Cuando lo conocí
Acabamos de llegar mi amiga y yo como un par de pardillas en nuestro primer viaje a las islas.
Cuando descargamos las maletas de la «guagua» nos dirigimos entusiastas hacia el hotel.
Comenzamos a subir por unas escaleras, el recinto era muy laberíntico, y ahí estaba él, fue un amor a primera vista… a mi primera vista, luego me contó que yo lo fui para él a la segunda.
Nos dijimos hola y se fue, él y su amigo.
Después de esperar largo rato a que nos atendieran en recepción nos dieron las llaves de la habitación.
No tuvimos que andar mucho, estaba a solo diez pasos del hall dónde estábamos, pared con pared.
Entramos en esa especie de picadero que nos asignaron, hay que decir que como primer viaje y con lo jóvenes que éramos, nos fuimos con la oferta más económica.
Teníamos primero un baño pequeño, pero afortunadamente con bañera ( eso si, sin tapón), luego estaba lo que era el cuarto, enano y con dos camas de 90 cm de ancho pegadas, no había espacio para más, una mesita de noche junto a una de las camas y otra en frente de ellas con un par de cajones.
Descorrimos las cortinas y allí vimos un minúsculo balcón con dos sillas de plástico, lo primero que hicimos fue salir para que nos diera el aire y se nos fuera la sensación de claustrofobia.
¿Cuál fue mi sorpresa? Que lo volví a ver, esta vez justo en la terraza que teníamos enfrente.
No llevaba la camisa, y a pesar de estar delgado, se le veía un pectoral algo abultado, esto a mi me puso muy mala.
Mi amiga y yo intentamos establecer conversación, a mi me interesaba mucho, ya que la primera impresión que me dio fue muy buena.
Era un chico alto, de 1.85 metros, delgado como dije, con el pelo hasta bajo de las orejas y desigual con mechas rubias, los ojos no los vi bien entonces, pero eran verdes, su cara era alargada y con la mandíbula ligeramente marcada, su cuello largo, sus manos finas y de dedos largos… vestía con unos pantalones de chándal rojos, nada más.
Cuando intenté decirle algo se adelantó el amigo, un chico normal, en el que apenas me fijé cegada por la hermosura del otro chico, llamémoslo Homy.
El amigo, Carlos, me preguntó una serie de incoherencias a las que no hice mucho caso.
Yo solo tenía ojos para Homy y era con él con quien quería hablar.
Como no pudo ser, y harta de escuchar al otro, nos metimos dentro de la habitación. Eran las 2 de la mañana ya y al día siguiente teníamos que madrugar.
Mi amiga, llamémosla Celeste, estaba cansada del viaje y se acostó.
A mi me impactó tanto este chico que quise intentarlo de nuevo, esta vez salí al balcón con la excusa de leer un poco ya que hacía calor y mi amiga no quería que encendiera la luz.
Ahí tenía a Homy, solo para mi, liándose un porro.
Cuando me iba a atrever a decirle algo, estaba pensando aún como entrarle, vino Carlos y sin quererlo lo volvió a estropear. Se puso a preguntarme cosas de mi vida a contarme la suya, y Homy, callado observaba de reojo hasta que decidió meterse dentro de su habitación a dormir.
Como no me interesaba nada la conversación que estaba manteniendo, me metí yo también dentro de mi cuarto, extendí las cortinas y tras un largo periodo pensando en Homy, me dormí.
Durante los siguientes días no pasó gran cosa, estuvimos Celeste y yo visitando la isla, vimos todo lo que el tiempo nos permitió y disfrutamos de las noches de fiesta, que era mucha la que nos ofrecía el lugar, bebíamos en los pubs, dormíamos poco y volvíamos a tener excursiones por lo reducido de la isla.
Estas excursiones las hacíamos con el hermano de Celeste y algún amigo, los cuales vivían allí y nos hacían de guías.
De estos primeros e intensos cuatro días, dos noches no dormimos en el hotel, con lo que no disfruté de las agradables vistas desde nuestra galería.
Eso si, en cuando llegábamos a nuestro cuarto a cambiarnos de ropa o a ducharnos o incluso a dormir, lo primero que hacía era descorrer las cortinas por si veíamos a nuestros vecinos. En ocasiones si los veíamos, pero como al principio solo Carlos nos, o me, daba conversación.
La cuarta noche pasó lo de siempre al apartar los cortinajes, yo ya me había cambiado, y aunque no lo suelo hacer, ese día me vestí bien e incluso me pinté.
Carlos me pidió el número del móvil, cosa que no sabía si dárselo, pero quizá era una oportunidad para quedar con Homy. La charla no duró mucho y nos fuimos esa noche con unos amigos del hermano de Celeste a un pueblo que había cerca.
Allí nos fuimos de fiesta, pero como era un lugar universitario y nos encontrábamos en verano, los locales los cerraron pronto.
Nos fuimos al piso dónde dormimos una par de noches, allí no teníamos para beber más que una botella de JB, no había nada para mezclar y nadie nos entraba en seco. Estábamos los dos amigos que comentaba, Celeste y yo.
