Una fogosa y fiel hembra se entrega a la lujuria inducida por su forzada abstinencia

Hacía ya mas de mes y medio que por falta de tiempo y ocasión no solo no había podido

hacer el amor por ausencia de mi pareja, sino que ni siquiera me había podido relajar lo suficiente para poder dar rienda suelta a aquellas «demandas» que en forma de insistentes cosquillas me enviaban mis partes «bajas», apartándolas de mi mente cada vez que apenas

se me «insinuaba» la llamada de la naturaleza.

Por motivos profesionales, tuve que viajar a una distante ciudad donde se celebraba un congreso al que estaba obligada a asistir ya que era yo la única representante de mi colectivo en mi ciudad.

Fui de mala gana, porque si bien me encanta viajar, éste tipo de eventos suelen ser muy cargados de actividades que hay que llevar a cabo en un tiempo record con lo que no queda tiempo libre para relajarse, mucho menos para descansar.

Había que pasar la noche en aquella ciudad por lo que el congreso estaba organizado para que el mismo hotel que contenía la sala donde se celebrarían las reuniones, alojara a los participantes desplazados como yo.

A mi llegada a primeras horas de la mañana, después de dejar mi equipaje en la habitación habían empezado de inmediato las conferencias sin más interrupción que un breve «respiro» para un frugal almuerzo que compartí con varios «colegas» de diferentes ciudades que se afanaron durante todo el transcurso del mismo en captar mi atención e interés. (Yo era la única mujer en la mesa, bueno, y en realidad una de las pocas mujeres asistentes al congreso).

Había particularmente un «colega» sentado directamente frente a mí, que aunque al contrario de sus compañeros, (que no paraban de intentar ser graciosos y simpáticos), prácticamente no abrió la boca en todo el tiempo, no desaprovechó sin embargo ni una sola ocasión para escrutinar cada milímetro de mi cuerpo cada vez que pensaba que no le veía.

Me dí cuenta que cada vez que cambiaba la posición de mis piernas procuraba llegar con su vista más allá de los límites que los bordes de mi falda le imponían, y cuando al inclinarme sobre la mesa para coger el aceitero, sus ojos se clavaron en mi escote de tal forma que casi «sentí» que su mirada me quemaba el pecho.

Era atractivo, alto y creo que al menos 18 o 20 años más joven que yo, (tengo 45).

Cuando en un momento del almuerzo, nuestras miradas se encontraron, fijó sus ojos en los mios, y yo, que pensé, «¿Por qué voy a retirar mi mirada y demostrar a éste atrevido jovencito que me azora?», sostuve mis ojos fijos en los suyos retadoramente, sentí un escalofrío recorrer mi espalda, y una familiar sensación de cosquilleo empezó a llegarme a la base del vientre.

Esa mirada era la más explícitamente lujuriosa que había visto en unos ojos, y molesta por lo que sin querer había sentido aparté mis ojos de los suyos y mis pensamientos de esas sensaciones, que aunque era lógico que las sintiera por mi forzada abstinencia, me hacían sentirme incomoda y «culpable».

Después del resto de las sesiones en la sala de congresos, hubo una cena compartida por todos los asistentes, donde tuve que hacer, enormes esfuerzos para mantenerme en calma, ya que, mi joven «colega» del almuerzo, estaba sentado justo frente a mí, y sin decir palabra, pasó la velada buscando cada oportunidad para cruzar su mirada con la mía, ocasiones que aprovechaba para lanzar sus apasionados mensajes visuales, que durante el transcurso de la cena, fueron gradualmente «minando» mi resistencia a sentir sus «efectos» en mí, de forma que por mucho que intenté mantener mis ojos apartados de los suyos y mi mente de los deseos que mi cuerpo le transmitían, acabé, contra mi voluntad, con las braguitas encharcadas y un picor en el coño que exigía le dedicara mi personal atención.

Con éste pensamiento en la mente y tras terminar el café y los licores, me dispuse a dirigirme a mi habitación para hacerme una soberana paja, cuando el «joven» se me acercó y mirándome fijo a los ojos, me rodeó con su brazo, (ocasión que aprovechó para disimuladamente acariciar mi cintura y parte superior de mi culo), y me pidió que le permitiera invitarme a una última copa en el «club» del hotel.

No pude resistirme, o quizá no quise. La verdad es que entre su mirada y su leve roce, estaba temblando como un flan y la sensación era muy agradable, así que acepté.

El «club» era una sala con bar y música suave, luz tenue, y en esos momentos bastante despejado, ya que la mayoría de los congresistas tenían que madrugar al día siguiente para regresar a sus ciudades de origen y el día había sido muy duro y largo.

Después de pedir las consumiciones, mi acompañante me pidió bailar con el una melodía lenta que sonaba en ése momento.

No habíamos hecho más que salir a la pista, cuando rodeándome con sus brazos, me apretó fuertemente contra él.

