Síguenos ahora en Telegram! y también en Twitter!

Experiencia crucial

Experiencia crucial

Les voy a relatar algunos episodios cruciales de mi vida sexual, tan cruciales que dieron un curso definitivamente diferente a mis vivencias íntimas.

Quizás sea esta la razón por lo cual no he podido olvidar hasta los mínimos detalles de los mismos, a pesar del tiempo transcurrido.

Vivo en Asunción del Paraguay, una ciudad tranquila, con amplios sectores residenciales de casas con pequeños o grandes jardines y calles bordeadas de frondosos árboles, todo lo cual le da un toque de naturaleza, muy distinto a la impresión que dan las frías selvas de concreto en las grandes urbes latinoamericanas.

Este relato sigue básicamente una secuencia de hechos reales, aunque algunos detalles y nombres han sido cambiados de manera a proteger mi identidad. Para contarles todo esto, adoptaré el nombre de Aníbal y les diré que soy más bien alto y de porte atlético, mantenido con la práctica regular del rugby.

Esto ocurrió hace ya algunos años, cuando yo orillaba los 30.

Mi situación laboral no era tranquila, ya que aun siendo un profesional eficiente y bien remunerado – trabajaba como arquitecto en una empresa constructora – no me sentía a gusto en mi trabajo. Por otra parte, mi vida matrimonial había llegado a un punto de máxima incompatibilidad, por lo que con mi esposa habíamos decidido de común acuerdo separarnos durante un período a ver si las cosas se aclaraban en unos meses.

Yo me mudé a un pequeño departamento en un tranquilo barrio residencial Asunceno, mientras que Viviana – así la llamaré a ella – y nuestros dos hijos quedaron en la casa familiar.

Acordamos que yo los visitaría o sacaría a pasear dos o tres días a la semana. Como si todo esto no fuera suficiente, por ese tiempo la situación política estaba bastante tensa en mi país, y afectaba especialmente al grupo político al que yo pertenecía, lo cual se traducía en constantes momentos de tensión con repentinas llamadas, esperando siempre alguna acción fuertemente represiva de las autoridades.

Estas dificultades de orden familiar, político y profesional me llevaron a un estado general de estrés que culminó en un desgano general, marcado por un desinterés en todos los aspectos de mi vida. Lo único que todavía despertaba mi interés eran mis infaltables partidos de rugby, que me permitían mantener un buen estado atlético, seguidos de deliciosos asados a la sombra de algún frondoso lapacho, en alegres reuniones con la barra de amigos, regadas con abundante y rubia cerveza.

Con el paso de las semanas, esta situación comenzó a afectar marcadamente mi vida sexual, pues a pesar de ser un varón muy adicto a las relaciones íntimas con mujeres, incluso había sido infiel a mi esposa en varias oportunidades, prácticamente dejé de sentir necesidad de sexo. Comencé a sentir preocupación e incluso pensé en consultar un médico, pero la solución vino de uno de los asados del rugby, en donde siempre los muchachos hablaban de masajistas y prostitutas de lujo que anunciaban sus servicios por los periódicos.

Si bien nunca me había interesado en prostitutas, al cabo de un par de meses comencé a pensar seriamente que una vivencia sexual intensa con una prostituta podría volver a encender mi vida, sacándome de la tensión y el desgano sexual. Entonces, por primera vez en mi vida, me puse a hojear periódicos en busca de los muchos avisos en los cuales se ofrecían masajes de todo tipo.

Después de varias llamadas telefónicas, elegí una “casa de masajes” que me parecía bastante discreta, en el pent-house de un edificio céntrico Asunceno. Realmente el aspecto discreción era muy importante para mí, pues a decir verdad, sentía como una vergüenza por haber llegado a esa situación de desgano sexual, rayana en la impotencia. Por otra parte, de ninguna manera quería que algún conocido me viera frecuentando uno de esos lugares.

Llegué al sitio elegido a las 5 de la tarde, con una temperatura estival de unos 28 grados centígrados. Entré al edificio con aire de ejecutivo que iba pensando en alguna importante cita de negocios, y resueltamente entré al ascensor, que para mi tranquilidad estaba vacío. Presioné el botón del pent-house, y a medida que al ascensor subía, yo sentía una especie de cosquilleo interior muy parecido a la ansiedad, pero una ansiedad expectante, agradable.

