La puta del décimo

Hacía tres meses que estaba sin trabajo, sin recursos de ningún tipo, el departamento que alquilo, al no querer el propietario otra moneda que no sea dólar, me había dado sin querer un respiro.

Mi novio desapareció, creo más por la crisis económica que por cualquier otra cosa, no da señales de vida y mis amigas en común me dijeron que no me haga ninguna ilusiones, anda con una viuda.

Bueno uno que soluciono aparentemente este problema de sobrevivir.

Al tomar ese lunes a la mañana el ascensor desde mi piso décimo, en busca de la entrevista de trabajo de todos los días, al parar en el octavo y subir este hombre de unos cuarenta y cinco años, todavía no se que me dio fuerzas, para tratar de avanzarlo.

¿Sería que mis últimos pesos, me decían que tenían necesidad de compañeros para alimentarme?

Un buen día automático, salió de su garganta.

Mi voz melosa, le contesto y lo sentí perturbado, sus manos atrás en clara posición de defensa, quedaron muy cerca de mí, cuando subió en el séptimo un señora mayor, apoye mi vagina en sus entrelazadas manos y vi en su cuello el sonrojamiento de su piel clara pero tostada por el sol, abrió sus entrelazados dedos y acaricio los surcos marcados en mi pantalón apretado.

No bien llegamos a la planta baja, esperamos que la señora se alejara, se dio vuelta me vio y con un tono sereno me invitó a desayunar.

No desaproveche la oportunidad, (por lo menos algo comería) , me interrogo el porqué de la situación del ascensor y empecé a mentir.

Que me gustaba.

Que siempre los hombres mayores dan seguridad.

Que no me importaba si era casado, que no me gustaba molestar, que me encantaba el sexo y como al pasar que estaba libre que sentía las necesidades de toda mujer de 26 años.

Que debía mantenerme por lo menos hasta conseguir un trabajo.

!Ya está, se lo dije!

Aunque sea por un plato de comida, tengo que prostituirme, pensé.

Le comente que había sido secretaria de un abogado, que se evaporó sin pagar hacía dos meses.

No era sordo, no era gay , sus ojos me dijeron que me tomaba, sacó una tarjeta, le escribió una dirección y me mandó a que concertara una entrevista.

Eso hice, a la tarde misma en la entrevista de una empresa multinacional, me indicaron los trámites para ingresar al personal de planta, el lunes siguiente después de los trámites rutinarios, entraría a trabajar.

En su tarjeta estaba su dirección y número particular, desde un teléfono público lo llame, con una de las tarjetas que ya estaban, casi sin crédito, le agradecí, pero no me extraño su invitación al departamento dos pisos más abajo, a las siete de la tarde.

Bañadita, producida al máximo, dentro de las posibilidades del momento, toque el timbre, frente a frente, me invitó a entrar, me sirvió champagne bien frío, mis naturales dotes, mi convencimiento que tenía que pagar una deuda, movilizaron mis ideas, hicieron el show, puse una música suave de la extensa colección de CD, frente a mi y danzando me fui desnudando, lo fui desvistiendo y entrelazados iniciamos la sesión que nos debíamos desde la mañana.

Ya desnudos, mamé su verga, cuando la sentí bien rígida, lo monté, mi lubricada vagina por los flujos ya incentivados por sus manos, me dejo «como haciendo cosquillas en la garganta» acabó dentro mío, en un sofá blanco de cuero, era un día perfecto.

El toque del llamador me extraño (no a él), el entrevistador de la empresa entró por la puerta, recién me di cuenta, que la cuenta seguía pendiente.

Sabía que querían, poco a poco lo fuimos haciendo, como eran dos, se turnaban en mi culo y vagina, mientras mamaba, hasta quedar todos verdaderamente exhaustos.

Cuando les pedí, un poco de plata hasta cobrar, me la dieron sin miramientos.

El lunes siguiente me presenté a trabajar.

Mi cargo era el de secretaria de mi vecino.

Ambos sabemos que soy la puta del décimo.