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El maletero I

El maletero

Estaba resuelto a realizar aquella fantasía antes de mi boda, y aquella diosa de mis sueños había tenido la gracia de concedérmelo; estaba en mi coche conduciendo hacia la dirección que ella me había dado, nervioso pero tremendamente excitado.

Finalmente llegué a la calle, giré la esquina y aparqué el coche en un hueco.

Tomé mi móvil y la llamé, comunicándole que ya había llegado.

Me dijo que esperara. Eran las 8 de la tarde del domingo.

Habían pasado diez minutos más o menos cuando apareció ella, preciosa, altiva, orgullosa de sí misma; lucía una falda por encima de la rodilla y una blusa, con unos zapatos negros de medio tacón.

Miró alrededor, me vio y se dirigió hacia el coche, se metió dentro a mi lado y me dijo que arrancara.

Me dirigió hacia un garaje a la vuelta de la esquina, en el que entramos; encendí las luces y buscamos un rincón apartado.

Había muchos coches en el garaje, por lo que pasaríamos desapercibidos.; finalmente Ella eligió un rincón apartado, tras unas columnas, con pocos coches en las inmediaciones.

Bajamos del coche y lo primero que hice fue arrodillarme a sus pies y besárselos, en prueba de agradecimiento por su infinita bondad y su paciencia conmigo; me permitió pasar unos minutos en aquella actitud, pero pronto me hizo levantarme, pues me dijo que no tenía mucho tiempo.

Me hizo desnudarme por completo, de pies a cabeza, y meter la ropa en una mochila; lo hice rápido y temeroso, mirando a todos lados por miedo a que alguna persona bajara al garaje y nos viera en aquella acción, pero ella estaba tan tranquila e impasible, que me tranquilizó.

Cuando estuve completamente desnudo se acercó a mí y tomó mi pene entre sus manos; estaba totalmente erecto y duro, de lo que se rió, y sin soltarme me tendió una especie de calzoncillo de látex; tenía dos particularidad, una es que en la parte del ano tenía un dildo, y que una vez ajustado el slip se quedaba firmemente introducido en el recto, y la segunda es que había una funda para el pene, con unas ventosas para ajustarse al bajo vientre, y que estaba unida a un tubo que terminaba en una especie de máscara.

Me lo enfundé, me ajusté el dildo en el trasero y ella lo comprobó; al ponérmelo mi pene también fue enfundado en su receptáculo, ayudado por las sabias manos de la diosa, y quedó la máscara colgando a mi costado.

Me hizo poner mis manos a la espalda y me las ató con una larga cuerda, con la que dio bastantes vueltas a mis muñecas y luego la fijo a mi torso, de manera que no podía ni mover un solo dedo.

Entonces nos dirigimos a la parte trasera del coche; abrió el maletero y se lo encontró inmaculado, vacío y despejado; con un gesto de su cabeza me ordenó meterme dentro, lo que hice sin tardanza, acomodando mi cuerpo en el pequeño espacio.

Ella se puso a manipular otra cuerda con la que me ató los pies y las rodillas, dejándome totalmente inmovilizado, y como colofón, satisfecha por su labor, se desprendió de sus braguitas y me las metió en la boca, a modo de mordaza.

Estaban empapadas por sus jugos, los que saboreé como un exquisito manjar.

Me dijo que no podía orinar hasta que ella volviese, y con un guiño cerró el capó, dejándome a oscuras. Oí el repiqueteo de sus zapatos alojándose, y me quedé a solas con mi soledad.

La magnitud del espacio y el paso del tiempo en aquellas condiciones se hizo insondable, sin saber si era día o noche, o las hora que corría; allí estaba yo conmigo mismo y la idea de que estaba totalmente en las manos de una criatura maravillosa que me entendía y hacía por satisfacerme, satisfaciéndose ella misma.

El ritmo se estableció en función del trabajo de mi diosa; la primera vez que volvió al coche fue el lunes a las dos de la tarde, cuando regresó del trabajo.

Estaba en un estado de sopor cuando sus tacones me trajeron a la realidad a medida que se iban acercando al coche; escuché el cierre centralizado al abrir la puerta, cómo era la trasera la que se abría y el movimiento del coche cuando Ella se sentó en el asiento trasero.

Manipuló el respaldo y abrió una pequeña porción del mismo, por donde metió la mano y asiendo mi cabello, me hizo sacar la cabeza hasta el asiento.

La situación la pintaba propicia para hacer lo que hizo a continuación, algo que ella sabía que me obsesionaba y algo que yo esperaba con anhelada ansia; levantó su cuerpo por encima de mi cabeza, lo desplazó hasta dejarlo justo encima y, mirándome a los ojos y sonriendo, dejó descansar su cuerpo sobre mi cara.

Era tremendo, era mi sueño, era todo lo que podía desear, su culo cubrió por completo mi cabeza, la cual se hundió en el asiento por su peso.