De repente, uno de ellos, lo llamaremos Oscar, me propuso ir a comprar unas cervezas y de paso unos bocadillos, en mi vida pasé tanta hambre como en aquella isla. Acepté y nos fuimos a un bar que había justo bajo, a diez metros del patio.
Allí estuvimos largo rato hablando, era muy agradable y me sentía bien con él. Cuándo decidimos volver, por lo tarde que se hacía.
En la escalera, a unos peldaños de de la puerta del pido, me cogió de la mano y me preguntó » ¿ qué clase de chico es el que te gusta?», sin pensarlo me arrimó a su cuerpo y comenzó a besarme.
Yo me sentía bien, pues era un chico agradable y muy guapo que me atrajo cuando lo conocí, pero con el que no pensé nada puesto que tenía novia. Ahí fue también, dicho sea de paso, cuando me di cuenta la facilidad con la que los chicos ponen los cuernos a sus novias que tanto quieren cuando las tienen lejos y necesitan darle vidilla la cuerpo.
Después de enrollarnos durante un tiempo entramos en el piso, dónde las caras de Celeste y el otro chico decían, » os hemos pillado pero nos vamos a hacer los tontos y a no comentar nada». Tras comernos los bocadillos y bebernos las cervezas, nos dejaron solos al fin.
Comenzamos a besarnos de nuevo en el sofá, fue como desesperado, él no se cuanto tiempo haría que no estaba con alguien, yo hacía unos tres meses que tampoco lo necesité. Entonces si que lo necesitaba, y tal y como nos íbamos besando me iba excitando más.
Mi mano fue rápida a sus nalgas y la suya con la misma velocidad hacia mis senos.
Nos tocamos todo lo que pudimos, nos besábamos con más energía. Su mano fue hacia mi pelvis y fue desabrochándome el cinturón y bajándome la cremallera.
Otra de sus manos cogió la mía y la acerco hacia su miembro, yo empecé en ese momento a desabrocharle torpemente los botones del pantalón, me lo dificultaba el estado en el que me encontraba, cada vez más ardiente y la dureza de la tela vaquera.
En algunos momento me sentí un poco cortada, pero esa sensación de bienestar hizo que me olvidara de que hacía nada que lo había conocido, de su novia, y de que nos podían ver cualquiera de los que estaban en el piso.
Por lo visto él también se encontraba incómodo en esa situación, en el sofá del comedor a la vista del primero que pasara por allí.
Nos fuimos hacia el cuarto dónde debía dormir yo, allí nos tumbamos en la cama y tras unos juegos de caricias, besos y abrazos nos fuimos quitando la ropa el uno al otro. Ya desnudos, continuamos besándonos y tocándonos, el ponía sus dedos entre mis labios vaginales e introducía un poco su dedo corazón, lo metía delicadamente y lo sacaba.
Yo puse mi mano sobre su pene, al principio lo cogía con suavidad, como si fuera frágil o se fuera a romper, pero él con su dedo corazón estaba consiguiendo que me excitara mucho y cada vez lo apretaba más y movía mi mano más y más deprisa, mientras notaba su piel deslizándose y oía sus gemidos débiles, para que no nos oyeran, por eso que mi respiración era muy fuerte y jadeante, aunque de vez en cuando se me escapaba algún gemido.
La situación llegó a un punto muy caliente, en el que tenía que haber algo más, yo por un momento pensé que no era mi forma de ser, que apenas lo había hecho con 3 chicos a mis 23 años, y que siempre quise conocerlos más.
Pero en ese momento, en el que sientes un cosquilleo especial, en el que notas que tu clítoris te da placer con ese corazón, que tu coño se dilata y contrae esperando que algo entre por él, y más grande que un dedo.
Con lo que no me pude resistir, y en la pausa que tuvimos mientras se ponía el preservativo, ya solo podía pensar que no tenía motivo para echarme atrás, puesto que era algo natural que pide el cuerpo y esta era mejor forma que el llegar a casa y tener que masturbarme.
Comenzó a penetrarme lentamente, aunque mis labios estuvieran muy húmedos y su dedo hubiera abierto camino, hacía tiempo que no practicaba el sexo y costó un poco al principio, incluso me llegó a doler un poco, pero este es un dolor agradable, porque es simple roce cuando el agujero está tan cerrado con el clítoris, crea una sensación de placer que muy satisfactoria.
Luego ya estaba bien lubricada y su aparato entraba y salía, entraba y salía… con mayor facilidad. Primero se puso él encima de mi y se movía de adelante a atrás, luego empezaba con movimientos muy rápidos, y así varios más que me hacían disfrutar.
Luego cambiamos de posición y me puse encima suyo, me movía todo lo que mis fuerzas me dejaban, como él, con movimientos circulares, luego empecé a rozarme suavemente con él, apretando mi pelvis hacía la suya fuertemente… y tras llegar al orgasmo mis movimientos se pausaron un poco, necesitando de algo de descanso para que él pudiera acabar.
