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Una temporada afortunada

La historia que os voy a relatar es verídica, por fortuna para mí, y juntamente con otros hechos que ya detallaré en un futuro no muy lejano, ha sucedido recientemente. Es por ello que ninguno de los nombres que aparecen en este relato son reales.

Por otro lado, los lugares donde ubico estos hechos son completamente verídicos, pese que a veces omita sus nombres.

Vamos allá.

Me llamo Toni y soy un administrativo de 28 años, residente en Barcelona. Trabajo en una entidad financiera de mi ciudad, en el edificio que alberga los Servicios Centrales de nuestra empresa.

Soy un soltero empedernido y estoy muy a gusto con ello, y pese a no tener pareja estable, mis relaciones sexuales van viento en popa, como a continuación os explicaré.

Tengo la fortuna de poseer un gran número de amigos y amigas desde hace varios años. Formalmente, hay compuestas 4 parejas, a lo que se añade el grupo de los solterones, en el que me incluyo yo.

Periódicamente, se van añadiendo personas a este círculo de amistades, normalmente amigos de alguno de los miembros, o familiares, tales como hermanos, cuñados o primos en cualquier grado.

Tal es el caso de Judith.

Esta chica es hermana de uno de mis amigos, y es una de las criaturas más deliciosas que existen en este mundo. Morena, de silueta esbelta y vientre como una tabla, posee el trasero más apetecible que he visto en años.

Consciente de su cuerpazo, no duda en ponerse toda aquella ropa que consiga, algo de por sí bastante fácil, que los hombres centren toda su atención en ella.

Desafortunadamente, Judith es hermana de uno de mis mejores amigos, Jaime.

De los mejores y de los más fuerte, he de añadir.

Recuerdo uno de los desengaños amorosos de Judith con uno de sus muuuchos novios.

Apostamos entre todos los amigos a ver cuantos huesos era capaz Jaime de romperle al pobre infeliz, e incluso montamos una porra.

Perdimos todos. La nariz es un cartílago. Al menos en su mayor parte.

Pues bien.

Este pasado verano todos los amigos quedamos para pasar un fin de semana en una casita de la Costa Brava.

Al grupo habitual se añadió Judith y una de sus amigas. Se presentaron las dos estupendas, luciendo las dos la parte superior del biquini, y una faldita ligera.

Afortunadamente para mí, Judith y Carlota, la amiga, me pidieron que fuera en su coche ya que no conocían el camino.

Al grupo se añadió Susana, novia de Jaime y por lo tanto, “cuñada” de Judith.

Me pidió que la dejase conducir, ya que nunca había conducido un coche grande y el mío era perfecto para practicar. Le dije que sí, pero que tuviera cuidado con el embrague, a lo que Carlota hizo un comentario del tipo: “¿Qué se quite las qué?”.

Todos nos reímos y subimos al coche.

El viaje empezó muy temprano, a eso de las 6 de la mañana, para evitar posibles atascos. El problema es que todo el mundo pensó lo mismo que nosotros y a las 8 ya empezaban las primeras colas.

Yo me encontraba sentado detrás, con Judith a mi lado. Delante, Susana al volante y Carlota, que dormía plácidamente. Las dos amigas habían estado de marcha la noche anterior y por lo que me dijeron, no habían dormido nada.

Fue entonces cuando Judith se recostó en el asiento, pidiéndome permiso para usar mis rodillas de almohada, ya que quería dormir un rato.

Asentí y ella se tumbó, acurrucada.

Cual fue mi sorpresa cuando se dio la vuelta y quedó con su cara justo delante de mi paquete. No podía dejar de mirarla, con los ojos cerrados y medio empapada de sudor por culpa del calor.

Me di cuenta de que Judith se hacía la dormida. Sabía lo que estaba disfrutando con la situación y lo engorroso que sería para mí sufrir una erección justo delante de su cara.

Me limité a ladear la cabeza y a apoyarla en el cristal, para tratar de dormir un rato. Al paso que íbamos, Susana no necesitaría de mis indicaciones en un buen rato.

Lo que pasó a continuación fue la realización de una de mis fantasías más ansiadas. Algo que recordaré durante años.

Judith empezó a subirme la pernera de mis bermudas. Como teníamos que ir directamente a la playa, no llevaba calzoncillos y su mano no tardó en descubrirlo.

Ladeó la tela interior para definitivamente sacar mi pene y dejarlo frente a su boca.

Un par de segundos después noté como sus labios rodeaban mi glande con dulzura, para acto seguido notar su lengua por debajo de mi miembro, mientras se lo introducía completamente en la boca.

Miré instintivamente hacia delante. Carlota seguía durmiendo, y Susana canturreaba una canción que ponían en la radio. No se estaban enterando de nada, y Judith me la estaba mamando detrás de ellas dos como sí tal cosa, en medio de una caravana.

Mire hacia abajo y vi por primera vez el espectáculo.

Judith me miraba fijamente, moviendo la cabeza muy lentamente y procurando no hacer ruido. Tenia una mano entre las piernas, por debajo de la falda, aunque acurrucada como estaba no se notaba nada. Se estaba masturbando.

Creo que mantuve la posición por más de 5 minutos, hasta que me decidí a mover la mano y acercarla hasta uno de sus pechos.

Dios, estaba empapada y excitadísima, y su pezón estaba duro como una roca.

Empecé a masajearlo y a retorcerlo, y ella no paraba de abrir y cerrar los ojos.

Fue entonces cuando me di cuenta de que Carlota nos estaba mirando.

Ella estaba girada en el asiento del acompañante delantero, recostada hacia un lado. Nos estaba mirando descaradamente y sin gesto alguno en la cara. Luego, se limitó a darse la vuelta y a seguir durmiendo.

El hecho de ser observado me excitó mucho, y de hecho, noté que me iba a correr.

Traté de anunciárselo a la feladora, que estaba en medio de un silencioso orgasmo, pero fue inútil. Al cabo de unos segundos me corrí, y he de admitir que me mordí un labio tan fuerte para no aullar que me lo corté.

Judith, trataba de seguir, sorprendida al principio, pero no desprevenida. Sus ojos me miraron, mostrándome una sorpresa que por lo que deduje, le resultaba agradable.

Mi pene estaba aún eyaculando, y hacía casi medio minuto que lo hacía. Finalmente se detuvo, y fue entonces cuando la muchacha, habiendo succionando con fuerza el final de mi corrida, abrió la boca enseñándomela, para que viera que no había nada en ella.

Horas más tarde, en la playa tuvimos un momento de intimidad.

Judith me aseguró que nunca había visto a nadie correrse tanto ni en tanta cantidad, y me prometió un fin de semana inolvidable, con una única condición.

Que su hermano no se enterase.

Música para mis oídos.

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