Se abrió la puerta del ascensor, y salí con pasos vacilantes encaminándome por un corto corredor discretamente iluminado, con piso revestido de moquette azul, y con paredes recubiertas de madera machimbrada reluciente bajo una capa de fino y transparente barniz.

El pequeño corredor daba a un ambiente decorado con un bello cuadro de un paisaje campestre, con la misma moquette y el revestido de madera. Una lámpara sobre una mesita daba el toque discreto y acogedor desde uno de los rincones de la sala, junto a un confortable sofá.

Al entrar en la sala, fui recibido por una bella y curvilínea joven como de unos 23 años, vestida con una provocativa minifalda de color verde oscuro y una blusa rosada transparente a través de la cual resaltaban sus hermosos pechos, delatando que no usaba corpiño.

Sus maquillados ojos oscuros reflejaban intensa sensualidad, y su piel blanca recibía el énfasis de sus hermosos cabellos negros, que le caían como una enramada sobre sus graciosos hombros. Poniendo una hermosa sonrisa en sus labios rojos e incitantemente semi-abiertos, me saludó amablemente y me invitó a sentarme en el sofá.

Ella lo hizo a mi lado, acercando provocativamente uno de sus generosos muslos a mi pierna. Me preguntó qué servicio deseaba y apenas atiné a responderle:

– Quiero un buen masaje. Quiero relajarme.

– ¿Querés un lindo masaje, mi amor? – me dijo tomándome del brazo. “Pasá aquí y ponete cómodo”, me dijo levantándose e invitándome a pasar a través de una puerta que daba a un pequeño cuarto ubicado junto a la sala.

El cuarto, también con la moquette azul, era realmente pequeño, lo justo como para contener una camilla para masajes, una silla y un perchero, dando suficiente lugar como para que una persona pudiera desplazarse alrededor de la camilla. Un enorme espejo cubría una de las paredes, reflejando todo el ambiente y dando una sensación de profundidad. Una luz discretamente cubierta por una pantalla adherida a la pared, sobre la puerta, daba el tono de intimidad al ambiente, que ya empezaba a sentir acogedor por la agradable temperatura de un silencioso acondicionador de aire.

Una puerta en el cuarto daba a un hermoso baño de azulejos color verde claro, con diseños y dibujos que denotaban una fina cerámica.

– En seguida estoy de vuelta, me dijo la chica, y desapareció tras la puerta.

Paseé detenidamente la mirada sobre cada objeto: la camilla, la silla, el perchero, la lámpara, el espejo… Comencé a desvestirme, despojándome de los zapatos, medias, camisa, cuando en ese momento se abrió la puerta y entró Susi – así me dijo que se llamaba – trayendo dos toallones y varios frascos de cremas y aceites en las manos. Me puse de espaldas a ella y me saqué los jeans, quedando solamente con mi slip negro, que me quedaba bastante ajustado.

En el momento de colgar los jeans en el perchero, siento que Susi se me acerca desde atrás y suavemente me abraza rodeando mi cintura con sus brazos, y pegando sus pechos a mi espalda y su pubis a mis nalgas. Sus manos se posan sobre mi estómago y empiezan a acariciarme el vello del pecho, jugando con mis tetillas. Un estremecimiento recorre mi piel, y ella lo nota.

Al refregar su cuerpo contra el mío, siento que ella misma ya se había quitado su minifalda y su blusa, quedándose solamente con una pequeña tanga. Sus manos bajan delicadamente hacia mi sexo, por encima de mi ajustado slip. Su voz ronca me dice:

– Te queda bien el negro, mi amor. Acostate boca abajo, que te voy a hacer un rico masaje.

Me acuesto boca abajo en la camilla, que estaba totalmente cubierta por una larga toalla negra, sintiendo muchos nervios y mucho cosquilleo, sensaciones que se intensifican cuando Susi comienza a pasar suavemente sus manos por mis piernas, muslos, nalgas y espalda, erizándome la piel, como si estuviera haciendo un reconocimiento del cuerpo con el que va a trabajar.

Recorrido por escalofríos bajo las expertas manos de mi masajista, siento que se acerca a mi cintura, introduciendo sus dedos por debajo de mi slip, acariciándome las nalgas y provocándome electrizantes reacciones e inevitables movimientos de mis caderas que, muy a pesar mío, involuntariamente seguían el ritmo de sus caricias.

