Capítulo 1
- Conociendo a Zanahoria
- Bienvenida Zanahoria
- Entrenando a Zanahoria
- Casando a Zanahoria
- Disfrutando a Zanahoria
Conociendo a Zanahoria
Estaba en aquella ciudad para encontrarme con mi agente.
Acababa de terminar el almuerzo con mi agente (quien me informó sobre las ventas de mi última novela) cuando entré en un pub que estaba enfrente de mi hotel. Tal y como yo iba vestido parecía un yuppie de mierda; necesitaba urgentemente un trago.
Pero todo se desvaneció cuando la vi allí sentada. Su larga melena cobriza, su cuerpo de diosa griega que se dejaba imaginar por debajo de sus ropas y sus grandes y expresivos ojos azules que parecían tristes.
Sus mejillas estaban humedecidas con lo que di por sentado que había estado llorando. Estaba sentada en la barra tomando un whisky (que no parecía ser el primero) y me senté a su vera. La miré de arriba a abajo y me pregunté cómo era posible que una chica como esa estuviera sola. Con un vaso de whisky en mi mano izquierda la invité a sentarse junto a mí en una mesa continua.
Ella no se había percatado de mi presencia y cuando iba a rechazar mi invitación no muy educadamente, sus ojos se encontraron con los míos. No pudo mantenerme la mirada y aceptó mi invitación como si se tratara de una orden.
Déjenme explicar quién soy yo.
Me llamó Francis Sedley, maestro y escritor en mis ratos libres.
Mi padre era cirujano y también maestro y él fue quien me introdujo en el mundo del s&m. Mi madre era su esclava favorita y murió cuando yo contaba únicamente cuatro años de edad.
Mi padre me enseñó toda su sapiencia y compartí activamente sus sesiones de s&m desde que cumplí los 15 (como observador desde los once), rompí con la dominación cuando empecé mis estudios universitarios (literatura hispánica) pero cuando terminé la carrera mi padre falleció en un trágico accidente de tráfico.
El era asquerosamente rico y yo su único heredero.
Tomé posesión de todos sus dominios y de la magnífica mansión victoriana en la que él ejercía de maestro.
Al mismo tiempo en que volví a la mansión de mi primera juventud estaban viviendo allí sus cuatro esclavos; tres hembras realmente deseables y un macho de color (regalo de un amigo, a mi padre nunca le gustaron los hombres). Estaban confundidos sin su maestro y me recibieron como su sustituto. De esto hace ya dos años.
Ella se sentó enfrente de mí, preguntándose cómo podía estar en esa situación. Sequé sus mejillas con mi mano y lamí sus lágrimas. Estaba realmente anonadada.
-¿Quién eres tú?-preguntó -Soy tu maestro, ¿quieres ser mi esclava? Y ella rompió a llorar otra vez. -¿Qué pasa?-pregunté. -Acabo de romper con mi prometido-dijo entre sollozos-¿Hablas en serio? -Sí, ¿qué te parece? -No tengo ni idea de s&m. -Te prometo una vida extraordinaria, plena de experiencias sexuales. Disfrutaras la suave línea entre el placer y el dolor. -No he aceptado. ¿Podré dejarlo en cuanto quiera? -Sí, pero no conozco a nadie que haya abandonado después de un par de meses. Te pido un poco de paciencia. -¿Dónde viviría? ¿Tendría que pagar por ello? -Vivirás en mis dominios, en una mansión victoriana en la campiña; no tendrás que pagar, serás pagada.
Difícilmente podía creer qué estaba ocurriendo, cómo una mujer como aquella podía aceptar mi chapucera propuesta. Prometo mejorar.
-¿Qué es de tu vida, mi pequeña esclava? -Tengo 23 años y me llamo… -Tu nombre es el que yo te otorgue. Déjame pensar (el primer nombre que se me vino a la cabeza fue el de Diosa, pero no es un nombre apropiado para una esclava, el segundo fue «Zanahoria»). Tu nombre será Zanahoria. Repite conmigo «Mi nombre es Zanahoria, mi maestro». -Mi nombre es Zanahoria, maestro. -O.K, continua con tu historia. -Soy economista, terminé la carrera el año pasado y todavía no he encontrado empleo.
