Capítulo 11

Pisa el acelerador XI

Decidí estar dos días sin aparecer por el bar, tenía varios motivos.

No me apetecía ver a K, había llegado demasiado lejos con él. Lo había narcotizado. Le había comido la polla y tragado su leche.

Tragado su meada de casi un litro y después me tomé el otro medio litro que había echado en la botella.

Tenía que esperar y reflexionar adonde me estaba llevando el ir tan acelerado, parece que quería recuperar, en sólo unos días, los cuarenta años que fui exclusivamente hetero.

Además con los tres pares de zapas, los dos calzoncillos, el bañador y los dos pares de calcetines junto con las botas de goma (Tengo que comprar otras similares para el jardinero, aunque ahora que lo

pienso, mejor cambiar de jardinero.

Contrataré uno joven y atractivo al que pueda grabar, trabajando y cambiándose en el servicio.

Así como meando y duchándose.

Con las cámaras que me han instalado voy a tener una videoteca alucinante), y los 7 videos, tenía material de sobra en casa para pajearme.

Aún así, el lunes a la tarde fui a un sex-shop a 74 km de mi ciudad y pedí un consolador de 24 cm.

Le dije al dependiente que era para mi pareja que se iba de viaje y quería que me recordara.

Que fuera lo más real posible para asemejarse a mi miembro. El dependiente me felicitó por mis dimensiones (en realidad me mide 17 cm.

Me trajo un consolador denominado realistic, que marcaba las venas y las protuberancias e incluía unos testículos. Era del tamaño indicado 9.5 pulgadas y por el color me recordaba la polla de K. Me empalmé mientras el dependiente me informaba de sus características.

Tenía un sistema vibratorio con tres velocidades y los testículos tenían dos bolas dentro para aparentar ser más reales.

Disponía de un sistema, con una pera de goma, para echar liquido de un depósito y simular una eyaculación (una posibilidad que me excito mucho). Tenía también una ventosa en la base, para fijarlo y ayudar en la penetración. Era caro pero merecía la pena.

Pagué y cuando me iba a marchar se me ocurrió una cosa.

Me dirigí al dependiente y con voz baja le comenté que, en ausencia de mi pareja, quería trabajarme a una tía por detrás.

Pero que era muy estrecha y no lograba vencer su resistencia.

Me anotó el nombre de una pomada con un anestésico que le relajaría el esfínter, y le reduciría el dolor, pero que era de farmacia y precisaba receta. Le di las gracias y me llevé varios tubos de lubricantes, así como preservativos especiales «Forte» (más resistentes) que me aconsejó.

Fui para mi casa, pensando en los giros que daba a mi vida.

Había ido a otra ciudad para que no me viera ningún conocido. Quería el consolador para practicar y poder chupar una polla como la de K sin problemas.

El jueves cumplía 18 años (lo sabía por la ficha policial) y quería estar toda la noche con él. Quería darle una buena fiesta (en realidad quería que fuera mejor para mí).

Pero en el sex-shop fui un poquito más lejos (digo lo de poquito en tono irónico). Compré cosas y obtuve información para planear mi bautismo anal.

Le mandé un fax (no me apetecía hablarle) a mi amigo (no sé por cuanto tiempo) médico y le pedí varias recetas, las pastillas que provocaban la erección, el hipnótico, el ansiolítico y la pomada anestésica.

Me las mandó por un mensajero junto con un folleto de una clínica que trata las adicciones: alcohol, drogas, ludopatía y sexo. Junto a la información de la adicción al sexo había escrito, de su puño y letra, “Por si te interesa”.

No me extrañaba que me hiciera ese comentario. Necesitar más pastillas tan pronto, debido aumentar las dosis (él no sabía que también las gastaba con K) y añadir la pomada que él creería que era para follarme a una tía por el culo (¿Qué pensaría sí supiera que era para el mío?) revelaba que me estaba obsesionando con el sexo (No sabía hasta que punto eso era y es verdad).