Al sentir que comenzaba a bajarme suavemente mi slip, hice un intento de reaccionar y decirle que no me desnudara totalmente, pero sencillamente mi voluntad parecía no responderme, y ya sólo puede darme cuenta que me había bajado mi ajustada prenda íntima hasta los tobillos.

Indudablemente Susi sabía lo que hacía.

Con un par de minutos de caricias había logrado vencer totalmente mi resistencia, provocando movimientos y reacciones de mi cuerpo a su antojo. Ella observaba mis reacciones casi involuntarias a sus atrevidas caricias, que también me provocaban profundos y sensuales suspiros.

Teniendo aún mi prenda íntima a la altura de mis tobillos, sentí una suave caricia de los dedos de Susi en la planta de mi pie izquierdo, lo cual me provocó un estremecimiento y un movimiento de incontrolada sensualidad que me hizo contorsionar mis caderas, estremeciendo mi cuerpo desde la cabeza hasta la punta de los dedos de mis pies y de mis manos.

Ella subió delicadamente sus manos por mis pantorrillas y muslos, deslizando lentamente sus dedos por mi entrepierna y llegando al punto íntimo de unión de mis nalgas, en donde descuidadamente dejó que sus cálidos dedos rocen mi orificio anal.

Mi reacción – totalmente fuera de mi control – fue un inatajable estremecimiento que me hizo levantar pronunciadamente mis caderas, como si mi propio cuerpo buscara prolongar la sensual caricia que estaba recibiendo, acompañado de un ronco suspiro, todo lo cual animó a Susi a repetir el pasaje de sus dedos en la intimidad de mis nalgas, recorriendo suave y lentamente el contorno de mi ano, mientras acercaba sus labios a uno de mis oídos, me metía la lengua en el oído y me decía con su voz cálida:

– ¿Te gusta papito?

Mi respuesta involuntaria fue otro intenso estremecimiento, aunque yo no quise responderle por la vergüenza que sentía de descubrir en mí mismo tamaña reacción de placer ante una caricia de una zona prohibida del hombre, pero sabía que ella estaba poniendo en evidencia la debilidad de mi ser de macho.

Por lo demás, nunca mi esposa me había prodigado tal tipo de caricias. Un tropel de ideas, imágenes, tabúes, sentimientos encontrados y emociones opuestas pero intensas comenzaron a pasar con increíble velocidad por mi mente, mientras Susi continuaba sus atrevidas caricias en mi zona anal.

Simultáneamente yo notaba que mi pene había adquirido una saludable erección, lo cual en cierto sentido me hacía pensar que la decisión de tomar el masaje había sido acertada. Sentí que Susi presionaba levemente mi orificio anal con la yema de uno de sus dedos, el cual comenzó a penetrarme a pesar de un leve ademán de rechazo casi desesperado que intenté con mis caderas, mientras Susi nuevamente me pasaba la lengua por mi oído diciéndome:

– Te va a gustar, mi amor.

Me retorcía por las osadas caricias de Susi, que aprovechó uno de mis estremecimientos para deslizar su otra mano debajo de mi cuerpo, yendo al encuentro de mi ya abultado pene. Ella acariciaba mi miembro viril con una de sus manos, mientras que con la otra ya había introducido la mitad de uno de sus dedos en mi ano.

Ella comenzó un mete-y-saca rítmico de su dedo en mi culo, acompasado con las caricias a mi pene, lo cual me enloquecía de un placer no conocido para mí, haciendo que mis nalgas siguieran involuntaria y acompasadamente el movimiento de su dedo en mi ano. Sentí que había perdido totalmente el control, aunque interiormente me justificaba a mí mismo pensando en que a pesar de las caricias “prohibidas”, yo estaba realmente recuperando mi capacidad sexual. Sentí nuevamente su voz cálida en mi oído:

– Mirá el espejo, mi amor.

Volteé mi rostro hacia el enorme espejo que cubría la pared y pude percibir claramente la escena: me veía boca abajo en la camilla, con mi piel blanca en claro contraste con la toalla oscura con la cual había cubierto la camilla, retorciéndome casi enloquecidamente.

En uno de mis movimientos pretendí mover uno de mis pies, pero me sentí impedido por el slip que aun se mantenía en mis tobillos.

