Capítulo 2

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Mi historia II: De viaje por Andalucía

En esta ocasión y para los que ya hayan leído alguno de mis relatos, nos dirigiremos a Andalucía, región noble y de hermosas….hermosísimas mujeres.

Me habían invitado unos parientes a pasar unas semanas de descanso en una de las provincias de Andalucía, -famosa por sus olivares y de la cuál se obtiene la mayor producción de aceite del mundo (¿sabéis a cuál me refiero?)-.

Al llegar a su casa, quedé un poco decepcionado por el aspecto exterior de la casa. Aún situada en el centro de la ciudad, era una casa de construcción antigua; espacios grandes, en los que se incluían los recibidores, las habitaciones, el salón,…

Cada habitación disponía de un amplio portón-ventanal, cerrado por unas puertas de madera, que daba a un pequeño balcón, desde el cuál casi se podía, observar todo lo que ocurría en la vivienda situada en frente, ya que tan sólo la separaban unos escasos 10 metros.

Bueno, el caso es que en pleno mes de Julio, durante el día apenas había nada que hacer, y dónde mejor se estaba era en el agradable frescor del interior de la casa.

Pasé un par de días, en los que mis familiares me enseñaron la ciudad (aunque la verdad es que poco había que ver). El caso es que un viernes, recibieron una llamada en la que urgentemente se les requería por asuntos de trabajo.

Muy a mi pesar me dejaron, con la confianza que da el ser de la familia, a cargo de la casa.

Durante el día, apenas tenía que hacer. Me levantaba con el frescor de la mañana, iba a desayunar a algún bar, y mientras leía el periódico me entretenía viendo pasar a las mujeres, que todo hay que decirlo, estaban todas para comérselas allí mismo.

Después de estar toda la mañana paseando por la ciudad y descansando, iba a comer y posteriormente me iba a la casa, a echarme la siesta. Después por la tarde, veía un poco la televisión y salía de bares hasta bien entrada la noche.

Después de unos días, la situación se estaba haciendo tediosa, y a falta de algo mejor me decidí a recurrir a mis artes masturbatorias.

Serían como las 17:00, y estaba tumbado en la cama, desnudo, y con la puerta del balcón entornada, cuando comencé un lento movimiento manual.

Diez minutos más tarde, vi a una joven de unos 19 años, asomarse al balcón del edificio que tenía justo enfrente. Entraba y salía sin decidirse si se quedaba o si se estaba mejor en el interior.

Por fin se decidió y colocó una butaca de mimbre en el balcón y se sentó a leer una revista.

Yo estaba cada vez más excitado.

En una de la veces en que entró al interior, me decidí a abrir un poco más el balcón, lo justo para que mirando bien, me pudiera observar en mi trabajo.

Y así fue. Unos 5 minutos después de haber echo esta maniobra, yo seguía con mi satisfacción manual, cuando observé que la muchacha miró hacia la abertura del balcón. Al principio eran leves miradas, pero a medida que su inquietud aumentaba sus miradas se iban haciendo más prolongadas.

Hasta que al final se puso en pie, y se cercioró de lo que realmente estaba pasando. Esto debió de sorprenderla, porque rápidamente se metió al interior de la casa y no volvió a salir en toda la tarde.

Me quedé un poco desilusionado, pero con un poco más de esfuerzo logré terminar y vaciar mis testículos.

Al día siguiente fue casi una réplica del día anterior, aunque esta vez no esperaba que la joven del día anterior se colocara en el balcón. ¡Pero que equivocado que estaba!

Casi a la misma hora del día anterior, la joven colocó la butaca, pero con la variante que lo hizo para colocarse de forma directa a mi habitación y no de costado como había ocurrido la vez anterior.

Yo ya había comenzado con mi trabajo y me encontraba igual que la otra vez: es decir, desnudo, y tumbado en la cama. La joven se puso a leer, pero colocó sus piernas un poco abiertas, sobre los enrejados del balcón y claramente, se podía ver que prestaba más atención a lo que ocurría en mi habitación que a lo que relataba la revista.

E hice justamente lo del día anterior, salvo que en esta ocasión ella pudo ver toda la maniobra.

Me levanté, y abrí el ventanal, lo justo para que ella pudiera verme sin impedimento ninguno.

Fue una sesión maravillosa. Mientras nuestras miradas coincidían en ocasiones, mi falo, duro y mirando la cielo, era castigado una y otra vez, ante su atenta mirada, hasta que sentí una corriente que me invadía y que me hizo expulsar un gran chorro de semen, que voló por la habitación. Una vez hube acabado, la muchacha se levantó y se fue, no sin antes dirigirme un suave sonrisa.

Los días siguientes transcurrieron casi de forma similar, aunque a veces ella ya estaba esperando «su fiesta». Sin embargo, tal vez la confianza, la había hecho desinhibirse, y a la vez que colocaba sus piernas en el enrejado del balcón, también me mostraba la maravillosa vista que me proporcionaban sus piernas y lo que ocultaba al fondo, aunque sólo pudiera ver, el color de sus braguitas.

El calor era criminal, e iba haciendo mella.

Un día en la que ya la esperaba, para seguir con nuestras «sesiones», la ví salir al balcón, pero mi sorpresa fue enorme, cuando la vi aparecer en bikini.

Hasta entonces, tan sólo la había podido observar con ropas cortas y con minifaldas, pero aquello era especial.

Se colocó como siempre, apoyando sus pies en el balcón, y mientras me veía masturbar, comenzó a sonreír y a pasar su lengua por sus maravillosos labios.

Aquel día nada en ella podía permanecer tranquilo. Su lengua recorría sus labios y sus manos acariciaban, muy lentamente, sus pechos; unos pechos medianos, pero muy, muy sensuales.

Muy disimuladamente, bajó sus manos y comenzó a acariciarse las piernas, para continuar subiendo y llegar a la altura de la cintura.

Cogió la goma de la braguita del bikini, y cómo si la apretara, la estiró un par de veces. Bajó un poco más la mano y colocó toda la palma tapando su vértice… y empezó a acariciarse. La mano subía y bajaba.

Al rato y como si el bikini la molestara, lo apartó a un lado, pero sin quitárselo, y siguió acariciándose. Podía ver, perfectamente, su hermosa rajita, cuidadosamente depilada, y como introducía en ella primero uno, y más tarde dos de sus dedos.

Llegó un momento en que ya no era yo el que se masturbaba, sino que ahora era ella la que me ofrecía un maravilloso espectáculo y yo, tan solo, era un espectador.

Minutos más tarde pude ver su cuerpo relajarse, y como, alzando la mano, introducía esos dedos, los mismos que había penetrado su gruta, en la boca y los lamía con gusto y con complicidad, una complicidad que ya había alcanzado con creces todo lo que, ambos, hubiéramos esperado.

Días más tarde, volvieron mis parientes y nuestras «sesiones» se interrumpieron bruscamente.

Hubiera deseado haber continuado, y que nuestra complicidad se hubiera estrechado, pero la vida es así de injusta.

Continuará….

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