El placer no tiene edad

Hace unos meses me separé de mi marido. Por más que mis hijas, casadas las dos, insistieron en que fuera a vivir con ellas, preferí quedarme sola.

Me sentía muy triste y decidí que debía iniciar una nueva etapa en mi vida ya que recién estoy por cumplir 50. No me canso de felicitarme por tal determinación

No me voy a comparar con las chicas jóvenes porque resultaría ridículo, pero soy una mujer con intensos deseos sexuales, de buena apariencia y represento menos años de los que tengo.

Pienso que por ello me vinculé con tres jóvenes que me han hecho sentir una verdadera mujer, ya que los años de fidelidad a mi ex marido habían sido una pérdida de tiempo. Nunca me había hecho alcanzar las alturas sexuales que yo podía lograr.

Este profundo cambio en mi personalidad comenzó cuando, por razones económicas, decidí alquilar dos habitaciones de mi amplia y vieja casa.

Mi primera intención fue venderla y mudarme a un departamento más chico, pero luego cambié de idea. Me gusta mi casa, amo sus árboles y su jardín y los momentos felices cuando crecían los chicos.

Puse un aviso y aparecieron varios candidatos, de los que seleccioné a una pareja joven: Gladis y Néstor y a Pablo, un joven estudiante catamarqueño.

Desde el comienzo no hubo problemas en nuestra convivencia.

Aunque la casa permite mucha independencia es imposible no encontrarse y, en esas breves charlas, se forjó nuestra amistad.

Ellos me aconsejaron salir, divertirme, conocer algún hombre agradable, que apreciara mis cualidades.

Según ellos, todavía soy una mujer hermosa y con mucho encanto.

Tomé esas palabras como un cumplido pero, un día, me di cuenta que había comenzado a valorarme de manera distinta. Cambié mi peinado, modernicé mi guardarropas y cada vez me sentía más conforme con la imagen que el espejo me devolvía.

Mi relación erótica con mis inquilinos se inició de forma puramente casual. Recuerdo perfectamente que era un sábado por la noche y llovía copiosamente.

Pablo estaba mirando un partido de fútbol en la cocina después de haber tomado mate conmigo.

Yo no recordaba si había cerrado bien la puerta de la terraza y temía que el viento y la lluvia la abrieran.

Cuando bajé, luego de cerrar la puerta, ingresé a la casa por la puerta posterior para no mojarme al cruzar el patio y pasé frente a la habitación que ocupaban Gladis y Néstor.

No era mi propósito mirar dentro pero la puerta estaba entreabierta y no pude resistir la curiosidad, especialmente porque escuché un gemido.

El espectáculo no me sorprendió pero no niego que me conmovió. Gladis estaba desnuda y en cuatro patas sobre la cama y Néstor la cogía por detrás. Como hipnotizada continué mirando.

Yo jamás había practicado el sexo anal con mi ex y al verlos, se me despertaron un sinfín de sensaciones que escaparon a mi control, desbordándome.

Sin tomar real conciencia de lo que hacía deslicé una mano por debajo de mi falda, la metí dentro de mi bombacha y comencé a acariciarme.

Absolutamente fuera de la realidad no me di cuenta de que Pablo estaba de pie, a mis espaldas, observándome.

Para hacerse notar ensayó leve tosesita y me di vuelta, muy sobresaltada y avergonzada.

Gladis miró hacia la puerta y se sonrojó al advertir que yo la había estado espiando.

Néstor controló la situación y me invitó a pasar a la habitación, por si quería mirar más cómodamente.

Estaba a punto de disculparme y salir corriendo cuando Pablo vino en mi ayuda y sugirió que podíamos conversar los cuatro.

Me sentía extraña y algo incómoda y mi sorpresa fue total cuando Gladis me confesó que su marido, Pablo y ella solían formar cama de tres.

Supuse que era la oportunidad de sacudirme los prejuicios y me prometí hacer un esfuerzo para estar de acuerdo con las circunstancias. Me mostré desenfadada y les dije a los chicos que hacían muy bien en disfrutar de sus impulsos sexuales.

Pablo se puso rápidamente en clima y, sin perder tiempo, se desnudó.

Gladis le acarició la pija hasta dejársela bien parada y rígida.

Creo que recién entonces tomé conciencia del tiempo transcurrido desde la última vez que había hecho el amor.

Pablo se volvió hacia mí y me besó en los labios.

Yo le devolví el beso, abrí sensualmente la boca, dejando escapar un suspiro y, junto a él, expulsé todas mis inhibiciones como quien se deshace de un pesado lastre.

Pensando en lo placentero que me resultaba que un muchacho tan joven me encontrase sexualmente atractiva, me sentí una ganadora dispuesta a recuperar el tiempo perdido.

Cuando me desprendió la blusa y me acarició los pechos, no hice la menor resistencia. Muy por el contrario, lo alenté, deslizando una mano hacia su entrepierna y le acaricié el instrumento, mediano, pero curvo y muy duro.

Instantes después, Néstor me quitó la falda mientras Gladis me lamía los pechos que previamente su marido había desnudado.

Entre los tres me quitaron toda la ropa y me acostaron en la cama.

Néstor se acomodó entre mis piernas y empezó a lamerme los muslos. Pablo se recostó a mi lado y Gladis le dio unas chupadas a su pija.

Luego me hizo una seña para que continuara yo mamando ese pedazo.

La humedad de mi vagina iba en aumento.

Néstor continuó lamiéndome la concha y, cada tanto , le daba un lengüetazo al clítoris.

Estaba segura que en cualquier momento terminaría. Nunca me habían hecho algo tan delicioso.

Al cabo de unos minutos me estremecí violentamente y disfruté del orgasmo más prolongado de mi vida.

El resto de la velada la dedicamos totalmente al sexo.

Gladis se la mamó a Pablo y éste le acabó en su boca, la que sin perder tiempo me dio un beso y me pasó el semen del muchacho. Me volví loca de placer.

Todos nos complementábamos de maravillas.

Gladis me instruyó en cómo dar placer a una mujer y la lamí y succioné en su intimidad y gocé con su placer orgásmico.

Cuando nuestra fiesta finalizó yo me había transformado en una mujer insaciable y lujuriosa y me veía doblemente bella y atractiva.

Desde entonces los cuatro nos dedicamos a esos ritos amatorios, de los que salimos satisfechos, sin culpa, sin resentimientos y sin prejuicios.