Me movía al ritmo de su dedo que penetraba mi culo, levantando mis nalgas para ir al encuentro de algo que – aunque no quería reconocerlo – se había convertido en una deliciosa penetración, mientras su otra mano acariciaba mi pija y mis testículos .

Pude ver en todo su esplendor a esta hembra que me estaba enloqueciendo, esbelta y curvilínea, con su tanga roja que le daba un toque de sensualidad poderosa. Me daba cuenta que Susi era quien me manejaba, quien me poseía.

La visión de nuestros cuerpos en el espejo me produjo intensa excitación, una excitación que nunca había sentido antes con otra mujer. Acerqué uno de mis brazos a su pubis y busqué ansiosamente su gruta del placer, deslizando mis dedos por debajo de su tanga hasta su húmeda vagina, acariciándole el clítoris y provocándole, esta vez a ella, los inconfundibles estremecimientos del placer. Me di cuenta de que no estaba fingiendo, pues así lo atestiguaban la humedad y calidez de su sexo. Nos miramos a los ojos en el espejo, mientras ella sentenció con su voz cálida:

– Ahora sos mío, y yo te estoy haciendo el amor, papito. ¿Te gusta?

Me recorrió una desconocida sensación de placer pasivo. Era algo que me gustaba, que me hacía feliz, y me atreví por fin a balbucear un:

– Sí, mi amor. Me gusta y te amo.

– Yo también te amo, mi amor. Sentí, papito, cómo te penetro, cómo te estoy haciendo yo a vos, mi amor.

A medida que me hablaba, intensificaba el ritmo de sus caricias en mi pija y en mi culo, mientras mi respiración se hacía cada vez más entrecortada y rápida. Mis caricias en su vagina se volvieron más penetrantes, y ya tenía un dedo profundamente introducido en su concha. La intensa excitación me hizo sentir en mi interior como la subida de la lava de un volcán, y ya percibía la erupción que se avecinaba. Susi se dio cuenta de mi reacción, y cuando notó que ya estaba llegando mi orgasmo, me masturbó frenéticamente, mientras introducía profundamente su dedo en mi culo.

Estas caricias impulsaron mi eyaculación como en mis mejores tiempos de adolescente, haciéndome gemir y expulsar varios chorros de blanco semen que brotaban generosamente de mi pija. Susi esperó que drenara hasta la última gota de mi leche, manteniéndome en la poco ortodoxa posición en que había quedado, semi-de-cuatro, con mis nalgas hacia arriba, con mi slip enredado en mis tobillos, y con uno de sus dedos profundamente incrustado en mi culo, mientras yo seguía con mi dedo en su concha. Cuando retiré mi dedo y me tendí hacia un costado de modo a no tocar mi propia leche, Susi retiró lenta y dulcemente su dedo de mi culo, diciéndome:

– ¡Qué rico acabaste, papito!

Me despojó suavemente de mi slip, poniéndolo en el perchero y dejándome muy avergonzado. Permanecí en silencio mientras ella retiraba la toalla negra impregnada de mi leche.

Me senté sobre la camilla, con las rodillas bajo el mentón, tobillos juntos y piernas abrazadas con ambos brazos, sintiendo en mis testículos la semi-rugosa pero agradable textura de la cuerina de la mullida camilla. Mi cuerpo estaba en calma pero mi mente estaba en un torbellino: ¿Qué había hecho? ¿Por qué reaccioné de esa forma incontrolada, y ciertamente reveladora, ante las caricias “prohibidas” de Susi? Mientras Susi iba al baño a lavarse, yo sentía una intensa y creciente ansiedad, en medio de una tromba de sentimientos encontrados, vergüenza, alegría por haber sentido nuevamente el placer sexual, y una inexplicable necesidad de salir rápidamente de ahí.

Estaba en estas cavilaciones cuando Susi, regresando del baño, se acerca y se para junto a mi, y como si adivinara mis pensamientos, me acaricia la cabeza, atrae mis labios a los suyos y estampa un prolongado beso en mi boca, recorriendo con su lengua mis dientes y mi propia lengua, ocasionándome nuevamente una respuesta corporal involuntaria y estremecedora.

Realmente yo no estaba tan mal, pensé para mis adentros, al notar que nuevamente me nacía la excitación con el apasionado beso de Susi. La abracé y esta vez fui yo quien la besó, mientras me deslizaba de la camilla, poniéndome de pie a su lado.

