Lección de latín.

Soy alumna de una tradicional escuela privada inglesa para señoritas.

De esas que creen que las buenas maneras, la educación, el deporte y la disciplina, lo son todo en la vida.

Tengo un tutor asignado, al cual le toca premiarme y reprenderme de acuerdo al comportamiento y avances escolares.

Así que, para no suspender mi examen de Latín… le copie a la compañera de a lado.

El maestro de Latín me sorprendió y le dio el reporte a mi tutor. Como el honor, la confianza, la honorabilidad y demás pavadas se valoran mucho en esta escuela, seguro me toca reprimenda.

El tutor me llama a la oficina y me aparezco con la mini falda blanca de tenis de la clase de Educación Física. Generalmente en estas ocasiones las peroratas van así…

-Señorita, usted ha defraudado la moral, y la confianza de esta institución que es su hogar, además de a quienes le rodean… etc, etc.

Y eso es lo que creo que me tendré que aguantar.

Pero en esta ocasión, solo noto que mi tutor, se sienta en una silla y me llama hacia el.

En un tono bajo y firme me dice que me acueste boca abajo sobre sus piernas.

Comienzo a temblar, nunca lo había visto tan enojado y decidido; así que obedezco sin chistar.

Me levanta la corta falda, y me baja la braga, y puedo sentir su mano firme y grande suspendida en el aire.

La baja suavemente y casi como con un suspiro me acaricia las nalgas, las recorre como limpiando terreno, como preparando el campo de batalla.

Sólo entonces dice:

-Dos palmadas bien dadas, suelen corregir para siempre la falta. Espero que aprenda algo en esta ocasión, señorita.

Sabiendo lo que me espera, cierro los ojos y los puños para soportar mejor el dolor.

Puedo sentir como vuelve a levantar la mano, ahora a una distancia mayor y súbitamente la deja caer duramente sobre mis nalgas.

El dolor es tan intenso que mi cadera brinca y cambia de lugar.

A pesar del dolor, no grito o lloro, solo me muerdo los labios y espero que esto termine rápidamente.

El hecho de que no haya gritado o llorado, le indigna y me toma firmemente por la entrepierna para reacomodarme sobre sus piernas.

Al hacer eso, puede sentir que sus caricias previas me han humedecido.

Sin decir una palabra…, pasea someramente su dedo por mi húmedo clítoris, y al hacerlo me humedece aún más.

Por un momento me he olvidado del dolor, que aun hace palpitar mis nalgas, y cuando menos siento me deja caer la mano una vez más.

Como ahora me sorprendió, dejó escapar un doloroso grito; a la par que mi ser vuelve a brincar.

Sin tardar un segundo, con una mano me quita las bragas que aun tenia a media pierna, y con la otra me frotaba intensamente el coño.

Cuando comienzo a gemir, me ordena que me ponga de pie, y abra bien las piernas.

Entonces se arrodilla frente a mi, y con suavidad me abre los labios vaginales, con firmes y suaves lamidas me recorre de la vulva hacia el coño, para hacerlo con mayor intensidad, me toma por las nalgas, que aun resienten ser tocadas.

Cuando me mete la lengua, hace que una de sus manos vuelva a mi clítoris me frota intensamente, provocándome gran placer, mismo que dejó oír.

Cuando estoy a punto de venirme, se levanta y rápidamente descubre su erguida polla, la cual me inserta veloz y certeramente.

Me deja sentir sus empellones hasta que me vengo ruidosamente.

Solo entonces la saca, y frenéticamente se la frota con una de las manos, hasta agotar toda su leche.

Una vez contenida en la mano, me la unta con suavidad en las nalgas, hasta que las manos le quedan secas.

Levanta mis bragas del suelo, tendiéndolas con una mano hacia mi.

Y mientras me las pongo dice:

-Espero que haya aprendido algo en esta ocasión, señorita.

-Ahora, puede retirarse.