Ella se terminó su whisky y le pedí otro.
-Conocí a Art, mi prometido en la Universidad. Vivo sola en un apartamento alquilado de 40 metros cuadrados que difícilmente puedo pagar. Mi futuro es tan tenebroso como pudiera serlo. -No si te vienes conmigo, pequeña Zanahoria. -Iré contigo, ¿cómo te llamas? -Mi nombre para ti es maestro; no lo olvidarás. -No lo haré. -No lo haré, maestro. -No lo haré, maestro. -¿Y qué hay de tu vida sexual?
Se sonrojó y su hermoso rostro adquirió el mismo color que su cabello. Me di cuenta de que estaba bastante bebida.
-Nunca he hablado de eso antes, maestro. -No tendrás ningún secreto para con tu maestro. -No puedo decir que haya sido excesivamente interesante. Perdí la virginidad durante el último año de instituto. No me lo pasé bien. Ya en la universidad lo hice con otros cuatro tíos en diferentes ocasiones pero creo que nunca he alcanzado un auténtico orgasmo con un hombre. -¿Y con Art? -He pasado muy buenos ratos con él pero en la cama era un auténtico egoísta. -Maestro. -Maestro. -¿Has alcanzado algún auténtico orgasmo por tu cuenta? -¿Hablas de masturbación, maestro? -Sí, por supuesto. -No me he masturbado desde hace más de cinco años. -¿Te han follado alguna vez el culo? -¡No, nunca!-todavía se sonrojó un poco más-Maestro. -Eres menos que una virgen, tienes mucho que aprender. Empecemos; bájate las bragas-le ordené. -¿Qué dices?¿Aquí?-yo asentí.
Ella, sentada en la silla, se agachó y se bajó las bragas bajo su minifalda.
-Ponlas sobre la mesa. -Si, maestro-murmuró con dificultad.
Ella obedeció y pude comprobar que estaban mojadas. Ella era incapaz de mirarme a los ojos y cada vez estaba más sonrojada. Difícilmente conseguí sofocar el deseo de gritar a toda la parroquia que estaba medio desnuda. Me controlé, tampoco sabía muy bien cómo podía ella reaccionar.
-Mirame esclava. Puedes ver estas bragas mojadas. -Si maestro. -Es la última vez que las ves. Levántate y ve a la barra; una vez allí te arrodillas y te atas los cordones de tus zapatos; quiero ver tu conejito. -¡Por favor, maestro!-suplicó ella. -¡No me hagas que te lo ordene dos veces!
Contra su voluntad obedeció y pude ver claramente sus redondeados (preciosos) glúteos y su conejito abierto, pude sentir su excitación y cuando regresó podía olerse con total nitidez su aroma de mujer.
-Cuando estés completamente entrenada puede que te ordene chupar todas las pollas o comer todos los coños de por aquí, ¿lo entiendes, esclava? -Si, maestro. -¿Te vendrás conmigo, pequeña Zanahoria? -Lo haré; estoy más excitada de lo que lo he estado en mi vida.
Y más bebida, pensé yo.
Aquella noche nos bebimos (se bebió) una botella de whisky.
Al final de la velada use sus braguitas, secas y con su fuerte perfume, como servilleta para posteriormente marcharnos.
Entramos en mi hotel (ella haciendo eses); el recepcionista nos miró con mala cara que corregí con una generosa propina.
Subimos a mi suite. Ella estaba tan bebida que no me servía de nada así que le permití dormir en un sofá.
Mientras tanto yo pensaba qué hacer con ella aquella velada.
No tenía conmigo mi maletín (viaje de negocios) y el único artilugio sexual que llevaba conmigo era un vibrador que había comprado el día anterior, souvenir.
Ella estaba sumida en un profundo sueño cuando pedí al servicio de habitaciones una zanahoria.
Una hora y media más tarde la desperté.
-Ve a la cama y desnudate, mi bella Zanahoria durmiente.
Ella se echó en la cama completamente desnuda y excitada.
-Dame las medias, esclava.
Até firmemente sus muñecas al cabezal de la cama; ella quedó brazos en cruz y semiincorporada.
