable sus dedos en mi coño, pero ahora también introdujo un dedo en mi ano.

Eso me hizo chillar, primero de dolor y después de placer. Movía y movía sin parar sus dedos dentro de mis orificios mientras yo le rogaba que no parara.

Cuando me hube corrido no se cuantas veces él me indicó que me subiera a la mesa y me pusiera en la misma posición en la que estaba, espatarrada hacia él.

Lo hice sin pensarlo dos veces, esperando que me introdujera su verga ya totalmente empalmada y caliente.

Se bajó los pantalones y dejó a la vista una polla no muy larga pero si muy gorda y roja.

-Métemela, métemela, quiero que me la claves ahora.- le chillaba mientras él me miraba sonriente.

Su cara había cambiado por completo. Ya no parecía el profesor calculín que pensaba que era. Ahora parecía más fuerte, más hombre, más dominante, y eso me gustaba muchísimo.

Él sin pensárselo, de un estacazo, me clavó su verga en mi coño mojado por mis corridas.

Las embestidas eran tan fuertes que tuve que tirarme hacia atrás.

Ahora mi espalda reposaba encima de la mesa.

Él me levantó las piernas mientras seguía clavando con fuerza una y otra vez su polla en mi sexo.

Mis gemidos aumentaban por momentos.

No me importaba que los profesores vecinos me oyeran, no podía parar de gritarle que me follara sin parar. Y él me obedecía una y otra vez.

-¿Te gusta verdad?.- me preguntó extasiado.

-Si…, no pares…, no pares… sigue, sigue.- gemía sin saber muy bien si me oía.

-Voy a correrme en tu boca, ¿quieres?.- me preguntó mientras sacaba su polla enrojecida de mi coño y me la acercaba a la boca.

-Si, quiero beberme toda tu leche, tíramela encima, vamos.- le suplicaba mientras con una mano le movía con rapidez su pene de arriba a abajo.

No pudo soportarlo más y su leche salió a borbotones de él, yo, con mi lengua, intentaba tragármela toda sin dejar nada.

Cuando hubo terminado me relamí lo que todavía quedaba en mi boca y me bajé de la mesa. Me puse delante de él y lo hice sentar en la mesa.

Yo estaba toda desnuda y me arrodillé para mamársela entera.

Él apoyó sus brazos hacia atrás en la mesa y se dejó hacer.

Mi lengua le recorrió el miembro y este volvió a crecer de pronto.

Cuando llegaba a su glande jugaba con él y se lo mordisqueaba, cosa que le gustaba por la forma en que suspiraba al hacerlo.

Me la metí en la boca y empecé unos movimientos suaves para pasar luego a unos más acelerados.

Mi boca subía y bajaba sin parar una y otra vez, mientras mi mano acariciaba sus testículos.

Me la metía entera porque había veces que a la misma vez podía lamer sus huevos.

Eso le provocaba convulsiones de placer.

Se puso tan excitado que se incorporó, me cogió la cabeza con sus manos y empezó a moverla con fuerza para que toda su polla me entrara en cada embestida que me daba.

A mi me produjo cierta angustia pero él no paró y al final pude acostumbrarme.

-Quita voy a correrme.- me gritó.

Yo me quité para que se corriera de nuevo en mi cara y yo pudiera jugar a coger su semen caliente.

-Vamos, cómetelo todo, chúpalo, vamos, trágatelo.- me decía mientras a mi me chorreaba la cara de su líquido blanco.

Estaba desnuda, arrodillada delante de él, con su semen en mi cara y con mi coño empapado de flujo.

Esto debió ponerlo de nuevo cachondo porque no quiso acabar la faena sin penetrarme por el culo.

-A cuatro patas.- me chilló, y yo obedecí impaciente de que me volviera a follar.

Me puse como él me había ordenado esperando sus embestidas que no tardaron en llegar.

Yo me había masturbado anteriormente con alguna que otra hortaliza por el ano, pero nunca me habían follado por detrás.

Estaba tan caliente que no me acordé de decirle que tuviera cuidado y cuando me la metió de un golpe seco y fuerte grité de dolor.

Él había encontrado mi orificio bien mojado y no tenía ningún problema en clavar una y otra vez su estaca en mi ano.

-¿Te gusta?.- me preguntó.

Yo chillaba sin parar, mientras él con las manos me cogía con fuerza las tetas.

No me dio tiempo a responderle que me dolía porque poco a poco ese dolor se convirtió en placer y volví a chillar, pero esta vez para pedir que no parara.

Parecíamos dos perros follando en la calle, esta postura me excitaba con locura.

Él no paró de taladrar mi culo hasta que noté su semen correr por mi agujero y un gemido suyo me indicó que se había corrido.

Me giré y esta vez no intenté coger su leche al vuelo sino que me introduje su polla en mi boca y le chupé todo lo que seguía saliendo.

Cuando hube limpiado su miembro, le pregunté:

-¿Estoy aprobada?.

– Por supuesto que sí, pero vas a tener que venir a dar clases de repaso.- me contestó.

– No hay problema.

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