Capítulo 5
El maletero V
La audacia de mi diosa iba cada vez más lejos; una noche salió de fiesta con unos amigos y me pidió que la acompañara, pero a mi manera, es decir, desnudo, atado y en el maletero.
No puse reparos, aunque la situación me asustaba un poco, porque cualquier imprevisto podría provocar una situación incómoda.
Llegado el momento, un jueves por la noche, me dirigí al garaje después de que Paqui se hubiese marchado, y me desnude, me arrodillé y espere a mi diosa.
Cuando apareció me deslumbró, pues iba ataviada con una minifalda muy mini, unas botas altas de cuero negro y una camisa blanca poco abotonada lo que dejaba asomar por el balcón de su escote los encajes del sujetador.
Por un momento una punzada de dolor y celos se apoderó de mi cabeza, pensando que aquel maravilloso cuerpo, aquel maravillo ser podría estar en manos de cualquiera esa noche.
Pero pronto deseché la idea, y me sentí más afortunado todavía al pensar en que ella me hacía participe de su vida, a su modo.
Pasó a mi lado, me rodeó varias veces, rozando sus muslos con mi cabeza, rozó también sus botas con mis piernas y luego se quedó parada justo enfrente mío, con las manos en jarras, mirándome, seria; se levantó la falda y me mostró su sexo al descubierto, pues no llevaba ropa interior.
Me cogió por la nuca y aplastó mi cara contra su sexo, instándome a lamerlo durante unos breves segundos que me supieron a muy poco.
Entonces recobró la compostura y me llevó hasta el maletero donde me alojé, solamente atado por las muñecas, a la espalda; contemplé su cara de satisfacción cuando cerraba la portezuela y después, la oscuridad.
El coche se puso en marcha y salió disparado hacia el lugar de encuentro.
Durante todo el trayecto disfruté del olor y el sabor que mi diosa había querido que tuviese en la boca y se me hizo el camino más cómodo.
El coche se paró unos instantes y algunas personas se subieron al mismo, arrancando de inmediato.
Llegamos a un sitio bullicioso, con mucho tránsito de coches y muchas voces; mi Diosa aparcó el coche y se fue, dejándome una vez más metido en el cautiverio de mi soledad.
Pasaron muchas horas hasta que volvió a haber actividad en el coche; cuando se abrieron las puertas pude distinguir dos voces, una la de mi diosa y otra de un hombre; antes de arrancar ella dijo que iba al maletero a mirar una cosa, y el hombre se brindó a ayudarla, pero ella rechazó la propuesta.
Noté cómo bajaba y se acercaba; el maletero se abrió y la pude contemplar como si fuera la aparición de un ángel, hermosa, cautivadora, con el pelo algo alborotado y la camisa más abierta.
Me dedicó una amplia sonrisa, me mandó un beso y volvió a cerrar la portezuela. El coche arrancó y tras un breve espacio de tiempo, volvió a detenerse, esta vez en algún lugar apartado, ya que no se podía distinguir sonido alguno.
Lo que sí pude escuchar, y en un grado cada vez más agudo, fue una retahíla de gemidos y gritos apagados, jadeos y sonidos húmedos que llegaban desde el interior del vehículo.
Pronto los dos ocupantes estaban instalados en la parte trasera del coche y hacían el amor salvajemente, empujando el asiento hacia donde yo estaba, meneando el vehículo sin ningún tipo de pudor, hasta que pasados unos minutos toda actividad cesó con un jadeo prolongado.
El hombre salió del coche y se fue a orinar y a buscar algo refrescante, momento que aprovechó mi diosa para abrir el compartimento desde el que tenía acceso al maletero y no dudó en sacar mi cabeza por el hueco; según iba asomando mi cabeza ella se iba incorporando y antes de que pudiera acomodarme ya estaba firmemente sentada en mi cara.
Por lo que pude ver no se había quitado la falda, el sujetador lo tenía en el cuello y la camisa desabrochada.
Su sexo estaba impregnado en semen y me lo hizo lamer a conciencia, hasta dejarlo impoluto, pero su excitación era tal que cuando tenía alojada mi lengua en su interior le sobrevino un brutal orgasmo que me llenó la boca de su dulce sabor; me confesó que con aquel macho no había disfrutado en demasía, pero que mi lengua sí sabía tratarla, lo que me animó mucho.
Luego se alzó unos centímetros y proyectó su orina en mi garganta, tragándolo todo y sin desperdiciar una sola gota, ante su aprobación.
Justo en el momento en que se cerraba de nuevo el acceso al maletero y me acomodaba en su interior, el hombre volvió, conversaron un momento y volvieron a la carretera.
Por el sonido de las puertas deduje que habíamos llegado al garaje; ambos se bajaron y supe que se irían a mi apartamento, donde pasarían la noche, mientras yo debía dormir en el maletero.