Compré las recetas y volví a casa.

Me desnudé en mi cama king size de 2X2 m y me dediqué al visionado de las cintas mientras olía y lamía mis trofeos. Dejé la cinta de la piscina para el final y al verla me dispuse a chupar el consolador mientras en la gigantesca pantalla (55”) me veía haciéndole lo mismo a K.

No tardé en correrme. Recogí mi leche y la vertí en el depósito del realistic.

Se me ocurrió una cosa que mejoraría mis pajas.

Grabé las mejores escenas del vídeo de la piscina en bucle (tengo varios vídeos y dvd en mi cuarto), de forma que pueda visionarlo sin rebobinar y le intercalé las mejores escenas de las otras seis cintas (las escenas meando y cambiándose en el servicio, sin olvidar mientras se ducha. Tocándose la polla y meando en el frasco en el jardín y echándome su semen y esgarros en mi leche.

Conseguí una grabación de 44 minutos que va a tener un lugar de honor en mi videoteca. La visioné mientras chupaba el consolador.

Cuando llevaba unos cinco minutos chupando apreté la pera e hice que eyaculara. Me tragué mi leche y casi me corro de gusto.

Por primera vez me sabía casi tan bien como la de K. (El envase influye en el

sabor y cada bebida debe ser tomada en el vaso apropiado. En este caso la leche debe salir de una buena polla).

Normalmente no bebo cerveza pero en casa tengo de todo por si agasajo a alguien. Cogí una botella de litro de la nevera y me la bebí.

No me apetecía, pero necesitaba orina y esa era la mejor forma . Media hora después conseguí medio litro de mi orina. Usé un poco en llenar el depósito del consolador y me puse a ver el vídeo mientras chupaba el realistic.

Cuando llegó la escena en que K orinaba en mi boca después de correrse en el mismo sitio, apreté la pera y tragué la orina mientras me pajeaba.

No era tan rica como la de K pero era lo mejor que podía conseguir. Me corrí y bebí mi leche. Estaba viendo que a partir de ahora me iba a dedicar a reciclar mis fluidos para acostumbrarme a tragar los de mi adorable adolescente.

Seguí con mis juguetitos disfrutando la dureza de mi polla.

Pasé así la tarde (ya tomaba tres dosis de las pastillas y andaba todo el día caliente). A la noche llamé al restaurante y encargué comida pidiendo que me lo trajera I, cuando vino (muy rápido) sonrió y me

dio las gracias por pedir que viniera él. Le dije que me había demostrado interés y que eso merece un premio.

Le di una buena propina y lo saludé amistosamente insistiendo en que me tutease y me llamase por el diminutivo “—-“ (como ya he comentado sí me llamara Daniel me gustaría ser llamado Dani y sí me llamara Gabriel, “Gabi”), aunque a Pablito (uno de mis devotos lectores le guste llamarme «—-to»).

Le di una caja de madera con tres botellas de buen vino para que se la entregara a su jefe, dentro puse una tarjeta personal con un texto demostrando satisfacción por la calidad de su servicio (me interesaba

tener de mano al jefe de I ). Él se marchó muy contento, tiene una sonrisa preciosa.

Tengo que encargar a otra (la misma que siguió a K y luego a X, podría sospechar) agencia de detectives que lo fotografíe y lo filme para añadirlo a mis trabajos manuales de alcoba, forma eufemística de referirme a mi onanismo (ONAN, otro personaje bíblico – para que veáis que la Biblia no hay sólo que leerla por considerarla un libro sagrado, tiene varios párrafos marcadamente eróticos cuando no pornográficos, especialmente el Cantar de los Cantares- como decía Onan fue obligado por la ley hebraica-judía- a casarse con la viuda de su hermano.