La estrujé junto a mí, sintiendo sus hermosas tetas y sus pezones erectos pegados a mi pecho. Estando ella aun de pie, la recosté ligeramente en la camilla y comencé a besarle los oídos y el cuello, y lentamente bajé hasta sus tetas, que acaricié con pasión chupando sus pezones mientras una de mis manos bajaba hasta su húmeda concha, notando que ella ya se había despojado de su pequeña tanga. Noté la tersura de su piel y el creciente nivel de excitación que le hacía dar roncos suspiros.

-Me calentás, papito – me decía mientras yo jugaba con su clítoris introduciéndole un dedo en su cálida concha, bajo un pubis casi totalmente rasurado.

Una de sus manos bajó hasta mi pene, comenzando una suave caricia.

Abrazándome, se irguió a mi lado y lentamente fue doblando las rodillas y bajando sus besos desde mis labios hasta mi pecho y mi vientre, liberando su vagina de mis caricias hasta llegar con su boca a mi pija, que comenzaba a dar signos de una nueva erección. Resueltamente rodeó mi pija con sus labios, haciéndome sentir su lengua alrededor de la cabeza y provocando una rápida erección.

Siguió chupando mientras me acariciaba los huevos con una mano y con la otra se deslizaba pícaramente por mi entrepierna hacia mi culo.

Ella había quedado arrodillada frente a mí, y yo estaba de pie, recostado por el borde la camilla. Sentí un profundo deseo de penetrarla, retiré mi miembro de su boca, la hice ponerse de pie y la acosté boca arriba en la camilla. Con mis mejores ardores de macho subí sobre ella, le abrí las piernas y resueltamente y sin mayores preámbulos le ensarté mi verga hasta el fondo, provocando un suspiro en ella. La penetración fue fácil por la increíble mojadura de su gruta íntima, que me recibía con espasmos de placer.

Unos pocos movimientos bastaron para hacerle sentir los primeros estertores de un largo y profundo orgasmo que acompañó con roncos suspiros, mientras entrecortadamente me decía:

– Cojeme, papito, cojeme mi amor. Dame así, así, haceme sentir…. estoy acabando, aaaayyy…, amor, amor.. te amo…

En realidad su orgasmo había venido un poco rápido – debido a la calentura que le produjo el masaje que ella me dio a mí – y como yo apenas había comenzado a disfrutar a esa hermosa hembra, continué a pesar de sus ruegos de que me detuviera ya que me decía que el orgasmo la había dejado muy sensible.

No le hice caso y continué bombeando, mientras la sujetaba fuertemente con mis brazos atléticos, que fácilmente la inmovilizaban debajo mío. Sentía como que quería vengarme de ella por lo que me hizo, y mientras la tenía así dominada sentía un intenso placer de macho y poder viril.

¡Ciertamente este tratamiento estaba mejorando mi sexualidad!, pensé con satisfacción mientras sentía que su húmeda concha se abría ávidamente a los embates de mi verga. Cada vez que ella intentaba pedirme que me detuviera, la besaba con fuerza, casi con brutalidad, impidiéndole hablar, y cogiéndole con más empuje. Así estuvimos unos cinco minutos hasta que cesaron sus ruegos y empezó a moverse al vaivén de mis embates a su concha.

Me di cuenta de que estaba caliente y aflojé la presión sobre sus brazos, que entonces solícitamente rodearon mi cuello en cálido abrazo, dándome apasionados besos mientras el ritmo de sus propios movimientos me indicaban que nuevamente estaba en el punto alto de su excitación. Sin soltar su fuerte abrazo, me pidió más y más intensidad:

– Más papito, más papito, te amo…. te amo, cogeme como a una puta… mi amor, ya viene, amor..aaayyyyyy…….

Sentí todo su cuerpo estremeciéndose, moviendo caderas, pubis, piernas y besándome desesperadamente. Su hermoso pelo le caía en forma desordenada sobre el rostro, que yo recorría con mi lengua, mientras roncos sonidos salían de su garganta.

Aparentemente estaba experimentando un orgasmo prolongado o múltiple, ya que no cesaban sus contorsiones y sus labios vaginales reflejaban los estertores de su descomunal éxtasis. Unos cinco minutos duró su multiorgasmo, lo suficiente para que yo nuevamente sintiera la necesidad de descargar mi depósito de semen, que durante bastante tiempo no había sido drenado. Le saqué la pija de la concha y rápidamente me deslicé de la camilla, poniéndome de pie al lado, y tomando a Susi por los muslos también la deslicé de la camilla y la puse de pie frente a mi. Le ordené tajantemente:

– Chupame.