-¡Qué precioso anillo!-grité cuando vi un piercing en su ombligo. Jugué con él y le lamí la barriga y demás alrededores del ombligo. -¿Cuando te perforaste el ombligo, esclava? -Cuando conocí a Art, le excitaba una barbaridad y ahora forma parte de mí.
Ella también tenía un tatuaje en su tobillo derecho, un delfín dentro de un corazón roto.
-Separa las piernas, esclava.
Ella se abrió de piernas pero aquello no era suficiente para mí.
Le acaricié los muslos y poco a poco, conseguí separarle las piernas unos pocos centímetros más. ¡Cómo echaba de menos en aquellos momentos una cuerda para asegurar las piernas!
Acaricié sus labios vaginales y ella empezó a gemir.
-¡Cállate o te tendré que amordazar!
Intentó no gemir pero aquello resultó absolutamente imposible. Le metí un dedo en el coño y empecé a juguetear con sus labios. Me mojé con sus jugos y le hice lamer su propia excitación.
-¿Te gusta, esclava? -Sí, maestro. Alcancé el vibrador y se lo enseñé. -¿Puedes verlo, esclava? -Puedo, maestro, -Voy a meterlo entero (y era considerablemente grande y grueso) en tu coño. Di: «Quiero que me folles con el vibrador, maestro». -Quiero que me folles con el vibrador, maestro. Se lo metí despacito, muy despacito, disfrutando con los gestos cambiantes de su cara. Jadeaba como una loca y cogí la zanahoria. -Te lo has ganado, esclava. Abre la boca-y le metí la zanahoria en la boca, casi hasta la garganta-No se te puede caer de la boca o te arrepentirás.
Continué metiendo el vibrador, milimetro a milimetro, y cuando estaba todo en su interior le di al interruptor.
Su cuerpo empezó a estremecerse y sus jugos empapaban la cama, nunca había visto un coño del que pudiese fluir tal cantidad de flujo.
Mientras con mi mano izquierda aseguraba el vibrador dentro de su coño cogí mi maquinilla de afeitar, desechable, con la derecha. -Di adiós a tu vello púbico, mi pequeña Zanahoria. Perdona, olvidaba que no puedes, estás chupando esta zanahoria.
Se lo afeité en seco; resultó difícil porque su entrepierna estaba en continuo movimiento y el riesgo de que se me deslizase la maquinilla era bastante alto.
Su vello cobrizo era muy largo y rizado. Cada mechón de su vello púbico que le afeitaba iba a parar sobre su cuerpo desnudo.
-Hermoso coño, Zanahoria; se merece un altar.
Sabía que ella quería que me la follara, pero ella no era lo suficientemente buena como para recibirme.
Le quité la zanahoria de la boca y me la comí.
-Esclava, ¿has alcanzado ya tu orgasmo? -No, creo que estoy bastante cerca, maestro-dijo entre jadeos.
Abrí el mueble bar y cogí tres cubitos de hielo.
Puse uno sobre cada uno de sus pezones y los fije con esparadrapo del botiquín de primeros auxilios.
El vibrador y los cubitos hicieron que se estremeciera frenéticamente.
Desconecté el vibrador y se lo extraje, completamente empapado, del coño. Con el tercer cubito de hielo empecé a acariciar su cuerpo que reaccionaba ante la gélida caricia.
Al final le metí el cubito dentro de la vagina, no quería que estuviese tan caliente. El contraste entre su volcán y el iceberg fue tan drástico que ella se corrió en pocos segundo; fue un orgasmo frío que no frígido (es un chiste).
-¿Quieres que te folle, esclava? -Sí, quiero, maestro. -Si eres una buena esclava no tardarás mucho en que te posea, en estos momentos no eres lo suficientemente buena para merecer tan gran honor. -Por favor, maestro. -No lo intentes. He disfrutado tu orgasmo tanto como tú y no olvides que tú únicamente estás para darme complacerme. ¿Me complacerás con todo tu alma y cuerpo? -Lo haré, maestro.
Entonces le besé en los labios, con mi lengua en su boca y mi mano sobre su conejito afeitado, le metí el dedo y en un par de segundos ella se volvió a correr.
Pasamos el resto de la noche en mi cama pero yo no la toqué y no le permití que me tocara.
El día siguiente íbamos a ir a mi mansión victoriana.
Mañana será un gran día.