Luego, también llegó él y nos quedamos abrazados un rato, con su pene aún introducido en mi. Yo aún tenía como pequeños espasmos, pero ya me encontraba agotada, sudando como en un tiempo no había sudado, respirando fuerte y de vez en cuando hondo, cogiendo aliento.
Nos separamos y quedamos abrazados en la cama. Intentamos dormir un poco, pero la luz del día y los sonidos externos nos desvelaron a pesar del agotamiento.
Más tarde él se fue, y yo me quedé un tiempo en la cama, tumbada y con una sonrisa estúpida en la cara. «No ha estado mal», pensé. Eran las 10 de la mañana, y ya no podía dormirme, con lo que me vestí, me lavé un poco (ansiaba una buena ducha) y me fui a desayunar.
Oscar tenía que trabajar, con lo que me despedí de él con un beso y abrazo, pensando en que ya no lo vería más, y así fue, aunque más adelante intentó quedar, pero entonces estaba con mi amor, Homy, y no tenía ojos para nadie más.
Y aquí ya va empezando lo más interesante, ese mismo día, sin dormir, nos fuimos a ver un arbusto grande por el que nos timaron.
Cuando volvimos al hotel nos fuimos a una sala que había arriba, junto a la también pequeña piscina, en la sala estaba la televisión a un lado con butacas, gente desaprovechando en precioso tiempo de las vacaciones mirando a la caja tonta, un billar y una barra de bar al fondo.
Subimos Celeste y yo a jugar unas partidas de billar, mientras hacíamos tiempo para ver con que desagradable comida nos encontraríamos en el buffet.
Allí estaban Homy y Carlos, Homy iba con una camisa blanca, ajustada, que le sentaba muy bien.
Como estaban jugando al billar les propusimos jugar unas partidas a dobles. Menos mal que aceptaron, ahí fue dónde empezamos a conocernos personalmente, cuando comenzamos a notar que éramos dos almas gemelas que tuvieron que conocerse a 3.500 KM de su casa.
Para esa misma noche quedamos, Carlos, Celeste, Homy y yo. La noche estuvo bien, nos dio tiempo a conversar, y cada vez que decíamos una palabra, nos poníamos nerviosos porque pensábamos en lo mismo y ninguno de los dos buscaba enamorarse. Pero así son las cosas, cuando menos lo buscas, lo encuentras.
Cuando volvimos al hotel Celeste y Carlos se fueron a dormir a nuestra habitación, y Homy y yo a la de ellos, en un principio, Homy y yo nos pusimos a hablar más y a conocernos, de vez en cuando nos enfadábamos porque estábamos muy a gusto y no buscábamos nada.
No se muy bien como fue la cosa, que cuando no nos dimos ni cuenta ya estábamos levantados de nuestras respectivas cama, desde dónde hablábamos, la luz encendida y un montón de chicos que también conocimos allí hablando.
Carlos, ante la negativa al sexo de Celeste también se vino a la habitación, con lo que empezamos a fumarnos unos porros mientras ella intentaba dormir.
Como se quedó sola fui a llamarla para que se uniera al grupo, en ese momento uno de los chicos, interesado en ella, trepó de terraza a terraza y entró en nuestra habitación. La despertó y empezó a hablar con ella, acto seguido, el resto de chicos también treparon hasta nuestro cuarto.
Entre ellos Homy, que me dijo » media hora sin ti y ya te hecho de menos». Tras un poco de juerga en la habitación, risas y más porros, todos se fueron y nos quedamos solos Celeste y el intruso pionero, Homy y yo.
Celeste y su respectivo comenzaron a enrollarse frenéticamente, mientras que Homy y yo nos sentamos unos en frente del otro y unimos nuestras frentes mirándonos a los ojos y acariciándonos el cuerpo con las manos, suavemente.
Estuvimos así mucho tiempo, Celeste nos miraba y nos dijo que no entendía lo que hacíamos, y era muy sencillo, bonito y romántico. Practicábamos una especie de amor de miradas y roces. Todo era precioso.
Al rato comenzábamos a besarnos, eran unos besos tan tímidos como nuestras caricias, le acercaba mis labios y cuando casi tocaba los suyos los retiraba juguetonamente.
De un modo pícaro hicimos que Celeste y el chico nos dejaran la habitación a nosotros, les dimos las llaves del coche de alquiler y se fueron a dar una vuelta. Ya el cuarto para nosotros, y la cama blandita, nos tumbamos en ella.
Allí siguieron un montón de juegos y de un sexo frenético y cuidadoso por su parte.
Fue la vez que mejor me sentí, porque a pesar de que Homy era un desconocido, después de nuestra conversación profunda y sincera vimos que coincidíamos tanto que la compenetración fue grande y vivaz.
Eso si, una cosa es contar, como antes, un momento de sexo y lujuria, y otra muy diferente contar la satisfacción de hacerlo con alguien con el que sientes algo muy grande, llámalo amor, un encuentro con tu media naranja, una ilusión… pero si que es lo más maravilloso que seguro guarda cada persona dentro de si!
Y bueno, ese amor siguió, y aunque ahora la distancia haga que esté en suspense, tengo un bonito último recuerdo!
Y hasta la próxima!