Mi nariz quedaba a la altura de su sexo, presionando sus braguitas, pero ella metió la mano entre sus piernas, separando la tela y permitiendo que mi nariz quedara enterrada entre sus labio vaginales.

Aun mantenía sus bragas del día anterior en la boca, por lo que mi respiración se hacía difícil.

En aquélla posición, cómodamente afianzada sobre mi cara, ella sacó de su bolso una fiambrera y disfrutó de las viandas que traía; pero cuando terminó y estuvo saciada, se retiró un poco de mi cara, dejándola entre sus piernas y permitiéndome ver lo que hacía.

Primero me sacó las bragas de la boca y después sacó una pequeña lata de comida para perros y la abrió ante mis ojos, y con un tenedor fue dándome de comer, metiendo cada trozo hasta mi garganta y disfrutando de aquello, divertida.

Al terminar la lata sacó una guindilla muy picante y me la metió en la boca y volvió a sentarse sobre mi cara.

Me dijo que iba a usar mi teléfono para su uso particular esa semana, y para demostrármelo se pasó casi media hora hablando con una amiga; aquello me excitaba sobremanera, me usaba y usaba mis cosas como si fueran suyas, era el paraíso.

Y cuando terminó era la hora de volver a trabajar, pero me tenía un último regalo; se levantó un poco de mí y me pidió que abriera la boca mucho y tragara su orina.

El chorro era profuso y denso, por lo que me costó mucho tragar, pero unas gotas se salieron de entre mis labios, manchando un poco su falda, lo que le irritó mucho.

Me imprecó acerca de mi poca disciplina, de que era un desagradecido por desperdiciar su néctar, y que no me merecía que ella perdiese el tiempo conmigo; me soltó una bofetada fuerte, que me hizo saltar las lágrimas, me puso la máscara que unía mi boca a mi pene, de manera que si tenía que orinar no manchara nada y me lo tragara, luego empujó mi cabeza hacia el maletero, cerró el respaldo y se marchó, dejándome de nuevo en la oscuridad.

No volvió al coche hasta el martes por la noche, pero visiblemente enfadada conmigo, y abrió el maletero directamente, me quitó la máscara, me metió atropelladamente unos trozos de comida en la boca, me volvió a poner la máscara y cerró, marchándose.

El miércoles al mediodía regresó, pero solo se sentó en el asiento trasero, sin abrir el compartimento, comió, habló por el móvil y se marchó sin decirme nada. Yo estaba hambriento, solo, incómodo, pero esa sensación me daba la vida, estaba muy contento de estar en sus manos.

Pero el jueves, de nuevo a la hora de comer, se metió en el coche y abrió el respaldo, sacando mi cabeza y depositándola en el asiento al lado suyo; me quitó la máscara, por la que ya me había tragado varias meadas propias.

Me preguntó si ya me había acostumbrado, a lo que le respondí que si y que me pusiese a prueba cuando quisiera.

Contenta, se sentó de nuevo en mi cara, deslizando un trozo de comida entre mis labios y su sexo, y mientras yo comía de su coño, ella degustaba sus manjares.

Y al finalizar se irguió unos centímetros de mi boca y comenzó a mearme la boca; esta vez no desperdicié ni una sola gota, lo que agradó a mi diosa tanto que me permitió lamerla hasta sacarle un orgasmo que me regaló en la boca.

El resto de la semana se desarrolló de igual manera, encerrado y atado, tragando mis propios meados, sin poder hacer de vientre, lamiéndola, tragando sus orines y disfrutando tanto de aquello que me hubiera querido quedar toda la vida de aquel modo.

En un par de ocasiones ella usó mi coche para ir a algún sitio, incluso una de las veces llevó a una amiga suya, y siguió hablando con mi teléfono.

El domingo ya se cumplía el trato, pero quería darme un último regalo; después de comer bajó al coche, sacó mi cabeza y se pasó casi tres horas sentada sobre mi cara, mientras leía un libro; fueron tres horas de éxtasis para mí, pudiendo disfrutar de mi pasión favorita.

Me regaló una nueva meada, y sobre las siete de la tarde se levantó de mí, bajó del coche y abrió el maletero.

Me desató y me permitió salir, pero mis miembros estaban entumecidos, por lo que caí al suelo; me llevó a un apartado, donde no podían vernos, y me dio sus zapatos para lamer, y para desentumecerme, me pisoteó todo el cuerpo, paseando arriba y abajo por mi torso, mis piernas, mi cara.

Al final me hizo ponerme mi camisa y me quitó el slip de látex y me permitió defecar en un rincón, y mientras lo hacía, ella se puso sobre mí y volvió a mearme, pero esta vez sobre la cabeza, impregnando todo mi cuerpo de su dorado líquido, empapando mi cabello y mi camisa, con la que debía volver a casa.

Me despidió allí mismo, en el garaje; se quedó mi teléfono a modo de presente a la Diosa y me emplazó en dos semanas a pasar un fin de semana de la misma guisa, pero en otro escenario……. ¿dónde sería el próximo sueño?

Continúa la serie El maletero II >>

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