Ella dócilmente se puso de rodillas e introdujo mi miembro en su boca, empezando a mover su cabeza para masturbarme. Con toda la excitación que yo tenía, unos pocos movimientos bastaron para provocarme mi segundo orgasmo, mientras yo le sujetaba fuertemente la cabeza para que no perdiera nada de mi leche. Sentí que ella quería retirar mi pija de su boca, tal vez porque le estaba dificultando la respiración.

Aflojé un poco la presión sobre su cabeza, pero sin permitirle que se liberara de mi miembro, forzándole a respirar por la nariz. Si bien mi orgasmo fue menos abundante que el primero, fue lo suficiente para llenarle la boca. Nuevamente sentí el deseo de dominarla y de vengarme, y cuando sentí que no me venían más chorros de semen, fuertemente tomé su cabeza y le enterré mi pija en su boca, tapándole la nariz con mis pulgares. Procuró liberarse estirando mis manos con sus propias manos, pero con mis fuertes brazos su boca llena de leche continuó taponada con mi pija, y como estaba impedida de respirar por la nariz, cuando le faltó aire tuvo que tragarse mi leche en un ademán desesperado. Cuando sentí que tragó la leche, aflojé un poco la presión sin sacarle la pija de la boca, para permitirle un alivio.

– “Tragá toda mi leche”, le ordené, mientras ella, desde su postura de rodillas, me abrazaba las piernas a la altura de las nalgas y levantaba sus ahora lánguidos ojos negros y los clavaba en los míos en señal de aceptación de mis órdenes, mientras yo percibía que tragaba uno, dos, y tres veces la leche que le había dado. Ante su docilidad comencé a acariciarle la cabeza y a jugar con su pelo. Quedamos dos o tres minutos en esa posición, y al sacarle la pija de su boca, ella aun la lamió sacándole las últimas gotas de semen y saliva.

Me separé de ella y me tendí boca arriba en la camilla, mientras Susi iba nuevamente a lavarse. Este orgasmo me devolvió mi autoestima y me hizo sentir nuevamente el macho que siempre había sido. Al volver Susi, se paró a mi lado. Se había arreglado el pelo y lucía lánguida pero sensual, como si todo su ser estuviera listo para entregarse nuevamente a un macho. Yo me sentía satisfecho, dueño de la situación. Con actitud de cómplice me preguntó:

– ¿Estás bien, papito?

– Sí, mi amor, estuvo muy bien.

Me acarició tiernamente la cabeza y la frente, retirando algo del sudor producto del frenesí de nuestros orgasmos. Sentí una tierna atracción hacia ella, levanté uno de mis brazos hasta su cuello y la atraje hasta mí, acercando su rostro al mío y sus labios a los míos para fundirnos en un prolongado beso mezcla de pasión y ternura.

– “Me parece que me gustás”, le dije en voz bajita, como si se lo estuviera confesando.

Nuevamente me besó, acercando sus tetas a mi pecho.

Nos mantuvimos en un largo beso, luego del cual delicadamente me separé de ella, me deslicé de la camilla y me dirigí al baño, tomando una larga y refrescante ducha.

Me vestí, pagué la cuenta y al despedirme sentí, para mi sorpresa, la necesidad de besar nuevamente a Susi. Estaba nuevamente vestida, y lucía tan hermosa y provocativa como cuando llegué.

Dejándole una abultada propina, la tomé en mis brazos y la besé largamente, mientras no entendía muy bien por qué necesitaba besarla después de haber calmado mis instintos con ella.

Esto lo comprendí solamente con el correr del tiempo. Susi se convirtió en mi masajista preferida, casi “privada”, diría. En los muchos meses que mantuve su trato, casi tres años, ella me abrió otros caminos hacia el placer, caminos que tuve que ir desbrozando en mi propio interior, en un proceso que trajo radicales cambios en mi vida sexual.

Pero eso fue otra cosa, en otro plano, que se convirtió en una nueva etapa de mi vida, que tal vez les cuente más adelante.

¿Qué te ha parecido el relato?


Descubre más desde relatos.cam

Suscríbete ahora para seguir leyendo y obtener acceso al archivo completo.

Seguir leyendo