No me resistí, menos aún cuando empecé a sentir una enorme dureza entre sus piernas que se apretaba contra mi pubis y que según se «refregaba» al ritmo de la música contra mi empapado coño, crecía por momentos en dureza y tamaño.

Era increíble que su cremallera resistiera la presión de semejante erección.

No me reprimí más, y entregándome a las placenteras sensaciones que empezaban a recorrer mis entrañas, me apreté contra su polla, restregándole con fuerza el coño que rezumaba jugos y empezaba a insinuar un inminente orgasmo.

Aprovechando la oscuridad y que estábamos en un rincón del local, que estaba casi vacío, prácticamente mas que bailar, «follábamos» y de pronto, sin darme cuenta, me estaba corriendo suave pero deliciosa y discretamente.

No sé si él se percató de mi explosión de placer, al menos hice grandes esfuerzos para gemir lo más quedamente posible, y fue al terminar mi corrida, que la sensatez volvió a mi mente, y aunque me sabia mal «dejarle» en ese estado, balbuceando, excusas incoherentes de «tener que madrugar», «no querer hacerle el feo a mi pareja», etc., huí a mi habitación.

Me desnudé por completo y me estiré sobre la cama.

En la oscuridad, lo sucedido antes empezó a pasar por mi mente como una película, y casi sin darme cuenta mis manos se dirigieron a mi coño, y al contrario de otras veces, cuando me masturbo que me gusta empezar acariciándome suavemente toda la vulva, los labios y la entrada de la vagina, mis dedos indice y corazón fueron directamente al clítoris.

No necesitaba excitarme ni lubricarme, estaba caliente como una perra en celo, y mis jugos me chorreaban muslos abajo.

Empecé con mi habitual movimiento rítmico circular en torno al clítoris, y según se acercaba lo que prometía ser un bestial orgasmo, me introduje, primero un dedo de la mano izquierda en mi coño ávido de ser «llenado», después dos, y acabé con tres dedos lo más profundamente que pude dentro de mí, todo ello sin dejar de frotarme el inflamado clítoris cada vez más frenéticamente con la mano derecha.

Cuando me empezaban a llegar las primeras ondas del orgasmo, oí un leve ruido a la entrada de la habitación, me detuve y allí de pié delante de mí masturbando su enorme polla, estaba mi «joven admirador», observando extasiado mi lujuriosa desnudez, (parece ser que yo no había cerrado bien la puerta, y al estar con los ojos cerrados visualizando mi «película mental», no me había dado cuenta del espectáculo que le había estado ofreciendo.

Estaba ya demasiado lejos de otra cosa que no fuera dar riendas sueltas a mi cachondez, así que sacándome los dedos del coño seguí masturbando mi clítoris suavemente y ni se me ocurrió pararle cuando desnudándose por completo sin perder detalle de mis movimientos, se puso entre mis piernas que yo tenía abiertas y sujetándome por las rodillas empezó a frotar suavemente su bestial dureza por mi raja deteniéndose de vez en cuanto brevemente en la entrada de mi coño, apretando levemente, manteniendo su cabeza, presionando allí y retirándose a continuación para seguir con su insistente friega.

No sé cuanto duró aquello, pero si que desde el momento en que sentí el abrasador tacto de aquel duro cipote en mi raja, entré en un continuo orgasmo que sin llegar a «estallar» como una traca final, no cesó en sus interminables ondas de placer que cada vez iban alcanzando una intensidad mayor.

Ya no podía más, necesitaba esa polla dentro de mi, así que acerqué mi mano a aquella dura barra de carne y levantando mi culo acerqué mi pubis a su brillante y roja cabezota, la dirigí con mi mano y de un fuerte empujón me la incrusté hasta el fondo en mi coño.

Creo que nunca me había sentido tan llena de polla y mi reacción fue inmediata, estallé en una corrida que hizo ver luces y destellos dentro de mi mente, gritando como una posesa temblaba al tiempo que empujaba con fuerza como si quisiera que se metiera todo él dentro de mí y cuando empecé a sentir los fuertes chorros de su caliente y abundante corrida en lo más profundo de mí volví a correrme de una forma tan brutal que creí que mi cerebro, mi corazón y mi vientre iban a reventar y perdí el conocimiento.

Me desperté a la mañana siguiente cuando sonó el teléfono a la hora que había pedido a la recepción que me llamaran el día anterior.

Hice mi maleta, y volví a casa.

Esta experiencia quedó en mi mente como un agradable recuerdo sin secuelas ni consecuencias.

Un recuerdo al que recurro como fantasía que revivo en mi mente con los ojos cerrados cuando alguna vez deseo un «incentivo» antes de correrme cuando me masturbo, o cuando haciendo el amor con mi pareja, siento que preciso un «acelerador» para «disparar» o aumentar mis orgasmos.

A él en vuelve loco, verme y oírme correrme con verdadera pasión con lo que al mismo tiempo le complazco a él.

Me encanta ver sus ojos desorbitados y su cara descompuesta mientra se corre observando mis descontroladas corridas.