Teniendo que cumplir el débito conyugal -follar- y no queriendo tener un hijo se retiraba antes de correrse y lo hacía fuera de la vagina. Esto en realidad es lo que se llama marcha atrás, pero se denomina onanismo a todas las prácticas de satisfacción sexual que no buscan la procreación – descendencia- como la masturbación).

Así acabó el lunes y al día siguiente cuando acabé mis obligaciones matutinas (en realidad ya casi no tengo clientes, siendo yo mi mejor cliente, dedicando mi tiempo a calcular como van mis inversiones).

A última hora de la mañana me acerqué hasta la tienda de deportes y compré unas Etnies como las de K pero de un número mayor. Pensaba en los grandes pies de I (mi telemotorista favorito), añadí a la compra un par de calcetines de marca y me fui a casa. Tenía ya la comida preparada (no había avisado, porque estaba improvisando según la marcha), pero la cocinera se había marchado y la guardé en la nevera.

El personal que atendía en mi casa sabía que tenía que entrar después de las 9 y salir antes de las 13. Quería verlos lo menos posible. Esas personas hacían mi vida más cómoda, pero le restaban privacidad. Y si había llegado casi a los cuarenta sin casarme era porque adoraba mi independencia.

Llamé al restaurante y encargué comida para dos personas. Pedí otra vez que me lo trajera I. En menos de media hora estaba llamando a mi puerta. Le abrí con cara de disgusto le pagué con una buena propina pero estuve seco, serio y frío con él.

– ¿Estás incomodado conmigo por algo? (Era lo que quería que pensara).

– No hombre, es que había quedado con un amigo para comer y me acaba de llamar anulándolo.

Y me jode tanto comer sólo.

– Claro, lo siento.

– ¿Estás muy liado?. Te podías quedar un rato y me hacías compañía.

– Claro, ya no creo que haya mucho reparto y puede salir el hijo del dueño con la furgoneta.

Nos sentamos a la mesa (la había preparado para dos). Le insistí en que comiera y se negó. Le dije que me daba pena desperdiciar comida, que yo no podía solucionar el hambre en el mundo pero en mi casa no se desperdiciaba nada (Es verdad fui educado a aprovechar las cosas y no derrochar, aún hoy cuando se cae un trozo de pan en el suelo, lo cojo, lo limpio y le doy un beso celebrando tener el pan nuestro de cada día). Además si no comía no me sentiría acompañado.

Empezó a comer y le pregunté si quería un refresco, agua o cerveza y eligió cerveza. Le traje una botella y seguimos comiendo.

La comida era ligera y acabamos pronto (no quería retrasarlo mucho). Cuando ya se iba y le agradecía el haberse quedado conmigo. Me fije en sus zapas (gastadas y rozadas, anchas, con gran lengüeta y desatados cordones anchos. Le dije

– ¿Qué talla calzas?

– ¡Ah!, un 44. ¿Por qué?.

– Perfecto, compré hace unos días equipación deportiva para un equipo de fútbol juvenil que patrocino (era cierto, algún día os contaré lo que disfruto yendo por los vestuarios, fingiendo

que los animo antes del partido. Los felicito después cuando ganan o consuelo cuando pierden. Me encanta ir cuando se están duchando y cambiando) y el dueño me regaló unas playeras (era mentira) grandes y demasiado modernas para mí. No quiero cambiarlas, pruébalas y si te gustan te las quedas.

– Gracias, estas las quiero jubilar. Abrió la bolsa y silbó cuando vio que eran muy caras y las de moda entre los chavales de su edad. Cuando se las iba a probar le dije.

– Ponte primero los calcetines, que a esos también les ha llegado la jubilación. (Estaban muy usados y su blanco original había devenido en gris. Mi fino olfato captó un aroma delicioso, la mezcla de las zapas, calcetines y pies sumaba embriagante. Tengo suerte de conocer a gente que no se ducha todos los días, las zapas de X pese a ser las que me masturbaron en dos ocasiones y por eso eran mis preferidas, no olían tan excitante, pues X se duchaba antes y después del gimnasio). I ignoró mi comentario pero se cambió los calcetines y se probó las zapas, inmediatamente las desató a su gusto y le quedaban perfectas.

– Son de tu talla, pregunté

– Perfectas, como un guante. ¿Puedo quedármelas?

– Claro guarda los calcetines y las viejas en la caja. Lo hizo y metí la caja en la bolsa y la llevé a la cocina.

– ¿Qué haces?

– Ponerlas con la basura, luego viene el portero a recogerla.

– Ya las tiro yo.

– Que más da. Además a estas horas te pueden multar si echas algo al contenedor. Te es tarde vete no te echen una bronca por mi culpa.

– Si, vale gracias por todo.

– Gracias a ti, que me has hecho compañía. Hasta la próxima.

– Hasta luego.

Se marchó contento desde la terraza del ático pude ver como se agachaba y colocaba el pantalón y la lengüeta de la zapa. Luego montó en la moto y se marchó calle abajo.

Fui a la cocina, cogí la bolsa y me la llevé al dormitorio. Me desnudé y tumbado en la cama empecé a disfrutar del aroma y sabor de los calcetines. Amargo e intenso me recordaba al vinagre. Los olisqueé,

besé y lamí. Seguí con las zapas. Las olí y me embriagó estaban calientes y eran inmensas (un 44 en una zapa súper ancha).

Besé la puntera y el empeine el talón y la lengüeta. Por último me dediqué a la plantilla y a lamer la suela. Apenas tuve que pajearme para correrme, lo hice sobre las suelas y seguí lamiendo hasta

dejarlas limpias y brillantes.

Me volví a pajear (esas zapas iban a tener un lugar especial en mi particular colección). Me corrí y lo recogí con mi mano izda.

Lo eche en el depósito del consolador y me dediqué a chuparlo, en mi habitual entrenamiento (quería hacerlo todos los días y así practicar), pero esta vez pensaba que era la polla de I en vez de la de K. A los pocos minutos presioné la pera y me tragué esa eyaculación.

Mi propia leche cada día me gustaba más. Cerraba los ojos y me imaginaba que era la leche de I.

El miércoles fui al bar tarde, no llegué hasta las 19. Saludé a los conocidos y pedí mi cubata. K se me acercó le pedí una cerveza y tabaco. Él me preguntó por qué había faltado dos días.

– Vaya hombre, como si te debiera explicaciones (fingí incomodarme).Yo trabajo, no soy como tú

– No si yo lo decía por si estuviste mal. Se disculpó.

– Mal estás tú que te quedaste dormido roncando. La culpa es mía por dejarte descansar. En vez de hacerte trabajar para pagar lo que me debes. Mañana quedamos a las 18 ahí en la esquina y te llevo a la finca para que acabes el hoyo.

– Mañana no que mañana es… (no le dejé acabar la frase)

– Mañana es el día que te detienen si no estás donde te digo.

Me marché dejándolo con la palabra en la boca. No tenía ninguna duda, pese a ser su cumpleaños, de que estaría a la hora fijada.

Yo sabía lo que él iba a hacer.

Lo que sí que me planteaba grandes dudas era lo que iba a hacer yo. Estaba planeando una gran celebración de su mayoría de edad y yo mismo me asustaba de lo que se me acababa de ocurrir.

No sabía si me arriesgaría a ejecutar ese descabellado plan.

Hoy que escribo este relato y rememoro lo ocurrido sé que me atreví.

Sé la cantidad de locos acontecimientos que desencadené.

Sé que conseguí manipular a K y sé que me hizo su esclava.

Sé que me poseyó durante una semana de intenso y brutal, placer y terror sin límites. Hasta que, con gran dolor, me liberé de su yugo.

Hoy sé todo eso.

Lo que hoy no sé es si algún día osaré contarlo.

Continúa la serie